Pero vosotros, amados,…

Judas 20-21

 

Rev. Valentín Alpuche

 

Introducción

 

Al estudiar la carta de Judas nos damos cuenta que él escribió a los cristianos para exhortarlos a defender la fe y a no caer en los mismos errores y pecados en que habían caído los falsos maestros que se habían infiltrado dentro de la iglesia. Judas 3 es un versículo clásico que se ha usado para defender ardientemente la fe. Dice así: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”. Esta defensa de la fe en contra de falsos maestros es necesaria y la iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene la tarea de defender el cuerpo de doctrinas fundamentales de la salvación para que no sean pervertidas o modificadas.

 

Cuerpo del sermón

 

Pero para desarrollar una buena defensa de la fe no solamente tenemos que argumentar en contra de falsos maestros, no solamente debemos estar listos para refutar cualquier idea incorrecta (heterodoxa) de las enseñanzas cristianas. Debemos hacer eso, pero no solamente eso. La defensa de la fe requiere en primer lugar un compromiso con esa fe, un compromiso no solo inicial sino permanente. Un compromiso no solamente con la doctrina por el bien de la doctrina, sino un compromiso con el Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo en el que dependamos de él para defender la fe, amar el depósito de las doctrinas fundamentales que nos ha dado, orando en el poder del Espíritu Santo, amando a Dios Padre y confiando plenamente en Jesucristo para nuestra salvación eterna.

 

La defensa de la fe que agrada a Dios no solo incluye un conocimiento y dominio meramente intelectual de la fe, sino una entrega personal y total al Dios que nos ha regalado la fe, una entrega que se manifiesta en una vida práctica de amor al Dios que nos ha dado una santísima fe. Veamos cómo Judas nos ayuda en este aspecto para vivir y defender la fe en contra de falsos maestros y de cualquier persona que intente pervertir el verdadero evangelio.

 

Judas 20-21 dice: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Este versículo viene inmediatamente después de que Judas en los versículos 17-19 cita las enseñanzas de los apóstoles de Jesucristo con respecto a los que se desvían de la fe verdadera para vivir de una manera pecaminosa y libertina. Los apóstoles decían que esas personas son burladores, viviendo según sus malvados deseos, son los que causan divisiones y son los sensuales que no tienen al Espíritu. Su estilo de vida manifiesta que a esas personas no les interesa vivir de una manera santa y piadosa delante de Dios y de los hombres, sino solamente les interesa darle rienda suelta a sus malvados deseos.

 

“Pero vosotros, amados”, dice Judas a los cristianos. Con estas primeras palabras, Judas está indicando que debe haber un contraste entre la forma en que viven los que pervierten el evangelio y los que son fieles al evangelio. Los verdaderos discípulos de Jesucristo no deben vivir como los hombres y mujeres impíos. Nuestro estilo de vida tiene que ser diferente. Observen que Judas los llama “amados”. Esta expresión no era solamente de cortesía, sino que comunicaba realmente el amor de Judas hacia ellos porque esos cristianos eran amados por Dios Padre. Judas los amaba al grado que no quería que ellos terminaran abandonando la fe, viviendo una vida de pecado y expuestos al castigo y juicio de Dios.

 

Sigue diciendo: “edificándoos sobre vuestra santísima fe”. Esta es la primera de cuatro exhortaciones a vivir de una manera diferente a los que pervierten la gracia de Dios. En primer lugar, ellos, al igual que nosotros, deben “edificarse sobre su santísima fe”. El verbo ‘edificar sobre’ se usa en la Biblia para la construcción de casas o edificios tanto en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Judas está usando una analogía tomada del mundo de la construcción. Así como se construye una casa, los cristianos también tienen que construir su vida cristiana porque ellos son la casa espiritual, el tempo de Dios, el edificio santo. Un texto muy conocido del Nuevo Testamento que nos habla de que los cristianos también tiene que construir su fe en el evangelio verdadero es Efesios 2:19-22 que dice: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un tempo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. 1 Pedro 2:5 es otro texto que habla claramente de que los cristianos deben edificar, construir su vida día a día en la verdad del evangelio. Dice así: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”.

 

Entonces, ‘edificar o construir’ la vida cristiana tiene la idea de fortalecernos, establecernos, enraizarnos y crecer en el conocimiento de la sana doctrina. Y cuando hacemos esto personalmente somos bendecidos, crecemos espiritualmente y llegamos a conocer mejor lo que creemos como también a nuestro Dios. Por esta razón Judas dice ‘edificándoos sobre’, es decir, la construcción que el cristiano hace de su propia vida está basada en algo más que el cristiano mismo, presupone que hay un cimiento, un fundamento sobre el cual hace crecer su relación con Dios. Y ese cimiento es lo que Judas llama: “vuestra santísima fe”.

 

‘La santísima fe’ es el fundamento que sostiene la vida cristiana, es el contenido de lo que creemos, es el cuerpo o grupo de doctrinas o enseñanzas sin las cuales no podemos vivir como cristianos. La fe aquí, entonces, no se refiere al hecho de que una persona cree o que tiene fe, no se refiere al aspecto subjetivo de la fe por el cual una persona dice que cree y confía en Dios. Aquí la fe se refiere, una vez más, al cuerpo de doctrinas, al depósito de enseñanzas que Dios nos dejó para que nuestra vida cristiana sea dirigida y evaluada. Esta fe como el cuerpo de la verdad, como el evangelio mismo, es la misma fe de la cual Judas habla en el versículo 3. Es decir, cada cristiano está llamado a construir su vida sobre este fundamente santísimo, debemos conocer bien el contenido evangelio para que así podamos defenderlo y vivirlo en nuestra vida diaria.

 

Noten que Judas dice ‘santísima fe’. Recuerden que la palabra santo significa apartado de, separado de, y por eso significa también diferente a todo lo demás. Entonces la fe, el evangelio de Jesucristo, es diferente, es completamente diferente a cualquiera otra enseñanza, especialmente muy diferente a las enseñanzas perversas de los que no se sujetan al evangelio verdadero. Y como es una fe santísima nos ayudará a vivir de una manera santa, pura y agradable delante de Dios, en contraste con la inmoralidad de los falsos maestros.

 

Por último, observen con cuidado que esta exhortación tiene la idea de construir nuestras vidas sobre el evangelio permanentemente, constantemente, cada día. No hay fin en el estudio del santo evangelio. Así que si hacemos esto, si siempre estamos creciendo en el conocimiento de la fe, podremos detectar las falsas enseñanzas como también podremos vivir de una manera agradable a Dios.

 

En segundo lugar, Judas dice a los cristianos: “orando en el Espíritu Santo”. Una vida de puro estudio en la que siempre estamos adquiriendo conocimiento, nos puede llevar al orgullo. Pablo dice en 1 Corintios 8:1: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica”. De igual manera, el conocimiento sin oración nos va a envanecer, ya que la oración demuestra nuestra gratitud a Dios por su santo evangelio, demuestra nuestra necesidad del evangelio y nuestra dependencia de Dios todos los días de nuestra vida. Recuerden que esta exhortación de Judas se encuentra dentro del contexto de los falsos maestros que pervertían la gracia de Dios para vivir en libertinaje. Así que la oración ayuda a los cristianos para ser fortalecidos por Dios ante las tentaciones de vivir una vida inmoral y libertina. También la oración nos ayuda para que seamos fieles al evangelio verdadero. Al igual que estudiar la Palabra de Dios y aplicarla a nuestra vida, la oración es una exhortación que encontramos repetidamente a través de toda la Biblia. Sabemos de Elías que era un hombre de oración, Daniel oraba tres veces al día. Pero nuestro supremo modelo de oración fue nuestro Señor Jesucristo. Él siempre buscaba esos momentos y lugares solitarios  para dedicarse a la oración. Los apóstoles aprendieron del Señor Jesús, y por eso leemos en Efesios 6:18 que Pablo dice: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Y luego en 1 Tesalonicenses 5:17: “Orad sin cesar”. Judas dice: “orando”, y tiene la idea central de orar repetidamente, constantemente, nunca dejar de orar. Así como estudiamos la Biblia, debemos orar también. Siempre combinando la lectura de la Palabra con la oración.

 

Pero esta oración está caracterizada como “orando en el Espíritu Santo”. Orar en el Espíritu significa ‘controlados por el Espíritu’, ‘bajo la inspiración del Espíritu’, como podemos ver de 1 Corintios 12:3 donde el apóstol Pablo dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”. Siempre que oremos debemos hacerlo recordando que sin el poder del Espíritu Santo nuestras oraciones no serán agradables delante de Dios. Por eso Pablo en 1 Corintio 2:4 dice: “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”. Entonces orar en el Espíritu Santo significa demostrar que somos totalmente dependientes de la voluntad de Dios. Esta debe ser nuestra práctica cotidiana, como dice una vez más Efesios 6:18: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu…” Cuando nos sometemos al Espíritu, a su voluntad tal y como la tenemos en la Palabra de Dios, el Espíritu mismo nos ayuda a orar de la manera correcta; cuando por los problemas o preocupaciones de la vida no sabemos ni siquiera qué pedir o cómo pedir, el Espíritu Santo acude a socorrernos como dice Romanos 8:26: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.

 

Judas exhorta, pues, a los cristianos a ser hombres y mujeres de oración dependiendo siempre del Espíritu Santo. Cuando vivimos así, podemos confiar plenamente en el evangelio de la salvación y lo podemos defender con nuestra vida y palabras en contra de los falsos maestros.

 

Ahora Judas 21 dice: “Conservaos en el amor de Dios…” Una de las inclinaciones que todos tenemos ante los falsos maestros que pervierten la gracia de Dios para vivir en libertinaje es que fácilmente podemos enojarnos y odiar a esas personas. Pablo dice en Efesios 4:26-27: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”. Hay un enojo correcto en contra del pecado, pero muchas veces no podemos ver el límite entre el enojo correcto y el enojo controlado por el diablo. La clave para mantenernos sobrios ante las falsificaciones del evangelio y demostrar que nosotros creemos y aceptamos el verdadero evangelio es mantenernos, preservarnos en el amor de Dios.

 

El amor de Dios es su amor hacia nosotros con el cual nos amó y nos perdonó. Siempre debemos vivir en esa esfera del amor de Dios, recordar que somos amados por Dios. En todo momento debemos apelar, recurrir a ese amor de Dios que es inalterable. Nuestro amor es cambiable, voluble y caprichoso, pero el amor de Dios es siempre el mismo, firme y fiel. Escuchen cómo Jesús nos exhorta a hacer lo mismo en Juan 15:9-10: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”. Permanecer en el amor de Dios Padre entonces no es algo místico, no es una mera introspección en la que como por arte de magia llegamos a estar en el amor de Dios. No. Significa depender de la Palabra de Dios, recordar sus mandamientos, vivir sus mandamientos, leer y estudiar la Palabra donde una y otra vez se nos dice que Dios derramó su amor abundantemente en nuestros corazones (Romanos 5:5). Pablo lo dice así en Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Si permanecemos en este amor de Dios, si vivimos recordando cómo Dios nos ha amado, entonces podremos permanecer también en el verdadero evangelio, defender la fe sin que nadie nos mueva del fundamento de nuestra santísima fe.

 

Finalmente Judas dice: “esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Antes de explicar esta última exhortación, observemos en primer lugar que Judas ahonda la fe del pueblo de Dios en la obra de las tres personas de la Trinidad, en el Espíritu Santo, en el amor de Dios Padre y ahora en la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Es en este Dios trino, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo en quien tenemos nuestra ancla segura e inamovible para permanecer en la santísima fe.

 

Judas dice: “esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. El verbo esperar en castellano no comunica toda la fuerza del verdadero esperar del que habla de Judas, ya que el verbo en griego se refiere a un esperar con ansias, a esperar con mucha expectativa el regreso de nuestro Señor Jesucristo. No es un esperar pasivo o indiferente, sino que los verdaderos cristianos anhelan con todo el corazón, orientan toda su vida hacia la esperanza de su vindicación final en la segunda venida de Cristo.

 

La expresión “la misericordia de nuestro Señor Jesucristo” es muy importante ya que casi siempre se usa de Dios Padre. Dios Padre es lento para la ira y grande en misericordia (Éxodo 34:6), Dios Padre es el Padre de misericordias (1 Corintios 1:3); pero aquí de una manera interesante la misericordia está asociada con el Hijo de Dios, lo cual prueba que él también es Dios mismo. Además sabemos que el Padre ha dado al Hijo el oficio de juez. Dice Jesús mismo en Juan 5:22: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo”. Y así como el Padre es misericordioso, el Hijo es misericordioso. Por eso cuando Judas dice que debemos esperar con ansias la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna no quiere decir que los cristianos están inseguros de ser salvos, sino todo lo contrario, este esperar anticipado y gozoso y ferviente tiene como base la seguridad de su salvación, la cual Cristo ganó para ellos con su sangre preciosa. Es decir, esperan completamente en Cristo porque él finalmente les dará su redención plena, total y completa en el día final.

 

Solo esperando en nuestro Señor Jesucristo podremos defender el evangelio y amar el evangelio para no ser movidos de nuestra santísima fe.

 

Hermanos, falsos maestros, apóstatas, libertinos, hipócritas y pervertidores de la gracia de Dios siempre existirán fuera y dentro de la iglesia. Sus vidas libertinas demostrarán su doctrina defectuosa. Dios los juzgará con toda su ira como lo hizo con los ángeles caídos y con Sodoma y Gomorra. Nos ha dado en el castigo de ellos un ejemplo y una advertencia para que nosotros no abandonemos el verdadero evangelio. Pero ¿cómo podemos perseverar en el verdadero evangelio? ¿Cómo nuestras vidas demostrarán que realmente tenemos el verdadero evangelio? Construyendo nuestras vidas constantemente sobre nuestra santísima fe, orando siempre en el poder del Espíritu Santo, permaneciendo en el amor inalterable de Dios Padre, y esperando con gran gozo y expectativa la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Dios nos ayude a comprender estas exhortaciones dadas por Judas a los primeros cristianos, y dadas por el poder del Espíritu Santo a nosotros también. Amén.