La seguridad del creyente en la obra de la salvación

12 de febrero de 2016

Rev. Valentín Alpuche


 

Romanos 8:28-30

Antes de iniciar el estudio de esta hermosa y consoladora sección de Romanos 8, es muy importante echar una mirada al contexto donde se ubica. Romanos 8:1-27 es el contexto inmediato, es decir, el contexto más cercano que nos ayuda a entender la función de Romanos 8:28-30.

En los primeros 27 versículos “Pablo ha demostrado que para todos los que están en Cristo Jesús ya no hay condenación (8:1-8). Ellos son morada del Espíritu quien resucitará sus cuerpos gloriosamente (8:9-11). Reciben seguridad de ser hijos de Dios y, como tales, de ser sus herederos (8:14-16). Su actual sufrimiento por Cristo y por su causa significa que algún día ellos compartirán su gloria, una gloria tan maravillosa que en comparación con ella, las dificultades se desvanecen en la nada (8:18). Vivirán en ese nuevo cielo y nueva tierra que la creación anhela con sus gemidos (8:19-22). Ellos mismos también gimen mientras esperan ansiosamente su adopción (8:23-25). Ese Espíritu siempre intercede por ellos en armonía con la voluntad de Dios, de modo que dicha intercesión, acompañada de gemidos indecibles, será sin duda efectiva (8:26-27)”.[1]

Un tema que sobresale en Romanos 8:1-27 es la seguridad de salvación que el cristiano tiene incluso en medio de los sufrimientos. El versículo 18 es muy claro al respecto cuando dice: Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Lo que sufren los corintios por causa de su fe no se puede comparar con la gloria venidera, con todas las bendiciones que disfrutarán sin interrupción en la vida eterna. Por eso vale la pena sufrir por el evangelio. En medio del sufrimiento, tienen su salvación asegurada.

Es dentro de este contexto que llegamos a Romanos 8:28-30, y no debemos perder de vista que estos versículos están conectados con los versículos anteriores e introducen al mismo tiempo el fundamento inamovible de la seguridad de la esperanza del pueblo de Dios. “La esperanza cristiana está sólidamente afincada en el inalterable amor de Dios. De manera que lo fundamental de la culminación a la que llega Pablo es la eterna seguridad del pueblo de Dios, debido a la eterna inmutabilidad del propósito eterno de Dios, el que a su vez se debe a la eterna inalterabilidad del amor de Dios”.[2]

Así, pues, lo que vamos a empezar estudiar no son meras declaraciones teológicas o teóricas sin ninguna aplicación a la vida cristiana, sino todo lo contrario: es el verdadero fundamento de la seguridad de la salvación del creyente; es el verdadero consuelo de todo el pueblo de Dios.

Empecemos, pues, con Romanos 8:28-30.

Romanos 8:28: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. La frase y sabemos indica que lo que Pablo va a decir a continuación está conectado con todo lo anterior, como ya dijimos. Él no ha cambiado de tema, sino que sigue desarrollando el tema que inició en Romanos 8:1, por eso ahora dice y sabemos. Es como cuando estamos platicando con alguien sobre futbol: “fíjate que el medio delantero se lastimó cuando pateó la pelota a mitad del partido,…y sabemos que no va a poder jugar el siguiente partido”.

Pablo dice sabemos. Este verbo, por la forma plural en que se usa, denota que lo que Pablo va a decir lo sabía tanto él como los hermanos y hermanas de Roma. Era una forma de decir: “ustedes saben, al igual que yo, que…” No solo era la convicción de Pablo, sino de la iglesia de Roma. Aquí es bien importante que recordemos que cuando Pablo escribió la carta a los Romanos, no había ido ni una sola vez a Roma. Él no les había enseñado la doctrina, pero él asume que el tema del propósito eterno de Dios, el pre-conocimiento divino, la predestinación, el llamamiento, la justificación, etc., eran temas en los que no había ningún desacuerdo entre Pablo y los romanos. Pero, ¿qué era lo ellos sabían o de lo que estaban convencidos?

Que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. En primer lugar, todo lo que Pablo va a decir se aplica solamente a los que aman a Dios; es decir, a los verdaderos creyentes, los verdaderos cristianos. La descripción que hace de ellos es notable: los creyentes son los que aman a Dios. Esto quiere decir que los cristianos no solo tienen un concepto doctrinal y teológico de Dios; no solo consideran a Dios como alguien supremo y transcendente, sino que hay entre ellos una relación de amor, de afecto, de cariño. Ser cristiano no es una cuestión meramente doctrinal o de conocimiento, sino también de amor. Amar a Dios es indispensable para la vida cristiana; ¿no es acaso lo que Jesús dijo en Mateo 22:37? Amar a Dios es el primero y grande mandamiento.

Pero, ¿cómo es posible que los creyentes amen a Dios? ¿Se debe a su propia iniciativa? ¿Puede el hombre muerto en sus delitos y pecados [Efesios 2:1] amar a Dios por iniciativa propia? No. La razón de que el creyente ame a Dios está en Dios mismo. La razón la encontramos en 1Juan 4:10. Vamos a leerlo. Y esto lo confirma en el versículo 19 cuando dice: Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Esto quiere decir que el amor más grande de todo cristiano verdadero debe ser Dios mismo. Amar a Dios significa que no hay nadie más ni nada más importante a un lado, ni por encima de Dios. Los cristianos romanos, al igual que Pablo, habían entendido esta realidad del amor de Dios hacia ellos y de su amor hacia Dios. Es un amor recíproco, de doble carril. Dios ama sus hijos y ellos lo aman a Él.

Segundo, Pablo y los romanos sabían que Dios controla todas las cosas. Por eso dice todas las cosas. Es decir, no hay nada que quede fuera del control de Dios; Él gobierna y dirige todo lo que sucede en toda su creación. Pero particularmente, y en conexión con el tema del sufrimiento, Pablo quiere que los romanos cristianos recuerden que todas las cosas incluyen sus propios sufrimientos. Así es, hasta el mismo sufrimiento, de la índole que sea, está controlado por Dios. Esto significa que las cosas no suceden al azar o por casualidad, sino por la mano regidora y gobernadora de Dios. Esto ayudaba a los hermanos romanos a recordar que sus sufrimientos por el evangelio no eran pura coincidencia o pura casualidad, sino que detrás de ellos estaba la mano de Dios. Pero también les recordaba que el sufrimiento no es incompatible con la vida cristiana, o con el gozo cristiano o con la gloria venidera. Los primeros cristianos nunca pensaron como muchos paganos o incluso como muchos cristianos lo han hecho en el curso de la historia de la iglesia: “el verdadero cristiano no sufre”. No. El sufrimiento está controlado por Dios y lo usa para nuestro bien. Y esto es lo tercero que Pablo y los romanos sabían:

Todas las cosas les ayudan a bien. Saber que Dios es todopoderoso y que tiene control de todo lo que sucede en el universo es una doctrina muy importante, pero si nos detenemos hasta allí, no nos comunica ningún consuelo ni esperanza. Muchas religiones paganas antiguas pensaban así, y se resignaban en aceptar que vivían en un mundo manejado y controlado por el capricho de los dioses. Pero la fe cristiana va más allá de creer en un Dios soberano que controla todas las cosas. Cree además, y fundamentalmente, que Dios permite, controla y usa todas las cosas “para el bien de sus hijos”. Todo lo que Dios hace está calculado para el bien de su iglesia, y de cada cristiano en particular.

El ejemplo de José, quien sufrió a mano de sus propios hermanos de sangre, ilustra muy bien lo que estamos tratando de explicar. Leamos Génesis 45:4-8. Otro ejemplo, entre muchos otros de la Escritura, es el de Job. Allí vemos cómo Dios estaba actuando y controlando “todo” lo que le sucedió a Job. Y al final del libro vemos que Dios efectivamente usó todas esas cosas para el bien de Job. Leamos Job 42:10. Pero aquí es muy importante que aclaremos lo siguiente: aunque Dios controla todas las cosas y las usa para el bien de sus hijos, muchas veces el cristiano no va a entender por qué Dios permite que le pasen cosas duras y penosas en su vida. Muchas veces desesperaremos, pero es allí donde tenemos que recordar efectivamente que Dios tiene un propósito al enviarnos pruebas a nuestra vida. A veces Dios nos dará prosperidad para probar donde está nuestro corazón, como también nos quitará cosas o personas a las que amamos con toda el alma, para saber también donde está nuestro corazón.

Ahora bien, Pablo aquí para que no quede ningún mal entendido, aclara que los que aman a Dios, y que solo ellos entienden que todo ayuda para su bien, no se debe a que ellos se lo merezcan, sino que dice: esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Los cristianos romanos, como todos los cristianos verdaderos en la historia de la iglesia, lo eran y lo son porque ya Dios los había amado desde antes de la fundación del mundo. Su propósito eterno fue salvarlos, y en la historia y el tiempo Él los llamó. Es muy importante que todas las cosas de la que hablamos, incluye también, y de manera especial, nuestra propia salvación. ¿Por qué Dios en su plan y propósito eterno decidió salvarme? Eso lo dejamos en su infinita gracia y amor. No podemos ir más allá de eso, sino solamente adorar al que nos amó desde la misma eternidad.

En el versículo 28 Pablo mencionó el propósito eterno de Dios conforme al cual llama a los cristianos para que vengan al evangelio. Ahora en los versículos 29-30 procede a explicar en qué consiste ese propósito o plan eterno. Empieza en el 29 así: Porque a los que antes conoció, también los predestinó.

Martyn Lloyd-Jones en su comentario resumido por Roy Davey Jenkins dice: “Me deja atónito el peso del contenido que estamos considerando en estos versículos 28-30. Después de todo, estamos observando el mismo plan del Señor, la misma manera de pensar del Todopoderoso, “el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios [Hechos 2:23]”.[3] Así es, lo que a continuación vamos a tratar de explicar es el mismo plan del Señor, la misma manera de pensar del Todopoderoso. En primer lugar dice: porque a los que antes conoció. Pablo nos dice que Dios a los cristianos (porque ese es el contexto del que estamos hablando) los conoció de antemano. Pero los conoció de antemano no cuando ellos ya habían nacido, o en alguna etapa de su vida, sino en la eternidad misma; antes de que Dios creará ninguna cosa de la creación; cuando nada existía. Pero como Dios es Dios, Él puede conocer a sus hijos incluso antes de que ellos lleguen a existir. Ese el conocimiento previo de Dios; es el pre-conocimiento de Dios; o la presciencia de Dios.

Pero este conocimiento anticipado de Dios de sus hijos e hijas es un conocimiento descrito como un conocimiento amoroso, cariñoso; es un conocer con amor y afecto a sus hijos. No es un mero conocer intelectual divino; no es un conocimiento divino sin amor, sin sentimiento o desapasionado. Sino que cuando en la eternidad misma, por así decirlo, decidió conocernos lo hizo por puro amor, misericordia y compasión. Leamos Éxodo 33:17 y Amós 3:2. Este mismo conocer con afecto y amor lo vemos reflejado en la manera en que Cristo Jesús, el buen pastor, conoce a sus ovejas en San Juan 10:14.

Todo esto equivale a decir que cuando Dios decidió conocernos con amor lo hizo cuando nosotros ni siquiera habíamos nacido, ni siquiera cuando había empezado a existir la creación. Nos amó cuando solamente existía Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En otras palabras, Dios nos conoció de antemano solo por amor y no en base a algo que nosotros hicimos, ni en base a algo que Dios vio que nosotros íbamos a hacer. La razón de habernos conocido y amado es su mismo amor, su misma gracia, su misma naturaleza de un Padre celestial eterno y lleno de amor. Una vez que el Padre nos conoció de antemano de una manera amorosa y tierna, decidió asignarnos un fin específico, decidió salvarnos eternamente, y lo hizo cuando nos predestinó.

¿Qué es la predestinación? Dice Samuel Pérez Millos en su comentario a Romanos así: “El verbo usado aquí, tiene el sentido de establecer un destino anticipadamente, literalmente poner un cerco alrededor de los salvos, estableciendo unos límites para ellos de los que no pueden salir”.[4] Es decir, que Dios en su plan eterno y sabio decidió fijar de antemano el destino final de algunos, salvándolos eternamente del infierno y dándoles vida eterna con Él. Una vez más, es muy importante que recordemos que esta doctrina de la predestinación de Dios para salvación, Pablo no la está ni siquiera enseñando a los romanos, no la está explicando para que ellos la entiendan, o exponiendo por primera vez a ellos, sino tan solamente la está mencionando como una enseñanza amada y aceptada tanto por él como por los cristianos romanos.

Es más, la menciona dentro de un contexto de traer consuelo a esos primeros cristianos. Ellos, en la predestinación, encontraban la seguridad de su salvación. Así pues, la predestinación en Romanos es una doctrina consoladora y no conflictiva ni complicada. No es una doctrina que Agustín de Hipona o Juan Calvino inventaron. La creó Dios mismo en su propósito eterno. ¿Acaso tenían algún derecho los cristianos romanos de decirle a Pablo: no enseñes esta doctrina de la predestinación? Todo lo contrario, Pablo la menciona como una doctrina amada por ellos por el gran consuelo que les brindaba.

Pero, ¿Dios nos predestinó únicamente para ser salvos como si nuestra salvación fuese lo más importante? No. Sino que ha predestinado a sus hijos e hijas para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo. Charles Hodge en su comentario a Romanos dice: “El fin para el cual son predestinados aquellos que Dios ha escogido es para ser conformes a la imagen de su Hijo, es decir, para que sean como su Hijo en carácter y destino. Los ha escogido “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” [Efesios 1:4; 4:24]. “En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos” [Efesios 1:5]. “Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” [1Corintios 15:49]; ver Filipenses 3:21; 1Juan 3:2. Las palabras summórfos tes eikonos tou uiou autou expresan no solamente la idea general de que los creyentes van a ser como Cristo, sino más definitivamente, que vamos a ser lo que Cristo es”.[5]

Cuando reflexionamos en esta realidad presente y futura de ser conformes a la imagen del Hijo de Dios nos quedamos con la boca abierta por el asombro de que Dios en la eternidad nos predestinó no solamente para salvarnos, sino para el fin mayor de ser como su mismo Hijo Jesús.

Aquí debemos recordar que Pablo está comunicando una gran verdad que ya había desarrollado en Romanos 5 cuando hace una comparación entre el primer Adán y el segundo Adán, que es nuestro Señor Jesucristo. En el primer Adán toda la humanidad lleva la imagen y semejanza de Adán, es decir, un hombre manchado por el pecado y, que de no ser por la intervención divina, condenado eternamente a la condenación en el infierno. Pero en Cristo la imagen original del ser humano es recuperada porque lo que el primer Adán no pudo, Cristo sí pudo. Así pues, la meta de nuestra salvación es ser como el mismo Hijo de Dios en su naturaleza humana. Una humanidad perfecta, libre de pecado, de sufrimientos, de tentaciones, una humanidad que se caracteriza por ser gloriosa. Es más, Pablo dice en Filipenses 3:20-21 que nuestro cuerpo pecaminoso y humillado será como el cuerpo glorioso de Cristo. Leamos este pasaje.

Pero el propósito último de Dios en nuestra salvación es la gloria de su Hijo Jesús. Por eso dice Romanos 8:29b así: para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Es decir, para que Cristo llegue a ser el más eminente entre todos sus hermanos. El jefe, el líder, el primero en grandeza y gloria. El exaltado, el preeminente, la cabeza de un nueva raza libre de pecado y revestida de la gloria de Cristo. Para que Cristo sea exaltado por encima de todo y de todos, y ante Él “se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” [Filipenses 2:10].

De este modo, comprendemos que la doctrina de la predestinación incluye mucho más que nuestra salvación y que es, de hecho, el fundamento de la seguridad de nuestra salvación como también del consuelo del creyente en medio de todos los sufrimientos. Es además, y principalmente, una doctrina que tiene como meta la exaltación del Hijo de Dios, ya que a través de la predestinación del pueblo de Dios Cristo recibirá toda la honra y la gloria como el primogénito entre muchos hermanos. Es por medio de la predestinación, dice Pablo, que nosotros llegamos a ser no solo salvos, perdonados, sino especialmente hermanos de Cristo mismo, y Él llega a ser nuestro Hermano mayor. En efecto, a través de Cristo llegamos a ser miembros de la familia de Dios. ¿No es esto glorioso? ¿Por qué entonces mirar con reservas esta bella doctrina de la predestinación?

Para terminar, Pablo dice en Romanos 8:30: Y los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. Hasta aquí estos son los pasos en el orden de nuestra salvación como Dios mismo por puro amor lo diseñó:

  1. El propósito eterno de Dios
  2. El conocimiento previo de Dios
  3. La predestinación

Hemos visto estos tres pasos. Estos tres pasos, fíjense bien, son realizados en la eternidad misma. Pero de las acciones salvadoras de Dios realizadas en la eternidad, ahora el apóstol Pablo se dirige a explicar lo que Dios hace para salvarnos en el tiempo e historia de su pueblo. Después de la predestinación viene el llamamiento de Dios. Pablo dice que a los que Dios predestinó, también los llamó. Noten que después de predestinado por Dios, Él no deja al predestinado a sus propias expensas para que por medio de sus propios esfuerzos llegue al evangelio y se salve de hecho. No, para nada, sino que Dios mismo lo llama. Sin el llamamiento de Dios no hay salvación.

Este llamar de Dios al pecador no es una mera invitación, no es un llamamiento opcional para el hombre, el cual puede aceptar o rechazar, sino que es un llamamiento eficaz. Es decir, a los que Dios llama, aceptarán y vendrán a Cristo. Nadie puede resistirse a este poderoso llamamiento divino. Los romanos cristianos fueron llamados y aceptaron; nosotros, por la gracia de Dios, también hemos sido llamados y aceptado el evangelio. ¡Qué maravilla! ¡Qué privilegio! Dios mismo tomándose la molestia de llamarnos para ser salvos. Recapitulando los pasos en el orden de la salvación ahora quedan así:

  1. El propósito eterno de Dios
  2. El conocimiento previo de Dios
  3. La predestinación
  4. El llamamiento eficaz de Dios

 

Pero Pablo no se detiene allí, dice ahora: y a los que llamó, a estos también justificó. Cuando Dios empieza la obra de salvación en sus elegidos no se detiene hasta conseguir una salvación segura y perfecta para ellos. Vemos a Dios, por decirlo de algún modo, ocupadísimo en nuestra propia salvación. ¿No es eso increíble? ¿No debiera hacernos humildes delante de Dios? Una vez llamados eficazmente para venir al evangelio y aceptado ese glorioso e irresistible llamado, ahora Dios justifica a sus hijos. ¿Y qué significa que Dios los justifica? La doctrina de la justificación, en palabras de Martyn Lloyd-Jones significa que: “somos declarados legalmente rectos, inocentes, libres de culpa y perfectos porque:

  1. Dios nos imputa [otorga, da, concede] la justicia de su Hijo, es decir: su vida de obediencia perfecta a la ley, la conducta impecable de nuestro Señor mientras estuvo en la tierra, y
  2. Anula todos nuestros pecados—pasados, presentes y futuros—en base a la obra propiciatoria y perfecta de Cristo.

Ya somos libres de culpa, somos declarados justos e inocentes delante de Dios, pero solamente en base a la obra perfecta de Cristo, nunca aparte de Él. Es más, Cristo es nuestra propia justicia, nuestra inocencia. En Él ya no hay condenación. Por eso Pablo dice en Romanos 8:1: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…Se ha agregado un paso más en la cadena u orden de nuestra salvación que es la justificación. Entonces queda así:

  1. El propósito eterno de Dios
  2. El conocimiento previo de Dios
  3. La predestinación
  4. El llamamiento eficaz de Dios
  5. La justificación

¿Allí termina? No. Pablo dice finalmente: y a los que justificó, a éstos también glorificó. Así es, el último paso y definitivo es la glorificación del creyente. Como dije antes, Dios no deja su obra de salvación a medias, no. Él la consuma, la termina, la perfecciona. ¿Acaso no es esto lo que dice en Filipenses 1:6? Leámoslo. Todo el ser del creyente finalmente será completamente libre de pecado, perfecto, hecho semejante al cuerpo glorioso de Cristo. Disfrutaremos de una dicha sin igual, y experimentaremos lo que Pablo dice en 1Corintios 2:9: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.

Aquí no podemos explicar cómo será la gloria celestial en Cristo y por toda la eternidad. Las palabras se gastan, se agotan, no son suficientes para explicar a detalle. Por eso Pablo dice también en 2Corintios 12:4 que en su visión del paraíso oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.

Y con esto llegamos al último paso de la gloriosa salvación de Dios da a pecadores como nosotros:

  1. El propósito eterno de Dios
  2. El conocimiento previo de Dios
  3. La predestinación
  4. El llamamiento eficaz de Dios
  5. La justificación
  6. La glorificación

Es en este plan perfecto de la salvación diseñado por Dios mismo que reside la seguridad y el consuelo del creyente, de que nunca perderá su salvación y de que en medio de todos los sufrimientos su Dios lo sostendrá y lo llevará hasta la misma eternidad. Noten cuidadosamente que todos los verbos para describir el orden de nuestra salvación están en pasado como si ya todos los pasos se hubieran dado y la salvación estuviera finalizada.

Esto se debe a que para Dios nuestra salvación es ya una realidad. Desde el lado divino nuestra salvación es perfecta. Dios puede ver en una sola mirada nuestro pasado, presente y futuro, y nos dice: confía en mí, yo estoy contigo y te llevaré hasta la vida eterna. Él, como dice el salmista bellamente, nos guiará más allá de la muerte. Dice el salmista: Porque este Dios es nuestro Dios eternamente y para siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte (Salmo 48:14).

¿Recuerdan cuál es nuestro único consuelo tanto en la vida como en la muerte? Que no soy dueño de mi vida, sino que pertenezco a mi fiel salvador Jesucristo. La salvación, de principio a fin, es una obra soberana de Dios. Todo nos ha sido en Cristo. En Él estamos más que seguros y somos más que vencedores. Amén.

[1] Tomado de “Comentario al Nuevo Testamento: Romanos”, William Hendriksen, Editorial Libros Desafío, pág. 311.

[2] Tomado de “El mensaje de Romanos”, John W. Stott, Editorial Certeza, pág. 283.

[3] Tomado de “Romanos”, Roy Davey Jenkins, editorial El Estandarte de la Verdad, pág. 458.

[4] Tomando de “Comentario Exegético al texto griego del Nuevo Testamento: Romanos”, Samuel Pérez Millos, editorial CLIE, pág. 661.

[5] Tomado de “A Commentary on Romans”, Charles Hodge, the Banner of Truth, pág. 285.

 

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