[Este sermón se predicó en la Iglesia Reformada Valle de Gracia el 14 de marzo del 2021.]

Oseas 4:1-2

Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden.

El profeta Oseas, al igual que nosotros, vivía en un mundo y un tiempo pecaminosos. Pero a veces el pecado se manifiesta más en un tiempo que en otro. Seguramente nosotros recordamos un tiempo en que todos nos llevábamos bien y, aunque siempre ha habido pecado, las cosas no estaban tan corrompidas y pervertidas. Oseas también seguramente recordaba esos buenos tiempos, ya que durante el tiempo de su ministerio las cosas andaban muy mal. Dios lo usó a él y a su familia como señales de la depravación en que se encontraba la nación de Israel. Estaban tan mal que Israel es comparado con una mujer prostituta que engaña a su marido y abandona a sus hijos. Israel se había prostituido adorando a dioses falsos de otras naciones, y los mandamientos del Señor eran despreciados; la violencia llenaba la tierra, los pobres eran oprimidos, y la corrupción predominaba en todas las clases sociales.

El capítulo 4 es una muestra de la degradación en que se encontraba Israel. El Señor enviaba a sus profetas para advertir al pueblo de Israel, pero ellos no hacían caso. Dios, a través de Oseas, dice en el v. 1: «porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra». Es en el v. 1 que me gustaría reflexionar junto con ustedes hermanos. Leamos todo el v. 1: «Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra».

En primer lugar, noten el amor y la paciencia del Señor hacia un pueblo rebelde y pecador. El amor y la paciencia se entienden del hecho de que el Señor manda a su profeta para hablar al pueblo, para comunicarles las palabras de Dios. Durante la historia del pueblo de Dios, los profetas eran instrumentos poderosos de Dios para comunicar los mensajes divinos a los hombres. Lo hacían en tiempos de paz y en tiempos de guerra, en tiempos de abundancia y en tiempos de escasez, en tiempos de fidelidad y en tiempos de infidelidad, en tiempos de temor al Señor y en tiempos de rebelión y corrupción, como era el caso del tiempo en que ministró el profeta Oseas. Dios nunca se dejó a sí mismo sin testimonio. Su amor por su pueblo era grande y persistente. Enviaba a sus profetas con palabras de advertencia. Les decían: «El Señor les dice que se arrepientan de sus maldades», pero ellos se endurecían y no escuchaban. El tiempo en que ministró nuestro Señor Jesucristo también fue un tiempo de rebelión y alejamiento de Dios. El colmo de la maldad del pueblo de Israel no fue que solamente rechazaran y mataran a muchos profetas de Dios, sino que rechazaran y mataran al Profeta de profetas, al Enviado de Dios por excelencia, al Señor Jesucristo.   

Pero esta inclinación al pecado y al odio hacia los mandamientos de Dios y a sus profetas ya estaba presente en tiempos de Oseas; por eso el Señor por su profeta les decía: «Oíd palabra de Jehová». Mucho tiempo tuvieron para arrepentirse, pero no lo hicieron. Nosotros, hermanos, vivimos en un tiempo muy malo en que los mandamientos del Señor son cada vez más sustituidos por mandamientos de hombres; y esta enfermedad espiritual no solo se manifiesta en el mundo no cristiano, sino que prevalece especialmente dentro del pueblo de Dios. ¿Saben? Lo grave del mensaje de Oseas no era que iba dirigido a una nación extranjera, sino que iba dirigido al pueblo de Dios. Asimismo, lo más grave de la corrupción y alejamiento de los mandamientos de Dios en nuestro mundo y en nuestro tiempo es que el mismo pueblo de Dios se ha alejado de Dios, sustituyendo los mandamientos de Dios por mandamientos de hombres. La iglesia que debe proclamar las virtudes del que nos ha rescatado del pecado y su condenación es la que rechaza los mandamientos de Dios y se dirige a la idolatría, a la rebelión y a la unión con el mundo. Gran parte de la iglesia de hoy, tristemente, en nombre de Dios proclama un mensaje que no es de Dios.

En segundo lugar, noten que toda la nación se había pervertido. Esto se entiende de las siguientes palabras: «porque Jehová contiende con los moradores de la tierra”. Sí, todos y cada uno se habían apartado de los mandamientos de Dios para seguir las imaginaciones de su malvado corazón. Los moradores se refieren a todos los que viven y habitan en un lugar; y la frase que dice «de la tierra» se refiere a toda la nación de Israel. Toda la nación de Israel, el pueblo elegido, el pueblo con quien el Señor estableció un pacto había transgredido su santo pacto y en conjunto se unían a los ídolos, a prácticas perversas, a destruirse unos a otros. El v. 2 lo deja bien claro: «Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden». Esta lista de pecados tiene referencia a Ley de Dios. Los Diez Mandamientos se dividen en dos tablas o partes. Los primeros cuatro se refieren a los deberes que el hombre tiene hacia Dios, y los seis restantes a los deberes que el hombre tiene hacia su prójimo. Ambas tablas o partes de la Ley de Dios eran quebrantadas abiertamente, pero el v. 2 se refiere principalmente a la segunda tabla. Los israelitas juraban falsamente, mentían, asesinaban, robaban, adulteraban y los homicidios eran la orden del día. No había respeto a Dios y, consecuentemente, no había respeto al prójimo. El que no ama a Dios, no amará a su prójimo; o, dicho de otra manera, el que odia a Dios, odiará a su prójimo.

Nuestro tiempo y mundo no son muy diferentes al tiempo y mundo del profeta Oseas. Vemos que los moradores de la tierra se desvían de los mandamientos de Dios. En masa, todos se apresuran a hacer el mal. No hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Roguemos al Señor que nuestros gobernantes, que las iglesias, que las familias empiecen a buscar a Dios, a amar a Dios, a tener temor de Dios, porque solamente así habrá respeto por la vida, por la propiedad de los demás; sólo así el juicio de Dios no caerá sobre nuestra nación.   

Y este es el tercer punto de nuestro texto: «El Señor tiene pleito con su pueblo». Noten lo que dice el v. 1: «porque Jehová contiende». Sí, contender significa que Dios tiene pleito con su pueblo, contender significa que Dios está pidiendo cuentas a su pueblo, que Dios está acusando a su pueblo, y si su pueblo no ha sido fiel, la ira de Dios se derramará, y ¿quién podrá resistirla? Hermanos, tener pleito con el vecino es una cosa, pero tener pleito con Dios es otra. El apóstol Pablo dice: «Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?» Ahora bien, podemos invertir esta frase así: «Si Dios está contra nosotros, ¿quién estará con nosotros?» ¿Quién podrá resistir la ira de Dios? Los israelitas del tiempo de Oseas confiaban en sus ídolos, en sus alianzas con naciones malvadas, pero cuando la ira de Dios se derramó, nadie pudo ayudarlos. Cuando Dios mismo se convirtió en su enemigo, nadie pudo salir a su rescate. Toda esperanza se perdió, y los asirios, un país poderoso con un ejército poderoso, los sitiaron, destruyeron sus pueblos y aldeas, destruyeron sus ciudades amuralladas, los mataron, y los que quedaron con vida fueron llevados al exilio, a la cautividad. El Señor también contiende con su iglesia el día de hoy. Hay muchos impostores en los púlpitos que desafían a Dios enseñando lo contrario de la Palabra de Dios, y mucha gente se amontona para oír porque tienen comezón de oír, pero no de oír la Palabra pura de Dios, sino a falsos maestros y predicadores que tergiversan y pervierten la gracia de Dios. Dios contiende con nuestra nación y con su iglesia. Pero Dios contiende también con cada uno de nosotros. Si estamos en pecado, es mejor arrepentirnos y refugiarnos en la sangre preciosa de Cristo, porque cuando la ira del Cordero se derrame ni los montes ni las rocas nos podrán defender.

Finalmente, ¿qué sucede cuando el pueblo de Dios se ha alejado de la Palabra santa de Dios? ¿Cuando su pueblo se va tras los ídolos? ¿Cuando su pueblo sigue mandamientos de hombres y no de Dios? La respuesta la tenemos al final del v. 1: «porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra». Cuando el bien es descartado, lo único que puede reemplazarlo es el mal, el pecado, la mentira, la falta de compasión y la ignorancia del Dios verdadero. Esto sucedió a la nación de Israel: se apartaron y despreciaron la Ley de Dios, y por ello nadie hablaba verdad con su prójimo; mentían a sus esposas, las esposas mentían a sus esposos, los sacerdotes engañaban al pueblo, y el pueblo se deleitaba viviendo en la mentira. Si se desprecia la verdad, entonces no queda otra opción que la descomposición de un país, la degradación y la ruina. ¿Acaso vivir en la mentira puede sostener a una familia en pie? ¿A un matrimonio? ¿A una ciudad? ¿A un país? ¿A la iglesia de Dios? No, hermanos, la mentira más temprano que tarde resultará en la decadencia de todo lo que es bueno en la iglesia, en la sociedad, en un país. ¿Queremos ser verdaderamente libres? Tenemos que permanecer en la palabra verdadera de Jesucristo. Tenemos que estar en unión con Él porque Él es la misma verdad. Rechazar la verdad conduce a la idolatría. Los israelitas rechazaron los mandamientos de Dios y el resultado fue adorar a ídolos o dioses falsos hechos de madera, de piedra, de oro o plata. La idolatría es idolatría no importa cómo se la llame o se la disfrace. En la actualidad, muchísima gente en la iglesia y fuera de ella, gente que dice creer en Dios, tiene más temor de ofender a su ídolo favorito que a Dios mismo.

Pero si la mentira predomina, entonces empieza a escasear la misericordia, la compasión hacia el prójimo. Los israelitas se creían muy religiosos porque cada uno tenía en su nicho a un ídolo: a Baal, a Astoret, y una infinidad de ídolos, pero en la vida cotidiana extorsionaban a los pobres, mentían en sus tratos, robaban, mataban, y nadie tenía compasión de los demás. Era una sociedad en que escaseaba la misericordia y la compasión. Cada uno buscaba sus propios intereses, y si eso requería pasar por encima de los demás, entonces no dudaban en hacerlo. Nuestro mundo no es diferente hermanos. Muchos que en las iglesias cantan, y dicen temer a Dios, en el trabajo se comportan igual que los demás: son mentirosos, son flojos y se aprovechan de los demás. No tienen misericordia.

Por último, cuando se rechaza la Ley de Dios, predomina la ignorancia del Dios verdadero. Por eso el profeta dice: no hay «ni conocimiento de Dios en la tierra». Muchos israelitas en verdad ni siquiera sabían quién era el Dios de Israel; estaban tan sumidos en la superstición que desconocían al Dios de la Escritura. Pero, por otro lado, muchos israelitas decían conocer a Dios, y decían que el Dios del Antiguo Testamento era su Dios, aunque desconocían sus mandamientos, y practicaban lo contrario de lo que Dios mandaba. Noten una vez más la expresión al final del v. 1 que dice: «en la tierra». Esta es la segunda vez que la encontramos, y en la primera dijimos que se refiere a toda la nación. Así pues, aquí significa que toda la nación de Israel era ignorante del Dios de Israel, del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Se habían olvidado de su santo pacto, y en su lugar, hacían pacto con las naciones vecinas y con sus dioses falsos. El profeta Oseas le da tanta importancia al conocimiento de Dios que en el v. 6 dice: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque te olvidaste de la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos». Él repite las consecuencias desastrosas de la falta de conocimiento de Dios al final del v. 14 que dice: «por tanto, el pueblo sin entendimiento caerá». Conocer a Dios es muy fundamental en la Biblia hermanos. Pero no es sólo un conocimiento de la mente que Dios requiere, sino un conocimiento del corazón, un conocimiento y reconocimiento de quién es Dios y quiénes somos nosotros. Tan importante es este conocimiento que el Señor Jesucristo dijo en San Juan 17:3: «Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado».

El pueblo de Dios, el verdadero pueblo de Dios no puede vivir sin conocer a Dios. Conocer a Dios es esencial para la salvación; pero una vez más, no es conocimiento de la mente solamente, sino el conocimiento que Dios mismo da a su pueblo en la Palabra y que lo podemos recibir solamente cuando reconocemos nuestra bajeza e indignidad delante de Dios, cuando extendemos nuestra mano vacía para que Dios se nos dé conocer a nosotros como nuestro Creador y Redentor. Es un conocimiento de íntima comunión con Dios, que nos impulsa a vivir según su santa voluntad. Los israelitas desecharon el conocimiento de Dios y el resultado fue derrota, conquista y exilio. Si nosotros no conocemos a Dios, también vamos a sufrir las consecuencias. No hay nada más noble en el mundo que conocer a Dios. Y su Palabra no está lejos de nosotros ni al otro lado del mar, sino que está en nuestras manos, muy cerca de nosotros. Nuestro tiempo es uno en que la Biblia está disponible como nunca, pero tristemente también es un tiempo de gran ignorancia. Antiguamente, a los miembros de la iglesia se les prohibía leer la Biblia, y había mucha ignorancia y oscuridad. Ahora, todos tienen la oportunidad de leerla para conocer a Dios, pero el conocimiento de Dios es rechazado. El Señor nos ha dado su Palabra profética más segura donde a diario nos advierte, donde nos confronta, donde nos ofrece su conocimiento salvador. Pero la iglesia se parece al pueblo de Israel de antaño, en ese sentido somos iguales: preferimos la superstición, o lo más avanzado en tecnología; preferimos ir tras ídolos de cualquiera clase, y despreciamos el conocimiento de Dios. Por eso, al igual que en tiempos del profeta Oseas, cada vez más ya no hay verdad, ni misericordia ni conocimiento de Dios en la tierra. Dios quiere que su pueblo, que somos nosotros, no nos distraigamos, sino que pongamos la mirada en su santa Ley, que busquemos su santa voluntad en la Palabra y aprendamos la verdad, seamos misericordiosos y nos alejemos del falso conocimiento para acercarnos al conocimiento del Dios verdadero. Afortunadamente, nuestro Dios es paciente y bueno, y en su Hijo Jesucristo nos ha dado todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Amemos al Señor Jesucristo con amor inalterable y aprendamos de Él leyendo su Palabra, asistiendo a la iglesia para escuchar la predicación de su Palabra, y participemos en los estudios bíblicos para aprender más y más de nuestro gran Dios y Salvador. Amén.

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