Imagen y semejanza de Dios

Génesis 1:26-28

 

Rev. Valentín Alpuche

 

Introducción

 

Hay personas que tienen una fascinación especial por construir cosas, como también por admirar las construcciones. El ser humano, a diferencia de los animales, puede construir muchas cosas y de muchas maneras. Su imaginación ni su capacidad de construir se agotan con crear un modelo, sino que siempre está ideando cosas nuevas qué construir y de qué manera construirlas. Uno puede quedar impresionado ante la construcción que realizan algunas aves y algunos insectos, ya sean abejas u hormigas. Pero ellos no pueden construir más que de una sola manera; en cambio el ser humano es una máquina constructora que siempre busca crear cosas nuevas. ¿De dónde le viene al ser humano esta capacidad y fascinación por construir y crear cosas nuevas? Como cristianos que creemos en la Biblia, la Palabra de Dios, confesamos que Dios creó al hombre con esta capacidad. De Dios le viene al hombre su competencia para la construcción de todas las cosas. En efecto, no hay otra criatura como el ser humano en toda la creación que lo iguale en construcciones. Es un privilegio que solamente el ser humano goza. Pero es un privilegio que no se lo ganó en base a su esfuerzo, sino que le es concedido por su Creador. Su Creador, el Dios de los cielos y de la tierra, es el constructor por excelencia, y como el hombre fue creado a su imagen y semejanza, entonces el hombre puede reflejar a Dios en este aspecto de la capacidad de construir y crear cosas nuevas.

 

La participación de “todo” el ser divino en la creación del hombre

 

A diferencia de la creación de todas las demás criaturas en la creación de Dios, observamos que cuando llega el sexto día en que Dios crea al ser humano, el enfoque de Dios, por así decirlo, cambia y revela un gran momento en su obra creadora. Se dice de los demás días de creación que “Dios dijo e hizo”. Pero cuando llega al momento de la creación del hombre, vemos un cambio no solamente en la expresión “Dios dijo” en singular al plural “hagamos”, sino en la deliberación de las personas divinas para crear al hombre. Es como si se hubiera convocado a una asamblea divina en la que se conversó, razonó, deliberó y se sacaron las mejores conclusiones para crear al hombre.

 

Veamos como lo presenta Génesis 1:26: “Entonces dijo Dios”. Esta es la primera oración en la creación del hombre, y nos llama la atención el hecho de que, al igual que en los otros días creativos, “Dios dijo” en singular. No hay cambio en este sentido. Dios dijo antes, y Dios dijo en el 26. Todo en singular, sólo una persona divina hablando y actuando. Pero la siguiente oración cambia del singular al plural, ya que dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Dos palabras indican que se está hablando en plural: “hagamos” y “nuestra” que se repite dos veces. Un verbo y un adjetivo/pronombre posesivo. ¿A qué se debe que del singular en que Dios habla como uno ahora Dios hable en plural como si hubiera alguien más con él? No podemos responder esta pregunta sino hasta que cada vez más vamos estudiando toda la revelación de Dios a lo largo de la Biblia, ya que a lo largo de ella se nos da más indicios de quién o quiénes podrían ser estas otras personas.

 

Por el momento es muy importante que no cerremos los ojos ni los oídos a este cambio del singular al plural. Está allí, no podemos evitarlo ni cambiarlo. Si lo hacemos, entonces estaremos quitando de la Palabra de Dios, lo cual está condenado (Apocalipsis 22:18-19). Pero muchos han tratado de responder a esta pregunta sin tomar en cuenta la totalidad de la Palabra de Dios, o haciendo caso omiso de otras partes de la Biblia que nos dicen prácticamente de quién se trata. Y la respuesta más común que se ha dado es que Dios estaba hablando con los ángeles antes de su estado caído en el pecado. Dios estaba hablando con ángeles. No importa con cuál ángel sino simplemente con los ángeles. No importa tampoco con cuántos sino que estaba hablando con ángeles. Bueno, el problema con esta solución falsa es que en toda la Biblia, tanto Antiguo como Nuevo Testamento, nunca vamos a encontrar que el hombre haya sido creado a la imagen y semejanza de los ángeles. En otras palabras, nosotros no somos imagen y semejanza de los ángeles. Somos imagen de Dios. De hecho, el siguiente versículo que es Génesis 1:27 explícitamente nos impide pensar que Dios estuviera hablando con los ángeles porque dice que el hombre es imagen y semejanza de Dios, no de los ángeles. Dice: “y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

 

Este versículo nos dice dos cosas claves en contra de afirmar que Dios estaba hablando con los ángeles cuando creó al hombre. Primero, usa el verbo “crear” tres veces, y las tres veces el sujeto del verbo es Dios mismo. No los ángeles. Dios es el creador, no los ángeles. Por eso no podemos decir que Dios estuviera hablando con ángeles en 1:26, porque allí se nos dice en plural “hagamos”, es decir, con quienquiera que Dios estuviera hablando participó en la creación del hombre. Pero el 27 tajantemente dice que fue solamente Dios quien creó al hombre. Segundo, este versículo nos dice con claridad dos veces que el hombre, varón y hembra, es la imagen “de Dios”, no la imagen de los ángeles. Moisés, el autor de Génesis, está al parecer muy interesado en decirle al pueblo de Israel (y a nosotros también) que la gloria del hombre consiste en ser imagen y semejanza de Dios, y no imagen de ninguna otra criatura, fuese lo que fuese.

 

Regresando a Génesis 1:26 leemos que Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Algo muy interesante que notar aquí, además de todo lo que ya hemos dicho, es que Dios no procede a crear al hombre con un “hágase” y listo. No. Antes de eso, Dios dialoga, delibera, platica con alguien más. Esto, creo, es un hecho transcendental porque indica que la creación del hombre involucró no solo el gran poder creativo de Dios, sino su misma sabiduría, su consejo, sus pensamientos por así decirlo. En todas las obras de Dios podemos ver su sabiduría y su poder, pero aquí en 1:26 los vemos de una manera muy especial, lo cual indica que Dios estaba a punto de crear lo más bello de su creación. Es como si hubiera dicho: ‘Bien, antes de crear al hombre, debemos platicar entre nosotros para saber de qué manera lo haremos’. Dios mismo deliberando para proceder a la creación del hombre. ¿No es esto ya importante en sí mismo? Dios mismo tomando su tiempo para crear al ser humano.

 

Si se da cuenta, Moisés menciona dos palabras que describen nuestro parecido con Dios: imagen y semejanza. Algunos creen que imagen es una cosa y semejanza es otra. Y así las cosas se complican porque los que así creen se pasan el tiempo tratando de descifrar qué es la imagen y qué es la semejanza. Pero según el contexto como también según la totalidad de la Palabra de Dios, y como también sabemos del estilo hebreo de escribir, imagen y semejanza se refieren a la misma cosa. Por ejemplo, Génesis 1:27 solamente dice recalcadamente que el hombre es imagen de Dios, no dice nada de que seamos semejanza de Dios. ¿Debemos llegar a la conclusión de que entonces no somos semejanza de Dios? Claro que no. ¿O tenía la intención Moisés de decir que somos solamente la imagen de Dios, y no su semejanza? Claro que no. En el estilo poético hebreo de escribir es muy común encontrar un recurso literario que se llama paralelismo, es decir, una forma de escribir compuesta de dos partes en que se expresa un mismo pensamiento diciéndolo de dos maneras. En la segunda parte o línea se dice lo mismo que en la primera, pero de una manera diferente. Por todo ello, podemos decir confiadamente que imagen y semejanza de Dios es la misma idea, y que semejanza remarca el hecho de que efectivamente la imagen consiste en ser semejante a Dios.

 

Ahora bien, la pregunta del millón de dólares es qué significa la imagen y semejanza de Dios. Sobre esto se ha gastado mucha tinta para decir en qué consiste. En base a los estudios de mentes brillantes de la iglesia guiados por el Espíritu Santo, respondamos a esta pregunta. Nuevamente, nosotros solo construimos sobre los hombres de gigantes. Lo primero que debemos decir es que imagen y semejanza no significa que seamos iguales a Dios. Ser igual a Dios es imposible de acuerdo a la Biblia y es más una idea pagana que cristiana o bíblica. Nadie puede ser igual a Dios. Escuchen cómo lo dice Isaías 46:5: “¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes?” Ninguna persona puede ser igual a Dios. Por ello, debemos quitar de nuestra mente que ser imagen de Dios significa ser igual a Dios. Segundo, ser imagen de algo o de alguien significa parecerse a alguien o a algo. Significa ser semejante, que se ve parecido a alguien más. Por ejemplo, cuando uno hace una copia de una identificación, aunque se parecen mucho pero no son iguales, es una copia que refleja al original. Cuando hago una copia o duplicado de mi llave, la copia es casi igual a la original, pero no es la misma, es una copia. Por esa razón, nosotros creemos que el hombre es imagen de Dios en el sentido de que refleja a Dios, se parece a Dios. No es igual a Dios, pero sí refleja a Dios. ¿Cómo lo refleja?

 

En base a Génesis 1:26 en la segunda parte encontramos una pista. Dice: “y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Aquí nos interesa por el momento el mandato “y señoree”, es decir, que ejerza dominio, gobierno, poder sobre la creación. Señorear es lo mismo que gobernar, dirigir, dominar, someter, etcétera. ¿De dónde aprendemos la idea original de señorear, de dominar, de gobernar? No la aprendemos del hombre mismo, sino de Dios. Es de Dios, quien es el Señor, el Gobernador, el Dominador por excelencia, que el hombre deriva su capacidad de hacer lo mismo. Así pues, en este mandato de dominio encontramos que el hombre se parece a Dios en el sentido de que así como Dios domina, el hombre también domina. La capacidad de dominio, pues, es un reflejo de Dios en su capacidad de rector, gobernador y dominador de toda su creación. ¿Cómo refleja el hombre a Dios? ¿En qué sentido el hombre es imagen y semejanza de Dios? Pues en base a nuestro breve análisis, podemos decir que en parte el hombre es imagen de Dios porque, al igual que Dios, el hombre domina y gobierna.

 

Esta semejanza en el aspecto del dominio o gobierno nos advierte en contra de la generalizada idea de que la imagen de Dios es una imagen física o corporal de Dios. Esto es incorrecto desde un principio. La imagen de Dios en el hombre no puede ser física o corporal debido a que Dios “es espíritu” (Juan 4:24). Dios no tiene cuerpo como nosotros. Si Dios creó el cuerpo, significa que él no es corporal; lo corpóreo es una característica de la creación, no de Dios.

 

Por otro lado, esto sugiere la idea de que la imagen y semejanza de Dios consiste en ciertos aspectos que atañen al lado espiritual, moral y racional del ser humano. Es decir, aunque la imagen de Dios en el hombre no es física o corporal, pero sí es real. Pertenece al ámbito no corpóreo. Esto suena un poco abstracto, pero ya lo probamos inicialmente con el hecho de que el hombre refleja a Dios en su capacidad de dominio y gobierno. Dios gobierna, también el hombre. Pero claro que somos imagen, copia, no el original. Por tanto, nuestra capacidad de cualquier cosa que se refiera a la imagen de Dios siempre será a un nivel creacional, de criatura, de finitud, de limitación, y esto es así porque no somos Dios.

 

Otros pasajes que nos ayudan a entender un poco más la imagen de Dios los encontramos a lo largo del Antiguo Testamento como también del Nuevo. Tenemos que ser muy selectivos, no porque escojamos los que más nos convienen, sino debido a la multitud de ellos. Tal vez usted recuerde el famoso pasaje de Isaías que dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (55:8). Lo que nos interesa aquí respecto a nuestro tema es el hecho de que Dios dice que tiene pensamientos, pero no sólo eso, sino que además afirma que el hombre también tiene pensamientos. Pero a su vez hace una diferencia entre los pensamientos de uno y otro. Mis pensamientos, dice, no son los suyos, son diferentes. Y después en el versículo 9 explica la inmensa diferencia entre ambos. Pero coincide el pasaje en que tanto Dios y el hombre tienen pensamientos. El orden de la Escritura nos permite suponer sin lugar a dudas que los pensamientos de Dios son primero, los del hombre segundo. Los pensamientos de Dios son santos, no los del hombre. Los de Dios son perfectos, no los del hombre. Pero, a pesar de todo, el hombre se parece a Dios por el hecho de que también razona, piensa. Por ello, es correcto decir que la imagen de Dios consiste también en que el hombre razona, piensa, desarrolla ideas y pensamientos como Dios. Nunca al mismo nivel de Dios, por supuesto. Y así podríamos expandir nuestra base de datos que nos habla de la imagen de Dios en el hombre en toda la Escritura, y llegaremos a la conclusión de que el hombre, hombre y mujer, son y portan la imagen de Dios en todo su ser.

 

Pero en la historia de la doctrina, y en este caso de la doctrina cristiana y reformada, se ha desarrollado un concepto interesante de la imagen de Dios, un concepto doble en el que se habla de la imagen de Dios desde dos ángulos o dimensiones. Se habla de la imagen de Dios en el sentido general o comprensivo, que se refiere a lo que acabamos de explicar brevemente en el párrafo anterior. Pero también se habla de la imagen de Dios en su sentido particular o especial, es decir, de la imagen de Dios en su sentido central, nuclear, o fundamental que conforma el núcleo o centro de la imagen de Dios. Y para ello se recurre a dos pasajes del Nuevo Testamento.

 

El primero es Efesios 4:24 que hablando de la nueva vida en Cristo exhorta a los efesios a despojarse del viejo hombre, es decir, de su vida anterior sin Dios, de su naturaleza pecaminosa que los llevaba a vivir una vida sumida en los vicios pecaminosos para renovarse en el espíritu de su mente, ser nuevas personas que sirvan a Dios, y después dice de una manera muy interesante: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Aquí se habla de vestirse de un nuevo hombre que fue creado por Dios. Estas palabras son interesantes porque este nuevo hombre fue creado por Dios. Y fue creado por Dios en la justicia y santidad de la verdad. Es decir, justo y santo siguiendo siempre la verdad de Dios. ¿De quién se puede decir que fue creado así? Solo de Adán en su estado antes de la caída en el pecado. ¿Cómo es que podemos recuperar ese estado de justicia y santidad? Solamente en la persona de Cristo quien es el segundo y perfecto Adán. Así pues, de este pasaje se colige que la imagen de Dios en su sentido especial o particular incluía la justicia y la santidad.

 

De Efesios 4:24 podemos pasar a Colosenses 3:10. Allí leemos casi las mismas ideas de Pablo en Efesios. Bueno Pablo escribe en ambos pasajes, y dice así: “y revestidos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Una vez más se habla del nuevo hombre, y de que fue creado a la imagen de alguien, y ese alguien es Dios. Dice que este nuevo hombre, esta nueva humanidad que tenemos en Cristo se va renovando hasta alcanzar el conocimiento pleno. Así pues, podemos decir que Adán al ser creado fue creado con pleno conocimiento de Dios y de su voluntad. En base a este pasaje, la imagen de Dios en su sentido particular o especial se complementa con el pasaje de Efesios, para agregar el conocimiento. Por ello, el hombre fue creado a la imagen de Dios que especialmente (no exclusivamente) consistía de: justicia, santidad y conocimiento.

 

Regresando a nuestro pasaje de Génesis 1:26 podemos decir que la imagen de Dios consiste al menos en la capacidad que el hombre tiene, al igual que Dios, de ejercer dominio sobre la creación. Esta capacidad de dominio, o este mandato de dominio, o mandato cultural (como se le suele llamar en la teología reformada) queda confirmado por el Salmo 8. Dice en el versículo 5-8 así: “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies; ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar”. Impresionante la concesión que Dios le hace al hombre de señorear o dominar, o ejercer dominio sobre toda su creación. A veces no captamos la fuerza de este mandato de dominio en Génesis y por ello ha habido mucho mal entendimiento acerca del deber del pueblo de Dios con respecto a la cultura, a la ciencia, a la tecnología, etcétera.

 

Muchos cristianos promueven alejarse de estudiar la creación de Dios, de abstenerse de desarrollar cosas nuevas para el bien de la humanidad siempre y cuando no contradigan a la Palabra de Dios, pensando que esa labor es pecaminosa en sí misma, y no puede ser del interés de los cristianos. Pero no es así, según Génesis 1:26 y 28, y el Salmo 8, y muchos otros pasajes más de la Biblia, el hombre y mujer cristianos de hecho, son los que con la luz del santo evangelio debieran desarrollar, ejercer dominio sobre la creación para sacar todas las grandes potencialidades que en ella ha puesto el Creador. Ejercer dominio no es destruir la creación, sino estudiarla, conocerla, y así positivamente explotar todos sus recursos para el bien de la humanidad.

 

Este mandato de dominio sobre la creación queda reforzado en Génesis 1:28 que dice: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Observen aquí un orden en cuanto a las palabras de Dios al hombre. Primero los bendice, y después les da un doble mandato. ¡Qué gran enseñanza tenemos aquí! Toda nuestra labor en la tierra no podrá agradar a Dios ni podrá prosperar sin la previa bendición de Dios. Proverbios 10:22 dice: “La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella”. Pero luego viene el doble mandato de Dios al hombre.

 

La primera parte del mandato dice: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra…” Palabras muy significativas. Fructificad y multiplicaos sugieren la idea de que el hombre mismo, Adán y Eva, debían ser fructíferos. ¿Fructíferos en qué? En todas sus labores al cuidar y ejercer dominio sobre la creación. Pero particularmente comunica la idea de tener descendientes, de tener hijos e hijas. Desde el principio de la creación tener hijos e hijas es parte de la bendición de Dios y de su mandato original. Observen con cuidado que este mandato es previo a la caída en el pecado, es decir, Dios lo dio antes de que el pecado entrara al mundo. Por ello el tener hijos no es resultado del pecado, sino de la primigenia y original bendición y mandato de Dios.

 

Que esto es cierto lo sugiere la siguiente palabra que dice: multiplicaos. ¿De qué otra forma Adán y Eva se iban a multiplicar, a reproducir, a crecer en número? Pues teniendo hijos. ¿De qué otra forma ellos iban a llenar la tierra? Pues teniendo hijos. Todo esto es para clarificar que tener hijos es parte de la bendición y mandato de Dios. Por eso que el Salmo 127:3-5 dice: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta”. El salmista había leído Génesis 1:28 y por eso habla en estos términos tan altos de tener hijos. Es una bendición tener hijos. ¿Acaso nuestro Señor Jesucristo pensó de manera diferente sobre los niños? Claro que no, todo lo contrario él los abrazó, puso su mano sobre ellos y los bendijo. Y dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Marcos 10:13-16).

 

Este es el fundamento, además de otras partes de la Escritura, para una perspectiva cristiana de los hijos. En ninguna parte de la Biblia encontramos que se ridiculice a los que tienen muchos hijos. En ninguna parte de la Biblia vamos a encontrar que se desanime a los padres a tener hijos. En ninguna parte de la Biblia encontramos que los hijos sean una carga para los padres. Todas estas ideas negativas son más bien nuestras ideas influenciadas por nuestro pecado y por la cultura pagana a nuestro alrededor. Es triste pero muchísimos cristianos le hacen más caso a la televisión, a los artistas, a los médicos que se burlan del evangelio, que a Dios mismo en su santa Palabra.

 

El encargo de multiplicarse no fue dado a Adán y Eva exclusivamente sino como representantes de toda la humanidad, es decir, es dado a cada uno de nosotros según las circunstancias en que vivimos nos lo permitan. Si eres estéril o tienes alguna enfermedad que no te permite tener hijos, no estás violando el mandamiento. Este mandamiento es para todos como parte de la humanidad, particularmente como parte del pueblo de Dios. Aquí debemos acotar que el tener hijos debe hacerse con gran responsabilidad, sabiendo que de ellos y de nuestra paternidad y maternidad daremos cuenta a Dios. No se trata de tener muchos hijos por tener muchos hijos. Con este mandato encontramos muchos más en las Escrituras que nos hablan de instruirlos en el temor de Dios, de proveer para todas sus necesidad, de enseñarles a servir a Dios y a su iglesia, de tal manera que los hijos que Dios nos dé sean portadores del evangelio que aporten a la sociedad en que vivimos para el bien de ella, pero especialmente para servir, honrar y glorificar a Dios, su Creador.

 

¡Qué gran privilegio, pero también qué gran responsabilidad implica ser la imagen de Dios! Vivamos como tales, recordando que ser la imagen de Dios implica representar a Dios en la tierra y trabajar como sus subordinados en la tierra, como sus vicegerentes en la tierra, como administradores de la buena creación de Dios.

 

Por otro lado, el ser humano es la imagen de Dios, es portador de la imagen de Dios, y la lleva dondequiera que va porque él o ella es la imagen de Dios. Esta realidad no ha cambiado, aunque esta imagen de Dios haya sido contaminada y distorsionada por el pecado. Aún a pesar de nuestro pecado, todavía somos imagen de Dios. Pero esta imagen distorsionada es recuperada, renovada, restaurada solamente a través de nuestro Señor Jesucristo. En Cristo recuperamos la imagen de Dios porque él es la imagen misma de Dios, el resplandor de la gloria de Dios. Aparte de Cristo la imagen de Dios queda siempre hundida en el pecado, en unión con Cristo la imagen de Dios es elevada hasta su máximo potencial. Por ello es que Pablo nos dice en Romanos 8:29 que hemos sido predestinados para que fuésemos “hechos conformes a la imagen de su Hijo”.

 

Este maravilloso tema de la imagen de Dios es una seria advertencia para que los cristianos no hagamos ninguna imagen de Dios ni mucho menos para que lo adoremos. Dios no puede ser representado, sino solamente en la forma que él mismo lo ha permitido: nosotros siendo su imagen en la tierra. Nosotros representamos a Dios en la tierra y debemos vivir de una manera que Dios quede bien representado por medio de nuestras vidas. Las imágenes de Dios quedan completamente prohibidas por él en toda su santa Palabra. Pero también este tema nos advierte con toda seriedad en contra de hacer imágenes de hombres, mujeres, animales, o cualquier otra cosa con el fin de adorarlas, o venerarlas como si fueran divinas, o de orar a Dios por medio de ellas. Dios, por medio de Moisés, le estaba diciendo a los hijos de Israel rumbo a la tierra prometida: cada uno de ustedes son la imagen de Dios, por ello como tales deben honrar y glorificar a Dios con sus vidas, y no deben, no tienen por qué hacer imágenes de ninguna otra clase para adorarlas y servirles. Eso sería degenerar y pisotear la imagen de Dios que nosotros mismos portamos.

 

La imagen de Dios nos recuerda que el Dios todopoderoso es el supremo Rey y Gobernador del mundo, y nos ha puesto a nosotros para representarlo en el mundo. Somos sus virreyes, y por ello debemos laborar con la meta de traer honor, honra y gloria al gran Rey.

 

Aprendamos de la misma Biblia a razonar como Dios quiere; no dejemos que el mundo con sus programas televisivos, radiales, las redes sociales, etcétera, atrapen nuestra mente, y después imbuidos de todas esas ideas anti-bíblicas, vengamos a la Biblia para interpretarla incorrectamente.

 

Gloria a Dios por habernos creado a su imagen y semejanza. Amén.