(Predicado en la Iglesia Reformada Valle de Gracia el 26 de abril del 2020. Grabación disponible.)

Salmo 61:2 Desde el cabo de la tierra clamaré a tí, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo.

En una vida de muchas dificultades, el corazón de David habría desmayado en muchas ocasiones.  Pero había aprendido cómo tratar con eso.  Así que un momento difícil, posiblemente cuando tuvo que huir de Jerusalén por la rebelión de su hijo Absalón, lo encontramos en este Salmo clamando a Dios desde el cabo de la tierra (vv.1–2).  Se encuentra en peligro de parte de enemigos (v.3), y en riesgo de perder su posición como rey (v.6).  De su experiencia, entonces, y con la inspiración del Espíritu Santo David nos muestra con su ejemplo como tratar con un corazón que desmaya.  La idea de desmayar es de estar debilitado o exhausto, acercarse a la muerte y no tener fuerza para seguir adelante, como en el Salmo 107:5 donde la gente desfallece (o se desmaya) por no tener comida ni bebida.  Para entenderlo vamos a responder a tres preguntas.

1. ¿Qué hace desmayar tu corazón?

Desmayar es algo general.  Se trata de una condición de debilidad en que no podemos seguir adelantes y estamos próximos a estar extinguidos.  Pues son muchas cosas que nos pueden llevar a tal estado o condición.

  • Podría ser la ansiedad.  Por ejemplo, cuando alguien no llega a la casa al tiempo esperado y comenzamos a imaginar todas las cosas malas que posiblemente hayan sucedido.  ¿Lo asaltaron?  ¿Se accidentó?  ¿Está en el hospital?  Estamos tan turbados que no podemos estar quietos.
  • Podría ser el miedo.  Ante un peligro, posible o presente, perdemos todo ánimo y caemos en pánico o simplemente dejamos de funcionar.  Estamos congelados sin poder resistir al que nos asalta, por ejemplo.  Parece que no hay razón, no hay medida, no hay control, pues el miedo domina absolutamente.
  • Podría ser la tristeza por algo perdido.  Quizás recordamos a un ser querido ya fallecido, y nos ahogamos en un mar de angustia, donde el dolor es extremo y parece que no hay margen ni playa.
  • Podría ser también el dolor de una esperanza o sueño incumplido.  Aquí el dolor no es que tuvimos y perdimos, sino que nunca alcanzamos—sea el matrimonio, tener hijos, hacer una carrera, o alguna meta que daba sentido a la vida pero no la alcanzamos.
  • Podría ser la culpa.  Hemos hecho mal, y lo sabemos, y no aguantamos el recuerdo de lo maligno que fuimos, temblamos ante el juicio merecido, y preferiríamos mejor haber muerto antes que cometer tal barbaridad.
  • Algo parecido es que podría ser el remordimiento.  Quizás no es que nosotros hicimos mal, pero las cosas salieron muy mal, sufrimos un gran desastre y es demasiado tarde para arreglarlo.  Quizás nos engañaron de invertir en un negocio y perdimos todo el dinero por confiar en otra persona.
  • Podría ser el enojo.  Al pensar en la maldad que hay en el mundo, en leyes injustas, en gente que aprovecha de otros sin importarles el daño que hacen, en gobiernos corruptos, en el sufrimiento de niños nos da tal coraje que ni siquiera podemos hablar. 
  • Algo parecido es que podría ser la indignación.  Quizás recordamos algo que vivimos en nuestra propia persona, un daño profundo que alguien impuso sobre nosotros y rebozamos con rabia que esas cosas sucedan en nuestro universo.
  • Podría ser la responsabilidad.  Despertamos apurados, porque ya estamos atrasados.  Trabajamos a todo dar por 16 horas, y al final estamos 3 horas más retrasados que nunca.  Hay tanto que hacer, tanto que pensar, y es imposible que jamás podremos.
  • Podría ser la debilidad o depresión.  No tenemos fuerza para enfrentar el día, para levantarnos de la cama, y mucho menos para vestirnos.  Si se trata de salir a la calle, ni hablar.
  • Podría ser la frustración.  Un aparato no funciona.  Nada sale bien.  Por más que intentamos, nunca logramos lo que quisimos.
  • Podría ser las limitaciones.  Simplemente no alcanzamos—no somos suficientes para lo que enfrentamos, por grande o pequeño que sea.

Hay muchas formas de llegar a esta condición, y hemos mencionado solamente algunos ejemplos.  La pregunta es ¿qué hace que tu corazón desmaye?  No importa si es algo dicho o algo que no se mencionó, pero sí es importante poder reconocer esta condición.  Saber identificarlo y entender lo que nos ha llevado a tal emoción desesperada es el primer paso para responder a la segunda pregunta.

2. ¿Cómo debemos responder a un corazón desmayado?

La respuesta se puede dividir en tres puntos.

A. Preparar.  El remedio o la solución a un corazón que desmaya no comienza en el mero momento de desmayar.  Si somos sabios reconocemos nuestra vulnerabilidad ante este peligro, y entonces estamos preparados.  Debemos fortalecernos de antemano, y estar equipados para lidiar contra la tendencia a desmayar.  Igual si alguien es muy dado a desmayar físicamente, pues tiene que tener cuidado para reconocer las señas y acostarse para reposar o tomar la medicina adecuada a tiempo.

David no solamente dice que su corazón quiere desmayar; se prepara para eso.  Sabe que cuando su corazón comienza a desmayar tiene a la mano lo que debe de hacer.  Está listo, en otras palabras. 

Ahora bien, por otro lado ese mismo hecho nos advierte que tenemos que esperar llegar a estas condiciones.  Si decimos, “Yo soy fuerte, yo no desmayo” ¡tengamos cuidado!  La pregunta no es si vamos a desmayar en corazón o no, la pregunta simplemente es cuándo y por qué.

Y ¿qué pasa cuando llegamos a una situación que nos hace desmayar?  Pues bien, cuando estamos en tales condiciones, hacemos lo que nos es ya de costumbre.  Regresamos a las reacciones entrenadas que ya son automáticas.  Por ejemplo, leí que en un departamento de policías enseñaron a todos a disparar sus pistolas dos veces y volverlas a guardar.  Sucedió que dos oficiales de la policía se enfrentaron con un sujeto quien también tuvo arma de fuego.  En el estrés de una situación peligrosa, uno disparó su pistola dos veces, sin darle a nadie, y lo volvió a guardar.  Eso dio oportunidad para que el sujeto le disparara.  No fue algo lógico ni sabio, pero en el momento sus reacciones fueron solamente hábito.  Así fue entrenado.

B. Pedir.  Debemos entrenarnos para esto.  Es bueno cultivar el hábito de orar ante los problemas.  ¿Me atoré en un examen en la escuela?  Pues debo tomar un momento y pedir a Dios que me ayude a entender la pregunta y poder responder.  ¿No sé cómo tratar con un compañero en el trabajo?  Pues hay que orar rápidamente cuando veo que se acerque y pedirle a Dios sabiduría y compasión. 

Es lo que hace David, y lo que nos muestra con su ejemplo.  ¿Qué hace desde el cabo de la tierra, cuando su corazón se desmaya?  Clama al Señor.  Estando en una situación extrema, con ánimo desfallecido y un corazón que desespera, clama en oración

Esto es muy obvio y muy sencillo, pero muy necesario.  Si mi corazón desmaya, necesito algo mucho más fuerte.  Si mi mente me confunde, necesito una sabiduría mayor.  Si mi valor se agota frente al peligro, necesito un apoyo que va más allá.  Si me mareo de tanta responsabilidad, necesito uno que vive siempre en paz eterna.  Cuando el corazón desmaya es un recordatorio que necesitamos a Dios.  Clamamos a él, pues nadie más sirve y nadie más puede ayudar.  Debemos entrenarnos, cultivar el hábito de orar, para que en el momento de crisis lo que hacemos por instinto es clamar al Señor.

C. Proceder.  Quizás lo más importante nunca es la mera técnica, pero hablando de personas pasando por algo muy extremo que los ha derrotado, es bueno tener en mente pasos definidos que podemos tomar, para nosotros o inclusive para ayudar a otros.  Entonces cuando comenzamos a desmayar en corazón, hay algo que podemos hacer, además y mientras oramos.  Respiramos profundamente, y enfrentamos lo que nos hace desmayar dependiendo de Dios.

  • Hay que definir.  David lo hace, mencionando sus circunstancias y el peligro del enemigo.  ¿Qué estamos enfrentando?  ¿Por qué nos hace desmayar?  Supongamos que siento un miedo agonizante.  Me refugio en Dios, sigo respirando, y pregunto exactamente qué es lo que temo.  O supongamos que el estrés en el trabajo me ha derrotado, por tanto que hay que hacer.  Pues clamando al Señor para su ayuda, lleno los pulmones y pregunto por lo que se tiene que hacer.  Quiero definir las prioridades, lo que se tiene hacer primero o segundo, quiero definir los recursos, como quién podría ayudar, y quiero definir los límites de mi responsabilidad.  Me toca intentar, no lograr.
  • Hay que dividir.  Muchas veces cuando desmayamos es por enfrentar algo muy grande.  Pero si definimos bien el asunto, posiblemente notaremos que hay pasos pequeños que se pueden dar.  No es necesario brincar el monte en un solo salto.  Podemos caminar, y aunque sea un viaje lento, si perseveramos llegaremos hasta el final.
  • Hay que dejar de hacer ciertas cosas que no ayudan o perjudican.  Si me ganan las lágrimas por la tristeza y no es el momento, pues puedo darme unos segundos, 10 o 15, para cerrar os ojos y sentir el dolor, y entonces avanzar con lo que tengo a la mano.  En la situación que estamos viviendo, hay que dejar de ver mucho las noticias, hay que dejar de investigar cada detalle del coronavirus.  Un enfoque obsesionado hacia este gran problema, nos dejará agobiados y en condiciones para desmayar.
  • Hay que descansar.  No lo digo para que no seamos activos.  Si nos toca mucho trabajo, pues claro que hay que poner mano a la obra.  Si estamos en peligro, pues hay que correr o escondernos o pelear.  No se trata de ser pasivos.  Pero comenzamos a buscar al apoyo que necesitamos.  Sabemos que necesitamos una roca de defensa—y recordamos que es lo que tenemos.  Cuando el corazón de David desmayaba, por haberse preparado, pensó en la roca que es más alta que yo, y pidió que Dios hasta allí lo llevara.

3. ¿Quién puede tranquilizar al corazón que se desmaya? 

En un sentido es obvio que ya hemos respondido a esta pregunta, en la insistencia tocante a la oración.  Clamamos a Dios, porque es él quien nos puede ayudar.  Nos preparamos para pedirle en la angustia y desesperación, y pedimos que él nos fortalezca.

Pero en la petición que David hace todavía hay algo más.  Habla de una roca más alta que él, o sea, de un lugar seguro donde puede estar a salvo y nadie lo puede alcanzar.  Pero él mismo necesita ayuda para llegar y refugiarse.  Nuestra tendencia natural no es descansar en Dios en momentos que nos hacen desmayar.  Necesitamos que él mismo nos ayude para eso.

Ahora, el Salmo deja muy claro que David no está hablando de un lugar fuerte, de una roca de las que hay en el desierto al este del Jordán.  Pues en el v.3 lo aclara, diciendo a Dios: tú has sido mi refugio.  En el v.4 quiere estar seguro bajo la cubierta de tus alas.  La roca alta, entonces, es una manera de hablar de Dios mismo (como en Proverbios 18:10).  Y todavía más específicamente Pablo nos dice que la roca era Cristo (1 Cor. 10:4).

Si pensamos en Cristo solamente como el que hace que nuestros pecados sean perdonados y nos lleva al cielo cuando morimos, quizás nos parezca raro que debemos refugiarnos en él ante el conflicto familiar, presiones laborales, frustraciones de la vida, enfermedades y debilidades, y todo lo que aplasta nuestros corazones.  Pero Cristo no es para solamente una parte de la vida.  Es un Señor y Salvador total, y debemos abrazar y recibirlo en toda su plenitud.

¿Qué hace desmayar tu corazón?  Cristo es tu refugio y tu fuerza.  Cada cosa que nos hace desmayar también nos trae la tentación de responder en incredulidad, desesperando, dejando que el miedo o la vergüenza o el enojo determinen nuestras reacciones, en vez de ser seguidores de Cristo en paciencia, fe, humildad, y esperanza.  El mensaje que nos viene de este Salmo no es que nuestros corazones nunca desmayarán.  No es que podemos ser fuertes, independientes, hábiles para todo y sin necesidad de apoyo.  Al contrario, con David sabemos que nuestros corazones desmayarán en algún momento— ¡o en muchos momentos!  Pero estamos preparados.  Sabemos que sucede, y sabemos qué hacer.  En la oración, tomando pasos prudentes, volteamos hacia Cristo. 

Es crítico entender: voltear hacia Cristo no es invocar un recurso que nos permite solucionar las cosas de nuestra propia cuenta, sino que es pedir ayuda y resignarnos con nuestro corazón derrotado en sus manos.  En él encontramos una roca alta, un refugio seguro, una torre fuerte delante del enemigo.  En nosotros mismos, somos todo un conjunto de debilidades; pero en Cristo, gloria sea a Dios, encontramos habitación permanente, y seguridad bajo sus alas. Amén.

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