Predicado en la Iglesia Reformada Valle de Gracia el 19 de abril del 2020. Grabación disponible.

Hechos 10:34-43

34Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, 35sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.  36Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.

37Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: 38cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

39Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.  40A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; 41no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos. 42Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.  43De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

Introducción

Amados hermanos, el libro de Hechos contiene capítulos muy significativos dentro de la narración del avance del evangelio en diferentes lugares y a diferentes grupos de personas. Hoy vamos a reflexionar en una parte sumamente importante de Hechos10:34-43 que contiene el primer sermón del apóstol Pedro a una audiencia gentil. Se encontraba en casa de un soldado romano, un centurión llamado Cornelio. Por esta razón, este sermón de Pedro es muy importante, ya que por primera vez se predica a un grupo de gentiles, personas que no eran judías. Y es así como comienza el ministerio oficial de la iglesia a los gentiles. Con esta acción se cumplían inicialmente las palabras del Señor Jesús de que el evangelio debería predicarse en todas las naciones, es decir, a todas las personas de cualquier raza, idioma o cultura. Este sermón es tan importante para nosotros que somos gentiles, ya que el Dios de la gracia nos ha incluido dentro del alcance de la obra salvadora de Cristo. Veamos cómo se lleva a cabo.

Dios no hace acepción de personas (10:34-35)

El apóstol Pedro por mandato de Dios mismo y como respuesta a una visión que Dios le concedió (como también a Cornelio, el soldado romano) se dirige a Cesarea, una ciudad importante en la costa del Mar Mediterráneo. Por primera vez el apóstol Pedro se dirige a la casa de un gentil, es decir, de uno que no era judío, que no era de su misma raza. Pedro, y todo judío, sabía que era muy abominable para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí, dice Pedro, “Dios me ha mostrado que a ningún hombre llame común o inmundo” (10:28). Así pues, es Dios mismo quien está organizando, por así decirlo, esta primera reunión cristiana entre judíos y gentiles. Pedro no estaba muy seguro de lo que iba a decir en casa de Cornelio, aunque ya tenía una idea algo cercana de lo que estaba sucediendo. Pero Pedro no tuvo tiempo de estudiar durante la semana para escribir su sermón. Predicó completamente bajo la dirección poderosa y sabia del Espíritu Santo (10:19-20).

Por eso en 10:33, Cornelio le dice que lo hizo venir con base en la visión que Dios le concedió, y afirma: “Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado”. Hermanos, este sermón de Pedro fue un sermón bajo la dirección directa del Espíritu, además de que fue un cumplimiento de las palabras de Jesús en Mateo 10:20 de que el Espíritu del Padre hablaría por medio de sus apóstoles. Creo que esto es importante de aclarar para no pensar que este sermón fue producto de la ingeniosidad o elocuencia de Pedro. No. Todo sermón bendecido por Dios es un sermón que el Espíritu Santo usa para edificar a su iglesia. En el momento que un predicador piensa que por su elocuencia, su preparación o por sus gritos o brincos su sermón estuvo buenísimo, es señal de que está confiando más en su sabiduría que en el poder del Espíritu Santo. Los sermones buenos son los que son usados por el Espíritu Santo como Él mismo quiere.

Y la primera, fundamental y trascendental verdad que el Espíritu Santo reveló al apóstol Pedro, está en el v. 34 cuando Pedro, abriendo su boca, dijo: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas”. Esta declaración de Pedro implica varias cosas muy importantes. La primera es que Dios nunca ha hecho acepción de personas o mostrados favoritismos. En realidad, Dios al escoger a Israel nunca prohibió la entrada de los gentiles a su pueblo. En el Antiguo Testamento podemos leer de varias partes que muchos gentiles se integraban al pueblo de Israel. Esto significa que Dios había escogido a Israel no como un fin en sí mismo, sino como un medio para el fin de salvar a los gentiles. Por medio de Israel, Dios planeó la salvación de todas las naciones. Segundo, los judíos habían malinterpretado que Dios los hubiera escogido e integrado a su santo pacto como si ellos se lo hubieran merecido y como si los gentiles fuesen indignos de ser recipientes de la salvación. Pero esto estaba equivocado, por eso es que el apóstol Pedro dice: “En verdad comprendo” que Dios no muestra favoritismos con nadie.

Y luego explica mejor esto en el v. 35 cuando dice: “Sino que [Dios] en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”. No importa de qué nación, idioma o cultura sea una persona, si esa persona se arrepiente de sus pecados y confía humildemente en la obra perfecta de Cristo para salvación, entonces esa persona es salvada por la gracia de Dios. Ese es el significado del v. 35. En otras palabras, los vv. 34-35 proclaman la salvación universal de Dios, es decir, que Dios por gracia salva a toda persona de cualquier nación, raza o cultura que se refugia en la gracia salvadora de Dios.

¡Qué importante lección tenemos aquí amados hermanos! No se nos debe olvidar que Dios nos escogió por pura gracia y misericordia, y no porque fuéramos sus favoritos. Hasta ahora muchos judíos siguen pensando que son los favoritos de Dios. Y hasta ahora mucha gente dentro de la iglesia cristiana sigue pensando que ellos son los favoritos de Dios, pero estos versículos derriban completamente esa forma incorrecta de pensar. El evangelio es para todas las naciones, para todas las gentes. Este entendimiento dado por el Espíritu Santo a Pedro era la base para su presentación del evangelio a una casa llena de gentiles, de personas que de otro modo hubieran sido despreciadas por Pedro y los demás judíos que fueron con él.

El ministerio público de Jesús y su significado (10:36-38)

Ahora el apóstol Pedro dirige la atención de los gentiles a una realidad conocida por todos, incluso por esos gentiles que vivían en tierra de Israel. Y comienza propiamente su sermón o exposición de esta manera: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos” (36). Noten que Pedro con estas palabras dice que el autor del mensaje es Dios mismo. Dios es el creador del mensaje enviado a los hijos de Israel. Los judíos no inventaron ese mensaje. Esto quiere decir que si el mensaje proviene de Dios, nosotros debemos predicar el mensaje con fidelidad, no debemos pervertirlo añadiendo o quitando lo que se nos antoje. Dios es el autor del mensaje. Y este mensaje, Pedro lo llama “el evangelio de la paz por medio de Jesucristo”. Esta frase es muy especial porque indica dos cosas fundamentales. Primero, el mensaje es el evangelio de la paz. Las buenas noticias de la paz. Esta paz se refiere principalmente a la paz con Dios, a la reconciliación de Dios con el hombre. Y resalta maravillosamente el amor de Dios por la humanidad, ya que Dios mismo es el que crea el mensaje de la paz y lo envía para reconciliar consigo mismo a los que eran sus mismos enemigos. No fue el hombre que salió en busca de Dios, sino Dios en busca del hombre perdido en pecado. Segundo, la frase preposicional “por medio de Jesucristo” significa, creo, al menos dos cosas: la primera es que el mismo Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, llegó a Israel anunciando este evangelio de la paz. El mensajero perfecto, el predicador perfecto era el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. Segundo, Jesucristo es el contenido mismo del mensaje, del evangelio de la paz. Cristo mismo es nuestra paz. Así pues, Cristo es el mensajero y el contenido del mensaje. Gloria a Dios por su Hijo quien completó perfectamente nuestra salvación.

Y ahora lo sobresaliente aquí es el hecho de que este mensaje o evangelio de la paz es concedido por igual a judíos y gentiles. El evangelio es universal en su esencia, llega a todas las naciones debajo del cielo. La pregunta que surge es: ¿Con qué prerrogativa Jesucristo puede predicar a judíos y gentiles este evangelio de la paz? Pedro da la respuesta al final del v. 36: “Jesucristo es Señor de todos”. El Padre ha constituido a su Hijo Jesucristo como recompensa por su obra perfecta de salvación en el Señor de todos. Por eso Jesucristo es Señor de señores. Es Señor de judíos y gentiles.

Y esto, Pedro dice, era conocido por todos los que habitaban en Israel en ese tiempo, incluso por los gentiles como Cornelio y sus conocidos. Esto es lo que Pedro les dice en el v. 37 y lo expande en el v. 37-38: “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo de Juan”. Sí, hermanos, el ministerio salvífico del Hijo de Dios no era una cosa oculta o desconocida, sino conocida por todos en Israel. Todos habían oído hablar de Jesucristo, de una manera u otra. Esto significa que los testigos, en el sentido general de la palabra, eran todos los habitantes de Israel. La obra de Cristo no se hizo en un rincón, sino que llegó a conocimiento de todos, incluso de los mismos gobernantes. Por otro lado, significa que la obra de Cristo, su persona y su misión de salvación, no fue la invención de un grupo de personas, sino fue algo verídico, algo histórico, algo que sucedió y que era susceptible de verificación por muchísimas personas en Israel. Pero añade en el v. 38 que “Dios ungió con el Espíritu y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes, y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Aquí vemos dos cosas importantes entrelazadas mutuamente. Primero, el acontecimiento del ministerio de Jesucristo fue algo histórico, pero tenía un significado especial. El hecho histórico y su significado se nos dan en este pasaje. No solamente se nos da el evento histórico para que cada uno lo interprete a su manera, sino que la Escritura nos proporciona su significado. Esto es lo que Pedro explica en el v. 38: “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret”. La palabra Dios aquí se refiere al Padre, el Hijo es quien es ungido, y el Espíritu Santo es la unción que capacitó a Jesús en su naturaleza humana para llevar a cabo poderosamente su misión. Así pues, el ministerio de Jesús no fue el producto del ingenio humano, sino del ingenio divino. Lo que Jesús vino a hacer en la tierra se originó en el corazón mismo de Dios. Todo lo que hacía confirmaba que Dios estaba con Él.

El apóstol Pedro sigue explicando el significado del ministerio de Jesús en los vv. 39-43. Primero dice que él mismo junto con los demás apóstoles, como aprendemos de los evangelios y otras cartas del Nuevo Testamento, eran los testigos oficiales del ministerio de Cristo. En verdad, muchos se enteraron del ministerio de Cristo, pero muy pocos entendieron su significado. Incluso los mismos apóstoles malinterpretaron a Cristo, y fue solamente hasta después de su resurrección que ellos llegaron a entender muchas cosas. Así pues, lo importante del rol de Pedro y los demás apóstoles es que Dios los hizo recipientes y portadores de su mensaje. Como apóstoles testigos tenían la suprema obligación de comunicar fielmente el significado del ministerio de Jesús.

Al mismo tiempo, Pedro sigue intercalando comentarios acerca del carácter histórico de la obra de Jesús, ya que dice al final del v. 39 que los judíos incrédulos mataron a Jesús colgándole de un madero. Cristo murió por designio divino, pero Dios hizo a personas reales que lo iban a matar. Así pues, la muerte de Cristo en manos de los judíos incrédulos sucedió bajo la autorización y sabiduría de Dios. Su muerte era absolutamente necesaria para el perdón de nuestros pecados y nuestra salvación. Cristo en efecto murió colgado de un madero, pero no se quedó en la tumba. Pedro dice en el v. 40: “A éste levantó Dios al tercer día”. La muerte de Cristo es un evento completamente entrelazado con su resurrección. Ambos se sostienen juntos y ambos caen si son separados. La muerte de Cristo era absolutamente necesaria, pero también lo era su resurrección. Por su muerte fuimos librados de la ira de Dios sufriendo Él, en nuestro lugar, la maldición de la ley debido a nuestras transgresiones, y por su resurrección somos justificados (Romanos 4:25), es decir, declarados justos ante Dios.

Pedro continúa diciendo que Dios Padre hizo que el Cristo resucitado se manifestase no a todo el pueblo, “sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos”. Los doce apóstoles, y Pablo también, son los testigos oficiales de la muerte y resurrección de Cristo, como de todo el ministerio de Cristo. Ellos, por inspiración del Espíritu Santo, nos han dado la enseñanza o doctrina correcta que interpreta infaliblemente el significado de la muerte y resurrección del Hijo de Dios. Así pues, una iglesia apostólica no es la que dice ser apostólica o la que dice que tiene apóstoles sino la que está fundada en la enseñanza de los profetas y apóstoles, “siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20).

El v. 42 también nos dice que Pedro enseñó a Cornelio y sus amigos la importante realidad de que Dios Padre “ha puesto a Jesús por Juez de vivos y muertos”. El Cristo que nació en Belén, creció en Nazaret, fue ungido con el Espíritu Santo, murió y resucitó por los elegidos, es también el Juez de todos. Así como es Señor de todos, es Juez de todos. Esto particularmente comunicaba la importante idea de que solo en Cristo hay salvación, y que si rechazamos a Cristo, en lugar de Salvador se convertirá en nuestro Juez que nos condenará para siempre.

Por último, Pedro apela al testimonio de Dios en el Antiguo Testamento acerca de Jesús y su obra de perdón de pecados. Dice en el v. 43 que de Jesús “dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”. Es decir, el ministerio de salvación del Señor Jesucristo fue profetizado por todos los profetas. Noten que Pedro no habla de un profeta en particular, sino de todos los profetas, porque esto significa que todo el Antiguo Testamento da testimonio de Cristo, todo el Antiguo Testamento (de una o de otra manera) anuncia la llegada del Salvador del mundo. Y claramente repite la misma idea de al principio de su sermón de que “todos” los que creyeren en Cristo, recibirán perdón de pecados. Nadie queda excluido del perdón de pecados por su nacionalidad, lengua o cultura, sino que todos de entre todas las naciones debajo del cielo que ponen toda su fe en Cristo y reconocen su pecado y su necesidad de ser perdonados, en efecto son perdonados y salvados por Cristo.

Conclusión Éste es el Salvador de todos los hombres amados hermanos. Cristo es el Señor de todos los hombres. Aparte de Él no hay posibilidad de salvación. Por eso es que con Cristo se cumple lo anunciado de antemano en el Antiguo Testamento acerca de iniciar la predicación universal del evangelio a todas las naciones. El ministerio de Cristo fue completamente histórico y real, pero más importante aún fue la obra del Dios soberano, ya que todas las personas de la deidad participan en la obra de nuestra salvación: El Padre envía a su Hijo, quien se somete y acata la voluntad de su Padre, y el Espíritu Santo unge a Jesús en su capacidad de Mediador y Salvador para realizar una obra perfecta de salvación. Ese mismo Espíritu ha guiado infaliblemente a sus apóstoles para ser testigos infalibles del ministerio de Jesús. Y este ministerio no está limitado a ninguna nación, raza, lengua o tribu, sino que el Dios que no hace acepción de personas lo ha enviado por medio de su Hijo a un mundo perdido en pecado. Y el sermón de Pedro nos recuerda una vez más, que este mismo Jesús es Juez de vivos y muertos. Gloria a Dios por el ministerio perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Amén.  

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