Otra simiente

Génesis 4:25-26

Rev. Valentín Alpuche

Introducción

Génesis 1 y 2 nos describen la poderosísima obra de la creación que Dios hizo. Paso a paso el relato nos indica cómo Dios creó todas las cosas de tal manera que todo fungiera para el bienestar del ser humano. Génesis 3 nos relata la trágica caída del ser humano en el pecado, y como consecuencia es expulsado del paraíso. Y Génesis 4 introduce las trágicas consecuencias del pecado. Está allí para recordarnos que no tiene que pasar mucho tiempo para que el pecado empiece a surtir sus efectos devastadores. Con Lamec el capítulo 4 llega como a un clímax en la manifestación del pecado y del orgullo humano. Pero es tan solo el comienzo de otros relatos en los que el hombre pecador actúa en rebelión a Dios y dañando a los que están a su alrededor.

Cuerpo del sermón

Nuestro pasaje se encuentra en medio de relatos que describen la progresiva rebelión del hombre en contra de Dios como su ahondamiento en la iniquidad, a tal grado que en Génesis 7 Dios destruye a toda la humanidad debido a la violencia y maldad que existía en la tierra. Pero al mismo tiempo hermanos, si leemos con cuidado vamos a encontrar que Génesis 4:25-26 es, como dije, un relato entre otros más, es decir, es un relato de temor a Dios, un relato en que el pueblo de Dios es preservado de la degeneración en su alrededor, mostrándonos así que aun en medio de la expresión más funesta del pecado, la gracia de Dios sobreabunda para el pueblo de Dios y lo preserva del poder del pecado. Es un pasaje junto con otros que nos habla de la presencia del pueblo de Dios en medio de la maldad.

Por ejemplo, Génesis 5:24 dice: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. Es decir, en medio de tanta maldad y violencia, Enoc desarrolló un estilo de vida agradable delante de Dios. Y Dios en su misericordia se lo llevó, lo sacó de un mundo hundido en el pecado. Luego Génesis 5:28-29 dice: “Vivió Lamec ciento ochenta y dos años y engendró un hijo; y llamó su nombre Noé, diciendo: Éste nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo”. Es decir, Lamec (no el Lamec del capítulo 4) era un padre que recordaba la promesa de Dios como la maldición de Dios, y por una obra especial de Dios en su vida percibe que Noé, su hijo, será usado por Dios para traer alivio y consuelo. Y luego Génesis 6:8 dice: “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”. Es decir, en medio de la abundante maldad en la tierra, Noé y su familia vivían en el temor de Dios.

Siempre ha sido así: en medio de toda la perversión que hay en el mundo, allí tiene Dios a su pueblo fiel y obediente. Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia de Dios (Romanos 5:20-21).

Nuestro pasaje dice: “Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín”. Lo primero que nos llama la atención de este versículo es su parecido con Génesis 4:1: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón”. En ambos versículos podemos encontrar que Eva recordaba la promesa de Dios de Génesis 3:15 en que de ella iba a nacer una simiente, un descendiente, un hijo por medio de quien Dios destruiría al diablo. Por eso ella dice primero: he adquirido varón, y luego en 4:25: Porque Dios me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel.

En segundo lugar, es importante observar la persistente fe de Eva, como la de Adán también, aunque no se mencione explícitamente. Eva era una mujer de fe. Que era una mujer de fe se ve por el hecho de que cuando tuvo a Caín creía que él iba a ser aquella simiente de la cual Dios habló. ¡Pero qué gran decepción se llevó! De quien creía que sería la simiente que destruiría al diablo, resultó ser el asesino de Abel, otro hijo piadoso y de fe. Piensen en ello. No lo pasen por alto a la ligera. Saber que tu hijo es asesino de tu otro hijo es una calamidad que solamente se puede sobrellevar teniendo fe en el Dios todopoderoso y en su promesa. Por eso cuando en Génesis 4:25 leemos que Eva dijo: “Porque Dios me sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín” vemos la fe de Eva que lucha para sobreponerse a la tragedia de asesinato en su propia familia. Noten bien: ella no ha olvidado ni a Caín ni a Abel, ni la forma en que murió Abel. Yo creo que nunca lo olvidó. ¿¡Cómo olvidar semejante cosa!?

Pero en medio de su profundo dolor, Eva recobró fuerzas ya que confiesa su fe en la promesa de Dios otra vez cuando dice que Dios le había dado otro hijo, otra simiente, otro descendiente. ¿Cómo reponerse de tan grande tragedia familiar y de tan profundo dolor al perder no a uno sino a dos de sus hijos a la vez? Solamente teniendo fe en la promesa salvadora de Dios. Sólo así. ¿Cómo tener deseos de tener otro bebé recordando la forma en que perdiste a dos de tus hijos? ¡Sabiendo que uno de tus hijos fue asesinado por otro de tus hijos! Solamente confiando en la promesa de Dios.

Algo más que realza la fe de Eva, como de Adán también, en la promesa de Dios es que Eva le pone un nombre significativo a su hijo. Set significa designado, señalado, nombrado, sustituto. Es decir, efectivamente Eva creía de corazón que éste era el hijo designado por Dios por medio del cual Dios iba a empezar a cumplir su propósito de redención y salvación. Recuerden que los nombres en la Biblia dejan ver la fe de los padres, también el carácter de la persona, y especialmente la misión que a través de esa persona Dios va a realizar. Todo eso estaba involucrado en la acción de ponerle nombre a alguien en la Biblia.

Una de muchas preguntas que surgen en cuanto a la familia de Adán y Eva es si ellos tuvieron otros hijos e hijas aparte de Caín y Abel. Lo más probable es que sí. Decimos que sí porque cuando Caín mata a Abel, ellos ya eran adultos que trabajaban en sus respectivas labores: uno como pastor de ovejas, el otro como labrador de la tierra. Además, cuando Dios maldice a Caín, lo aleja de su familia para ser errante y extranjero. Solo un adulto puede sobrevivir a un exilio de esa naturaleza, solo un adulto puede enfrentar una vida así para cuidarse a sí mismo como para conseguir su propio alimento, etcétera. Otro dato que nos ayuda a entender que Caín y Abel ya eran adultos, y que sus padres sí tuvieron otros hijos, es el hecho de que Caín se casó y tuvo hijos. ¿Con quién se casó? Pues con una de sus hermanas.

Pero decimos todo esto para enfatizar aún más la fe de Adán y Eva, ya que de todos los demás hijos que ellos tuvieron, Eva no podía decir: este es el hijo que Dios prometió para derrotar a Satanás. Los comentaristas, como Juan Calvino y otros, piensan que en la misma familia de Adán y Eva había división: unos sí confiaban en el Dios de la promesa, otros perdieron la fe. ¡Qué triste es cuando vemos a nuestros hijos abandonar la fe! Hay padres que se desaniman tanto que también abandonan la fe. Pero Adán y Eva no perdieron la fe. No quiere decir que no lucharon contra la falta de fe, contra su propio pecado; es muy probable que muchas veces dudaron de la promesa de Dios, de que en vez de ver que la promesa se cumpliera, todo giraba en contra del cumplimiento de la promesa. Y lo mismo puede decirse de otros grandes personajes de la Biblia como Abraham y Sara, como Isaac, como Jacob, como José, etcétera. La vida en general es una lucha de fe, la lucha de la fe. Pero no debemos olvidar quién es el autor de la fe ni sus promesas que nos ha dado. Debemos fijar nuestros ojos en Dios y no en las circunstancias a nuestro alrededor. Como dice el apóstol Pablo en Colosenses 3:1-2: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en la cosas de arriba, no en las de la tierra”. Y las cosas de la tierra no se refieren solamente a las tentaciones que el mundo ofrece sino también a nuestros propios problemas familiares que afectan profundamente nuestra vida. Mira a Cristo, siempre mira a Cristo, confía en las promesas de Dios ya que en Cristo todas sus promesas, dice Pablo en 2 Corintios 1:20, son “Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”.

Los inicios, los comienzos casi siempre son pequeños. Generalmente cuando alguien empieza algún proyecto a lo grande, queda decepcionado. La regla de la vida es que para cualquier negocio o proyecto uno debe empezar por el principio no por el final. No quieras triunfar cuando ni siquiera has peleado la batalla. Esto es especialmente cierto en relación al crecimiento del pueblo de Dios. A los ojos del mundo, y tristemente a los ojos de otras iglesias, los pequeños comienzos de iglesias que aman a Dios, son menospreciados. Quieren ver a cientos o miles de personas desde el primer día que inician una nueva misión. Pero este pasaje de Génesis 4:25-26 nos enseña que debemos confiar en la promesa de Dios para el inicio y crecimiento del pueblo de Dios. Dios generalmente usa a un grupo pequeño, a una familia, para que de esa familia construya poco a poco su iglesia.

Esto es lo que podemos aprender del siguiente versículo. Génesis 4:26: “Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós”. Esta primera parte del versículo 26 es muy interesante porque, en primer lugar, observamos que con Set se inició la línea del pueblo de Dios, de los temerosos de Dios, de los elegidos de Dios, por medio de quienes la promesa se iba a cumplir. Set un hombre piadoso y temeroso de Dios formó su propia familia a quien le enseñó los principios de vivir para Dios en medio de un mundo malo. Dios lo bendice de una manera especial dándole también un hijo. Por eso el versículo 26 es enfático cuando dice: “Y a Set también le nació un hijo”. Dios en su misericordia bendice a las familias de los temerosos de Dios, al grado que no solamente salva a un individuo, sino que a través de él toda su familia recibe también la bendición de Dios. Así como el mundo formaba sus propias familias para vivir en la iniquidad, Dios bendice a su pueblo para formar familias enteras que le sirvan.

Pero empezó con Set, y siguió esa línea con Enós. La línea del pueblo de Dios, la línea de aquellos que se someten a la voluntad de Dios aún en medio de la rebelión, la desobediencia y la maldad del mundo de alrededor. Pero otra cosa importante es que con la familia de Set y Enós empieza una comunidad, una cultura cristiana, es decir, el pueblo de Dios empieza viviendo y desarrollando un estilo de vida en medio de la sociedad que odia a Dios. ¿Cómo podemos afirmar esto? Debido a que Set nombra a su hijo Enós que significa hombre, pero también debilidad y fragilidad. Es un nombre que indica que Set, a diferencia de la línea de Caín y sus descendientes, no fue hombre que enseñó a su familia vivir de una manera arrogante y orgullosa, desafiando a Dios y dañando al prójimo. No, Set comprendió la fragilidad del ser humano frente a Dios, y sabe que para vivir en un mundo de maldad, ellos tenían que aprender a vivir confiando en Dios. Ellos saben que necesitan a Dios.

¿Recuerdan las palabras de Jesús en Juan 16:33? Jesús dice: “Estas cosas he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Solamente reconociendo nuestra impotencia y al mismo tiempo nuestra necesidad de Dios, es que podemos vencer al mundo. Solamente con Jesús nuestro Señor y Salvador es que podemos vencer al mundo. Set aprendió esto muy bien, y al llamar a su hijo Enós estaba confesando su necesidad de Dios.

Pero todo este estilo de vida, de conducta y de entendimiento de Dios y del ser humano se manifiesta de una manera práctica en la segunda parte de Génesis 4:26 que dice: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. Adán y Eva confiaron en la promesa de Dios y educaron a sus hijos en el temor de Dios. Set, por la gracia de Dios, confió en la promesa de Dios y vivió esperando el cumplimiento de esa promesa. Ahora Set instruye a su familia en el temor de Dios también, y su hijo Enós es prueba de ello. Adán y Eva, Set, Enós, y ahora Génesis 4:26 nos dice que los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová, es decir, un grupo de familias, una sociedad piadosa y temerosa de Dios. Ellos, al ver alrededor comprendieron que no podían vivir aislados unos de otros, que no podían vivir su fe en su casa solamente aparte de los demás hijos e hijas de Dios, sino que comprendieron que tenían que unirse, que tenían que formar una sociedad, una iglesia, un cuerpo de creyentes que confesaran la misma fe, la misma esperanza, la misma promesa.

Y entonces, dice el texto, ellos comenzaron a invocar el nombre de Jehová. Es decir, ante una sociedad que públicamente confiaba en sí misma, que públicamente invocaba su propio poder y su orgullo, que se exaltaba en sus logros y obras, vemos a otra sociedad que públicamente también se une para adorar a Dios en comunidad. Este es el inicio formal, por así decirlo, de la iglesia como un cuerpo de hombres y mujeres, de padres e hijos, de familias enteras adorando a Dios de una manera pública en el mundo.

Invocar el nombre de Jehová involucra muchas cosas, involucra adorarlo, involucra confiar plenamente en Él para ser salvos, involucra refugiarse en el poder de Dios para vivir en medio de una sociedad malvada que odia a Dios y odia a su iglesia. Significa que la iglesia públicamente confiesa que “nuestro refugio es el Dios de Jacob” (Salmo 46:7, 11). Significa que la iglesia confiesa que en sí misma y por sí misma no puede sobrevivir en el mundo, que sus obras de justicia no son suficientes para ser salvos y complacer a Dios. Significa que reconocemos nuestra insuficiencia para salvarnos como también la suficiencia de Dios para salvarnos y protegernos.

Finalmente, por medio de la línea de Set, Enós, Noé y un gran número más de nombres, Dios estaba preparando la llegada de la verdadera simiente, del verdadero descendiente, del verdadero hijo que iba a destruir a la serpiente antigua, a Satanás. Set, Enós, Noé fueron tan solamente sombras, tipos, figuras que apuntaban de antemano al Hijo por excelencia de la mujer que triunfaría para siempre sobre Satanás y el mundo de pecado. De Set un día nacería nuestro Señor Jesucristo, el que iba a pisar y aplastar y destruir al diablo para librarnos de todo el poder del diablo y perdonar todos nuestros pecados. Es en Él que nosotros también confiamos. Es en Él que nosotros también nos refugiamos porque Él es quien ha vencido al mundo.

¿En qué nos ayuda a nosotros Génesis 4:25-26? De muchas maneras. Primero, al igual que Adán y Eva, debemos aprender a vivir confiando en Dios, en sus promesas, en medio de un mundo malo. No hay otra manera de sobrevivir como cristianos si no confiamos en las promesas de Dios. El mundo en que vivimos hoy no es mundo bueno, las cosas que prohíbe la Palabra de Dios son las mismas que están siendo aprobadas como buenas por la sociedad. Si confiamos en nuestra propia sabiduría o capacidad para vivir como cristianos, fracasaremos. Vivamos confiando en Dios.

Segundo, Eva reconoció a Dios como el que estaba actuando en medio de todos los problemas de su familia. Dios para ella tenía la prominencia en su vida. Por eso dijo cuando nació Set: “Porque Dios me ha sustituido otro hijo”. Así es, nosotros también debemos no solamente creer en Dios, no solamente confiar en Él, sino reconocer que Él es lo más importante y saber que en medio de todas nuestras luchas, Él está actuando para nuestro bien.

Tercero, Dios bendice la fidelidad de su pueblo. A veces parece que nuestro trabajo en el Señor es en vano, o que hemos esperado mucho tiempo y no vemos resultado alguno. Pero recordemos que Dios siempre es fiel a sus promesas. Dios bendijo la familia de Adán y Eva con un hijo piadoso y fiel a Dios. Y de Set nacieron otros hijos que a su vez formaron sus propias familias para adorar a Dios y vivir un estilo de vida agradable a Dios y diferente al estilo de vida del mundo. La bendición de Dios no es solamente personal, sino familiar, y no solamente por una generación sino por todas las generaciones, como dice Moisés en el segundo mandamiento, “hasta mil generaciones”.

Cuarto, los verdaderos hijos e hijas de Dios nunca van a vivir una fe aparte del pueblo de Dios, aparte de la iglesia de Dios, sino que al igual que los descendientes piadosos de Adán y Eva, se unirán, se congregarán y adorarán a Dios como el pueblo de Dios, como la iglesia de Dios.

Quinto, la fe en Dios, la fe en sus promesas, la fe de los cristianos, como aprendemos desde el principio mismo de la iglesia, no puede esconderse y practicarse en secreto, sino que es una fe que impulsa al pueblo de Dios a vivirla públicamente. Los primeros temerosos de Dios que pertenecían a la línea de Set invocaron públicamente el nombre de Dios, y de esa manera pública confesaban su fe en Dios, confesaban que su protector era Dios, y especialmente establecieron un estilo de vida diferente al estilo de vida pagano a su alrededor.

Sexto, y último, de la línea de Set nació el Salvador, la simiente santa, el descendiente por excelencia que destruyó el poder del diablo. A esa línea de fieles a Dios pertenecemos si estamos en unión con Cristo, y si estamos en unión con Cristo tenemos segura la victoria también sobre el diablo y el mundo. Todos los descendientes de Set, los que verdaderamente confiaban en la promesa del evangelio, de una simiente santa que les daría salvación, miraban con esperanza la llegada de ese Salvador, y aunque nunca lo vieron con sus ojos, aunque no llegó en su tiempo, sin embargo, nunca perdieron la esperanza. Nosotros, a diferencia de ellos, vivimos después de Cristo, es decir, vivimos en el tiempo en que esa promesa primera, la promesa del Redentor se ha cumplido. Cristo Jesús ha venido y nos ha dado vida por medio de su muerte. ¿Acaso no debemos vivir confiando en su obra perfecta, invocando su nombre, viviendo de una manera diferente al mundo, e instruyendo a nuestras familias en el temor de Dios? Dios nos ayude para que así lo hagamos. Amén.