CONFESANDO A CRISTO

 

Calvin Knox Cummings

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LA BIBLIA

 

El cimiento de nuestra confesión

 

Llegamos a conocer  a nuestra familia y amigos al escucharlos. Al escucharlos podemos entender quiénes son ellos y cómo son. Lo mismo es cierto de Cristo. Para confesar a Cristo primero tenemos que conocer a Cristo. Llegamos a conocer a Cristo solamente al escuchar a Dios comunicándose con nosotros en la Biblia. Si rechazamos leer la Biblia o aceptar la Biblia como completamente confiable, realmente nunca podremos conocer y confesar a Cristo. Nunca sabremos quién es Él. Por lo tanto, es absolutamente esencial que conozcamos lo que es la Biblia y por qué es importante. La Biblia es el cimiento mismo del cristianismo. Nuestro destino eterno depende de ese cimiento. Por ello, tenemos que examinar cuidadosamente este cimiento o fundamento de la fe y la vida cristiana que es la Biblia.

 

La Palabra de Dios

 

La palabra Biblia significa “libros”. Se llama el libro “santo” porque es separado de todos los demás libros como un libro sagrado. Comúnmente se le llama la “Palabra de Dios”. Pero, ¿qué queremos decir al llamar a la Biblia “la Palabra de Dios”? Queremos decir que Dios es el autor de la Biblia; la palabra que Dios habla es su palabra. Así como tu palabra es lo que sale de ti, también la Palabra de Dios es la palabra que sale de Él. Todos los credos del cristianismo confiesan que la Biblia es “inspirada” e “infalible”. La palabra inspirada significa “exhalada por Dios, dada por el aliento de Dios”. Cuando decimos que la Biblia es inspirada, queremos decir que Dios exhaló en los escritores de la Escritura sus pensamientos y palabras, que comunicó con el aliento de su boca su palabra. Lo que ellos escribieron no fue meramente el producto de sus propias mentes y corazones; ellos escribieron los pensamientos y palabras de Dios que Dios les reveló por su Espíritu Santo. De este modo, la Biblia es infalible. Todas las palabras que encontramos en la Biblia están libres de cualquier error; cada palabra como también cada pensamiento es verdadero.

 

¿Cómo conocemos?

 

Pero, ¿cómo podemos conocer que la Biblia es la Palabra inspirada e infalible de Dios? Esa es la pregunta más importante.

 

Algunos dicen que sabemos que la Biblia es la Palabra de Dios porque la iglesia hace la Biblia, y como la iglesia es infalible también la Biblia es infalible. Pero, ¿qué es la iglesia? La iglesia está conformada por seres humanos pecaminosos y falibles como tú y como yo. Poner nuestra confianza y seguridad en la Biblia en base a una declaración de la iglesia es construir nuestra fe sobre las arenas movedizas de la mera autoridad de los hombres. De este modo, la Biblia sería la Palabra de Dios porque nosotros decimos que lo es; la mente del hombre mortal y pecador llega a ser el criterio final de la verdad. No obstante, es tan obvio que el ser humano está lleno de contradicciones, confusión, error y pecado, que construir nuestra fe en un cimiento de opiniones humanas es caer en el desastre.

 

Los cristianos que creen en la Biblia creen que la Biblia es la Palabra de Dios en base a la autoridad de Dios, y no del hombre. Dios en su Palabra afirma que es su autor. Dios nos da pruebas o evidencias en la Biblia de que la Biblia es, en verdad, la misma Palabra de Dios. Nos da su Espíritu Santo, quien nos muestra su mano y voz en toda la Escritura. Construimos nuestra fe sobre la roca sólida de la persona misma de Dios. Descansamos sobre la revelación divina, no en la razón humana, como el fundamento y cimiento para nuestra fe en la Biblia como la Palabra de Dios. Debido a que esta revelación es el mismísimo cimiento de nuestra fe cristiana, analizaremos tres maneras en que Dios testifica que la Biblia es su Palabra.

 

 

  • Dios afirma en su Palabra que Él es su autor.

 

 

Todas las cartas que recibimos tienen una firma al final. Esta firma o nombre nos dice quién es su autor. Lo mismo es cierto de la Biblia. La Biblia tiene la firma de Dios mismo.

 

Esta firma de Dios no se encuentra en un rincón al final de la Biblia, como sucede en las cartas, sino que la firma de Dios está escrita en todas las partes de la Escritura, desde el principio hasta el final. A través de toda la Biblia, Dios testifica una y otra vez que Él mismo, y no el hombre, es quien habla y escribe. Sólo en el Antiguo Testamento, la expresión “así dice el Señor” o su equivalente, ocurre algunas dos mil veces. El nombre sagrado de Dios se pone en primera plana para hacer que todo el mundo oiga y obedezca su palabra.

 

El testimonio más importante en la Escritura de su propia inspiración e infalibilidad es el testimonio de Cristo, el Hijo de Dios. Cristo, la segunda persona de la Trinidad, consideró a las Escrituras del Antiguo Testamento en su totalidad como la Palabra de Dios. Prometió que el mismo Espíritu Santo que inspiró a los escritores del Antiguo Testamento inspiraría a los escritores del Nuevo Testamento. ¿Qué es lo que Jesús realmente creyó y enseñó acerca de la Biblia?

 

Jesús creyó y enseñó claramente que las Escrituras del Antiguo Testamento son la Palabra final, autoritativa e infalible de Dios. Fue tentado tres veces por Satanás en el desierto (Mateo 4:3-10), y en cada tentación apeló a la autoridad infalible de la Escritura. 1) Al ser tentado para convertir las piedras en pan, contestó: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. 2) Cuando Satanás incitó a Cristo para que tentara a Dios saltando desde el pináculo del tempo, Cristo dijo: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”. 3) Cuando Satanás le ofreció a Cristo los reinos del mundo si tan solo se postraba y lo adoraba, Cristo respondió: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.

 

Cada vez, Cristo rechazó a Satanás con las palabras: “Escrito está”. Y Cristo espera que nosotros hagamos lo mismo. Él apela a las Escrituras del Antiguo Testamento como la Palabra final. Es como si Él dijera: “Satanás, no puedo hacer estas cosas; van en contra de la Biblia. La Palabra de Dios escrita es mi regla infalible de fe y conducta”.

 

Esta misma actitud hacia el Antiguo Testamento se refleja en otras enseñanzas de Jesús. En su sermón del monte, Cristo dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18).

 

En otra ocasión, al contestar a sus críticos, Jesús citó uno de los Salmos y agregó: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35). Cuando Pedro intentó impedir que Cristo muriera, Cristo apeló a las profecías del Antiguo Testamento: “¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo 26:54). Estas citas afirman que Jesús consideraba la Ley, los Salmos y los Profetas como verdaderos inalterablemente. La Ley, los Salmos y los Profetas juntos forman todo el Antiguo Testamento. Así pues, Jesús aceptó todo el Antiguo Testamento como la Palabra de Dios.

 

¿Pero qué del Nuevo Testamento? El Nuevo Testamento todavía no había sido escrito cuando Cristo estuvo en la tierra. Entonces, ¿cómo podemos apelar a la autoridad de Cristo para apoyar la inspiración del Nuevo Testamento?

 

Cristo prometió que el mismo Espíritu Santo que inspiró a los autores del Antiguo Testamento sería dado a aquellos que escribirían los libros del Nuevo Testamento. Prometió lo siguiente a sus apóstoles: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13). También le dio a sus apóstoles la autoridad de actuar y hablar en su nombre: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19). Tanto los eruditos protestantes y católicos romanos está de acuerdo que cada uno de los 27 libros del Nuevo Testamento fue escrito y aprobado por un apóstol. Por ello, el Nuevo Testamento viene a nosotros como la Palabra de Dios en base a la autoridad de Jesucristo, el Hijo de Dios.

 

Los apóstoles de nuestro Señor, dotados con la promesa del Espíritu y la autoridad divina, nos dan las declaraciones más claras con respecto a las Escrituras. Pablo, al escribir sobre las Escrituras del Antiguo Testamento, declaró: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Pedro escribió: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

 

Al referirse a su propio mensaje, que forma aproximadamente la mitad del Nuevo Testamento, Pablo afirmó: “cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (2 Tesalonicenses 2:13). Pedro coloca las cartas de Pablo en la misma clase de los escritos del Antiguo Testamento: “…como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3:15-16). Pablo se refirió al Evangelio de Lucas como Escritura. Citando de Lucas 10:7, escribió: “Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario”.

 

Solamente podemos sacar una conclusión: “La autoridad de la santa Escritura, por la que debe ser creída y obedecida, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia; sino completamente de Dios (quien es la verdad misma) quien es autor de la misma; y por esa razón debe ser recibida, ya que es la Palabra de Dios” (Confesión de Fe de Westminster, capítulo 1, sección 4). Somos criaturas dependientes. La única manera en que podemos pensar es cimentando nuestras opiniones sobre alguna autoridad. Si no fundamentas tu pensamiento en Dios y su Palabra, entonces lo harás en la limitada razón humana, y algo más llegará a ser tu autoridad final.

 

No hay mejor razón para creer que la Biblia es la Palabra de Dios que el hecho de que Dios mismo lo diga. ¿Qué pasaría si te acercaras a Dios y le preguntaras por qué debes creer que la Biblia es su Palabra y te dijera: “Lo siento, tienes que preguntarle a los expertos las razones para ello”? Si así fuese, entonces Dios habría evadido su responsabilidad y ya no sería Dios. Él ya no es más la autoridad absoluta y final.

 

Pero Dios es el único que conoce todas las cosas. Por lo tanto, Él es la única y final autoridad en quien debemos confiar. Nosotros somos limitados y pecaminosos. Nunca podemos tener  certeza acerca de nada a menos que Aquel que es santo y que lo sabe todo nos lo revele. Si Dios no conociese todas las cosas, tendríamos muchas dudas. Lo que se descubra mañana podría contradecir lo que Dios dice en la Biblia hoy. Pero Dios sabe todas las cosas; nada se va a descubrir mañana que contradiga lo que Dios dice hoy. Dios tomó en cuenta todos los descubrimientos y eventualidad pasados y futuros al declarar su voluntad en su Palabra. La Palabra de Dios y las declaraciones de Dios acerca de su Palabra siempre son confiables y podemos contar con ellas. “Maldito el varón que confía en el hombre…Bendito el varón que confía en Jehová” (Jeremías 17:5, 7).

 

 

  • La evidencia dentro de la Escritura confirma la declaración de que la Biblia es la Palabra de Dios.

 

 

La Biblia no solamente tiene la firma de Dios; contiene la evidencia interna para confirmar la declaración de que es la Palabra de Dios.

 

Una ilustración puede ayudar aquí. Supongan que reciben una carta firmada por el Presidente de su país. Pero el papel y el sobre de la carta no tienen el membrete oficial, la estampilla se encuentra en el lugar incorrecto, el estilo es grosero y el contenido insignificante. Tendrían la razón en llegar a la conclusión de que la carta era una falsificación. No podría haber sido escrita por el Presidente, que reside en la capital, cuyos intereses son políticos y cuyo estilo tiene autoridad.

 

Dios no solamente declara que la Biblia es su Palabra, sino que prueba su declaración. Proporciona dentro de la Escritura mucha evidencia para apoyar esa declaración. La Confesión de Fe de Westminster lo dice de la mejor manera: “Lo celestial del asunto, la eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, el consentimiento de todas las partes, el alcance del todo (que es dar toda la gloria a Dios), el pleno descubrimiento que hace de la única vía de la salvación del hombre, las muchas otras incomparables excelencias, y toda la perfección de la misma, son argumentos por los cuales de una manera muy abundante da evidencias de que es la misma Palabra de Dios” (WCF, cap. 1, sec. 5).

 

Considera la asombrosa armonía y la unidad subyacente de los escritos sagrados. La Biblia es una compilación de 66 libros escritos por 36 diferentes autores en un período de más de 1600 años. Los autores no se sentaron como un comité para decidir qué escribir. Estaban separados por mucho tiempo y distancia. Sin embargo, sus libros están marcados por la armonía, no por la confusión o contradicción. En medio de la diversidad hay una profunda unidad. El Antiguo Testamento apunta adelante al Salvador que viene. El Nuevo Testamento nos habla del Salvador que ya vino. “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:27). Sólo existe una explicación posible de esta maravillosa unidad: hubo una mente que concibió el plan, una mano que escribió las palabras: la mente y la mano de Dios.

 

Una de las evidencias más sobresalientes de la autoría divina de las Escrituras es las profecías del Antiguo Testamento que se cumplieron en el Nuevo Testamento. 800 años antes del nacimiento de Cristo los profetas declararon que Cristo nacería, cómo nacería, dónde nacería, qué clase de persona sería y qué clase de obra realizaría. Escuchen hablar a los profetas: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel [Dios con nosotros]” (Isaías 7:14). “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2). “Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6). “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molidos por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6).

 

El Nuevo Testamento registra el cumplimiento de todas estas profecías. Nadie puede predecir exactamente qué va a pasar en un año o incluso en un día. Pero estos profetas de antaño miraron a través de los años y hablaron detalladamente de Aquel que venía. Sólo hay una explicación satisfactoria. El Espíritu del Señor estaba sobre ellos; ellos vieron el futuro descubierto como solamente el Arquitecto Divino del universo lo podía descubrir.

 

El mensaje básico de la Biblia también da evidencia para convencernos de que los autores no escribieron sus propios pensamientos sino los pensamientos de Dios. ¿Cuál es el mensaje central de la Biblia? Es el relato de la ruina completa del hombre en el pecado, de su incapacidad para salvarse, y del poder de la sola gracia de Dios para salvarlo. Este es un mensaje que enseña humildad para que la mente humana no se exalte como lo haría naturalmente. El hombre dejado a sí mismo, siempre ha inventado otra clase de religión. Todas las religiones humanas enseñan que el hombre no es completamente pecador y que él puede en cierto modo, y de alguna manera, salvarse a sí mismo. La Biblia enseña que el hombre está muerto en pecado, que no puede salvarse a sí mismo, y que solamente puede ser salvado por la gracia de Dios. Esto va en contra de los pensamientos orgullosos del hombre natural. Nosotros no admitimos, naturalmente y con humildad, nuestros errores y nuestra incapacidad. El hecho de que la Biblia enseñe acerca de nuestro pecado y necesidad de salvación es evidencia de que los autores de la Biblia no estaban controlados por sus propios espíritus, sino por el Espíritu Santo de Dios (2 Pedro 1:21).

 

Esta evidencia interna de la Escritura confirma su origen divino. Existe también evidencia externa en la arqueología y la historia que confirma su veracidad. Este es un estudio fascinante y fortalecedor de la fe que no podemos presentar aquí.

 

Sin embargo, hay un testimonio más para completar la plena confiabilidad de las Escrituras: el testimonio de Dios el Espíritu Santo en el corazón del creyente.

 

 

  • El testimonio del Espíritu Santo de Dios en nuestros corazones.

 

 

¿Cómo es posible que alguien pueda leer las declaraciones de la Escritura de ser la Palabra de Dios y estudiar la evidencia de tales declaraciones, solamente para rechazar la Biblia como la Palabra inspirada por Dios? Otros leen y creen con una convicción inamovible que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios. La diferencia no se debe a una falta de evidencia (Juan 20:30, 31; Lucas 16:31). La diferencia es que algunos no han recibido el Espíritu Santo para que los capacite a ver la verdad de las declaraciones de la Biblia. Son ciegos espiritualmente y están prejuiciados; no pueden ver la verdad. Están espiritualmente muertos; no pueden oír la voz de Dios que habla en cada línea.

 

Pero así como el ojo del artista ve la belleza de la puesta del sol, el Espíritu Santo capacita al creyente para ver la mano de Dios en la Biblia. Sólo hay un Dios, no obstante este Dios existe en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así como tu propio espíritu te conoce mejor que lo que otros te conocen, el Espíritu Santo conoce completamente a Dios  y es capaz de dar a conocer a Dios. Así como el oído del músico detecta el genio del compositor en una sinfonía, el Espíritu capacita al creyente para detectar el genio del cielo en la Santa Escritura. “Antes bien”, declara Pablo, “como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu…Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido” (1 Corintios 2:9, 10, 12).

 

Así pues, necesitamos orar por la ayuda del Espíritu Santo de Dios cada vez que leemos la Biblia.

 

Preguntas de repaso

 

  1. ¿Cómo podemos conocer a Cristo?

 

  1. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de la Biblia como “la Palabra de Dios”?

 

  1. ¿Qué queremos decir cuando decimos que la Biblia es “inspirada”?
  2. ¿Qué significa la palabra infalible?

 

  1. ¿Debemos creer en la Biblia como la Palabra de Dios porque lo dice la iglesia? ¿Por qué si y por qué no?

 

  1. ¿Por qué debemos creer en la Biblia como la Palabra de Dios? ¿De qué manera esto  asegura su certeza y veracidad?

 

  1. ¿Jesús aceptó la Biblia como la Palabra de Dios? Si la aceptó, ¿cómo lo hizo?

 

  1. ¿De qué maneras enseñaron los apóstoles que la Biblia es la Palabra de Dios?

 

  1. ¿Qué evidencia interna hay en la Biblia de que Dios es su autor?

 

  1. Si una persona no cree que la Biblia es la Palabra de Dios, ¿se debe a que no hay suficiente evidencia?

 

  1. ¿Quién le da al cristiano la seguridad en su corazón de que la Biblia es la Palabra de Dios?

 

VERSÍCULO PARA MEMORIZAR
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).