CAPÍTULO 3
Calvin Knox Cummings
ARREPENTIMIENTO Y FE
Los requisitos de una verdadera conversión
¿Te mueve tu corazón a ser cristiano? ¿Realmente te gustaría conocer y confesar a Jesucristo como tu mismo Salvador y Señor? ¿Quieres estar en paz con Dios? Entonces tienes que cumplir con los requisitos de una verdadera confesión de fe en Cristo. Los elementos básicos de una verdadera confesión son: arrepentimiento y fe. No puedes tener una sin la otra. Si te arrepientes verdaderamente de tus pecados, vendrás a Cristo en fe. Arrepentimiento y fe siempre van juntos. Pero al arrepentimiento debe considerarse primero porque es el fundamento para entender el énfasis de la Biblia sobre la necesidad y la importancia de la fe.
Arrepentimiento
El arrepentimiento era el mensaje de los profetas del Antiguo Testamento y el mensaje de Juan el Bautista. Juan predicó el arrepentimiento a fin de preparar el camino para la llegada de Cristo. Jesús mismo le atribuyó tal importancia al arrepentimiento que lo enfatizó en su primer sermón que se ha registrado: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Claramente dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32). Es una obligación indispensable: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3, 5).
Entonces, ¿qué es el verdadero arrepentimiento? “El arrepentimiento para vida es una gracia salvífica, por la cual el pecador, con un verdadero sentido de su pecado y comprensión de la misericordia de Dios en Cristo, con dolor y odio por su pecado, lo abandona y vuelve a Dios con el propósito pleno y el esfuerzo de una nueva obediencia” (Catecismo Menor, P/R 87).
La palabra principal para el arrepentimiento en el Nuevo Testamento significa un “cambio del corazón o de la mente”. El arrepentimiento es un cambio del corazón otorgado por Dios. Incluye los siguientes aspectos.
- Admisión o reconocimiento del pecado.
El primer aspecto del arrepentimiento es el reconocimiento del pecado. Toda tu actitud hacia el pecado tiene que cambiar. Tienes que estar convencido de que eres un pecador. No puedes admitir tu culpa si en tu corazón realmente crees que eres inocente. “Porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). La ley de Dios requiere, como Jesús le recordó a los fariseos, amar “al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, y amar “a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37, 39). Nadie hace esto. Nadie puede hacerlo.
Tenemos que admitir nuestro pecado. Tenemos que tragarnos nuestro orgullo y dejar de adormecer nuestras consciencias culpables haciendo comparaciones cómodas con otros. David dijo: “Porque yo reconozco mis rebeliones” (Salmo 51:3). Tenemos que decir con el hijo pródigo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Lucas 15:21). Cuando clamas con un corazón y con una consciencia abatidos: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13), vas de camino al verdadero arrepentimiento. Pero solo vas de camino; el arrepentimiento completo involucra más.
- Dolor por el pecado.
Otro aspecto del arrepentimiento es dolor por el pecado. “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación” (2 Corintios 7:10a). Esto no es mero remordimiento, no un mero sentimiento de lamentación y auto-compasión. Pablo llama a esto último: “la tristeza del mundo”, y hace notar que “produce muerte”.
Judas se lamentó profundamente que había traicionado a Jesús. Se sintió perfectamente miserable por lo que había hecho. Pero fue y se ahorcó. A pesar de que estaba lleno de remordimiento al comprender: “yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4), todo su dolor se centró en sí mismo. No se arrepintió verdaderamente porque si no hubiera buscado inmediatamente el perdón del Salvador. Su arrepentimiento fue simplemente el remordimiento de cualquier persona que súbitamente comprende el horror de lo que ha hecho. Lo lamentó, sí; lamentó que fue descubierto, y lamentó las consecuencias. Pero eso fue todo.
El verdadero dolor está centrado en Dios. Es un dolor que nace del amor. Uno que verdaderamente se duele por su pecado comprende que ha pecado contra Dios y lo ha herido. Tomemos un ejemplo que se encuentra con frecuencia en nuestros hogares. Una chica sale a una cita. Su madre le dice que tiene que estar en casa antes de la medianoche. Ella no llega a casa sino hasta las dos en punto de la mañana. Su madre la espera con una mirada tensa y enojada. “Jennifer, no podía irme a dormir hasta que vinieras a casa. He estado realmente preocupada por ti. Pensé que algo terrible te había pasado, ya que llegaste muy tarde. Me siento herida porque me desobedeciste. ¿Por qué lo hiciste?” Debido a que Jennifer ama a su madre, empieza a darse cuenta cuán desconsiderada, egoísta y desobediente se comportó. “Madre, realmente siento que te desobedecí. No he pensé en lo que preocupada que estarías”. Y lo dice de verdad. Eso es verdadero dolor. Dolor por el pecado tiene que nacer del amor a Dios. El pecador arrepentido se duele porque ha herido al que lo ama tanto.
- Abandonar el pecado para buscar la justicia.
Pero el verdadero arrepentimiento requiere más que admitir nuestro pecado y sentir dolor que de que hiere a Dios. Lo más importante es abandonarlo. Una de las palabras usada en la Escritura para el arrepentimiento significa “volverse de, abandonarlo”. Arrepentirse del pecado es volverse del, o abandonar el pecado para ir a Dios con un deseo de obedecerlo. El arrepentimiento significa dolerse lo suficiente como para renunciar. Odiaremos y abandonaremos el pecado porque desagrada a Dios. No lo seguiremos haciendo para disfrutar nuestros pecados favoritos. Solamente un rompimiento radical con el pecado lo hará (Lucas 18:18-22; 2 Corintios 7:11). Toda la dirección de nuestras vidas será revertida. Habrá un cambio completamente radical. Cuando Saulo fue convertido en el camino a Damasco, sus primeras palabras fueron: “¿Qué haré Señor?” (Hechos 22:10). Desde entonces no era: “¿Qué quiero hacer yo, Saulo?”, sino “¿Qué quiere el Señor?” Nuestra oración diaria será: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
- El fruto del arrepentimiento
Cuando nos arrepentimos verdaderamente, tenemos un cambio completo del corazón. Ahora odiamos el pecado que Dios odia y amamos lo que Él ama. Un resultado de ese cambio en el corazón es “frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas 3:8). Nuestra vida comienza a mostrar el cambio en nuestro corazón. De ese cambio viene el esfuerzo de obedecer al Dios a quien nos hemos vuelto.
Pero esta obediencia que brota del arrepentimiento no merece la misericordia de Dios. A pesar de lo importante que es para la salvación, todas las lágrimas en el mundo no pueden justificarnos con Dios. El perdón de Dios no es la recompensa por nuestras lágrimas y el fruto del arrepentimiento. El propósito del arrepentimiento no es ablandar el corazón de Dios hacia nosotros. El propósito del arrepentimiento es hacernos conscientes de la falta de esperanza y de la impotencia de nuestra condición pecaminosa y conducirnos, incluso llevarnos, a Cristo para ser perdonados. Mientras más nos arrepentimos, mejor comprendemos que nos arrepentimos muy imperfectamente. Debido a que nuestro arrepentimiento nunca es perfecto es que necesitamos a un salvador.
La fe
El requisito principal para recibir las bendiciones de la muerte y la resurrección de Cristo es la fe en Cristo Jesús. La pregunta más importante en la vida es: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” La respuesta de la Palabra de Dios es: “cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Cristo enseñó: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Pablo escribió: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).
La fe, así pues, es el instrumento para recibir las bendiciones de la salvación de Cristo. Por lo tanto, necesitamos conocer exactamente qué es la fe cristiana. ¿Qué queremos decir por la fe en Jesucristo?
- Está basada en el conocimiento.
La fe en Cristo requiere un conocimiento de Cristo. La fe siempre tiene que tener un objeto, ya sea una persona o una cosa. Nadie puede tener fe en algo vacío, es decir, en nada. La misma naturaleza de la fe es que tiene un objeto. La fe cristiana tiene a Cristo como el objeto. Conocer algo de Cristo es necesario antes de que alguien pueda creer en Cristo.
Afortunadamente no tenemos que conocer todo; de hecho, la cantidad que tenemos que conocer es muy pequeña. Dios ha hecho el camino para llegar a Cristo tan simple que un niño puede conocerlo. Pero aunque nuestro conocimiento sea muy pequeño, tenemos que conocer algo. Lo mínimo se encuentra en las palabras de Pablo: “que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15).
Esto implica conocer quién es Cristo: la segunda persona de la Trinidad, Dios de Dios mismo, el Hijo eterno del Padre. Esto implica conocer ciertos hechos verdaderos acerca de Él: que vino al mundo, que nació de una virgen, que vivió sin pecado, y que al final fue crucificado fuera de Jerusalén. Que al tercer día se levantó de los muertos. Esto implica conocer por qué murió y resucitó: vino para salvar a los pecadores. Esto implica conocer a cuáles pecadores vino a salvar: yo soy un pecador, el peor de los pecadores; fue por mí que murió.
- Es una convicción.
Conocer sobre Cristo, sin embargo, no es necesariamente lo mismo que creer en Cristo. Mucha gente sabe mucho sobre Cristo. Puede que hayan leído la Biblia de pasta a pasta muchas veces, pero no creen en Cristo. Tener fe en Cristo es estar convencido de que Cristo es la verdad. Un asentimiento o aprobación de la mente es necesario. “Sí”, dice el verdadero creyente, “Cristo es lo que declaró ser: el Hijo de Dios”.
La fe es una convicción basada en la evidencia que es suficiente para convencer a la mente. A menos que el intelecto sea convencido, nadie puede creer verdaderamente. Pero no dejemos que la duda nos lleve a la desesperación. Cristo es muy paciente y comprensible con los que dudan honestamente. Incluso Tomás, uno de sus propios discípulos, dudó de que Jesús se había levantado de los muertos. Dijo que no creería que Cristo había resucitado hasta que pusiera su mano en el costado de Cristo y metiera sus dedos en las marcas de los clavos. Escuchen a Jesús al hablarle a este discípulo incrédulo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27).
Él te extiende la misma invitación. Cristo, por encima de todos los hombres, le da la bienvenida a la investigación, a la indagación. Sabe que cuando la gente lo investiga con más honestidad, tienen más esperanza de que creerán en Él. Cuando Tomás vio con sus propios ojos al Cristo resucitado de pie físicamente frente a él, exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). Tomás fue convencido; el escéptico llegó a creer. La fe no es algo aparte, o contrario, a la mente, como algunos intelectuales sostendrían. La fe empieza con el conocimiento de la verdad, y ese conocimiento tiene que conducirnos a una convicción de que Jesús es realmente el Hijo de Dios.
- Es confianza.
Detenernos aquí sería perdernos de una parte esencial de la fe. Tú puedes que conozcas mucho acerca de Cristo. Puede que estés convencido de que Cristo es el Hijo del Dios viviente. Pero a lo mucho sólo tienes una fe intelectual, lo que se llama una fe histórica. No tienes todavía la fe salvadora. La fe en Cristo que realmente consigue la salvación de Cristo requiere una confianza en Cristo. La Escritura dice que incluso los demonios creen y tiemblan (Santiago 2:19). Conocen perfectamente quién es Cristo; están absolutamente convencidos de su sabiduría, de su poder y de su gloria. Pero no confían en Cristo; confían en ellos mismos. Mucha gente es así. Saben quién es Cristo y puede que incluso crean que resucitó de los muertos. Pero nunca confían en Él. Prefieren confiar en sí mismos, en su propio carácter o buenas obras. Rechazan confiar en la persona y obra de Cristo para su salvación.
Una vez se le preguntó a una mujer muy humilde qué era la fe. Respondió: “Soy ignorante y no puedo responder muy bien, pero pienso que la fe es creer la palabra de Dios”. ¡Qué rica en sabiduría era ella! Eso es precisamente lo que la fe es. Es creer la palabra de Cristo, creer que cada promesa que nos hace la quiere y la puede cumplir.
“La fe en Jesús es una gracia salvadora, por la cual, recibimos y descansamos solamente en Él para ser salvos, tal y como se nos ofrece en el evangelio” (Catecismo Menor, P/R 86). La fe no es hacer algo; no es ganar algo; es recibir todo. Cristo ya realizó la salvación de su pueblo en la cruz. El perdón de pecados y la vida eterna son regalos que deben ser recibidos. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). “No te he merecido por mi amor, oh Cristo”, dijo Juan Calvino. “Tú me amaste por voluntad propia. Vengo a ti desnudo y vacío, y encuentro todo en ti”.
Un oficial romano del ejército envió mensajeros para que le pidieran a Jesús que sanara a su esclavo que se estaba muriendo. “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano” (Lucas 7:6-7). El oficial romano conocía acerca de Cristo, estaba convencido de su necesidad que tenía de Él y estaba dispuesto a creer su palabra. Jesús se maravilló. “Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (v. 9).
Esa es la fe cristiana. La fe cree la palabra de Dios, confía en cada promesa, se apoya en Dios en los problemas de la vida y confía en Él por su gracia perdonadora. Y después de recibir a Cristo, todavía tenemos que seguir descansando en Él. La fe no es algo que ejercitamos sólo una vez en nuestras vidas. Es un ejercicio diario. Vivimos por fe. Debemos descansar cada día en Cristo.
- La evidencia de la fe salvadora.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10). La salvación no está basada en cómo vivimos, sino solamente en la obra de Cristo en la cruz. Recibimos esa obra como un regalo a través de la fe. Las buenas obras no salvan, pero son siempre el resultado de la fe porque la fe nos une a Jesucristo. Porque somos salvos, viviremos por fe. Nuestra fe “obra por el amor” (Gálatas 2:16, 20; 5:6).
Esta vida cristiana que es resultado del verdadero arrepentimiento y la verdadera fe será el tema de nuestro siguiente capítulo.
Preguntas de repaso
- ¿Quién llegó predicando el mensaje de arrepentimiento?
- ¿Cuáles son los tres elementos del verdadero arrepentimiento?
- ¿Qué clase de dolor por el pecado será evidenciado en el verdadero arrepentimiento?
- ¿Cuál es el elemento más importante del verdadero arrepentimiento?
- ¿Cuál será el fruto del verdadero arrepentimiento?
- ¿Es nuestro arrepentimiento suficiente para salvarnos? ¿Por qué?
- ¿Qué debemos hacer para ser salvos? Responde con un versículo de la Escritura.
- ¿Qué tiene que ver conocer los hechos acerca de Cristo con la fe en Él?
- ¿Qué es lo mínimo que necesitamos conocer sobre Cristo a fin de ser cristianos?
- ¿Podemos creer en Cristo si no estamos convencidos de que lo que ha dicho y hecho es verdad?
- ¿Qué nos invita a hacer Cristo si tenemos dudas honestas acerca de Él? (Juan 20:26-31).
- ¿Cuál es el elemento más importante de la fe en Jesucristo? ¿Cómo se hizo visible esto en el oficial romano?
- ¿Qué es la fe en Jesucristo? Responde con la respuesta del catecismo.
- ¿Qué está prometido para aquellos que creen en Cristo?
- Si somos salvos por la fe, ¿por qué necesitamos hacer buenas obras?
VERSÍCULO PARA MEMORIZAR
Salmo 1:1-3
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará.
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