IMITADORES DE DIOS PADRE Y DE CRISTO JESÚS

Efesios 5:1-2

Rev. Valentín Alpuche

Desde la caída del hombre en el pecado, la tendencia natural de cada persona es imitar a sus padres, a sus maestros, a sus deportistas favoritos, a su estrella de cine favorita, etc. No hay nada de malo en sí mismo al querer imitar a alguien, siempre y cuando lo que imitemos sea bueno y agradable delante de Dios. Pero debido al pecado llegamos a pensar que la imitación de otros hombres o mujeres es la imitación más exaltada de todas, incluso por encima de imitar a Dios mismo.

Los efesios no eran la excepción a la regla. Con su trasfondo romano, muchos trataban de imitar a grandes filósofos, políticos y soldados, entre otros. Cuando el evangelio llegó a Éfeso, su visión de la imitación cambió radicalmente. Los convertidos llegaron a ser nuevas personas por su unión con Cristo, lo cual les mostró que las cosas más importantes se refieren a lo que Dios exige de nosotros conforme a su santa Palabra.

Pero no todos los efesios practicaban su nueva posición en Cristo; muchos de ellos todavía seguían viviendo de acuerdo a los moldes y modas del mundo pagano de su alrededor. Esto no es algo propio de esa época ni de los efesios solamente; es más, me atrevo a decir que nuestra época (debido al gran avance en los medios de comunicación como la TV, la internet, las redes sociales y los celulares) incrementa ese deseo pecaminoso de querer ser como alguien más, de imitar en un grado desmedido y pecaminoso a otras personas, pasando incluso por encima de lo que Dios demanda que nosotros seamos.

Por ello, el apóstol Pablo entre sus imperativos, es decir, los mandamientos para poner en práctica la fe cristiana en la vida diaria, les dice a los efesios en 5:1: sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. En primer lugar tomen nota de que es una orden: sean imitadores de Dios. Imitar a Dios no es una opción para el creyente, sino una orden. En segundo lugar, imitar a Dios se refiere a imitar a Dios Padre. Debemos imitar a Dios Padre. Esta no fue una orden inventada por Pablo, sino que es una orden ya dada por Dios mismo en el Antiguo Testamento (AT). Por ejemplo, leemos en Levítico 11:45 la misma idea cuando Jehová Dios le dice a los israelitas: seréis santos, porque yo soy santo. Es decir, sean como yo, imítenme. También leemos lo mismo en Levítico 19:2: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios. Esta idea de la imitación divina, Jesús la retomó en el Nuevo Testamento (NT). Leemos, por ejemplo, en Mateo 5:48: Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. La misma demanda del AT continúa en el NT, lo cual indica que estamos hablando del mismo Dios que exige la misma imitación de su pueblo en todas las edades y tiempos.

El apóstol Pablo era un buen lector del AT, como también un buen discípulo de Jesucristo. Aprendió de ambos, y por ello es que aquí manda que los efesios sean imitadores de Dios Padre. Pero algo más que debemos notar, en tercer lugar, es que imitar a Dios no se nos deja a nuestro antojo. En el AT significa imitar a Dios en su santidad y perfección, como ya leímos; pero en Efesios el contexto inmediato (que viene inmediatamente antes) nos sugiere que debemos imitar a Dios Padre en el sentido de ser benignos o bondadosos, misericordiosos y perdonando las ofensas de los demás. Así lo dice Pablo en 4:32: Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Esto no significa que Pablo esté dando aquí en Efesios una lista completa de todas las cosas que tenemos que imitar de Dios. No. Pero es un ejemplo muy específico de cómo podemos imitarlo.

Creo que esto es importante porque solo debemos imitar a Dios en las cosas que la misma Biblia manda cuando la leemos cuidadosamente. Esto quiere decir que no debemos imitar a Dios más allá de lo mandado en la Escritura o que contradiga a la Escritura, la cual es la regla de nuestra fe y conducta. Al mismo tiempo tenemos que decir que hay cosas en las que no podemos imitar a Dios. Por ejemplo, no podemos imitar a Dios en el sentido de perdonar pecados y salvar a otros, porque eso solo le corresponde a Dios. No podemos imitar a Dios en el sentido de crear algo de la nada porque eso solo lo puede hacer Dios. No podemos imitar a Dios en el sentido de gobernar y cuidar de toda la creación porque no somos todopoderosos como Él. Hay cosas en que sí podemos imitar a Dios, y cosas en que no. Y el contexto nos manda, entonces, que lo imitemos siendo benignos, es decir, bondadosos, generosos, dadivosos. También que seamos misericordiosos, es decir, que seamos sensibles a las necesidades de los demás y estemos siempre dispuestos a ayudar a los que están atravesando situaciones difíciles en la vida. Nos manda también que nos perdonemos unos a otros. No se refiere al perdón de pecados que nos salva, sino a perdonar las ofensas de los demás que cometen en contra nuestra, como por ejemplo, cuando alguien nos ofende en palabra o acción. Dios ha hecho estas acciones de la manera perfecta porque Él es Dios; nuestra imitación nunca igualará las acciones de Dios, pero sí podemos practicar dichas actividades. Seamos buenos, seamos misericordiosos y perdonadores de las ofensas.

¿Pero por qué? Pablo da la razón en 4:32: porque Dios nos perdonó en Cristo. Siempre la razón radica en Dios, no en el hombre. Dios asienta el parámetro o estándar de lo que debemos hacer. La imitación es de las acciones de Dios. Esto es importante porque solamente los que han experimentado la bondad, misericordia y perdón de Dios podrán realmente imitar a Dios Padre. Antes necesitamos experimentar la gracia transformadora de Dios para poder imitarlo. Solo los cristianos, pues, pueden imitar a Dios. Esto también significa que nuestra imitación de Dios es resultado de nuestra salvación, no para ser salvos. No imitamos a Dios para ser salvos, sino porque ya nos salvó. Así pues, la imitación cristiana no tiene valor redentivo, como si por imitar a Dios, entonces Él nos perdonará y salvará. La imitación no es fundamento de la salvación, sino resultado de ella.

Otra razón igualmente importante que Pablo proporciona es lo que dice al final de 5:1: como hijos amados. Esto refuerza lo que ya hemos mencionado antes. Solo los verdaderos cristianos son los hijos amados de Dios. En otras palabras, solo los que han experimentado el amor salvífico de Dios, podrán imitar a Dios. Por otro lado, ¿cómo no imitar a Dios Padre quien nos ha amado tanto, al grado de entregar lo más amado de Él para salvarnos? Ningún verdadero creyente puede dejar de imitar las acciones de Dios. Todo verdadero creyente tendrá que ser bueno, misericordioso y perdonador de las ofensas de otros. Es una contradicción flagrante, como también un insulto a Dios mismo, decir que le amamos pero odiamos a nuestros prójimos. El que ama a Dios, amará a su prójimo, particularmente a sus hermanos y hermanas en Cristo.

Este amor de Dios está expresado a través de toda la Palabra de Dios. Citemos tan sólo un versículo que expresa el asombro del creyente ante el amor de Dios: 1 Juan 3:1. Dice así: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. Noten que el apóstol Juan, a quien se le conoce como el apóstol del amor, ha quedado asombrado al contemplar, al meditar en la realidad del amor de Dios hacia sus ojos porque dice: miren, contemplen el tipo de amor que nos ha dado el Padre. Es como si dijera: no hay otro como ese amor, es único y singular. Pero el asombro de Juan puede quedar en puro asombro, en pura imaginación sin ninguna conexión con la realidad a menos que entendamos de qué manera nos ha amado el Padre. ¿Cómo Dios Padre nos ha amado? Pues dando, como hemos dicho, lo más amado de Él por nosotros. ¿Y qué o quién es lo más amado de Dios Padre? Su Hijo eterno Jesucristo, su Hijo quién es Dios mismo, quien es también tres veces santo, y que se hizo pecado por nosotros para perdonarnos y salvarnos. Por ello también leemos en Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Se repite una idea parecida a 1 Juan 3:1: la manera en que Dios amó a su pueblo es de tal manera, de tal clase o tipo que no hay otro como ese amor. Nadie puede amar de esa manera.

¿Cómo no podremos imitar a Dios Padre cuando Él nos ha amado de la manera que nadie más puede hacerlo? El amor de Dios es la fuerza, el impulso, la propulsión para imitarle. Si todos comprendiéramos esto, la iglesia realmente causaría un gran impacto en el mundo. Pero cuando los así llamados cristianos no leen su Biblia, cuando los predicadores no hablan más del verdadero amor de Dios y lo que implicó, y no hablan de vivir la vida cristiana como un mandato para el pueblo cristiano, entonces es que vemos un cristianismo que no difiere mucho del paganismo en el mundo; es más, vemos a un cristianismo tratando de imitar no a Dios, sino al mundo, yendo así en contra de la esencia de ser cristiano.

En Efesios 5:2 Pablo enuncia otro imperativo: Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Este versículo comienza diciendo: Y. Esta conjunción une y da continuidad al pensamiento del apóstol. Aquí nos interesa tomar nota de lo siguiente: la conjunción y nos indica que debemos tanto imitar a Dios como andar en amor; es decir, los imperativos o mandatos que se deben poner en práctica, deben practicarse por igual. No debemos separarlos entre mandamientos más importantes y menos importantes, como si imitar a Dios Padre fuese más importante que andar en amor como Cristo nos amó.

El apóstol una vez más usa (cf. 4:17) su palabra favorita para referirse a la conducta o estilo de vida cristiano. Dice: anden en amor. Literalmente el verbo significa: caminen en amor. Caminen, anden en amor. Caminar o andar es una metáfora que se refiere a vivir, comportarse o desarrollar un estilo particular de vida. ¿Cómo debe caminar el cristiano? Debe caminar en amor. Todo el caminar, todo el comportamiento o el estilo de vida cristiano debe caracterizarse por el amor; es más, el caminar cristiano tiene en su esencia el amor. Esto implica la manera en que nos conducimos en todos los aspectos y momentos de nuestra vida: en el hogar, en la iglesia, en el trabajo, en el parque, de vacaciones, etc. No debe haber momento ni lugar en que el amor esté ausente del caminar cristiano. Los efesios, como la iglesia primitiva, causaron un gran impacto en su tiempo y lugar porque caminaban en amor. Muchos se convirtieron por el ejemplo de la vida de amor que llevaban los cristianos. ¿Acaso debe ser diferente para nosotros el día de hoy? Claro que no.

Pero es muy lamentable cuando los que deben caminar en amor no lo hacen, especialmente cuando dentro de la iglesia misma no se camina en amor. El amor cristiano, por lo que acabamos decir y como reforzaremos en seguida, no es un amor condicionado por las circunstancias o estados de ánimo de la persona; es decir, amar no es opcional, es un mandato. El amor cristiano (que es el verdadero amor) no nace de dentro de nosotros ni está constituido única y primeramente por sentimientos y emociones que son pasajeros y circunstanciales. No. El amor cristiano es o debe ser la marca distintiva y constante que distinga a la comunidad cristiana. Esto implica que si te ofenden, debes seguir amando. Si te causaron algún agravio, debes soportarlo y seguir amando. ¿Cómo? Pudiera decir alguien. Es que estamos acostumbrados a pensar en el amor como una respuesta sentimental a aquellos que asimismo nos muestran amor. Y no es que no exista ese aspecto del amor; eso es verdad, pero es muchísimo más que eso. Pero cuando reducimos el amor a eso, entonces vemos un caminar sin amor dentro de la iglesia misma. Entonces, ¿qué es el amor cristiano?

Pablo nos da la respuesta cuando dice: Y andad en amor, como también Cristo nos amó. En primer lugar, el amor verdadero no es el que experimentamos entre seres humanos. Como cristianos sabemos que desde que el hombre desobedeció en el huerto del Edén y cayó en pecado, el amor humano ha sido influenciado y distorsionado por el pecado que anida en el corazón del hombre. Ese amor verdadero en su estado primigenio desapareció. El verdadero amor para el cristiano es el amor de Dios. Y ese amor de Dios Padre se ha expresado y manifestado de la manera más sublime en la persona y en la obra de nuestro Señor Jesucristo. El amor verdadero, entonces, no es ni un sentimiento ni un concepto inventado por el hombre, sino que tiene su origen, definición y modelo en Dios mismo. Dios es amor (1 Juan 4:8), y si Dios es eterno, entonces su amor es eterno. Y si su amor es eterno, entonces no puede haber otro como el amor de Dios ni otro origen del amor. Juan continúa diciendo: En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. El amor de Dios no comenzó a existir cuando envió a su Hijo, sino que se mostró, se manifestó a la humanidad, a nosotros, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre para rescatarnos de la condenación producida por el pecado. El verdadero amor viene de arriba para abajo. Desciende a nosotros, y nosotros por la obra del Espíritu Santo tan solo lo recibimos. Por eso Pablo dice en Romanos 5:5 dice: porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Regresando con esta idea importante del amor en mente a Efesios 5:2, Pablo dice: como también Cristo nos amó. Tanto el Padre como el Hijo nos amaron y nos aman. Ambos son divinos y comparten el atributo del amor. ¿Pero cómo nos amó Cristo? Generalmente la gente, incluso la mayoría de cristianos a nuestro pesar, concibe el amor de Cristo en términos del amor entre humanos, como si el amor de Cristo fuese definido por el amor experimentado entre personas humanas. Por ello, mucha gente cristiana habla incluso de enamorarse de Cristo. ¡Nunca he leído en la Biblia que nos enamoremos de Cristo! En la edad media cuando reinaba la ignorancia más terrible de las Escrituras en la iglesia, en los conventos las monjas hablaban de estar perdidamente enamoradas de Jesús, hablaban en términos cuasi-sexuales que denotaban una distorsión del verdadero amor de Jesús. Pero esto no ha cambiado con el correr del tiempo. En la actualidad, como he dicho, muchos supuestos cristianos también han distorsionado el amor de Jesús. Pablo dice que Cristo nos amó al entregarse a sí mismo por nosotros. El verbo entregar se refiere especialmente a morir por nosotros para perdonarnos y salvarnos en la cruz, pero envuelve toda la vida de Jesús. Su entrega la empezó no en la cruz, sino en el momento que aceptó la orden del Padre de venir a este mundo para salvarnos. Y entonces esa entrega comenzó a concretizarse en cada momento de su existencia humana, iniciando en su concepción virginal hasta su muerte en la cruz.

El amor de Cristo no fue ni es ni será una mera emoción o pasión humanas. No. Él decidió amarnos; decidió amar a los que no merecían para nada su amor. Su amor fue sacrificial, es decir, se sometió a la humillación más baja para amarnos. Esto lo podemos leer en Filipenses 2:5-8: Haya, pues, este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. ¿Les suena esto a amor sentimental o romántico? Si los cristianos leyeran y meditaran en este amor de Cristo, dejarían de hablar de enamorarse de Cristo. Esto significa, entre otras cosas, que Cristo se humilló hasta lo extremo haciéndose maldito por nosotros al morir la muerte maldita de la cruz.

Pero el amor de Cristo no es contemplativo solamente como si solamente estuviésemos llamados a la vida contemplativa del amor de Dios sin ninguna conexión con la realidad de la vida en la tierra. Mucha gente lo entiende así, y eso ha causado mucho daño a la iglesia. No significa que no exista un aspecto contemplativo, o reflexivo o meditativo del amor de Dios, pero es más que eso. Estamos llamados, mejor dicho, ordenados a vivir en amor como lo hizo Cristo al entregarse por nosotros sacrificialmente. Esto lo remarca el apóstol cuando dice en Efesios 5:2 al final: ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Cristo se humilló, sufrió y fue consumido por el fuego de la ira de Dios en nuestro lugar. Esto es lo que significa cuando dice: y se entregó a sí mismo “por” nosotros. La preposición “por” significa “en nuestro lugar”, “a favor nuestro”, “para nuestro bien”. Lo hizo por nosotros para que nosotros no sufriéramos la ira de Dios que merecíamos. Dios aceptó el sacrificio de Cristo porque lo hizo voluntariamente acatando la voluntad de su Padre y se entregó completamente por nosotros; no lo hizo quejándose o rebelándose; decidió amarnos hasta la muerte cuando nosotros éramos impíos y no merecíamos su amor. Se sacrificó por nosotros; sufrió por nosotros; sufrió humillaciones, vejaciones, torturas, blasfemias, desprecios, etc., por nosotros. Vive en amor como Cristo te amó. En términos prácticos: el amor de Cristo se demuestra mediante acciones que irradian las acciones de Cristo. ¿Quieres seguir a Jesús? Entonces, debes imitar su amor: ama a Dios y ama a tu prójimo. Ama con acciones concretas incluso cuando tus sentimientos, emociones o afectos te indiquen otra cosa. Cristo tenía todas las razones del mundo para no amarnos, pero decidió amarnos. Cristo mismo dijo: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (Juan 14:15). Y uno de sus mandamientos que mucha gente ignora a propósito se encuentra en Mateo 16:24: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. A los ojos del hombre pecador y del mundo sin Dios, este mandamiento es humillante y degradante; pero no a los ojos de Dios, ya que refleja el amor mismo de Cristo al negarse a sí mismo, al cargar su cruz y morir por nosotros. Y es que si todos amáramos así, el mundo sería otro. Piénselo por un momento: todos amándose sacrificialmente unos por otros, buscando siempre el bien de los demás. A primera vista este mandato de Cristo puede sonar humillante (y lo es para el orgullo humano), pero en esencia es el mejor mandamiento que transforma radicalmente al yo y al mundo. Si todos anduviéramos en amor, ¿quién se preocuparía de que le roben, de que lo engañen, de que lo lastimen, de que se aprovechen de él? ¿Quién? Nadie.

Imitemos a Dios como hijos amados, y andemos en amor como Cristo nos amó al humillarse hasta la muerte maldita de la cruz por nosotros. Pero, ¿podemos hacer esto? No. Además, hemos dicho que Pablo le escribe a Efesios que ya son cristianos, a efesios transformados por la gracia de Dios; así que no tiene en mente que los efesios hagan todo esto para salvarse, sino porque ya son salvos. Si fuese para salvarse, ningún efesio ni ninguna persona en el mundo podría ser salva porque nadie puede imitar a Dios perfectamente ni nadie puede andar en amor como Cristo nos amó. Solo podemos hacer esto cuando estamos en unión con Cristo; solo lo podemos hacer cuando somos miembros del cuerpo de Cristo; cuando aceptamos que Cristo murió “por” nosotros, en nuestro lugar. Es decir, Él ya lo hizo por nosotros; su imitación, su caminar en amor es lo que nos ha salvado. Solo en Él es que nosotros podemos imitar a Dios Padre y andar en amor como Él lo hizo. Aparte de Cristo solo caminamos en odio y condenación; pero en Cristo caminamos en salvación y amor. Solo en Cristo nuestra imitación de Dios y nuestro caminar en amor serán una ofrenda y sacrificio de olor fragante en la presencia de Dios.