Génesis 12:10-20

Introducción

Amados hermanos, la primera parte de Génesis 12 nos relata el impresionante llamado que Dios le hizo a Abram para que se fuera de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, a la tierra que Él le mostraría. En ese tiempo dejar tu lugar de origen significa prácticamente que perderías la identidad y significado de tu vida. Por otro lado, significaba también que muy probablemente nunca más volverías a ver a tus seres queridos. Y, en efecto, Abram perdió su identidad y significado que tenía por parte de su tierra y familia, pero recibió por gracia una nueva identidad y significado que superaron por mucho lo que él era antes de ser llamado por Dios. El vacío que tenía en su vida al dejar su lugar de origen fue inmediatamente llenado por todas las ricas promesas que Dios le dio por gracia. Ahora era una nueva persona, su identidad era que era hijo del Dios Altísimo y estaba llamado a ser el padre de una gran nación y que sus descendientes poseerían la tierra de Canaán. Esto quiere decir que Abram, al ser llamado por Dios, no perdió, sino que salió ganando. Y esa es la realidad de cada uno de nosotros cuando comprendemos lo que significa que ahora somos por gracia miembros de la familia de Dios. Pero el llamado de Dios no significa que Abram ya no iba a tener ninguna clase de problemas; no. Los problemas vendrían, pero si confiaba en las promesas de Dios, podría superar cualquier prueba que Dios enviara a su vida. Pues así empezó la nueva vida de Abram; fue un comienzo difícil que, si hubiera dependido de él, hubiera fallado desde el primer momento; pero el Señor del pacto lo rescató para que el plan de salvación continuara avanzando.

Meditemos en nuestro pasaje de hoy bajo la siguiente idea central: El Señor interviene para rescatar a Abram y Sarai por amor a sus promesas. Desarrollaremos nuestra idea central bajo los siguientes tres puntos:

  1. Abram pide a Sarai que mienta en Egipto (12:10-13)
  2. Sarai es llevada a la casa de Faraón (12:14-16)
  3. El Señor castiga a Faraón y Abram es expulsado de Egipto (12:17-20)

Abram pide a Sarai que mienta en Egipto (12:10-13)

Dijimos que cuando el Señor llamó a Abram no le prometió que su vida estaría libre de problemas. Y Génesis 12:1 nos pone en contexto para tener una idea de la primera dificultad que Abram enfrentaría residiendo en la tierra de Canaán. Génesis 12:10 dice que hubo una grande hambre en la tierra, es decir, una hambruna severa, grave, muy crítica. Y, de acuerdo con la forma en que Abram actuó, la situación era tan complicada que tuvo que bajar a Egipto para pasar un tiempo allí. Egipto, junto con Caldea, era la segunda potencia mundial de ese mundo. Cuando había catástrofes naturales, la población en riesgo emigraba para ir a encontrar ayuda, ya sea en Caldea o en Egipto. Como Abram residía ahora en Canaán, Egipto le quedaba más cerca que Ur de los Caldeos, y por eso bajó a Egipto. Se dice que “bajó” o “descendió” porque Canaán se encontraba en un área más elevada que Egipto. Y cuando regresó de Egipto se dice que subió a Canaán. Uno bajaba a Egipto y subía a Canaán.

Aunque el versículo 10 no dice ni bueno ni malo sobre la decisión de Abram de ir a pasar un tiempo en Egipto, lo que sigue nos da una idea de que la decisión de Abram no la tomó basado en la fe verdadera, en la confianza en que Dios lo podía sustentar y alimentar en Canaán, aunque el hambre era muy grave. Si dejó toda su tierra y su familia para ir a Canaán confiando en la provisión y protección de Dios, ¿acaso no pudo haber confiado en Dios para que lo preservara a Él y a toda su familia en medio de la hambruna? Esta situación ya nos debe dar también a nosotros una lección importante. La mejor solución ante los problemas difíciles de la vida no es salir huyendo de ellos, sino enfrentarlos confiando siempre en las promesas de Dios. Por otro lado, nos muestra (como veremos con más claridad después) que Abram era débil como nosotros y necesitaba ser corregido por Dios, y eso nos debe animar también.

Bueno, pues Génesis 12:11 nos empieza a relatar que ya casi para entrar al territorio de Egipto, Abram miró muy bien a su mujer y se percató que era muy hermosa, verdaderamente bonita; el texto dice que era “de hermoso aspecto”, o sea que es una forma de decir que los hombres de Egipto iban a notar inmediatamente la forma externa, la belleza externa de Sarai. Lo curioso es que Abram como que antes no se había dado cuenta de lo bonita que era su esposa, porque dice: “He aquí, ahora conozco…” ¡Qué caray con Abram! Los años de matrimonio le hicieron olvidar que tenía una hermosa esposa.

Por otro lado, Génesis 12:4 nos dice que cuando Abram salió de Ur de los Caldeos tenía 75 años, y él era 10 años mayor que Sarai, por lo que ella para este tiempo tenía 65 años. Sí, hermanos, ya estaba viejita, diríamos nosotros; y aunque la duración de la vida ya había disminuido después del diluvio, el Señor había preservado en muy buena forma a Sarai. Además, ella era estéril por lo que no había perdido su figura todavía. Dios había obrado una providencia especial para Sarai, y según nuestro pasaje, eso tenía un propósito. La vida ahora ha cambiado, y las esposas a los 65 años pues ya perdieron un poquito su belleza física, aunque todavía son muy hermosas también. ¿Cierto o no hermanas?

Prosigamos. Y ahora veamos cómo la desconfianza de Abram en las promesas y fidelidad de Dios empieza a hacerse evidente. Empezó a reflexionar…aunque no en las promesas de Dios…sino en su propia seguridad personal, incluso, sí hermanos, incluso en perjuicio de su bonita esposa. Y cavilando dentro de sí, le dijo a Sarai: “oye viejita, si los egipcios te ven así de bonita, van a pensar que eres mi esposa, y entonces me van a matar a mí para quedarse contigo. Mejor di que no eres mi esposa, sino mi hermana; y así me vaya bien y no me maten, sino que viva gracias a ti”. Uno pudiera pensar que Abram no estaba cometiendo un gran error aquí, pero cuando vemos su petición egoísta en contexto, entonces se manifiesta su pecado.

Primero, actúa desconfiando de Dios, del Dios que lo llamó y le dio grandes promesas; promesas divinas que con toda seguridad se iban a cumplir. Simplemente se olvidó de eso; y esa fue la base de su error.

Segundo, no busca el consejo de Dios. Percibe que se halla en peligro y diseña un plan de autopreservación o autosalvación. No ora a Dios para que le muestre qué debería hacer. Así somos nosotros también hermanos. Ante los problemas no oramos, no buscamos la dirección de Dios, y pensamos que nuestra sabiduría humana es mejor que la divina.

Tercero, su plan era muy egoísta, porque Sarai ya no sería su esposa, y ella pasaría a ser la propiedad de alguien más. Sarai amaba a Abram, y pedirle semejante cosa era una gran ofensa para ella. Yo no sé qué pensaría la pobre Sarai en ese momento, pero ella hubiera reprendido a su esposo para que juntos buscaran la dirección de Dios. Bueno, no lo hicieron y ella escuchó la voz de su esposo. Al menos, tal vez podemos decir que Sarai estaba actuando mejor que su esposo.

Cuarto, Abram no estaba actuando como el esposo responsable que debería guardar el honor de su esposa. ¿En serio era correcto que él la expusiera a semejante inmoralidad? ¿Dejaría que la lujuria de los egipcios y su temor fuesen de más peso que su responsabilidad como esposo?

Vemos al hombre de fe actuando con muy poquita fe en esta situación. Abram exponiendo a su esposa para ser la esposa de alguien más, y todo para salvar su propia vida. ¡Qué gran lección tenemos aquí para los esposos! En todo lo que hagamos, debemos proteger a nuestras esposas; nunca debemos exponerlas al peligro; ni mucho menos debemos usarlas para nuestros planes perversos y egoístas. El apóstol Pablo les dijo a los efesios así: “Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. Sí, hermanos, en esto no sigamos el ejemplo de Abram, sino el del Señor Jesucristo. Debemos seguir el ejemplo de los personajes bíblicos siempre y cuando ellos imiten al Señor Jesucristo. Y así llegamos al segundo punto:

Sarai es llevada a la casa de Faraón (12:14-16)

Pues las sospechas de Abram se hicieron realidad; solo que el Señor le tenía preparada una gran sorpresa y también una gran enseñanza. Nuestro pasaje dice que entraron al territorio de Egipto, y los egipcios vieron que Sarai era hermosa. Y noten que dice que era hermosa “en gran manera”, o sea, era tan hermosa que cualquiera que la veía no podía sino admirar su belleza. La expresión “los egipcios” se refiere en el versículo 14 a los ciudadanos comunes y corrientes; a la población egipcia en general. Pero el versículo 15 introduce información que Abram no había tomado en consideración, es decir, dice que “los príncipes de Faraón” también se dieron cuenta de la hermosura de Sarai. Gente del palacio, funcionarios al servicio de Faraón; gente de importancia, oficiales que tenían más poder que los egipcios del pueblo. Pero, y es aquí donde esto tomó por sorpresa a Abram, ya que, si pensaba que, si algún hombre común y corriente le proponía algo respecto a Sarai, tal vez podría diseñar un plan para volverla a rescatar. Pero y si se la llevaban al palacio de Faraón, ¿cómo la rescataría? Pues eso fue lo que sucedió, ya que el texto dice que los príncipes alabaron la belleza de Sarai delante de Faraón, o sea, elogiaron tanto la belleza de Sarai delante de Faraón que este no pudo resistir tomarla como su esposa. Faraón queda embelesado ante la descripción maravillosa de la belleza singular de Sarai que manda a que la llevaran a su casa, es decir, a su palacio.

Pues como Abram había mandado a Sarai que dijera que no era su esposa, sino su hermana, pues entonces dejó el camino despejado, por así decirlo, para que Faraón la llevara a su casa. Aquí debemos aclarar que el rey egipcio, al igual que los reyes de las naciones de ese tiempo, no solo tenían una mujer, sino muchas de ellas; es decir, tenían un harem, un grupo de mujeres que eran sus esposas, y entre ellas tenían a sus esposas favoritas. Supongo que Sarai estaría entre las favoritas porque era muy hermosa.

El texto sigue diciendo que Faraón le entregó mucho dinero en especie a Abram, que era la dote de las novias, un dinero que el que tomaba a una mujer por esposa ofrecía al padre de ella, o en este, caso a Abram. El versículo 16 dice que Faraón le dio a Abram: ovejas, vacas, asnos, siervos, criados, asnas y camellos. Realmente Abram fue grandemente recompensado por Sarai. Pero ¿qué haría ahora? ¿Cómo estaría el corazón y la consciencia de Abram, ya que sabía que había prácticamente vendido a su esposa a otro hombre? ¿Dejaría que Sarai pasara a formar parte del harem de Faraón? Pues, ya no podía hacer otra cosa. Sí, había ganado mucho dinero, pero había perdido a su esposa. ¿Qué beneficio era eso para él?

Vemos que Abram actuó deshonestamente consigo mismo y con Sarai. Pensó en salvar su propia vida exponiendo a su esposa a ser tomada por otro hombre y perderla para siempre. ¿Dónde estaba el hombre de fe que dejó todo para obedecer el llamado de Dios? ¿Acaso Dios no podía salvarlo del hambre sin tener que recurrir a Egipto? ¿Acaso el hambre destruiría el plan de Dios? Parece que Abram sí pensaba de esa manera, y su propia vida llegó a ser más importante que su esposa y que el llamado mismo de Dios. El temor dominó su vida, y entonces cuando uno actúa con base al temor, un pecado lleva a otro peor. Le dijo a Sarai que mintiera, y como resultado de eso ahora había perdido a su hermosa esposa.

Amados hermanos, la Biblia no tiene ningún problema en exhibir a los hombres de Dios con sus errores y pecados, ya que lo importante en la Biblia no son los hombres por sí mismos, sino lo que Dios puede hacer incluso a través de hombres como Abram. Esto nos recuerda que nuestra fe no debe estar basada en los hombres, sino en Dios solamente. En la vida cristiana no seguimos a hombres pecadores, sino a Dios quien nos da grandes promesas que nunca fallará en cumplir. Al exponer a Abram como hombre pecador tenía como propósito exponer la fidelidad inquebrantable de Dios a su promesa, a su pacto. Sí, las promesas de Dios no caerían a tierra ni siquiera por los pecados de Abram. Y con esto llegamos al último punto.

El Señor castiga a Faraón y Abram es expulsado de Egipto (12:17-20)

En Génesis 12:17-20 aprendemos que solo la intervención de Dios mismo nos puede rescatar de nuestros propios planes pecaminosos que solamente traen ruina a nuestra vida. Nos dice que “Jehová hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Sarai mujer de Abram”. Uno pudiera pensar que era algo injusto que Dios castigara a Faraón y a su casa con grandes plagas, ya que él había actuado con justicia al tomar a una mujer que no era casada. Debemos ser cuidadosos porque con toda seguridad Dios nunca comete una injusticia, especialmente al actuar contra Faraón. Este rey egipcio ya tenía muchas mujeres, ¿para qué quería otra? Por otro lado, los faraones, al igual que los demás reyes, eran tan crueles e injustos, que arrebataban por la fuerza lo que no era de ellos si algo les llegaba a gustar. Muchos eran despojados de sus propiedades por los reyes malvados, y Faraón no era la excepción. Era un tirano que no se tentaba el corazón para arrebatar lo que no era suyo. Así que Dios no fue injusto contra él.

Por otro lado, el texto dice que hirió a Faraón con grandes plagas, es decir, con plagas graves y severas que da un indicio de que Dios estaba muy disgustado con Faraón. Este rey no era inocente de ningún modo. Por otro lado, vemos que Dios no iba a permitir que su pueblo, en este caso, Sarai, fuera profanada por un perverso como Faraón, sino que la preservó por amor a su nombre. El Salmo 105:12-15 dice del pueblo de Israel en general, y de Abram, en particular: “Cuando ellos eran pocos en número, y forasteros en ella, y andaban de nación en nación, de un reino a otro pueblo, no consintió que nadie los agraviase, y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas”. Dios se había comprometido con Abram y Sarai, de modo que no iba a permitir que nadie los agraviase, es decir, que los ofendiese o dañara. Lo hizo por amor a su pacto, a sus promesas; no por amor a Abram, ya que en sí mismo Abram se merecía lo que le estaba pasando.

Pero el texto dice que Jehová hirió a Faraón con grandes plagas “por causa de Sarai” mujer de Abram. Sí, Dios defendió a Sarai, y no permitió que fuese humillada y manchada por un rey malvado. Dios se preocupa por su pueblo no solo a un nivel general, sino también particular, es decir, cuida a cada uno de sus hijos; y aquí lo vemos expresado en que no permitió que Sarai fuese profanada por Faraón. A pesar del pecado de Abram, Dios se mantuvo fiel. La fidelidad de Dios no puede ser frustrada ni siquiera por nuestros pecados. Así lo dice el apóstol Pablo en Romanos 3:3-4: “¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”. Y luego en 2Timoteo 2:13 dice: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”. Así pues, una gran lección que aprendemos de este episodio es la gran fidelidad de Dios a sus promesas de pacto; que es tan fiel que no iba a permitir que ni siquiera el pecado de Abram frustrara sus planes de redención. Sus promesas no podían caer a tierra solo por la mala conducta de Abram.

Esto no es una excusa para pecar, sino para comprender que el compromiso que Dios tiene para con su pacto nada lo puede destruir. Y el que participa de las bendiciones del pacto debe confiar no en sí mismo, sino en el Dios del pacto; y los creyentes deben amar mucho más a Dios porque su gracia sobreabunda cuando abunda nuestro pecado (Romanos 5:20). Esto claro no significa que Dios no castigue nuestros pecados; Él lo puede hacer y de hecho lo hace en muchas ocasiones. Nosotros debemos odiar el pecado y gozarnos en la fidelidad de Dios.

Luego leemos que Faraón reprocha a Abram porque le había mentido, y lo expulsa de Egipto. Abram, en efecto, no tenía ninguna defensa ante Faraón, y debió haber quedado completamente avergonzado. Pero Dios no permite que tampoco Abram sea agraviado por Faraón, sino que es expulsado con todas las riquezas que había recibido del rey. Muy seguramente Faraón comprendió que las plagas eran el castigo de Dios para él por haber tomado a Sarai. Y por eso, aunque reprende a Abram, no le hizo ningún daño. Abram sale de Egipto avergonzado, pero sano y salvo, y especialmente, sale con su hermosa esposa. Dios había intervenido para preservar sus promesas a Abram y continuar con su plan de salvación.

Aplicación Hay muchas cosas que aprender de este interesante pasaje, hermanos. Mencionemos algunas: la vida del creyente, aunque llamado por Dios, no está exenta de dificultades. Lo importante es que enfrentemos los problemas con la dirección de Dios, y confiando en sus promesas. Segundo, el creyente no debe actuar como lo hizo Abram aquí: de una manera egoísta y centrado en sí mismo; no debe confiar en su propia sabiduría, ni valorar su vida como si fuese más importante que el mismo pacto de Dios con su pueblo. Actuar de esa manera solamente nos llevará a la ruina. Tercero, por gracia Dios interviene para librarnos de nuestras propias trampas que nosotros mismos construimos cuando abandonamos a Dios. No merecemos que lo haga, pero por amor a su pacto no renunciará a nosotros. Qué gran Dios tenemos: un Dios fiel cuyo compromiso con sus promesas sobrepasa incluso nuestros propios pecados. Cuarto, las plagas que Dios envió a Faraón y a su casa eran una anticipación de las diez plagas que el Señor enviaría sobre todo Egipto para sacar a su pueblo de la esclavitud. Y, finalmente, Cristo es mayor que Abram porque su esposa, la iglesia, a pesar de todas sus imperfecciones y pecados, no fue abandonada por Él, sino que la amó muriendo la muerte cruel de la cruz para darle perdón de pecados y vida eterna. Sí, hermanos, Jesús es mayor que Abram y solo en Él debemos confiar. Amén.

(Esta predicación del 2 de enero el 2022 se puede ver también por medio de YouTube.)