Cristianos peregrinos que gozan de la salvación del Dios Trino

1 Pedro 1:1-2

 

Rev. Valentín Alpuche

 

Introducción

¿Cómo puede el pueblo de Dios enfrentar y resistir el odio del mundo, y vivir de una manera digna del evangelio? La primera epístola de Pedro nos da una gran ayuda en este asunto. No debemos olvidar que cuando somos transformados por el Espíritu Santo para vivir en sumisión a la voluntad de Dios, el mundo nos odiará. El mundo es muy grande para que lo enfrentemos solos, necesitamos una ayuda más grande que el odio del mundo. Esta ayuda nos viene del Dios Trino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Veamos cómo el apóstol Pedro animó a los primeros cristianos con su primera epístola, y cómo nos ayuda a nosotros también.

 

Cuerpo del sermón

En primer lugar, Pedro escribió con la autoridad de Jesucristo, el Señor y Salvador de la iglesia. Inicia diciendo: Pedro, apóstol de Jesucristo. Nosotros sabemos que Cristo Jesús escogió a doce apóstoles para enviarlos, después de su ida al cielo, a predicar el evangelio a todas las naciones. Los evangelios, en diferentes partes, nos relatan que no fueron los apóstoles quienes decidieron seguir a Cristo, sino que Cristo los llamó, los eligió para que sean sus apóstoles. En el caso de Pedro, cuando Cristo lo llamó a ser apóstol, además de llamarlo y escogerlo, le puso un nuevo nombre. Simón, hijo de Jonás, recibió de Jesús el nombre de Cefas en arameo, que en griego es Pedro; ambas palabras significan piedra. De allí que a este apóstol se le conozca como Simón Pedro. Esto lo podemos leer en Juan 1:42: Y le trajo (Andrés su hermano) a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro). Todo esto hermanos confirma que Pedro escribió con la plena autoridad de Jesucristo, y lo hace de esta manera: el Señor Jesús, al igual que su Padre en el AT, es quien llama, da un nuevo nombre y envía a su iglesia al mundo con una misión específica. Así como Dios llamó a Abram y le puso un nuevo nombre, Abraham, Jesús también lo hizo con Pedro. Cuando Dios Padre llamaba y daba un nuevo nombre demostraba su plena autoridad sobre la persona que llamaba. Su nuevo nombre denotaba tanto la nueva identidad como la misión de la persona llamada. Y vemos que Jesús hace lo mismo con Pedro demostrando toda su autoridad como Dios mismo, al igual que su Padre. Así pues, cuando Pedro escribe como apóstol de Jesucristo, lo está haciendo en el nombre y con toda la autoridad de Jesucristo. Lo que los hermanos expatriados y peregrinos recibieron no fue meramente las palabras de Pedro, sino las palabras de Jesucristo por medio de Pedro.

 

Esto, obviamente, le da a la epístola de Pedro un carácter permanente en su vigencia, es decir, su mensaje es un mensaje que se aplica a los primeros cristianos del tiempo de Pedro, pero que también se aplica a todos los cristianos de todos los tiempos. Esta es la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 Pedro 1:23). Recibamos, pues, esta palabra con toda la autoridad apostólica de Pedro, que en realidad significa con la plena autoridad del Señor Jesucristo.

 

Pedro escribió su epístola alrededor del 60 después de Cristo. Y había pasado al menos 30 años desde que Cristo Jesús subió al cielo. Durante treinta años el Espíritu Santo había dirigido a su iglesia llevándolos siempre a la persona y a la obra de Jesucristo, el Hijo de Dios. Pedro escribió a los expatriados de la dispersión. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, debemos notar que esta descripción no es una descripción nueva del pueblo de Dios, sino que ha sido tomada por Pedro del Antiguo Testamento. Primero, los llama: expatriados, es decir, gente que vivía fuera de su patria, extranjeros, peregrinos, residentes que vivían en un país diferente al suyo. Muchos de nosotros podemos entender mejor que otros el concepto de vivir como extranjeros en un país a lado de los nativos. Pero no debemos pensar que Pedro solamente se refería a una residencia geográfica y política, como si sus destinatarios fuesen migrantes legales o ilegales en un determinado país. No, cuando usa este término de extranjeros o peregrinos hunde sus raíces en el Antiguo Testamento donde al pueblo de Dios se le describe también como un pueblo peregrino, residiendo en un país pero sin ser de ese país. Abraham se describe como extranjero y forastero en Génesis 23:4 al decir a los hijos de Het: Extranjero y forastero soy entre vosotros. Y Hebreos 11:8-13 nos dice otra vez que Abraham habitó como extranjero en la tierra prometida. Pero no solo de Abraham se dice esto, sino de todo el pueblo de Dios. Por eso Hebreos 11:13 dice: Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Ser peregrino en la Biblia es una confesión de fe hermanos. Es nuestra misma identidad, no algo accidental, sino que pertenece a nuestra esencia de cristianos.

 

El pueblo de Israel no solo fue extranjero y peregrino en Egipto y antes de entrar a la tierra prometida, sino que también después del exilio cuando fueron llevados a otras naciones, el pueblo de Dios siguió siendo extranjero y peregrino sobre la tierra. Nosotros no somos la excepción. El Nuevo Testamento aclara esta realidad cuando nos dice el apóstol Pablo en Filipenses 3:20: Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. ¿Y no dice el Señor Jesús que nosotros estamos en el mundo pero no somos del mundo? (Juan 17:14-16). Por eso, Pedro una y otra vez, como veremos más adelante, exhorta a los cristianos a no vivir como vive el mundo alrededor de ellos. Junto con el verdadero pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nosotros somos también extranjeros que vivimos en este mundo pero sabemos que no debemos considerarlo como nuestro destino final, como nuestro hogar eterno ni vivir como vive el mundo.

 

Esta identidad y continuidad del pueblo de Dios en el Nuevo Testamento con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento es reforzada por la otra palabra que usa el apóstol Pedro, y esa palabra es: dispersión o diáspora. Expatriados de la dispersión. Debido a que Pedro usa estos términos técnicos, por así decirlo, para referirse al pueblo judío en el Antiguo Testamento, muchos piensan que escribió su carta a los cristianos judíos solamente. Pero el cuerpo de la carta revela que aunque su carta iba dirigida a cristianos judíos, no iba dirigida a ellos exclusivamente, sino que incluía a cristianos gentiles también. ¿A qué dispersión o diáspora se refiere el apóstol? En primer lugar, a la dispersión o diáspora judía cuando el pueblo de Israel, por su desobediencia y rebelión a los mandamientos de Dios, fue conquistado por los asirios y babilonios, y llevados cautivos a otras naciones extranjeras. Al mismo tiempo, muchos huyeron a otras naciones, se dispersaron entre las naciones, quedando así exiliados o expatriados, residiendo en países extranjeros. A esta diáspora judía se referían los mismos judíos al discutir con Jesús en Juan 7:35 que dice: Mas los judíos dijeron entre sí: ¿A dónde se irá éste, que no le hallemos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos?

 

Pero ahora, Pedro aplica esta realidad de la dispersión del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento al pueblo de Dios en el Nuevo Testamento. Por lo cual vemos que hay una continuidad en el pueblo de Dios. En realidad, nunca ha habido dos pueblos de Dios, sino uno solo viviendo en diferentes tiempos y circunstancias. Hay una continuidad, entonces, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Pedro aplica la diáspora judía a los primeros cristianos cuando dice: a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Es decir, a todos los cristianos dispersos en esas regiones del mundo antiguo.

 

¿Cómo es que esos cristianos llegaron a esos lugares del imperio romano? Para empezar, debido a la diáspora judía del Antiguo Testamento, muchos judíos ya residían en esos lugares por muchísimos años, y muchos de ellos llegaron a aceptar el evangelio. Segundo, es bien interesante que en el Nuevo Testamento la diáspora cristiana no se originó por desobediencia y rebelión a los mandamientos de Dios, sino todo lo contrario. Leemos en Hechos 8:1 lo siguiente: Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. E inmediatamente después en el versículo 4: Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Vayamos ahora Hechos 11:19: Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Y después Santiago 1:1, que usa también un lenguaje del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, dice: Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud. Para este tiempo ya no existían las doce tribus de Israel en el mundo literalmente hablando. Por lo que Santiago, al igual que Pedro, usa la dispersión en un sentido espiritual, incluyendo a todos los cristianos, tanto judíos como gentiles.

 

Hermanos, sólo hay un pueblo de Dios, un pueblo extranjero y peregrino en la tierra que está dispersado por todo el mundo. Entre otras cosas, esa debe ser nuestra misión: como peregrinos en este mundo debemos marchar sembrando la Palabra de Dios a dondequiera que vayamos. Vivamos en este mundo, pero no siendo del mundo, sino recordando que nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos a nuestro Salvador Jesucristo.

 

Pedro continúa diciendo en el versículo 2: elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas. Estas palabras, hermanos, son muy significativas porque nos hacen ver el pleno significado de ser extranjeros y peregrinos en el mundo, y de estar dispersados en el mundo.

 

En primer lugar, el apóstol dice que todos esos cristianos que viven en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia son elegidos. Y una vez más, la elección de Dios no es un concepto solamente del Nuevo Testamento, sino que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, ya que, al igual que nosotros, también el pueblo de Israel es el pueblo elegido de Dios. Dice Deuteronomio 7:6-7: Porque tú eres un pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos. Esta misma realidad de la elección de Dios la leemos en Deuteronomio 14:2; 26:18-19, y especialmente en Isaías 43:20-21 donde Jehová Dios dice: Las fieras del campo me honrarán, los chacales y los pollos del avestruz; porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido. Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará. Junto con el pueblo de Israel, el pueblo de Dios es el pueblo elegido, escogido de Dios.

 

¡Qué maravilla que Dios Padre nos haya escogido! Así como el pueblo de Israel no se lo merecía, nosotros tampoco lo merecemos. Pero, ¿cuándo se efectuó nuestra elección? En muchas partes del Nuevo Testamento encontramos que fue en la eternidad misma. Pero un pasaje que lo aclara muy bien es Efesios 1:4 que dice hablando de Dios Padre: según nos escogió en él [en Cristo] antes de la fundación del mundo…Es decir, en la eternidad cuando todavía el tiempo no había sido creado. Dios Padre nos escogió o eligió en Cristo en la eternidad. Noten como Dios Padre siempre ha tenido a su Hijo eterno. Ellos en la eternidad determinaron salvarnos.

 

Pedro continúa diciendo: elegidos según la presciencia de Dios Padre. ¿Qué es la presciencia de Dios? Se refiere al conocimiento anticipado que Dios tiene de todas las cosas que van a suceder. Dios sabe todo lo que va a suceder antes que sucedan porque él es omnisciente. Pero la presciencia de Dios incluye más que eso. Dios no es como un chamán que dice lo que va a suceder, aunque no tiene ningún poder para hacer que las cosas cambien o sucedan de determinada manera. No. El conocimiento anticipado de Dios involucra la voluntad de Dios que determina todo lo que va a pasar, cuándo va a pasar y cómo va a pasar, y todo lo que ha determinado nada ni nadie lo puede cambiar o detener. Pero algo más que involucra la presciencia de Dios es que él es soberano en todo lo que decide, y no hay nada ni nadie fuera de sí mismo que lo influencie para que elija o escoja de una u otra manera. O sea que Dios no ve por anticipado que tú vas a creer y por eso te elige. Dios en su soberanía elige, escoge en la eternidad a su pueblo, independientemente de sus obras o acciones. Si así no fuera, Dios no sería soberano.

 

Esto lo vemos incluso en la muerte del Hijo de Dios, que no sucedió por casualidad ni Dios fue influenciado por las acciones de los judíos, sino que soberanamente planeó y determinó la muerte de Jesús. Dice Hechos 2:22-23 así, y el que está hablando es el mismo apóstol Pedro: Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole…Y en uno de los pasajes conocidos donde se describe el orden o cadena de la salvación, leemos que Dios ha predestinado para salvación a sus elegidos porque él ya los había conocido de antemano. Dice Romanos 8:29: Porque a los que antes conoció, también los predestinó… ¿Quién puede preconocer como Dios? Nadie aparte de él.

 

A esos cristianos que Pedro les escribe y que sufrían el odio del mundo romano, y de todas las demás religiones paganas, el apóstol les dice: en la eternidad misma Dios Padre ya los había elegido. Y si Dios Padre los eligió en la eternidad, entonces ellos son verdaderamente a través de Jesucristo, el Hijo de Dios, sus verdaderos hijos e hijas. Por eso es que Pedro habla aquí de Dios Padre porque por medio de su Hijo Jesús llegamos a ser sus hijos. El hecho de que Dios sea Padre no es un mero concepto, no es una mera abstracción, sino una realidad eterna de la cual nosotros también, por pura gracia y misericordia, llegamos a participar en el sentido de que recibimos los beneficios de su paternidad divina. Esto era algo que iba a fortalecer a los primeros cristianos para enfrentar y resistir el sufrimiento. Saber que nada ni nadie puede alterar nuestra elección es de gran consuelo hermanos. Por eso es que nada ni nadie nos podrán separar del amor de Dios Padre que es en Cristo Jesús, su Hijo.

 

¿Cómo es que esa elección divina y eterna se lleva a cabo en nuestras vidas, en el tiempo y en la historia que vivimos? Pedro lo dice así: en santificación del Espíritu. La palabra santificación denota la idea de purificación, de limpieza, de saneamiento, de ser lavados de la suciedad, en este caso de ser purificados, limpiados, lavados de pecado, de maldad, de rebelión, de odio hacia Dios y sus santos mandamientos. Esta es la idea que leemos también en 1 Tesalonicenses 4:7 que dice: Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Y también leemos en 2 Tesalonicenses 2:13 que el Espíritu Santo es quien nos santifica cuando dice: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad…

 

¿Cómo saber que alguien es elegido? ¿Realmente podemos saber quiénes son los elegidos? En base a este versículo podemos responder que sí, y la respuesta la encontramos en que los elegidos son los que han sido llamados por Dios y santificados por el Espíritu Santo, es decir, los que dan frutos dignos de arrepentimiento, que viven buscando la paz y la santidad sin la cual nadie verá al Señor. Por otro lado, sabemos que solamente Dios conoce el número perfecto de sus elegidos, pero él nos da este bello pasaje para nuestro consuelo, esperanza, fortaleza y edificación, ya que al ver a mis hermanos y hermanas viviendo en rectitud, puedo decir que junto con ellos somos elegidos de Dios. Dios Padre nos elije, Dios Espíritu Santo nos santifica, nos regenera, nos renueva como dice Pablo en Tito 3:5: nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.

 

Hermanos debido a que somos elegidos según el conocimiento anticipado de Dios Padre y debido a que somos santificados por el Espíritu Santo es que somos extranjeros y peregrinos en este mundo. Es la elección eterna de Dios la que nos constituye en expatriados y nos dispersa por el mundo para llevar el evangelio. No somos extranjeros por raza o nacionalidad, sino por elección de Dios Padre al santificarnos por su Espíritu Santo. Esa es nuestra identidad.

 

¿Con qué fin Dios Padre nos elige y el Espíritu Santo nos santifica? El apóstol Pedro lo dice de esta manera: para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo. La santificación del Espíritu tiene una meta específica, nos santifica para algo, nos limpia y purifica de pecado con la finalidad de obedecer. Esto quiere decir en primer lugar, que nosotros no podemos obedecer a Dios sin la ayuda del Espíritu Santo. Nadie puede venir a mí, dice Jesús, si el Padre no lo trajere. ¿Y cómo el Padre nos lleva a Jesús? Por medio de la obra santificadora y regeneradora del Espíritu Santo. Por eso, nadie puede obedecer el evangelio de la salvación si el Espíritu no lo santifica.

 

Junto con esta idea, debemos observar que la santificación del Espíritu de la cual habla el apóstol Pedro es una santificación permanente y constante. Somos santificados día a día por el Espíritu cuando obedecemos. En la elección que Dios hace de nosotros, no tenemos ninguna participación, tan solo somos recipientes de la elección de Dios; pero en nuestra santificación Dios nos pide que cooperemos, es decir, nos hace responsables de ser santos día a día. Por supuesto que debemos entender que la santificación es una obra del Espíritu Santo, pero en esa obra él nos capacita de tal manera que seamos responsables en buscar la santidad, en orar, en asistir a la iglesia, en fin, en obedecer los mandamientos de Dios. Pero, debe quedar claro, que sin la obra del Espíritu nosotros nada podemos hacer.

 

Así pues, somos santificados por el Espíritu para obedecer. Y en este contexto de Pedro esa obediencia se refiere principalmente a obedecer el evangelio de Jesucristo, de tal manera que por medio de la obra del Espíritu veamos la nueva vida que tenemos en Cristo y que nos constituye en elegidos de Dios, en extranjeros y peregrinos en el mundo, para ya no vivir más como el mundo, sino de acuerdo a la voluntad de Dios. Por eso Pedro dice en 1:14-17: como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. No somos santificados para vivir en pecado, porque los que han muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (Romanos 6:2).

 

Y hermanos, recuerden que el contexto de la primera epístola de Pedro es el sufrimiento. Los cristianos sufrían por su fe en Cristo, eran odiados y despreciados por la sociedad alrededor de ellos. Pues bien, en medio del sufrimiento ellos tenían que obedecer. ¿Cómo obedecer así en tales circunstancias? Solamente recordando que somos elegidos por Dios Padre y que hemos sido santificados por el Espíritu Santo. Sólo así.

 

Pero hay otro resultado de la santificación del Espíritu. Pedro dice: y ser rociados con la sangre de Jesucristo. Bien interesante el orden que Pedro nos da aquí de la obra de nuestra salvación. Primero que todo, Pedro quiere que veamos cómo las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo intervienen en nuestra salvación para salvarnos perfectamente. Dios Padre elige, Dios Espíritu Santo santifica, ¿y el Hijo, nuestro Señor Jesucristo? Dice Pedro: el Espíritu nos santifica para ser rociados con la sangre de Jesucristo. Hermanos, el contexto de esta expresión nuevamente lo tenemos en el Antiguo Testamento. En Éxodo 24:1-8 leemos que el pueblo se comprometió a obedecer a Dios y sus mandamientos.  Se ofrecieron sacrificios, y Moisés para sellar el compromiso de los israelitas tomó la sangre de los becerros y la roció sobre el pueblo. Dice Éxodo 24:8: Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas. Esa sangre de los becerros y corderos que fue rociada sobre el pueblo anunciaba de antemano, era figura de la sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado. Es más Hebreos 9 y 12 nos dicen que esa sangre del pacto apuntaba a la sangre de Cristo, la sangre de Cristo es la verdadera sangre del pacto por medio de la cual todos nuestros pecados son perdonados. Hebreos 9:22 dice que sin derramamiento de sangre no se hace remisión, es decir, no se quitan ni se perdonan los pecados. Y luego en Hebreos 12:24 se nos dice claramente que la sangre de Cristo es la sangre del pacto cuando dice: a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. Lo que Pedro, pues, está diciendo es que el Espíritu nos santifica, nos aparta del mundo y del pecado para ser rociados con la sangre de Cristo, es decir, para ser perdonados de todos nuestros pecados. Sin la sangre de Cristo no podemos ser santificados ni perdonados de nuestros pecados, porque la obra del Espíritu consiste principalmente en tomar lo que es de Cristo y aplicarlo a nuestras vidas. El Espíritu aplica la obra perfecta de Cristo, su sangre derramada en la cruz para perdonar todos nuestros pecados. Por eso 1 Juan 1:7 dice: pero sin andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.

 

El apóstol Pedro menciona a las tres personas de la trinidad sin ninguna explicación ulterior, ya que los primeros cristianos aceptaban esta bella doctrina que nos muestra cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo siendo personas divinas y distintas actúan para el bien de nuestra salvación. Es con esta obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que podemos enfrentar, al igual que los primeros cristianos, el odio y el sufrimiento que experimentamos en el mundo.

 

Y hermanos, esta realidad perfecta de nuestra salvación realizada por las tres personas de la trinidad tiene un efecto duradero, permanente, constante en nuestras vidas, de tal manera que es la fuente y sostén de nuestra salvación. Por eso Pedro culmina diciendo: Gracia y paz os sean multiplicadas. Este saludo típico de los escritores del Nuevo Testamento en este contexto adquiere un profundo significado, ya que la gracia de Dios, que es su amor y favor inmerecido por medio de la cual nos dio a su Hijo Jesucristo y envió al Espíritu Santo para que se quede con nosotros para siempre, no es una realidad estática o pasiva, sino activa, dinámica, siempre creciendo en nosotros porque Dios la hace crecer. Esa paz, resultado de la gracia salvadora de Dios en nuestras vidas, esa gracia y paz que podemos experimentar incluso en medio de los sufrimientos, Dios las hace abundar, multiplicar, crecer, incrementar día a día en nosotros. Por eso dice: os sean multiplicadas. Esta oración está en modo pasivo, es decir, no se menciona quién la hará multiplicar, pero sabemos que esa era una forma hebrea de hablar en la que los judíos sin mencionar al sujeto suponían a ese sujeto, y en este caso el sujeto de la oración, el que multiplica su gracia y paz en su iglesia es Dios mismo.

 

Concluyendo, al igual que los cristianos del primer siglo, la iglesia cristiana en todo el mundo, experimenta el odio y la maldad del mundo. Los verdaderos cristianos sufrimos de diferentes maneras en las manos del mundo sin Dios. Gracias a Dios nosotros todavía no llegamos al punto de la sangre en nuestro sufrimiento, pero otros cristianos si sufren hasta la muerte por su fe en Cristo. A ellos y a nosotros, esta salutación del apóstol Pedro nos consuela y fortalece. Nos recuerda que por elección, santificación y perdón de pecados nuestra salvación está segura en las manos del Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Por elección de Dios ahora somos extranjeros y peregrinos en este mundo. Nuestra responsabilidad es doble: primeramente hacia Dios quien nos salvó y nos llamó con un llamamiento santo para obedecerle en todas las cosas. Segundo, somos responsables de vivir como elegidos y peregrinos en la sociedad de nuestro alrededor. Amamos a Dios para vivir en este mundo una vida de obediencia, confiando plenamente en la sangre de Cristo que nos redime de todos nuestros pecados. Gloria al Padre quien nos eligió desde antes de la fundación del mundo, gloria al Espíritu Santo quien aplica en nuestros corazones la obra perfecta de Cristo para santificarnos y apartarnos del mundo para vivir para Dios, y gloria al Hijo quien derramó su sangre preciosa para perdonar todos nuestros pecados y pagar toda nuestra deuda. Solo así podremos enfrentar el sufrimiento que nos espera allá afuera. Solo así podremos levantar la mirada y recordar que este mundo no es nuestro hogar final, sino que vamos al país celestial donde Cristo mismo ha ido para prepararnos mansiones celestiales. Amén.