Estudios de doctrina cristiana basados en el Catecismo de Heidelberg

2/26/16

Rev. Valentín Alpuche

 



Día del Señor 7

 

  1. 21. ¿Qué es la verdadera fe?
  2. La verdadera fe no es únicamente un conocimiento seguro por el cual tengo por verdadero todo lo que Dios nos ha revelado en su Palabra, sino también una verdadera confianza que el Espíritu Santo produce en mí por el Evangelio, de que no solamente a otros, sino que también a mí mismo Dios me da gratuitamente el perdón de pecados, la justicia eterna y la salvación sólo por gracia y únicamente por amor a los méritos de Cristo.

 

Estudiar el tema de la fe es tan fascinante como cualquier otro tema bíblico. Pero el tema de la fe es especialmente crucial y vital de entender correctamente, debido a la mala interpretación que se ha hecho del mismo. Si uno hiciera una encuesta dentro de la iglesia, uno quedaría sorprendido por la diversidad de respuestas (muchas de las cuales no son ni siquiera bíblicas) como también por la ignorancia de muchos cristianos sobre el tema de la fe.

 

“¿Qué es la fe?”, es una pregunta fundamental. Pero preguntar por una definición general de la fe no es suficiente, ya que como cristianos que creemos en la Biblia como la Palabra de Dios, debemos indagar acerca de la fe verdadera. No la fe en general, sino la fe verdadera. Y sabemos que la fuente de donde adquirimos la definición de la fe verdadera es la Biblia, la Palabra de Dios. Debido a que nuestro catecismo es un resumen fiel de la Palabra de Dios es que la pregunta que formula es: ¿Qué es la verdadera fe?

 

El catecismo provee dos elementos indispensables de la fe verdadera:

  1. Conocimiento, y
  2. Confianza

 

Analicemos, en primer lugar, el elemento del conocimiento en la fe. En la Biblia siempre vamos a encontrar una exhortación para usar nuestra mente a fin de entender la revelación de Dios, para entender su voluntad. El hecho mismo de que Dios nos haya dado su revelación en la Biblia supone que el cristiano debe poner en uso su mente, su razón, su entendimiento a fin de entender la voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando el Salmo 1:2 dice: “Sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”, es una forma de decir que el hijo de Dios lee la Palabra de Dios, piensa y reflexiona en ella, y lo hace constantemente. Pone en uso se mente para deleitarse en lo que lee, y se la pasa meditando en ella todos los días. No podemos meditar, reflexionar en la ley de Dios, si no usamos nuestra razón.

 

Proverbios 1:1-2 dice: “Los proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel. Para entender sabiduría y doctrina, para conocer razones prudentes”. El rey Salomón, quien fue el rey más sabio de Israel, escribió sus proverbios inspirado por el Espíritu Santo para personas que usan su mente, su razón, que se sientan a meditar y reflexionar. Los escribió para “entender sabiduría y doctrina, para conocer razones prudentes”. ¿Cómo podremos entender si no pensamos o razonamos? ¿Cómo podemos conocer razones prudentes sin usar nuestra razón? Hay muchos textos más que podemos citar, pero creo que estos bastan para comprender cuán importante es en la Biblia usar la razón que Dios nos ha dado a fin de entender su revelación, meditar y reflexionar en ella, y de esa manera llegar a ser sabio y conocer razones prudentes. Así pues, la fe verdadera no excluye el uso de nuestra mente o razón; al contrario, la fe dada por Dios capacita nuestra mente para pensar y razonar como Dios quiere, de una manera que es agradable y aceptable delante de Dios. Como dice el apóstol en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.

 

Basados en esta proposición fundamental de la importancia de conocer, de usar nuestra mente, para comprender más a Dios mediante su Palabra, el catecismo empieza a definir la fe diciendo: La verdadera fe no es únicamente un conocimiento seguro por el cual tengo por verdadero todo lo que Dios nos ha revelado en su Palabra. El catecismo de una manera negativa dice que la verdadera fe no es únicamente un conocimiento seguro. Pero esto no significa que la verdadera fe desprecie el conocimiento, el hecho de crecer en nuestro entendimiento de la revelación de Dios. No. Lo que quiere enfatizar es que la verdadera fe es más que mero conocimiento intelectual o doctrinal. No obstante, el conocimiento es un elemento sin el cual no puede haber verdadera fe.

 

No significa tampoco que el conocimiento de la fe tenga que ser un conocimiento vasto y extenso del contenido de la doctrina de la Palabra de Dios, como si el que tenga más conocimiento tuviera más fe que los que saben menos. No. No es la cantidad de conocimiento, sino la calidad de conocimiento que se requiere para la verdadera fe. Por otro lado, esto no quiere decir que el cristiano no deba aspirar a conocer más y más acerca de la voluntad de Dios para su vida. Pablo no pensaba en que debíamos quedar estancados en nuestro conocimiento de la salvación, ya que le dice a los filipenses en 1:9: Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento.

 

Entonces, ¿qué clase de conocimiento contiene la verdadera fe? El catecismo dice que debe ser un conocimiento seguro. Es decir, el conocimiento que el cristiano posee no puede ser falso o confuso, sino seguro, porque es un conocimiento que le es dado por Dios mismo en su Palabra. No es un conocimiento que el hombre adquiere mediante un esfuerzo rigoroso, sino es un conocimiento que viene directamente de Dios para él. Así pues, la fuente del conocimiento cristiano no es la mente débil y variable del ser humano, no es algún libro escrito por meros seres humanos, no es ni siquiera un conocimiento de ángeles, sino es un conocimiento dado al hombre por Dios mismo. Debido a que Dios es la fuente del conocimiento, es que la fe verdadera no puede sino contener un conocimiento seguro, firme, confiable. Esto es lo que deducimos de lo que el catecismo dice después: por el cual tengo por verdadero todo lo que Dios nos ha revelado en su Palabra. El conocimiento dado por Dios es seguro porque es verdadero. Y esto es así porque nuestro Dios es un Dios veraz quien siempre habla la verdad, y por ello, podemos tener la seguridad de que Él no nos engaña cuando leemos su Palabra.

 

La expresión todo lo que Dios nos ha revelado en su Palabra indica que todas las partes de la Biblia son verdaderas, que todas las partes por igual son la misma Palabra de Dios, y no debemos dividir o segmentar la Palabra entre secciones verdaderas y secciones falsas; o entre secciones más importantes y menos importantes. No. Todo lo que Dios nos ha revelado en su Palabra es seguro porque es verdadero. Dice Pablo a Tito en 1:1-2 así: Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos. Así es, nuestro Dios es un Dios que no miente, sino que siempre dice la verdad. Por eso Jesús mismo dijo en Juan 14:6 que Él es la verdad.

 

Otra razón por qué la verdadera fe contiene conocimiento seguro y confiable se debe a que dicho conocimiento ha sido revelado por Dios. La acción de revelar denota la idea de dar a conocer algo que antes estaba encubierto o era desconocido, y que solo lo llegamos a conocer porque alguien más nos lo revela. En el caso de la revelación de Dios significa que nosotros nunca hubiéramos podido conocer su voluntad ni el camino de salvación ni todo lo que está contenido en la Biblia, a menos que Él mismo lo revelara. Dios es la fuente del conocimiento seguro y verdadero, y si Él es la fuente, entonces significa que todo lo que da a conocer es verdadero y seguro, confiable. Aquí es importante entender que el conocimiento del cristiano le fue dado por Dios mismo. El hombre, como dijimos, no lo inventó, sino que le fue entregado.

 

Junto con esta idea del conocimiento que Dios da a conocer a su pueblo, se encuentra la idea de la bondad y gracia de Dios, ya que aunque Él no tenía la obligación de hacerlo, nos dio su revelación. Esto significa que la Biblia misma, como la fuente de donde obtenemos el conocimiento de Dios y de su voluntad, es resultado del amor y gracia de Dios. El conocimiento de Dios que tenemos es por la gracia de Dios, es un regalo de Dios. Nunca lo hubiéramos adquirido si Dios no nos lo hubiera revelado.

 

Esto quiere decir que este conocimiento, entonces, no es mero conocimiento doctrinal o intelectual, sino un conocimiento dado a nosotros por un ser personal perfecto, que es Dios, a fin de que lo apliquemos a nuestra propia vida y la vida de los demás. Es conocimiento experiencial, es decir, que cada uno de nosotros puede experimentar, como, por ejemplo, el amor de Dios, su paciencia, su odio del pecado, etc. Además, debemos decir que este conocimiento no lo debemos aislar de los demás aspectos de nuestras vidas ni de la vida de la congregación. El mero conocimiento nos hará máquinas intelectuales, lo cual nos llevará al orgullo y desprecio de los demás. La verdadera fe incluye conocimiento, pero el catecismo dice no “únicamente conocimiento”, sino que también es una verdadera confianza.

 

Por último, debemos decir que este conocimiento no solo implica el uso de nuestra mente para entender las verdades del evangelio, sino implica también rendirse y someterse a la voluntad de Dios. Conocer a Dios significa reconocerlo como el creador, redentor y sustentador de nuestras vidas, y como el que tiene toda autoridad sobre nuestras vidas. Así que, el verdadero cristiano se someterá a la voluntad de Dios con humildad y un corazón alegre.

 

La verdadera fe es una verdadera confianza. El diccionario define la palabra confianza de la siguiente manera: esperanza firme o seguridad que se tiene en que una persona va a actuar o una cosa va a funcionar como se desea. Trasladando esta definición del diccionario a la confianza del cristiano podemos definirla así: esperanza firme o seguridad que los cristianos tienen en que Dios Padre, por el sacrificio perfecto de su Hijo, y por la obra del Espíritu Santo, ha perdonado todos sus pecados y tienen seguridad de vida eterna. Y no puede ser de otra manera, porque la fe verdadera está basado en el conocimiento seguro y perfecto que Dios mismo nos ha dado acerca de su voluntad para nuestra salvación. Si lo que Dios nos da a conocer es firme y seguro, entonces, podemos confiar en Él. Podemos confiar completamente en que la salvación que nos da en Cristo es completamente segura, y que en las manos de Dios estamos completamente seguros. Hebreos 11:1 dice: Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Cada verdadero cristiano tiene la certeza, la seguridad, el conocimiento seguro, la confianza absoluta de que lo que Dios le ha prometido está garantizado, y se atreve a confiar del todo en la obra perfecta de Cristo. En Efesios 3:12 encontramos el mismo elemento de la confianza: en quien tenemos seguridad y  acceso con confianza por medio de la fe en él. Este versículo nos enseña que la verdadera fe engendra o produce plena confianza en Dios por medio de Cristo. Esto es lo que hace la gran diferencia entre conocer doctrinalmente el evangelio y aceptarlo con todo el corazón. De nada sirve que conozcamos el contenido del evangelio si no confiamos en que en Cristo tenemos salvación perfecta. Y Dios quiere que cada uno de nosotros, no solo lo conozcamos, sino que confiemos completamente en Él.

 

Pero esta verdadera fe, compuesta de conocimiento seguro y verdadera confianza, no es producto del esfuerzo del hombre. Nosotros no creamos esta fe verdadera. Nosotros creemos, pero no somos nosotros los que la producimos en nuestros corazones. Por eso el catecismo dice: que el Espíritu Santo produce en mí por el evangelio. El catecismo quiere que aprendamos que la verdadera fe no es obra humana, sino obra de Dios. Esto es lo que leemos, por ejemplo, en Hechos 16:14: Y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Miremos también Juan 3:5-8. Pero especialmente en Gálatas 5:22 se nos dice que la fe es un fruto del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el autor de la verdadera fe que salva. El Espíritu Santo la pone en nuestros corazones para que nosotros creamos. Somos nosotros los que creemos, no Dios; pero es el Espíritu Santo quien ha puesto esa fe en nosotros, es Él quien nos capacita, quien nos abre el corazón para que podamos creer. Por eso leemos en Filipenses 1:29: Porque a vosotros es os concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él. Este versículo significa que creer en Cristo es algo que Dios nos concede, nos da, nos regala; creer en Cristo, tener fe salvadora en Cristo, es una concesión divina.

 

Así pues, no debemos equivocarnos pensando que porque nosotros creemos, entonces nosotros creamos la fe en nosotros mismos. Que porque nosotros creemos, entonces la fe es una obra o una acción que nosotros, por nuestras propias fuerzas o esfuerzos, producimos, como si la fe fuese nuestra obra, una obra que Dios toma en cuenta para salvarnos. No. La fe, el hecho de creer, el acto de creer en Cristo para salvación, es una obra de Dios que, por su Espíritu Santo, pone en nosotros. La fe es una obra de Dios. No es una obra humana de la cual podemos jactarnos o gloriarnos para decir: Dios me salvó porque yo decidí creer. Es por este malentendido de la fe que Pablo claramente le dijo a los efesios en Efesios 2:8-9: Porque por gracias sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.

 

El catecismo dice claramente que el Espíritu Santo produce la fe en el cristiano la por el Evangelio. Esto quiere decir que el Espíritu Santo produce la fe en el corazón cuando el hombre escucha la predicación del evangelio en la iglesia, cuando lee la Palabra de Dios donde se habla del evangelio, cuando lo lee en algún folleto o libro, cuando lo escucha en la radio, etc. Lo importante aquí es que la fe verdadera, está indisolublemente conectada con el evangelio o Palabra de Dios. Significa que nadie se salva si no ha oído o entendido el evangelio, el verdadero mensaje de salvación. Nadie se salva solamente porque diga que cree en Jesús, sin saber lo que la Biblia enseña de Jesús. Nadie se salva solamente porque diga creer en Dios si no conoce al Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nadie se salva sino únicamente por escuchar y comprender el mensaje de salvación. Por eso Romanos 1:16 dice: Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Solamente el evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Pero ya sabemos que incluso los que creen, los que tienen fe es porque el Espíritu Santo ha puesto esa fe en sus corazones. Ninguna otra cosa, ningún otro mensaje, ningún otro sistema de conocimiento, ideología o filosofía, puede salvar a nadie, porque solamente el evangelio bíblico es el poder de Dios para salvación.

 

De ahí que todos los pastores, como todos los cristianos en general, entendamos correctamente el evangelio, ya que si la gente oye un evangelio falsificado o modificado, no podrán ser salvos. Hoy mucha gente cree ser salva por ir a una iglesia, pero si uno les pregunta qué es el evangelio o por qué son salvos, las respuestas nos dejarán con la boca abierta, debido a que muy pocos son los que en realidad son salvos, ya que muy pocos son los que han oído el verdadero evangelio y muy pocos son los que leen la Palabra de Dios para entender el evangelio. De ahí la importancia de encontrar una iglesia que predique y enseñe con fidelidad el evangelio. Romanos 10:17 dice: Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. ¿Qué oye la gente hoy en día en las iglesias? Oremos a Dios para que nosotros oigamos y leamos el verdadero evangelio de la salvación. Por eso es que al principio hacía mucho énfasis en que la verdadera fe contiene un conocimiento seguro; no puede haber fe verdadera sin conocimiento verdadero; no puede haber cristianos que no ignoren qué es el evangelio. Y aquí debo aclarar que esto no significa que debamos conocer exhaustivamente el evangelio, o que debamos tener un conocimiento profundo y extenso de la Palabra de Dios, ya que la salvación no es por conocimiento sino por fe; pero sí significa que al menos el cristiano debe entender, captar, comprender, la esencia del evangelio para ser salvo. Y una vez comprendida la esencia del evangelio, el creyente verdadero anhelará crecer más y madurar más en el conocimiento de la Palabra de Dios.

 

Y, ¿cuál es la esencia del evangelio? El catecismo termina diciendo: de que no solamente a otros, sino que también a mí mismo Dios me da gratuitamente el perdón de pecados, la justicia eterna y la salvación sólo por gracia y únicamente por amor a los méritos de Cristo. El catecismo, como hemos dicho antes, hace énfasis en la salvación como una experiencia personal, es decir, que el cristiano que tiene capacidad de creer y entender el evangelio, experimente personalmente la salvación de Dios. Por eso dice, sino que también a mí mismo. Así es, todo creyente con capacidad de creer y confesar a Cristo como su Señor y Salvador debe tener una experiencia de conversión, de regeneración, debe experimentar realmente la salvación de Dios. Una vez más recuerden que esa experiencia no es una experiencia mística abstracta, o meramente emocional-sentimental, sino una experiencia de salvación producto de la verdadera fe que conoce el verdadero evangelio y confía en la obra de Cristo para salvación.

 

La esencia del evangelio es que Dios me da gratuitamente el perdón de pecados. La frase “dar gratuitamente” significa que el perdón de pecados no podemos ganarlo o comprarlo por medio de dinero, o buenas obras, o por medio de una vida de sufrimiento y tortura espiritual para que Dios diga: muy bien, ya veo que te has ganado que yo te perdone. No. El perdón de pecados es un regalo de Dios, es el don de Dios. Por eso el catecismo dice que Dios nos perdona gratuitamente sólo por gracia, es decir, como un favor inmerecido dado a los que no se lo merecían. La gracia de Dios es su amor y misericordia de la cual somos indignos, pero que aun así nos la da para perdonarnos de todos nuestros pecados. Esa es la sublime gracia de Dios: la que nos perdona gratuitamente; nosotros no tenemos que hacer ninguna obra o trabajo para ser perdonados, porque nunca podríamos hacer nada que merezca el perdón de Dios debido a que todas nuestras obras, hasta las mejores, están contaminadas de pecado, y Dios no puede aceptar ni una sola obra manchada por el pecado.

 

¿Entonces, por qué Dios nos regala el perdón de pecados, en base a qué nos da su gracia salvadora? Si no merecemos su gracia salvadora, ¿por qué nos la da? El catecismo dice al final: y únicamente por amor a los méritos de Cristo. No hay otra manera de recibir la gracia de Dios que por medio de Cristo, porque Cristo hizo lo que nosotros no pudimos hacer; Cristo sí vivió una vida perfecta de obediencia al obedecer activa o conscientemente todos los mandamientos de Dios, como también al someterse pasivamente a todo el sufrimiento de la ira de Dios en nuestro lugar. Cristo obedeció perfectamente cada uno de los mandamientos de Dios, pero también se sometió a sufrir voluntariamente toda la ira de Dios por el pecado, y lo hizo en nuestro lugar. Lo hizo en nuestro lugar para que tú y yo no suframos la ira eterna de Dios por nuestro pecado. Así pues, podemos concluir que no somos salvos por nuestra obra, pero sí por la obra perfecta de Cristo. La salvación sí es por obras, pero por las obras perfectas de Cristo, no las nuestras. Por eso confesamos que la salvación, el perdón de todos nuestros pecados depende de, se fundamenta en, y únicamente, en la obra perfecta de Cristo que realizó en toda su vida, pero especialmente en la cruz y en su gloria resurrección. Por lo tanto, la gracia de Dios nos es dada, y no la podemos recibir de otra manera, más que por medio de Cristo.

 

Sólo por medio de la perfecta obediencia de Cristo, es decir, de guardar a perfección toda la ley de Dios, de cumplir con la justicia que Dios demanda en su ley, es que nosotros podemos ser perdonados. Dios nos regala la justicia eterna de Cristo y nos salva por toda la eternidad. La justicia perfecta y eterna de Cristo llega a ser nuestra cuando tenemos fe verdadera en Él, es decir, Él nos regala su obediencia intachable de todos los mandamientos de Dios para que así podamos comparecer delante del tribunal de Dios y ser exonerados de toda culpa. Pero somos exonerados o declarados justos e inocentes, no por nuestra justicia, sino por la justicia de Cristo. Amén.