El Cristo triunfante

1 Pedro 3:18-22

 

Rev. Valentín Alpuche

 

Introducción

 

El apóstol Pedro continúa escribiendo a cristianos peregrinos y extranjeros que sufren por su amor al Señor Jesucristo. Uno esperaría que los que hacen el bien no sufran, pero vivimos en un mundo donde el bien no siempre es recompensado con el bien, sino con el mal. Pero Pedro anima a los cristianos a no dejar de hacer el bien, aunque eso implique sufrimiento. Los cristianos no deben renunciar a hacer el bien cuando las circunstancias no estén a su favor, sino que en medio de las adversidades debemos rogarle a Dios que nos fortalezca para seguir haciendo el bien. Y si por hacer el bien sufrimos, el apóstol Pedro dice “bienaventurado sois” (1 Pedro 3:14). Es mejor padecer haciendo el bien si esa es la voluntad de Dios. No debemos ceder ante el mal para hacer el mal. Pero, ¿por qué no? Porque el Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nos ha dado el mejor ejemplo de vencer el mal con el bien, y especialmente porque él siendo bueno murió por los malos, el Justo por los injustos. Pero no solamente nos ha dado ejemplo, sino que además él triunfó sobre el mal, y su triunfo significa el triunfo también de los que están en unión con él.

 

Cuerpo del sermón

 

1 Pedro 3:18 dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu”. Una de las singularidades de nuestro Salvador Jesucristo es que él vivió en nuestro mundo y experimentó nuestros sufrimientos. No era un Salvador distante y ajeno a la realidad de nuestro mundo afectado por el pecado, sino que se encarnó, se hizo hombre y en esa capacidad se identificó con nuestra naturaleza, pero especialmente con nuestro sufrimiento. Por eso el apóstol Pedro dice: “porque también Cristo padeció”. Así pues, los cristianos sufren y soportan el sufrimiento cuando la voluntad de Dios así lo permite porque también su Señor y Salvador sufrió. Hasta aquí Cristo es nuestro perfecto ejemplo. Pero él es más que nuestro ejemplo. Su sufrimiento es único y de valor infinito.

 

Por eso Pedro dice: “Cristo padeció una sola vez”. Pedro se refiere aquí especialmente al sufrimiento de Cristo en la cruz donde experimentó, por un lado, el odio de los hombres, pero, por otro, la ira de Dios para librarnos de ella. Y Pedro dice que “sufrió o padeció una sola vez”. Es decir, que el sufrimiento de Cristo fue perfecto y de valor infinito que solamente una vez, no muchas veces, padeció y aplacó la ira de Dios en contra del pecado. Es decir, su sufrimiento y muerte fueron perfectos, al grado que solo sufrió una sola vez. Pero Pedro dice que “padeció una sola vez por los pecados”. Es decir, por los pecados de su pueblo elegido, por la maldad de su pueblo. En otras palabras, Cristo murió en nuestro lugar; se puso en nuestro lugar para sufrir la ira de Dios por nuestros pecados. Por eso es que él es nuestro gran y único sustituto. Por otro lado, esto significa que Cristo no murió por nada agradable y placentero que hubiera en nosotros, sino por nuestras maldades, iniquidades y transgresiones.

 

Por esa razón Pedro remata esta realidad sustitutiva de la muerte de Cristo diciendo: “el justo por los injustos”. El justo significa que Cristo es el justo por excelencia, no hay nadie más que sea justo como él es. Era necesario que el que nos iba a rescatar de nuestros pecados no tuviera pecado y que además cumpliera, obedeciera la ley de Dios perfectamente. El único que hizo eso fue el Señor Jesucristo, él es el santo por excelencia y él es quien al pie de la letra obedeció toda la ley. De ese modo, satisfizo a la perfección la justicia de Dios. Se hizo justicia en todos los sentidos de la palabra, al grado que pagó perfectamente por nuestra deuda, y ahora nosotros somos perdonados, exonerados y bendecidos con la vida eterna. Por medio de su muerte, tenemos vida.

 

Su sufrimiento fue tal que se borró la enemistad entre Dios y nosotros, y nos ha unido con el Padre; Jesús quitó toda barrera que impedía una relación de perdón y salvación con su Padre. Por eso Pedro dice: “para llevarnos a Dios”. Estas palabras son bien interesantes porque subrayan el aspecto sacerdotal de la obra de Cristo. Es decir, Cristo (como sabemos) es nuestro Sumo Sacerdote, y en el Antiguo Testamento todas las ofrendas y sacrificios eran llevados a Dios, presentados a Dios por medio de los sacerdotes. Nadie podía llegar directamente a Dios, sino tenía que “ser llevado a Dios” por medio de los sacerdotes que fungían como mediadores entre Dios y el pueblo. Nadie podía venir a Dios por sí mismo, sino tenía que ser llevado.

 

Nuestro pecado nos separa de Dios. No podemos venir directamente a él porque nos destruiría por nuestra inmundicia, ya que siendo Dios tres veces santo, el santo por excelencia, el santísimo, nada impuro puede permanecer delante de él. Pero Cristo es el justo, el justísimo y el santísimo, y sólo él podía “llevarnos a Dios”. Sólo él podía presentarnos delante de la presencia de Dios sin ser destruidos por Dios. Yo creo que esto era muy importante para los cristianos a quienes les escribió el apóstol Pedro porque aunque sufrían por su amor a Cristo, sabían que su salvación estaba segura delante de Dios Padre por medio del Señor Jesucristo. Los hombres pueden matarnos, pero no pueden destruir la salvación perfecta que tenemos en Cristo.

Pedro vuelve a recalcar que Cristo para perdonar todos nuestros pecados y reconciliarnos con Dios su Padre tuvo que morir. Dice: “siendo a la verdad muerto en la carne”. Cristo, en efecto, murió por nosotros. En su humanidad tuvo que morir por nosotros para librarnos de la ira de Dios y obtener una salvación perfecta para nosotros. ¡Qué gran amor de Cristo!

 

Aunque ahora Pedro añade: “Pero vivificado en espíritu”. Gloria a Dios porque la muerte no pudo destruir a nuestro Señor. Dice el mismo Pedro en Hechos 2:24: “al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”. La muerte no podía retener a Jesús para siempre, no podía dominarlo, sino que Dios su Padre lo levantó triunfante de la tumba. Y Hebreos 2:14: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Gloria a Dios que Cristo por medio del Espíritu Santo fue vivificado. El Espíritu de Dios en su humanidad lo levantó de la muerte y le dio un nuevo tipo de existencia en que la muerte ya no tiene más poder sobre él. Cristo no puede morir otra vez. Ahora vive para siempre. “Vivificado en espíritu” entonces significa que Cristo tiene una nueva vida en que la muerte ya no lo toca, no lo afecta, es vencedor sobre la muerte, pero también significa que esa nueva vida le fue conferida (en su humanidad) por el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo lo levantó de la tumba. Dice Romanos 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros…”

 

¿Cómo aplicamos este bello y profundo versículo a nuestras vidas hoy? ¿Cómo ayudó y fortaleció a los cristianos peregrinos del tiempo del apóstol Pedro que sufrían injustamente? De varias maneras.

 

En primerísimo lugar, recordemos que nuestro Salvador es uno que “no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Nuestro Señor Jesús es compasivo con nosotros porque él también experimentó nuestros sufrimientos, es más, experimentó el peor de todos los sufrimientos: la ira de Dios en contra del pecado. Esto significa que él nos entiende, y nos fortalece en medio del sufrimiento. En nuestro sufrimiento es cuando está más cerca de nosotros. Cuán diferente es nuestro Salvador a los salvadores de las religiones paganas. Sus dioses son dioses distantes, lejanos que viven en las alturas sin saber nada ni interesarse en el sufrimiento de sus seguidores. Pero nuestro Salvador incluso se identificó con nosotros al hacerse hombre, sufrir y morir.

 

Segundo, Cristo Jesús nos dejó ejemplo de que siempre debemos hacer el bien, siempre debemos vivir conforme a la voluntad de Dios aunque a veces sea muy difícil. Cristo Jesús es el justo por excelencia porque aun en medio del sufrimiento obedeció la voluntad de Dios. Sólo al recordar esto nos hará cristianos maduros y firmes en nuestras convicciones bíblicas. De otra manera, siempre seremos cristianos fluctuantes llevados de aquí para allá según las circunstancias.

 

Tercero, el sufrimiento y la muerte de Cristo tienen un valor infinito. Por esa razón, Cristo padeció una sola vez por los pecados. Esto es muy importante de recordar cuando estamos sufriendo de cualquier manera, ya que no sufrimos para ser salvos, no sufrimos como si nuestro sufrimiento tuviera valor salvífico o redentivo. De ser así, nadie se salvaría porque nosotros no sufrimos por ser justos, sino injustos. Nos ayuda porque sabemos que en el sufrimiento y muerte de Cristo todos nuestros pecados fueron pagados y borrados, que ya no estamos condenados, que nuestra salvación está segura en la obra perfecta de Cristo. Su padecimiento perfecto asegura nuestra salvación. Por otro lado, esto significa que el cristiano no tiene que hacer nada para completar o asegurar su salvación. No. Cristo la aseguró al grado que sólo tuvo que morir una vez, no muchas veces. Es un Salvador perfecto.

 

Cuarto, por medio de Cristo tenemos un acceso seguro al Padre. Muchos prometen llevarnos a Dios, pero todos ellos son charlatanes. El único que nos puede llevar a Dios es Jesucristo. No tenemos que buscar a otros mediadores humanos o angélicos. Si quieres llegar a Dios, ven a Jesús el único que te puede llevar a él.

 

Quinto, así como Cristo Jesús murió pero fue vivificado en espíritu, los cristianos también han muerto a la carne, es decir, a la vida de pecado y de rebelión en contra de los mandamientos de Dios para tener una nueva vida en Cristo. En Cristo somos una nueva creación. El Espíritu de Dios es quien también nos da esa nueva vida como se la dio a Jesucristo en su humanidad. Por ello, debemos vivir como nuevas personas, mostrando el amor de Dios a los que nos rodean.

 

Qué práctica, consoladora y fortalecedora es la epístola del apóstol Pedro. Si no fijamos nuestros ojos en Cristo, en cualquier momento caeríamos en el desaliento o en la apostasía. Pero cuando recordamos que el justo por excelencia sufrió y murió por mí, por ti y por mí indignos pecadores, entonces podemos enfrentar al mundo. Tal vez no vivamos siendo perseguidos por nuestra fe, y por ello debemos darle muchas gracias a Dios. Pero el rumbo que lleva este país es uno en que tal vez, más pronto que tarde, empecemos a ser perseguidos por creer en Jesús. ¿Qué nos sostendrá en pie? ¿Qué nos fortalecerá para no desmayar ante los sufrimientos? Solamente recordando quién es nuestro Señor y Salvador, y lo que hizo por nosotros. Solamente recordando su sufrimiento y muerte perfecta en beneficio nuestro. Adelante amados hermanos, no desmayemos ante las burlas e insultos de los demás. Pongamos nuestra mirada únicamente en el Justo que sufrió por nosotros para llevarnos a Dios, y asegurar así nuestra salvación eterna. Amén.