Predicado en la Iglesia Reformada Valle de Gracia el 22 de marzo del 2020. Grabación disponible.

Servicio de Adoración

Salmo 46

Al músico principal; de los hijos de Coré. Salmo sobre Alamot.

1. Al músico principal; de los hijos de Coré: Salmo sobre Alamot. Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.

2. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar;

3. Aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah

4. Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, El santuario de las moradas del Altísimo.

5. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana.

6. Bramaron las naciones, titubearon los reinos; Dio él su voz, se derritió la tierra.

7. Jehová de los ejércitos está con nosotros; Nuestro refugio es el Dios de Jacob. Selah

8. Venid, ved las obras de Jehová, Que ha puesto asolamientos en la tierra.

9. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, Y quema los carros en el fuego.

10. Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.

11. Jehová de los ejércitos está con nosotros; Nuestro refugio es el Dios de Jacob. Selah

Introducción

Amados hermanos, no se sabe exactamente cuándo se escribió este Salmo o las circunstancias específicas bajo las cuales se escribió. Es un canto muy hermoso porque da a entender que el pueblo de Dios, cuando se sentía perdido ante la amenaza de un ejército poderoso, experimentó el poder y la misericordia de Dios, derrotando a sus enemigos y protegiendo a su pueblo. Ahora bien, por el encabezado del salmo, sabemos que fue escrito por “los hijos de Coré”. Muchos suponen que se escribió cuando Dios destruyó la coalición de Moabitas y Edomitas que buscaba destruir a Jerusalén, como está narrado en 2 Crónicas 20. Otros suponen que se escribió cuando el Señor destruyó al poderoso ejército asirio del gran rey Senaquerib, como está narrado en 2 Crónicas 32 y también en Isaías 36-37. Pero como el Salmo mismo no tiene indicación de cuál fue la ocasión y el tiempo específico de su redacción, entonces el pueblo de Dios ha considerado a este Salmo como uno, de entre muchos, que transmite un gran consuelo al pueblo de Dios. No sólo al pueblo de Israel, a quien primeramente se aplica, sino a todo el Israel de Dios conformado de judíos y gentiles, es decir, a cada uno de nosotros en este momento. Dividiremos el salmo en tres partes tal y como lo tenemos en la Biblia.

Un llamado a una confianza total en Dios (46:1-3)

Leamos 46:1-3. Es muy impactante la declaración de confianza que los hijos de Coré tenían en Dios. Ellos seguramente, juntamente con el pueblo de Israel, habían sido testigos de una gran liberación de Dios cuando toda esperanza y recursos humanos eran inútiles. Fue entonces cuando Dios intervino poderosamente para salvar a su pueblo, y los israelitas experimentaron personal y colectivamente la vanidad de confiar en la fuerza del hombre, pero especialmente lo importante e indispensable que es para los hijos de Dios confiar plenamente en Dios.

Lo primero que obtenemos del versículo uno es que es un hecho para los hijos de Dios de que Dios es para ellos, para nosotros, nuestro amparo y fortaleza. Es decir, el creyente no debe dudar de quién es Dios para él o ella. Él “es” para nosotros nuestro amparo y fortaleza. No es que Dios va a ser, ni que probablemente lo será, sino que Dios es ahora el amparo y fortaleza del pueblo de Dios. Si Dios es siempre amparo y fortaleza para el creyente, entonces el creyente debe vivir con esta confianza total en su Dios todos los días de su vida. No solamente debemos hablar de Dios como amparo y fortaleza en tiempos de conmoción, de temor y de angustia como los días que estamos viviendo actualmente. Sino que en estos días el pueblo de Dios debe descansar en la realidad de que Dios es para cada uno de nosotros quien nos amparará y protegerá.

Noten que el final del v. 1 y los vv. 2-3 dan a entender que Dios es nuestro amparo y fortaleza “en las tribulaciones”, “aunque la tierra sea removida, “aunque el mar brame y se turben sus aguas”. El énfasis de esto recae en el hecho de que, primeramente, el pueblo de Dios tiene un refugio protector seguro en Dios en tiempos de tribulaciones. No es que el creyente en su desesperación andará buscando en quién confiar, aunque tristemente muchos actúan así, sino que naturalmente debe abandonarse a los brazos tiernos y poderosos de Dios para encontrar seguridad. Pero también esas expresiones comunican la idea de que en la vida del pueblo de Dios, tanto individual como colectivamente, siempre habrá tribulaciones. Es un hecho dado, hermanos, de que la vida como se vive en este mundo está llena de angustias, problemas, dificultades, etcétera. Y Dios no nos saca de este mundo al adoptarnos como sus hijos, sino que nos salva para vivir la vida cristiana precisamente en este mundo lleno de adversidades. El apóstol lo dijo así en Hechos 14:22: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. La diferencia, pues, entre el verdadero pueblo de Dios y el mundo sin Dios es que nosotros, por la gracia de Dios, tenemos un amparo y fortaleza seguros en quien podemos refugiarnos porque Dios es para nosotros nuestro máximo protector.

Dios está en medio de su ciudad (46:4-7)

Leamos los vv. 4-7. De una manera tan bella los hijos de Coré nos dicen por qué la ciudad de Jerusalén estaba segura a pesar de todos los poderosos enemigos que la rodeaban. En el v. 4 habla de un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios. Es una forma indirecta de decir que Dios da alegría a su pueblo, incluso en medio de la ocupación más feroz de ejércitos enemigos. La imagen de un río o de aguas está dispersa por toda la Escritura de una u otra manera. Por ejemplo, el profeta Ezequiel en el capítulo 47:1 dice que debajo del templo de Jerusalén salían muchas aguas, y un río tenía aguas abundantes, y con poder de sanidad. Zacarías 14:8 también habla de un futuro en que “saldrán de Jerusalén aguas vivas”. Y ahora nuestro Salmo nos habla de un río con sus corrientes.

Esta descripción de un río con corrientes o afluentes y abundantes aguas no es literal sino figurada, tipológica o espiritual. Es decir, se refiere a algo más, como veremos en un momento. En la ciudad de Jerusalén no había un río caudaloso como el río Nilo, el Tigris o el Éufrates. Sólo había el valle de Cedrón que tenía un arroyo llamado Cedrón, y de ahí nacía la fuente de Gihón que suministraba agua a la ciudad de Jerusalén y formaba el estanque de Siloé dentro de la ciudad de Jerusalén. Sus aguas, dice Isaías 8:6, corrían mansamente. Así pues, podemos decir, en primer lugar, que Dios mismo es un río que alegra a su ciudad. El Altísimo tiene su morada, su santuario en Jerusalén, y nada ni nadie podrá destruirla. Dios es la alegría de su pueblo. Para mostrar esta cercanía y comunión íntimas entre Dios y su pueblo, los salmistas dicen en el v. 5: “Dios está en medio de ella”. El templo de Jerusalén, hermanos, significaba la presencia viva y poderosa de Dios en medio de su pueblo, y por ello es que la ciudad estaba segura. Por eso dice inmediatamente el v. 7: “no será conmovida”. Noten, hermanos, el amor de Dios por su pueblo: Él es el Dios Altísimo, transcendente, mas sin embargo, habita en medio de su pueblo. Este es un acto de gracia, hermanos. El pueblo de Israel no merecía esto, y nosotros tampoco. Pero Dios condesciende y mora en medio de su pueblo. Por eso es que Jerusalén es llamada la ciudad de Dios, porque Dios habitaba en medio de ella; no porque fuera grande y majestuosa.

Por esa razón también, aunque las naciones bramen, Dios los hará titubear, tambalear; y los derretirá. Nadie puede hacer frente a este Dios majestuoso que por gracia se ha dignado a morar en medio de su pueblo. El verdadero israelita que comprendía esto podía decir: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”. El Dios del pueblo de Israel es el Dios que posee no ejércitos terrenales, sino celestiales que pueden destruir a un ejército en cuestión de una noche, como lo leemos en Isaías 37:36 que dice: “Y salió el Ángel de Jehová y mató a ciento ochenta y cinco mil en el campamento de los asirios; y cuando se levantaron por la mañana, he aquí que todo era cuerpos de muertos”. Sí, hermanos, Jehová estaba con su pueblo, pero no porque se lo merecieran sino por su misericordia firme y estable. Él es el Dios que estableció su pacto con Jacob y que siempre se mantenía fiel a su santo pacto, y por eso los hijos de Israel no habían sido destruidos. Pues, por medio de Cristo, hermanos, Jehová de los ejércitos, el Dios del pacto, es nuestro Dios, en Cristo Dios es Emanuel, es decir, Dios con nosotros, y sólo en Él debemos confiar completamente. ¿Lo estamos haciendo?

Dios se exaltará entre las naciones (46:8-11)

Leamos los vv. 8-11. Por último, hermanos, en estos versículos tenemos un llamado al pueblo de Dios a considerar, a meditar en las obras poderosas de Jehová. El pueblo de Israel no debía pensar que fue por su propio brazo humano que fueron liberados, sino que fue la obra poderosa de Dios en medio de ellos, fue Dios que asoló o destruyó a sus enemigos. Cualquiera que haya sido la ocasión en que se escribió el salmo 46, los hijos de Coré cantan y dicen en el v. 9 que es Dios quien hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Dios quebró el arco, cortó la lanza y quemó los carros de guerra en el fuego, ya sea los carros de la coalición Moabita y Amonita o los carros de los asirios, los carros de guerra de cualquier otra nación.

Luego hay una exhortación en el v. 10 a “estar quietos, y conocer que yo soy Dios”. Sí hermanos, Dios manda a las naciones gentiles a dejar sus instrumentos de guerra y reconocer que el único Dios vivo y verdadero es Jehová de los ejércitos. Este Dios “será exaltado entre las naciones; enaltecido será en la tierra”. Es decir, este Dios Altísimo, Jehová de los ejércitos, el Dios de Jacob no es un Dios nacional o tribal; en efecto, es el Dios de Israel, pero no exclusivamente, sino que es el Dios de todas las naciones. Por eso es que este llamado va dirigido también al pueblo de Dios en toda la tierra: “estemos quietos, abandonemos todos nuestros esfuerzos de salvarnos por nosotros mismos, dejemos de confiar en la potencia de nuestro país, en el avance de la tecnología, o de la ciencia médica, como si en esas cosas residiera nuestra salvación. Reconozcamos que Dios es Dios, y no hay otro aparte de Él. Sólo así podremos declarar: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.

Conclusión

Ahora bien, hermanos, ¿cómo Jehová de los ejércitos, el Dios de Jacob, el Dios Altísimo llega a ser nuestro amparo y fortaleza, cómo llega a ser Emanuel para nosotros, cómo llega a ser nuestro refugio? ¿Cómo el Dios omnipotente llega a ser nuestro Dios, alegrarnos con sus corrientes de aguas y morar en medio de nosotros?

Jesús nos enseña que el río de aguas vivas, con sus aguas vivas, con sus corrientes de aguas es el Espíritu Santo. Dice en Juan 7:337-39 que el que cree en Él, como dice la Escritura, de él correrán ríos de agua viva. ¿Y dónde la Escritura habla de estas aguas vivas? Pues en muchas partes del Antiguo Testamento, y una de ellas es el Salmo 46 donde Dios alegra a su ciudad con un río y sus corrientes. El Espíritu Santo es el río de agua viva que nos inunda, nos transforma, nos regenera y se une a nosotros a tal grado que Pablo dice que somos el Templo, la morada, el tabernáculo del Espíritu Santo quien mora en nosotros (1 Corintios 6:19). Por otro lado, Dios llega a ser Emanuel, es decir, Dios con nosotros por medio de su Hijo Jesucristo como dice Mateo 1:23. Y el apóstol Juan en su evangelio capítulo uno dice que el Hijo eterno de Dios vino e instaló su tabernáculo en medio de nosotros. Es por medio de Él, por medio únicamente de Cristo que ahora nosotros podemos exaltar el nombre de Dios. Dios nos ayudó al clarear la mañana del domingo, por así decirlo, cuando el Señor Jesucristo se levantó de la tumba, derrotando a la muerte, y al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo (Hebreos 2:14). En este tiempo de temor por un virus, ¿nos quedaremos quietos y realmente reconoceremos que Dios es Dios, que su nombre será glorificado entre las naciones? Nadie puede cantar este Salmo hermoso si primero no se humilla ante Dios y se somete obedientemente a su poder. Nadie puede experimentar el amparo y fortaleza de Dios si no entregamos nuestras vidas completamente a nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el Dios Altísimo nos ha adoptado como sus hijos entre las naciones. Si estamos en Cristo, entonces Jehová de los ejércitos está con nosotros, y nuestro refugio es el Dios de Jacob. Amén.