“Es mejor refugiarse en el Señor que confiar en el hombre. Es mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los poderosos” (Salmo 118-8-9).

El Salmo 118 celebra y proclama la bondad y el amor de Dios en medio de los enemigos que oprimen al pueblo de Dios. El pueblo de Israel, al igual que los demás pueblos, pecaba seguido al confiar más en sus gobernantes, en sus líderes guerreros o, en su defecto, en otras naciones y reyes poderosos a quienes acudían para refugiarse en vez de acudir al Señor.

El Salmo 118:8-9 recuerda al pueblo de Israel, y a nosotros también, que es mejor refugiarse en el Señor. Noten que lo hace repitiendo dos veces la expresión: “Es mejor refugiarse en el Señor”. Es una característica de la poesía hebrea para enfatizar la importancia de una idea o enseñanza. El pueblo de Dios necesitaba desde entonces, y sigue necesitando ahora y hasta que Cristo Jesús regrese otra vez, que se nos recuerde, que se nos repita que es mejor confiar en Dios que en los hombres.

¿A qué se debe esta repetición? Se debe a que, por el pecado, el pueblo de Dios en general y los cristianos en particular, tendemos a refugiarnos en nosotros mismos, en los demás o en algo que no es Dios. Unos confían en su capacidad intelectual, o en su habilidad para hacer negocios, o en alguna otra cualidad o talento personal. Otros confían en una compañía, en un presidente o gobernador, en un líder religioso, o en una ideología. No hay nadie, pero absolutamente nadie que esté libre de confiar en algo o alguien más que no sea Dios. Por eso este Salmo nos recuerda con la repetición que abandonemos el refugiarnos en nosotros mismos para confiar en el Señor.

Asimismo, el versículo de dos maneras un tantito diferentes repite la misma idea en la segunda parte de ambos versículos al decir que es mejor confiar en el Señor “que en el hombre” o “que fiarse de los poderosos”. Es una manera de decir que no importa quién sea dicha persona o personas, no importa qué tan importantes sean, qué tan poderosos sean, qué tan inteligentes sean, no debemos confiar en ellos. Sobre todo, y sobre todos, siempre debemos refugiarnos en el Señor.     

Cristo, nuestro Señor y Salvador, nos enseñó a confiar y refugiarse completamente en el Señor. Durante su ministerio mucha gente lo seguía, pero la mayoría no lo hacia de corazón. Por eso el evangelista Juan en Juan 2:24 dice: “En cambio Jesús no les creía porque conocía a todos; no necesitaba que nadie le informara de nada acerca de los demás, pues él conocía el interior del ser humano”. El verbo “creer” aquí implica no le darte crédito a la gente como también no confiar en ellos. Nuestro Señor incluso fue abandonado por todos sus discípulos a la hora de su muerte, pero Él nunca dejó de confiar en su Padre celestial. Todo el tiempo se encomendaba a Él.

Es por medio de Cristo Jesús que ahora nosotros podemos tener al Padre como nuestro Padre, y saber que, por la obra perfecta y eficaz de Cristo, el Padre nunca nos abandonará. Está siempre con nosotros; Cristo Jesús está siempre con nosotros; el Espíritu Santo está siempre con nosotros. Nunca estamos solos, y si Dios está con nosotros, entonces debemos dejar de refugiarnos y confiar en los hombres, quienquiera que ellos sean para confiar completamente en el Señor. Amén.