Estudios de doctrina cristiana basados en el Catecismo de Heidelberg

3/16/2016

Rev. Valentín Alpuche


 

 

Día del Señor 4

 

  1. Pero, ¿no comete Dios una injusticia al hombre al mandarle en su ley lo que no puede hacer?

 

  1. No, porque Dios hizo al hombre de tal manera que pudiera obedecer su ley; pero el hombre, por la instigación del diablo, desobedeciendo voluntariamente se privó a sí mismo y a todos sus descendientes de esos dones divinos.

 

Si la mayoría de gente que se llama cristiana leyera Génesis 1-3, entendería que Dios creó al hombre sin pecado y lo colmó de todas las mejores bendiciones que pudiéramos imaginar. Pero también entenderíamos cuán grave fue que el hombre desobedeciera el mandamiento de Dios para obedecer la voz de Satanás. Despreció todas las bendiciones de su Creador, para ir tras las promesas del diablo, quien obviamente lo engañó y, además, lo sumió en la condenación.

 

Como Adán y Eva fungían como nuestros padres representativos, entonces su pecado nos ha afectado en todo nuestro ser, al grado que nosotros tampoco queremos obedecer los mandamientos de Dios, aun cuando sepamos que Dios odia el pecado. Nadie nos obliga a pecar. Nosotros nos inclinamos al pecado por voluntad propia.

 

Pero cuando desconocemos el contenido de la Palabra de Dios, o incluso conociéndolo, nos rebelamos, entonces empezamos a formular objeciones o quejas en contra del actuar de Dios, particularmente en contra de la manera en que Dios castiga el pecado. Y, de acuerdo al instructor del catecismo, la primera objeción es que argüimos que Dios es injusto porque le ordena al hombre hacer algo que no puede hacer. Acusamos a Dios de injusticia. Decimos: la ley de Dios no es justa, es injusta; es ilegal lo que nos manda porque simplemente no lo podemos hacer. Pero, ¿en verdad Dios es injusto?

 

El catecismo, basado en la Palabra de Dios, dice: No. Dios no es injusto, sino que Dios es justo. ¿Cuál es la razón? La respuesta es: porque Dios hizo al hombre de tal manera que pudiera obedecer su ley. Como aprendimos en el estudio anterior, Dios creó al hombre bueno, de acuerdo a su imagen y semejanza, con todos los dones y habilidades para conocer a su Creador, amarle de todo corazón, y vivir con Él en eterna bienaventuranza, para alabarle y glorificarle. Dios creó a nuestro padre Adán de tal manera que pudiera obedecer toda la ley de Dios. Es más, su mandamiento de no comer del árbol prohibido fue incluso de ventaja para el hombre, porque ahora el hombre sabía que nunca debía comer de dicho árbol. Si Dios no le hubiera dicho nada respecto a ese árbol, y después lo hubiera castigado por comer del fruto de ése árbol, entonces Dios hubiera sido injusto. Pero no sucedió así. La manera en que Dios trató con nuestro primer padre fue siempre conforme a justicia, justamente, advirtiéndole claramente de lo que no debía hacer.

 

Pero, ¿qué hizo el hombre? Dice nuestro catecismo: pero el hombre, por la instigación del diablo, desobedeció voluntariamente.  Para nosotros hablar del diablo suele ser algo muy común porque tenemos la Biblia donde leemos acerca de él. Pero no era así para Adán; él y Eva solo conocían a Dios. A nadie más. Particularmente no conocían qué era desobedecer a Dios; nunca habían oído de ir en contra de Dios. Por esa razón, su primera y única reacción ante Satanás, hubiera sido de rechazo. Pero el diablo los tentó, los instigó o incitó a desobedecer a Dios. La desobediencia del hombre la podemos leer en Génesis 3.

 

El catecismo dice que el hombre desobedeció voluntariamente. La desobediencia de Adán y Eva fue voluntaria; el diablo no los forzó, sino que ellos voluntariamente desobedecieron a Dios. Esto presupone que a propósito decidieron abandonar a Dios para ir tras la mentira del diablo; que despreciaron todas las bendiciones que Dios les había dado para perseguir una promesa falsa, que solamente los llevó a la ruina.

 

El hombre, al desobedecer, dice el catecismo, se privó a sí mismo y a todos sus descendientes de esos dones divinos. Adán al ser creado, fue creado como el padre de toda la humanidad que iba a proceder de él. Adán y Eva eran nuestros primeros padres en dos sentidos:

 

  1. porque toda la humanidad nació de ellos,
  2. pero también porque eran nuestros representantes.

 

Por eso es que su pecado no solamente los afectó a ellos, sino a todos sus descendientes. Su pecado, particularmente, nos afectó de una manera terrible: todos los dones, favores, habilidades que Adán tenía originalmente en un estado de perfección, de rectitud, de santidad, fueron manchados por su pecado, y así perdió para siempre esa relación perfecta que tenía con Dios y que lo ayudaba para obedecer perfectamente la ley de Dios. Pero no solo los perdió él, sino que nosotros también los perdimos porque él nos representaba. Por medio de Adán entró el pecado al mundo, es decir, a toda la humanidad, y por su pecado entró también al mundo la muerte. Por eso es que todos morimos ahora; por eso que ahora no hay ni un justo, ni siquiera uno. Esto es lo que podemos leer en Romanos 3:10 y 5:12.

 

Lo terrible del caso es que así como Adán pecó voluntariamente, nosotros también pecamos voluntariamente. Nosotros también decidimos ir en contra de los mandamientos de Dios para seguir nuestras inclinaciones pecaminosas. Nosotros, al igual que Adán, somos culpables. Por eso es que Dios no es injusto cuando nos pide que cumplamos su santa ley. Dios es siempre justo. Él no puede ir en contra de su santa ley, porque de otro modo, dejaría de ser justo, ya que estaría violando su propia ley. Y si la ley de Dios es injusta, entonces la humanidad no tiene ninguna esperanza de ser salva de su condenación porque las leyes humanas, todas sin excepción, son injustas ya que están manchadas de pecado. Dejados a nuestras propias leyes, a nuestros propios sentimientos e inclinaciones, la humanidad simplemente se autodestruiría.

 

Ahora el catecismo pregunta:

 

  1. ¿Permitirá Dios que tal desobediencia y apostasía queden sin castigo?

 

  1. De ninguna manera, sino que Él está terriblemente enojado contra nuestro pecado original como también contra nuestros pecados actuales, y los va a castigar con un juicio justo en el tiempo y en la eternidad, como Él lo ha declarado: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”.

 

Supongamos que el hombre llegue a aceptar que Dios no es injusto cuando le pide al hombre que cumpla su ley. ¿Será que el hombre ya no pondrá ninguna otra objeción a Dios? No. Nuestra naturaleza siempre buscará cualquier oportunidad de excusarnos delante de Dios por nuestros pecados para que no seamos castigados por ellos. Queremos pecar sin ser castigados; queremos desobedecer la ley sin ser condenados; queremos vivir en nuestra impiedad sin que nadie nos diga que estamos actuando mal.

 

¿Realmente Dios va a castigar nuestra desobediencia? ¿Realmente va a castigar nuestro abandono de sus mandamientos? Nuestra respuesta natural y minada por el pecado es: claro que no. Dios no está tan enojado con nosotros. Siempre razonamos siguiendo nuestras propias ideas, y en base a nuestras ideas, queremos entender a Dios; pero como cristianos que creemos en la Biblia, debemos razonar con la mente de Dios, es decir, aprendiendo lo que Él nos dice en su Palabra, para que entonces podamos responder como Dios quiere.

 

El catecismo en base a la Biblia responde: de ninguna manera, sino que Él está terriblemente enojado contra nuestro pecado original como también contra nuestros pecados actuales. Dios no es como nosotros. Dios no cambia según las circunstancias alrededor de Él. No. Dios está por encima de todas las circunstancias; no se deja llevar por emocionalismo ni sentimentalismo. Si Dios cambiara y no castigara el pecado, entonces todo se valdría en este mundo, pero esto nos llevaría a la autodestrucción. Incluso aquellos que creen que la ira de Dios con que castiga el pecado es injusta, no se atreven a afirmar que todo está bien en la humanidad, o que se deben exonerar a los que cometen delitos graves. De ser así, viviríamos en un mundo completamente injusto. Piense en los que violan sexualmente a sus propios hijos e hijas; a los que matan a sus propios padres; a los que golpean constantemente a sus esposas cuando están ebrios o drogados. ¿Realmente los debemos dejar sin castigo?

 

Dios odia al pecador. No puede tolerar que un ser humano abuse de otros; que insulte a Dios en su misma cara; que mate a otros; que robe; etcétera. Dios es tres veces santo y no puede tolerar el pecado ni al pecador. El pecado es cometido por pecadores. No podemos separar el pecado del pecador.

 

Aquellos que dicen que los crímenes son condenables, no creen que los crímenes sean algo aparte del que comete crímenes. No; los crímenes son cometidos por criminales, y ¿quiénes son los criminales? Pues personas como tú y como yo. De la misma manera, Dios no odia el pecado como algo aparte del pecador; como si el pecado fuese una cosa y el pecador otra. El pecado lo comete el pecador, y si el pecador no se arrepiente, sufrirá la ira y el juicio de Dios.

 

En verdad que la situación del hombre sin Cristo es desesperante. Solamente en Cristo podemos ser perdonados, solo en Cristo podemos tener esperanza, solo en Cristo podemos tener paz con Dios y vida eterna. ¿Pero creen que el hombre quiere aceptar a Cristo? No; el hombre solo quiere seguir en sus maldades; es más, se burla de Cristo y de su salvación. Solo pregúntele a un borracho si quiere dejar su borrachera y aceptar a Cristo, y verá qué respuesta le dará. Leamos Hebreos 9:26-29 y Salmo 7:11.

 

Dice el catecismo que Dios está terriblemente enojado contra nuestro pecado original como también contra nuestros pecados actuales. El catecismo hace una distinción entre:

 

  1. El pecado original, y
  2. Los pecados actuales

 

El pecado original se refiere a nuestra corrupción y culpa por nuestro pecado que heredamos de nuestros primeros padres Adán y Eva. Los pecados actuales se refieren a todos los pecados que cometemos ahora como consecuencia de nuestro pecado original. Dios no hace acepción entre uno y otro, sino que odia nuestros pecados en general.

 

Dios dice en su Palabra que están malditos o condenados todos los que no obedecen todas las cosas que están escritas en su ley. Como estudiaremos a detalle después, la única solución a nuestra maldición es Cristo Jesús porque Él sí obedeció todas las cosas escritas en la ley de Dios. Pero si rechazamos a Cristo, ¿será que podemos ser salvos por nuestra propia obediencia? ¿Será que hay alguien que obedezca todas las cosas escritas en la ley de Dios? ¿Que las obedezca interna y externamente? ¿Que nunca se le cruce algún mal pensamiento en su mente? ¿Será que aparte de Cristo exista alguien así? No. Todos desobedecemos, por lo tanto, todos estamos condenados sin Cristo. Este es el mismo mensaje tanto en el AT como en el NT. Compare Deuteronomio 27:26 con Gálatas 3:10.

 

Una tercera objeción que el hombre sin Cristo pone a Dios, la tenemos en la siguiente pregunta del catecismo que dice:

 

  1. Pero, ¿no es Dios también misericordioso?

 

  1. Dios es, sin duda alguna, misericordioso; pero también es justo. Por lo tanto, su justicia requiere que el pecado que se comete en contra de la altísima majestad de Dios sea castigado con un castigo extremo, es decir, con un castigo eterno del cuerpo y del alma.

 

¿Ha oído usted que la gente diga: vaya hombre, no te preocupes, no pasa nada, porque tenemos un Dios misericordioso? ¿O: si Dios es amor, entonces no nos va a castigar? Y hay muchas otras formas más en que el hombre desea convertir a Dios en un títere del ser humano para vivir en sus pecados y no ser castigado. Pero el cristiano no puede razonar desde su propia mente y sentimientos para entender a Dios, sino debe hacer desde la mente de Dios para entender a Dios mismo. No debemos razonar desde abajo para arriba, sino de arriba para abajo. Solo conociendo la voluntad de Dios, podemos conocer a Dios. Cualquier otra vía de conocerle, nos desviaría de la verdad, y terminaremos con un títere o un monstruo, en vez de Dios.

 

Cuando la gente dice: Dios es amor o misericordioso, y por eso no nos va a castigar, presuponen que Dios solo es misericordioso o amor o bueno o paciente o generoso. Creen que Dios no puede ser misericordioso y justo a la vez; o amoroso y que odia el pecado. Pero piense en un Dios así. Si medita con cuidado, entonces terminará con un monstruo malévolo, pero no con el Dios de la Biblia. ¿Qué Dios pasará por alto la maldad de un depredador sexual que viola a una niña de tres años, la tortura y la mata? Si somos consecuentes en creer en Dios como solamente misericordioso, entonces este depredador sexual podría apelar a este mismo argumento y decir: como Dios es misericordioso, entonces no me va a castigar. Y de esa manera nos quedaremos con un dios que no castiga ni castigará todas las atrocidades que se comenten en el mundo.

 

Pero no, hermanos, no nos engañemos. Dios es misericordioso, pero también es justo. Un bello pasaje que nos habla de la misericordia y clemencia de Dios es Éxodo 34:6-7 entre muchos otros. Pero de la misma manera, hay muchísimos pasajes que nos hablan de que Dios es justo, de la justicia de Dios. Leamos los pasajes que nos provee el catecismo.

 

La misericordia y la justicia de Dios no están peleadas, no son rivales, ni se contradicen. Existen perfectamente en Dios, en el Dios de la Biblia. Por eso es que la justicia santa de Dios exige que el pecado que se comete en contra de la altísima majestad de Dios sea castigado. La respuesta del catecismo va al punto: el pecado se comete en contra del ser más santo de todos, en contra de Dios mismo. El pecado ofende a Dios en primer lugar. Claro que ofende y daña a nuestros prójimos, pero en primer lugar va en contra del Dios tres veces santo.

Por eso David en el Salmo 51:4 al pecar de adulterio y asesinato, confiesa que en primer lugar pecó contra Dios. Dice: Contra ti, contra ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos. El problema con mucha gente es que no comprende precisamente este punto: que el pecado ofende a Dios mismo, al Dios que nos creó santos y rectos, pero a quien nosotros voluntariamente ofendemos, y pisoteamos su bondad y amor para seguir en nuestras impiedades.

 

Pero Dios en su justicia castiga el pecado con un juicio justo en el tiempo y en la eternidad. Ya desde ahora vemos que Dios castiga el pecado; en nuestro propio tiempo Dios castiga a criminales, a delincuentes, a secuestradores, a pecadores que no se arrepienten. Pero el pecado temporal es solo un anticipo del castigo final y eterno, de aquel castigo extremo, de aquel castigo máximo del cuerpo y del alma en el infierno.

 

Nuestro Dios no es un Dios que cambia; no es voluble o inconstante como nosotros. Nos podemos engañar que Dios es así, pero eso será solo el engaño de nuestra propia mente. El Dios de la Biblia no puede mentir (Tito 2:2), y si ha dicho que odia y castiga el pecado, lo hará. Lo terrible de esto es que cada uno de nosotros somos pecadores, que todos merecemos la ira de Dios por nuestros pecados, tanto internos como externos. Todos merecemos ser castigados por nuestros pecados de pensamiento, de actitud, de palabra y de acción.

 

Pero, hermanos, a pesar de que eso es lo que merecemos, Dios mismo, el Dios que hemos ofendido, el Dios que hemos abandonado, ese Dios que nos bendice con toda clase de bendiciones y que al mismo tiempo lo despreciamos y nos burlamos de Él, ese mismo Dios nos ha dado una salida de escape, una vía de librarnos de la ira eterna de Dios en el infierno. Su misericordia es infinita y su justicia permanece para siempre. Él quiere perdonar al pecador, pero sin dejar de castigar el pecado que hemos cometido. ¿Cómo? Sí. Para salvarnos Dios sí va a castigar nuestro pecado eternamente; es más, ya lo hizo. ¿De qué manera? Castigó todos nuestros pecados al castigar a su Hijo amado en la cruz, donde Jesús experimentó la ira eterna de Dios en contra de nuestro pecado. Cristo en la cruz sufrió el castigo y el dolor del infierno mismo para que todo aquel que en Él crea, sea librado del infierno. ¿Has creído y aceptado de todo corazón a Jesús?