(Predicado en la Iglesia Reformada Valle de Gracia el 12 de abril del 2020. Grabación disponible en audio y en video.)

Juan 20:11-18

11. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro;

12. y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.

13. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.

14. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.

15. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.

16. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).

17. Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.

18. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.

Introducción

Amados hermanos, el apóstol Pablo dice en 1 Corintios 15:14: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. Para el apóstol Pablo, como para todo el mundo cristiano (que todavía cree en la Biblia como la Palabra de Dios), la resurrección de Cristo le da sentido a toda la vida de la iglesia. La resurrección es el cimiento de la fe cristiana, sin el cual, todo el edificio del cristianismo se quiebra en mil pedazos. Pero gloria a Dios que nuestro Señor Jesucristo sí resucitó, y venció a la muerte y al diablo que tenía el imperio de la muerte (Hebreos 2:14). Tan importante es para la fe cristiana la resurrección de Cristo que la tenemos narrada cuatro veces en los evangelios. Cada evangelio nos brinda un aspecto muy importante de la resurrección de Cristo, y el día de hoy expondremos brevemente el testimonio del evangelista Juan, el discípulo amado del Señor, acerca de su resurrección. Lo hace desde el impacto que la resurrección de Cristo ha causado no solamente en los discípulos varones, sino también en las mujeres discípulas de Cristo. Y es que la resurrección de Cristo también produjo un profundo efecto en la vida de hombres y mujeres. Veamos, pues, cómo la resurrección de Cristo se nos narra en Juan 20:11-18.

¿Quién era María Magdalena?

El evangelista Juan empieza diciendo en 20:11: “Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro”. Juan habla de María. ¿Quién era esta María? En el pasaje inmediatamente anterior, Juan 20:1-10, el evangelista nos dice que se trata de María Magdalena. ¿Quién era María Magdalena? Lucas 8:2 nos dice que ella era una de las mujeres que habían sido sanadas por Jesús de espíritus malos y de enfermedades. Y el evangelio de Marcos 16:9 nos informa específicamente que Jesús había echado de ella siete demonios. María era una mujer endemoniada antes de ser seguidora de Jesús, es decir, era una mujer poseída, controlada por el diablo. El número siete es en la Biblia un número de perfección, plenitud o de algo completo, y en este caso significa que María estaba bajo el poder total de Satanás. Pero Jesucristo la liberó de todo el poder del diablo y la trasladó a su reino. María Magdalena estaba profundamente agradecida con su Señor y Salvador, y ella lo amaba profundamente.

Por eso el v. 11 también nos dice que María estaba fuera llorando junto al sepulcro. Recuerden que ella, según Juan 20:10, fue al sepulcro, siendo oscuro, y encontró que la piedra había sido removida del sepulcro. Ella fue corriendo a avisar a Simón Pedro y al discípulo que Jesús amaba. A su vez, ellos fueron rápidamente al sepulcro para confirmar que lo que María Magdalena les dijo era cierto. Es muy probable que ellos por ir corriendo, dejaran rezagada a María, y así cuando ella llegó al sepulcro, ellos ya se habían ido. Noten que es a una mujer, (junto con otras mujeres), a quienes el Señor les concede el honor de verlo por primera vez después de resucitar, como también el honor de anunciar esta noticia. Debemos recordar asimismo que ellas fueron las últimas que estuvieron con Jesús hasta la hora de su muerte.

María Magdalena sin duda amaba intensamente al Señor Jesucristo, lo cual queda demostrado cuando ella se quedó llorando junto al sepulcro. El verbo llorar que se usa aquí tiene la idea de que María lloraba desconsoladamente y en voz alta. Era el llanto de una mujer extremadamente acongojada. Y en su llanto, ella se inclinó para mirar dentro del sepulcro. Recuerden que ella, al ver la piedra removida del sepulcro, no se atrevió a mirar dentro, sino que corrió para avisar a Pedro y a Juan. Ahora que está a solas, se atrevió a mirar dentro. Ella lloraba sinceramente por su Señor, aunque equivocadamente. Su llanto era producido por la convicción de que el Señor Jesús estaba muerto y su cadáver había sido robado. Estaba llorando por un muerto. Esto es importante decirlo porque, a pesar de que ella y las demás mujeres, en efecto amaban al Señor, habían olvidado las palabras de Jesús que les había dicha varias veces en vida, de que Él iba a morir y a resucitar. Tal parece que María Magdalena solamente recordaba y aceptaba la muerte de su Maestro, pero no su promesa de resucitar.

Dos ángeles con vestiduras blancas (20:12-14)

Al mirar dentro del sepulcro, vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Es como si los ángeles estuvieran confirmando (como testigos celestiales) de que el lugar donde fue puesto el cuerpo de Jesús, estaba vacío y que, en efecto, Él estaba vivo, había resucitado. Por la reacción de María y por su respuesta, tal parece que ella no se percató de que ellos fueran ángeles. No se llenó de miedo, sino que responde con naturalidad a la pregunta de los ángeles. Su dolor por el cuerpo muerto de Jesús no le permitía reconocer a los dos mensajeros celestiales. A veces sucede, amados hermanos, que por nuestra angustia y tribulaciones que sufrimos en la vida, olvidamos las promesas de Dios, olvidamos que Dios tiene en control de todas las cosas y no reconocemos que por medio de las pruebas Dios está llevando a cabo su propósito perfecto en nuestras vidas. ¡Cuántos viven hoy en medio de la pandemia como si Dios no hubiera prometido proteger a su pueblo! Nosotros no olvidemos la presencia del Señor Jesucristo en medio de nosotros, porque solo eso nos fortalecerá para no sucumbir antes las calamidades de la vida.

Los ángeles preguntan a María: “Mujer, ¿por qué lloras?” Y María responde: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. En efecto, María amaba a Jesús, pero su amor estaba mal orientado. Parece que solo consideraba a Jesús como alguien muy especial, como un maestro sabio, incluso como un obrador de milagros, pero al fin y al cabo, alguien que sucumbió ante el poder de la muerte como todos los mortales. María no sabía dónde estaba el cuerpo muerto de Jesús. Actualmente mucha gente también se parece a María porque creen en un Jesús terrenal, en un gran líder, en un gran maestro, en un gran moralista, en un gran ejemplo, pero al final de cuentas una persona más entre tantos que ha muerto.

Jesús se manifiesta a María Magdalena (20:14-16)

Los ángeles, hermanos, son ministros del Señor que están puestos al servicio de los que heredarán la vida eterna. La resurrección era tan importante que Dios Padre envió ángeles para dar testimonio de que su Hijo Jesucristo había resucitado, así como los ángeles anunciaron su nacimiento. Pero María una vez más no se percataba de ello. Pero ahora entra en escena el Cristo resucitado. El v. 14 da la idea de que María después de hablar con los ángeles, se dio la vuelta, y fue entonces que vio a Jesús que estaba parado frente a ella, mas no sabía que era Jesús. Ella no reconoció a los ángeles, y ahora no reconoció a Jesús. Es muy probable que su llanto aunado a la desesperación de no saber dónde estaba el cuerpo muerto de Jesús, precisamente por no esperar ni recordar que Jesús resucitaría de los muertos, no le permitió ni siquiera reconocer al mismo Jesús. Parece impresionante pero el impacto emocional penetra tanto el ser del ser humano que nos hace mal interpretar la realidad.

Jesús estaba de pie frente a María Magdalena, pero ella no pudo reconocerlo. Es posible que el cuerpo de Jesús se viera distinto porque ahora tenía un cuerpo resucitado, un cuerpo adecuado para vivir la vida eterna en la presencia misma de Dios, pero asimismo, por los demás relatos de los encuentros de Jesús con sus discípulos, se sugiere que Él era reconocible. En fin, María no logra reconocer a Jesús.

Jesús en el v. 15 le hace misma pregunta de los ángeles: “Mujer, ¿por qué lloras? Es una pregunta inquisidora, pero asimismo una pregunta confrontante. María no tenía por qué llorar, no era tiempo de llanto amargo y desconsolación, sino un tiempo de gloria, de regocijo, de esperanza eterna y de proclamación. “¿Por qué lloras?” es una pregunta que se aplica a nuestros corazones también. Nosotros no somos diferentes a María Magdalena, somos también muy débiles y olvidadizos de las promesas de Dios, del poder de Dios y de la presencia de Dios en medio de nosotros. ¿Por qué lloras?

Pero Jesús hace una pregunta que vas más al meollo de la cuestión. Le pregunta: “¿A quién buscas?” ¿Buscas a un muerto o a un vivo? ¿Buscas lo que todo ser humano busca después que alguien muere, o buscas lo que casi nadie busca, es decir, al Cristo glorioso? Nosotros podíamos aplicar esta pregunta a nuestro tiempo de esta manera: ¿qué clase de Jesús buscas? ¿Buscas a un Jesús milagrero? ¿A un Jesús moralista? ¿A un gran ejemplo? ¿A un gran maestro? ¿A quién buscas?

María confunde a Jesús con el hortelano, con el encargado del huerto donde se encontraba el sepulcro. Y ella confirma lo que está buscando, está buscando el cadáver de Jesús. Le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”. Hermanos, perdemos de vista la relevancia de este pasaje si nos enamoramos del rol de las mujeres en el ministerio y resurrección de Jesús como si ellas eran más dignas y más acertadas que los hombres. En verdad, en su fidelidad a Jesús, aunque una fidelidad distorsionada, era superior a la de los hombres. Las mujeres poseen grandes virtudes, y como veremos Jesús por gracia remunera a las mujeres. Pero nos equivocamos si pensamos que María estaban actuando con base en las palabras de Jesús, nos equivocamos si pensamos que María buscaba al verdadero Jesús, al Hijo eterno y natural de Dios, al alfa y la omega, el principio y el fin, el Dios todopoderoso. No, ella estaba buscando a un cadáver, y no pudo reconocer ni siquiera al Cristo vivo que salió a su encuentro.

Pero al decir esto, es cuando más brilla la luz del evangelio, porque el Cristo resucitado y glorioso, el Cristo que tiene poder para poner y tomar su vida, y que no necesita de nada ni de nadie, Él insistentemente busca a los que de otra manera estarían perdidos para siempre. Cristo viene a buscar a una mujer profundamente equivocada, y le extiende su gracia soberana y salvadora.

El pastor llama a sus ovejas (20:16-18)

Finalmente, Juan el evangelista de una manera impresionante y transcendente nos lleva a la conclusión de este evento en la mañana de resurrección. El v. 16 nos dice que Jesús dijo a María Magdalena: ¡María! El llamado de Jesús a María es relevante por muchas razones. Veamos la primera de ella con base en este mismo pasaje. Noten que después que Jesús la llama por su nombre, el evangelista dice: “Volviéndose ella”. Una pequeña frase pero muy significativa. ¿Por qué dice que María se volvió al escuchar su nombre? Porque María no encontró ninguna consolación en el hortelano, según su percepción. No alcanza a reconocer a Jesús, y entonces se voltea para seguir buscando el cuerpo muerto de su Maestro. Cuando ella cede ante la tristeza profunda y la desesperanza, Jesús viene a ella para rescatarla de su incredulidad y de su amor mal orientado. Y es que esa es la gracia del Señor Jesucristo: nos rescata de nuestras propias tinieblas, amados hermanos, y nos abre los ojos para ver su gloria.

La siguiente razón importante de que Jesús llamara por su nombre a María está en la respuesta misma de María. Le dijo: “¡Raboni! (que quiere decir Maestro)” Es decir, María reconoció la voz de Jesús, quien la llamó por su nombre. Sí, hermanos, Jesús llama a María por su nombre. Y en esto Juan nos recuerda que Jesús es el buen pastor que llama a sus ovejas por su nombre. Un tema sobresaliente en el evangelio de Juan es que representa a Jesús como el buen pastor. Y este buen pastor es el que dio su vida por sus ovejas, es quien sale en busca de sus ovejas. Es quien conoce a sus ovejas, es quien cuida a sus ovejas, quien trae a sus ovejas al redil. María reconoció la voz tierna de su pastor. María es la oveja que estaba por caer en el despeñadero de la incredulidad, de la tristeza destructora, en el despeñadero de la desesperanza, pero Jesús la rescató. Jesús nunca dejará ir a su iglesia hermanos. Nunca renunciará a su pueblo del pacto.

María al reconocer a Jesús, corrió a Jesús y se echó a sus pies. Esto es lo que sugieren las palabras del v. 17, cuando Jesús le dijo: “No me toques”. El verbo tocar es uno que también significa aferrarse fuertemente a algo o alguien. Asirse de alguien y no dejarlo ir, como cuando Jacob se aferró al ángel y no le dejó ir hasta que lo bendijo. Sólo que aquí en este pasaje parece contener una idea negativa, y digo esto por todo el contexto del pasaje. Enfatizo esto porque las siguientes palabras del Cristo resucitado a María Magdalena son unas de las más difíciles de explicar. Le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Es decir, María no te aferres a mí como si todavía me consideraras como un hombre mortal solamente, como un gran maestro, como un gran líder religioso, pero no como el Cristo todopoderoso quien es el Señor de todo el universo. Es posible que María no se percatara todavía de lo que había sucedido, es posible que ella todavía pensara que Jesús posiblemente no murió, sino que de alguna manera sobrevivió, y ahora estaba con ella otra vez como antes. Y es que muchos vemos a Jesús así también hermanos. Lo vemos como un amigo más, como un ejemplo más entre muchos, como un gran maestro, pero no lo queremos reconocer como el Cristo que murió y resucitó para nunca más morir, y como el único que ha vencido a la muerte y al diablo y que da vida abundante, vida eterna a sus seguidores.

Este Jesús está en una relación única con el Padre. Por eso dice a María: “subo a mi Padre”. Él es el Hijo eterno y natural de Dios, y nadie puede ser hijo de Dios aparte de Jesús. Es solamente a través de Él que podemos ser hijos de Dios. Dice después: “subo a mi Dios”. En su humanidad, Dios Padre es el Dios de Jesús, Él es el ser humano perfecto que tiene a Dios como su Dios de una manera natural, en cambio nosotros somos seres humanos pecadores que no somos hijos de Dios por naturaleza, sino hijos de ira lo mismo que los demás. Y es solamente a través de Jesús que Dios llega a ser nuestro Dios. Subir a su Padre y Dios era lo mejor para María y para todos nosotros, tal y como Él mismo lo dice en Juan 16:7.

Aquí Jesús no está prohibiendo el tocarlo, porque leemos en los otros evangelios que las mujeres abrazaron sus pies, leemos que le permitió a Tomás tocar las heridas de la crucifixión en su cuerpo. Creo que, una vez más, Jesús está prohibiendo a María Magdalena el considerarlo como un ser humano común y corriente. Jesús no permite ser tratado así. Él es el único que murió y derrotó a la muerte para que por medio de su resurrección nosotros tengamos vida eterna. Nadie más puede hacer eso, sino solamente el Hijo de Dios. Así es como Él quiere ser tratado. Rechaza que lo tratemos como otro ser humano, como un amuleto, como un semidiós, como un gran líder espiritual, igual que otras grandes figuras religiosas de la humanidad. Jesús no encaja dentro de ninguna categoría humana: ni en su humanidad, y mucho menos en su divinidad.

Conclusión Era tiempo de gozo y de celebración y de proclamación. No de llanto, no de tristeza. María finalmente entiende eso, y acata sin reservas la orden de Jesús de ir y proclamar al Cristo resucitado a los demás discípulos. Esa es la idea del v. 18 que dice que ella entonces fue para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor. Es decir, salió corriendo con toda sus fuerzas y proclamó, anunció que había visto por primera vez al Cristo resucitado. Jesús honró a María Magdalena y a las otras mujeres por pura gracia para ser las primeras en ver al Cristo resucitado y proclamar su gloriosa resurrección. ¿Por qué lloras? ¿Por qué lloras como los demás que no tienen esperanza? En este tiempo de pandemia, ¿a quién buscas? ¿Buscas a un Jesús humano, o buscas al Cristo vivo? ¿Buscas tu esperanza y consuelo en ídolos, ideas, partidos políticos, o buscas toda tu felicidad y el significado de tu vida en el Cristo resucitado? Recuerda: Cristo no está en la tumba, sino que ha resucitado. Celebra con gozo su resurrección porque Él es el único que puede salvarnos eternamente de cualquier peligro y amenaza. Proclamemos con gozo que Cristo vive. Amén.