Cristo Jesús, nuestra máxima ganancia

Filipenses 3:7-9

Rev. Valentín Alpuche


 

El apóstol Pablo, antes de ser cristiano, tenía muchas cosas de qué gloriarse. De la misma manera, mucha gente hoy que no es cristiana también se gloría de todas las cosas que posee. Y la gente que se gloría en las cosas materiales lo hace porque creen que tales cosas son lo más importante en sus vidas; es más, porque creen que tales cosas son el fundamento mismo o el sentido mismo de su vida.

Pablo incluso creía, como leemos en Filipenses 3:4-6, que su circuncisión en sí misma, su ascendencia, su educación como fariseo; es más, el perseguir a la iglesia cristiana, y su cumplimiento meticuloso de la ley del AT, eran su propia salvación. Pensaba que esas cosas no solo lo hacían quedar bien delante de Dios en esta vida, sino incluso en la otra vida. Esas cosas eran el fundamento de su propia salvación.

Ahora bien, el ejemplo de Pablo es muy interesante de estudiarlo porque Pablo no era un pagano, sino un miembro del pueblo escogido de Dios. Podemos decir que él era miembro, al menos externamente, de la iglesia. Esto significa que como miembro del pueblo de Dios se aferraba a sus lazos sanguíneos, a sus logros personales, a sus privilegios nacionales y sus propias buenas obras para ser aceptado por Dios. Él estaba convencido de que así era como Dios aceptaba y salvaba a los hombres.

Digo que el caso de Pablo es interesante porque mucha gente actualmente en las iglesias mismas piensa como Pablo pensaba. Creen que por lo que son, por lo que tienen y por lo que hacen (o no hacen) es que Dios los acepta. Lo creen sinceramente y se glorían en esas cosas, aun cuando estén sinceramente equivocados.

Pero solamente hasta que el Espíritu Santo abre nuestros ojos al verdadero evangelio, a la verdadera vía de salvación, es que podemos darnos cuenta que nada de lo que somos, nada de lo que tenemos ni nada de lo que hacemos (o no hacemos) nos puede salvar o hacer que Dios nos acepte y salve. Cuando el apóstol se dio cuenta de esto, por la obra del Espíritu Santo, es que su vida dio un giro de 180 grados, es decir, su vida cambió completamente de rumbo. Su perspectiva de toda la vida y de todas las cosas que somos, tenemos y hacemos, cambió radicalmente.

Dice en Filipenses 3:7: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. En estas profundas palabras, el apóstol le dice a los filipenses cómo valoraba todas las cosas antes y después de tener fe verdadera en Cristo. Y es que así es para cada persona: hay un antes y un después en su vida. En ese antes, las cosas se valoraban de una manera, pero en el después se valoran de otra. El antes de Pablo, como ya dijimos, consistía en valorar las cosas desde la perspectiva de sus propias obras, de sus propios esfuerzos, de su obediencia a la ley, de ser judío de sangre, de haber sido educado en la ley; todo lo valoraba empezando y terminando con él; era una valoración centrada en él mismo.

Se había convencido de que tales cosas eran sus ganancias; que tales cosas realmente lo enriquecían al grado de que Dios lo aceptaba por todas ellas; él ganaba su salvación. Dios solamente lo premiaba con la salvación. Pablo mismo resultaba ser, en última instancia, su propio salvador. Claro que así pensaba él, pero estrictamente no tenía ninguna garantía de que Dios pensara de la misma manera. Todo era para él ganancias, más riquezas, más ventajas, al grado de que se jactaba de que por esa riqueza, Dios lo tenía que aceptar. El lenguaje que Pablo usa aquí es un lenguaje de contabilidad, de finanzas en que llevamos un registro de entradas y salidas, de ganancias y de pérdidas. Y para Pablo prácticamente todo lo que él hacía resultaba en ganancias, resultaba en que creía que Dios lo iba a aceptar. ¿Acaso no somos así también nosotros cuando perdemos de vista la única manera de ser salvos, para empezar a querer salvarnos por nosotros mismos?

¿Cuánta gente en las iglesias saca cuentas y su columna de ganancias está saturada de grandes números? Tienen su lista de ganancias, y entre ellas encontramos, por ejemplo: nací en un hogar cristiano, toda mi familia asiste a la iglesia, soy bautizado, diezmo y apoyo a las misiones, soy integrante de la banda mi iglesia, etcétera. Y marcan todo ello como ganancia, como si esas cosas en sí y por sí mismas los van a salvar delante de Dios; como si Dios dijera: ya veo qué tan bueno eres, ya veo cuán bien te portas, ya vea cuánto haces por el evangelio, entonces no puedo hacer otra cosa más que salvarte. Pero al igual que Pablo antes de ser cristiano, esa perspectiva es incorrecta y engañosa porque se refiere a lo que nosotros pensamos de nosotros mismos, y no a lo que Dios piensa de nosotros. Y lo que cuenta en la salvación no es lo que uno piense, sino lo que Dios piensa y dice acerca de cómo ser salvos.

Llegó el tiempo de conversión de Pablo, y dice: todas esas cosas las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Ahora Pablo estima, evalúa, valora todas esas cosas desde una perspectiva distinta, desde la perspectiva de Dios mismo como la encontramos en la Biblia. Y ¿cómo las estima? Dice: como pérdida. Todo lo que antes era ganancia, ahora las valora como pérdida, cómo déficit, como desventajoso, como un estorbo, para su salvación. Todas esas cosas que él pensaba que eran la razón de su ser, el fundamento mismo de su salvación, sus grandes ganancias, ahora resultan ser pérdidas.

Antes de continuar, debemos esclarecer lo siguiente: Pablo no está diciendo que ser judío de sangre, que su circuncisión, su obediencia a la ley de Dios, y todo lo demás, sean malas en sí mismas, como si obedecer la Palabra de Dios sea pérdida de tiempo. No, no. Esas cosas, como cualquier otra que tenga un firme fundamento bíblico, son importantes porque Dios mismo las había mandado al pueblo de Israel. Nacer en un hogar cristiano puede ser una de las mayores bendiciones; ser bautizado es una bendición muy especial, vivir conforme a los mandamientos de Dios es loable, ser educado en escuelas cristianas es una tremenda bendición. Pero esas cosas buenas se tornan malas, esas ganancias se vuelven pérdidas cuando las usamos para un fin que Dios nunca tuvo en mente, a saber, cuando las usamos para salvarnos. Cuando las hacemos pensando que por eso Dios nos va a salvar, entonces, dice Pablo, esas cosas se vuelven pérdidas; en lugar de eliminar nuestra deuda delante de Dios, la incrementan superlativamente. Cosas buenas se vuelven malas, por así decirlo, cuando las usamos de la manera que Dios no ha mandado.

Visto desde otro ángulo, el ángulo correcto, esas cosas Pablo las estima como pérdida cuando las compara con alguien más. Ahora Pablo está en Cristo, y todas las cosas que piensa, dice y hace las hace por amor de Cristo. Su amor ya no está en cosas materiales, en tradiciones, en su formación académica, en su buen comportamiento, sino su amor ahora está en Cristo. Pablo ama a Cristo porque Cristo lo amó primero. No hace ahora lo que hace por algún motivo egoísta oculto, sino por amor de Cristo. Esta expresión: por amor de Cristo, literalmente significa por o a causa de Cristo. Cristo es ahora su máxima y única ganancia; Cristo es la razón o causa de todo lo que hace ahora; todo se desvalora cuando lo comparamos con Cristo; todo pierde valor cuando ganamos a Cristo; no hay ganancia mayor que Cristo. Lo que Él nos da es la verdadera riqueza, la verdadera ganancia, lo que verdaderamente nos enriquece para ser aceptados por Dios. Cristo ha llegado a ser el mayor tesoro de Pablo. Ahora está dispuesto incluso a morir por Cristo, por el amor que le tiene a Cristo. Es impresionante cuando, por la obra del Espíritu Santo, somos capaces de amar a Cristo: todo cambia, nuestras motivaciones internas y externas, llegan a quedar completamente permeadas por el amor a Cristo.

Algo muy triste para Pablo era ver cómo muchos de sus paisanos judíos que también habían aceptado a Cristo, seguían viviendo como antes. Vivían en el después de aceptar a Cristo como si estuvieran en su antes de aceptar a Cristo; vivían su presente en Cristo como si estuvieran en su pasado sin Cristo. En otras palabras, muchos que decían ser cristianos, seguían viviendo como judíos o paganos pensando todavía que por lo que eran, tenían o hacían, Dios los iba a salvar. ¿Y Cristo? Oh sí, decían, también creemos en Él. ¡Qué triste era esto para Pablo! Pero eso ya no existe hoy, ¿o sí? Si Pablo estuviera aquí, quedaría profundamente decepcionado. Haga una encuesta usted mismo y pregunte a los así llamados cristianos: ¿por qué eres cristiano? ¿Quién es Cristo Jesús? ¿Por qué crees en Él? ¿Cómo puedo ser salvo? ¿Cómo eres justo ante Dios? Y prepárese para no caer en la depresión o desilusión. Dios nos ayude para que nosotros no vivamos el presente como si estuviéramos en el pasado, que no vivamos en Cristo como si estuviéramos sin Cristo.

¿Cuántos años habían pasado desde que Pablo estimaba todas las cosas como ganancias? Ya habían pasado más de treinta años; después de treinta años, Pablo dice: las he estimado como pérdida por causa de Cristo. Esto quiere decir que una vez que estamos en Cristo ya no hay punto de retorno a la vida de antes. Dejemos el pasado hermanos en el pasado, ahí es donde debe quedarse, y vivamos el presente y el futuro solo y únicamente en Cristo. Significa asimismo que Cristo, después de treinta años, continúa siendo la más preciada ganancia de Pablo; es más, conforme lo conoce más, mejor entiende que su pasado no le recompensaba ninguna ganancia sino solamente pérdida, pero que Cristo es la fuente inagotable de las riquezas de la salvación.

Esto es lo que confirma el apóstol Pablo en Filipenses 3:8 cuando dice: Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdidas por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Pablo no tenía ninguna duda de que su vida pasada en la que invertía todo su ser para su propio proyecto de salvación era una inversión destinada a la ruina; es más, Pablo ya estaba en la bancarrota espiritual. Por eso dice: ciertamente, incluso el día de hoy estimo todas las cosas como pérdidas. Observen cuidadosamente el tiempo del verbo que está en presente al decir: aun estimo, o sea después de treinta años desde su conversión, su perspectiva nueva en Cristo no había cambiado. Seguía convencido de que había tomado la mejor decisión para su salvación. Hermanos, aquí tenemos un principio para cada uno de nosotros en la vida cristiana, y es éste: conforme pasan los años, debemos aumentar en nuestro aprecio de la persona y obra de Cristo, y corroborar día tras día que nuestro pasado era completamente una pérdida en términos de adquirir la salvación. No debemos disminuir sino aumentar en nuestra valoración del valor de estar en Cristo. Pero, ¿por qué Pablo sigue, día a día, amando más, valorando más su nuevo estado y condición en Cristo?

La respuesta la da cuando dice: por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. En otras palabras, Pablo desde el primer día de su conversión empezó a aprender cada segundo de su vida un poco más de Cristo. Conocerlo más y más era la prioridad número uno de su vida, y mientras más lo conocía, más lo amaba, más descubría las riquezas que ya posee en Cristo ahora, en esta vida, y no solo eso sino que su futuro eterno está ya asegurado por medio de la obra perfecta de Cristo. Por eso dice: por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Esas palabras implican que el gran apóstol Pablo a diario se esforzaba en conocer más y más de Cristo, al grado que a diario comprendía que conocer a Cristo era el conocimiento por excelencia; que no hay otro conocimiento más excelente que conocer a Cristo. ¿Se imaginan el impacto de esas palabras en la iglesia filipense? Seguramente los animó mucho para que ellos también siguieran aprendiendo de Cristo.

Y hermanos, los cristianos no debemos parar en conocer a Cristo; es un viaje que continuará por siempre; el viaje, por así decirlo, de conocer más y más a Cristo. Estas bellas palabras me recuerdan otra porción de la epístola de Pablo a los efesios 3:17-19 donde él dice: para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. El amor de Cristo, en efecto, excede a todo conocimiento; no hay conocimiento más sublime y más digno de adquirir que conocer a Cristo. Pero, ¿acaso no contrastan estas palabras con la actitud de muchos cristianos en las iglesias que piensan que ya saben todo de Cristo? ¿Que piensan que ya no hay más que conocer de Cristo?

Pero, ¿cómo conocemos más y más a Cristo? A través de una lectura consistente de las Escrituras, a través de asistir fielmente a la iglesia los domingos para escuchar la proclamación del evangelio, a través de asistir a estudios bíblicos, a través de amar y convivir con nuestra familia cristiana, a través de orar con denuedo, a través de practicar nuestros devocionales familiares día a día en nuestra familia, a través de amar a nuestras esposas, a nuestros hijos, de apoyarlos y ayudarlos, a través de orar por la iglesia de Dios, en fin, a través de vivir a diario centrados en Cristo. No debe haber ni un resquicio de nuestras vidas que no sea sometido a Cristo; toda nuestra vida debe quedar rendida a Él, y así el Espíritu Santo nos iluminará a diario para que conozcamos más el amor de Cristo que excede a todo conocimiento.

El apóstol Pablo dice en Filipenses 3:8: aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Esta última frase es hermosa: mi Señor. Noten, después de treinta años, que Pablo todavía se expresa de Cristo Jesús en tono de una relación personal viva, genuina, auténtica al llamarle “mi Señor”. Sí, Pablo era siervo de Cristo, y Cristo era el Amo y Señor de la vida de Pablo. Era todavía una relación íntima, cercana, vivencial y experimental: Cristo es mi Señor. ¿Así es nuestra relación con Cristo? ¿O ya vamos a la iglesia solo por rutina, o costumbre? La muerte de la fe cristiana es una actitud de conformismo, de frialdad, de rutina en nuestra relación con Dios. Pero debe ser todo lo contrario: mientras más años tengamos en la fe, más debemos amar a Cristo Jesús.

Pablo continúa diciendo: por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. ¿Ha notado usted que Pablo es repetitivo a veces en su forma de expresión? Por ejemplo, en 3:7 ya dijo que su forma pasada de vivir la estimó como pérdida, luego en 3:8 al principio, como acabamos de ver, repite la misma idea, y aquí al final vuelve a repetirla. ¿Por qué lo hace? Porque quiere enfatizar, en este caso, una idea súper importante: todo aparte de Cristo es pérdida, pero en Cristo todo es ganancia. Cristo es la mejor riqueza, la mejor ganancia, nada se le puede comparar en valor. Por causa o por amor de Cristo, Pablo lo ha perdido todo. Como ya anotamos, su vida anterior era su propia ruina, su bancarrota, y por eso dice lo he perdido todo. Es impresionante la forma en que se expresa; y digo esto porque si Cristo no es tu máxima ganancia, nunca te desharás de otras cosas que están arruinando tu vida. Cuando Cristo es secundario en nuestras vidas, otras cosas tomarán su lugar. Y nuevamente, Pablo no está diciendo que todas esas cosas que ha perdido sean malas en sí mismas, sino que todas esas cosas cuando se usan equivocadamente son pérdidas, son basura.

Así pues, todo lo que hagas para auto-salvarte es pura basura comparado con lo que Cristo ha hecho para salvarte. Tu máxima meta debe ser ganar a Cristo; que Cristo sea nuestro y nosotros de Él. Si hay algo en tu vida que te estorba en alcanzar a Cristo, es mejor que lo pierdas, que lo tengas por basura, porque te impide ganar lo mejor: a Cristo. Cristo es la fuente de la verdadera riqueza.

Con esta idea en mente, que Cristo es la más estupenda, incomparable, e incomparable de todas las riquezas para Pablo y para el pueblo de Dios, ahora él dice en Filipenses 3:9: y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. Pablo parece que ahora habla de Cristo usando la analogía de un bello lugar donde podemos ir y descansar; como el lugar ideal donde nos gustaría quedarnos para siempre. Bueno, cualquier lugar por muy hermoso que sea en la tierra, siempre nos aburrirá, y después de 20 años de vivir allí, seguramente nos hará desear vivir en otra parte. Pero el lugar eterno del cristiano es Cristo mismo, donde estaremos por toda la eternidad y nunca, pero nunca, desearemos regresar a donde vivíamos antes. Por eso Pablo dice, además de ganar a Cristo, quiero ser hallado en él. Creer en Cristo, ser salvos por Cristo y disfrutar de todas las bendiciones de la salvación que nos da, es como estar en el lugar más bello del mundo. Cristo es el lugar más bello donde siempre queremos estar. Estar en Él es la dicha más grande y sublime del verdadero creyente. Pero, ¿cómo podemos estar en Cristo?

Pablo dice que el requisito es: no teniendo mi propia justicia, que es por la ley. Si hay algo que el apóstol combate en sus escritos es el ego del hombre, el orgullo, la arrogancia de creer que por nuestras obras de justicia podemos salvarnos. Cuando Pablo dice “no teniendo mi propia justicia” significa que él en su vida antes de Cristo, siempre intentó salvarse por medio de sus propias acciones, por medio de sus obras, de sus propios esfuerzos. Si creemos que podemos ser salvos, si creemos que podemos estar en Cristo teniendo nuestra propia justicia, estaremos engañándonos completamente, porque todas nuestras obras de justicia, incluso las mejores de ellas, están manchadas de pecado, y como Dios es perfecto y tres veces santo, no puede tolerar nada sucio en su presencia y mucho menos salvarnos en base a nuestras obras. Pablo antes de Cristo pensaba que sí podía ser salvo por sus obras, por su buena conducta, pero cuando Cristo lo transformó, comprendió que estaba invirtiendo toda su vida en una empresa destinada al fracaso, a la bancarrota.

Pablo dice no teniendo mi propia justicia, que es por la ley. Esto quiere decir que Pablo pensaba que por obedecer toda la ley del AT, entonces se iba a salvar. Y mucha gente piensa de manera semejante hoy en la iglesia. Piensan que por obedecer los mandamientos serán salvos; que por esforzarse en cumplir todos los mandamientos serán salvos. Pero, ¿ha leído usted alguna vez en la Biblia que la salvación sea por obediencia, por buenas obras? Me parece que no; entonces, ¿por qué mucha gente, incluso en la iglesia piensa así? Porque todavía vivimos en nuestra vida de antes, pensando que nosotros podemos salvarnos de alguna manera por medio de lo que somos, tenemos o hacemos.

Alguien pudiera preguntar: ¿entonces no debemos obedecer los mandamientos de Dios? Y la respuesta es: claro que sí, pero no para salvarnos porque Cristo ya nos salvó, sino que obedecemos como una señal de que ya somos salvos, como una señal de que ya somos nuevas criaturas en Cristo, como una señal de que toda nuestra vida la queremos vivir conforme a la voluntad de Dios, como una señal de gratitud, de decirle a Dios: gracias por la grande salvación que me has dado en Cristo, y por eso quiero vivir agradecido a ti. La Biblia no dice que somos salvos por nuestras obras de justicia, sino por la fe en Cristo. Además, si la salvación fuese por nuestras obras de justicia, ¿acaso nos atreveríamos a decir que sí cumplimos, que sí obedecemos la ley perfecta y santa de Dios perfectamente? ¿Acaso nos portamos bien todo el tiempo? Si la salvación fuese por buenas obras, o por portarse bien, nadie sería salvo porque nadie lo hace. Pecamos de pensamiento, de actitud, de palabras y de acciones. Si no pecamos de una forma, lo hacemos de otra. ¿Realmente nunca has tenido ni un mal pensamiento? ¿Nunca has codiciado lo que no es tuyo? ¿Nunca te has enojado por las razones incorrectas? Entonces, ¿cómo podemos estar en Cristo? ¿Cómo podemos ser salvos?

Pablo responde en 3:9 diciendo: sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. Somos salvos por las obras de justicia de otro, de alguien más, no por nuestras obras. Pablo está diciendo que puede estar en Cristo o ser salvo solamente por las obras de justicia de Cristo, porque Cristo sí obedeció perfectamente toda la ley de Dios. Nunca desobedeció ni un solo mandamiento; nunca tuvo un mal pensamiento. Su obediencia y su comportamiento fueron perfectos completamente. Entonces, solo podemos ser salvos por medio de la obediencia perfecta de Cristo. Pero, ¿cómo? ¿Cómo me beneficio yo de la obediencia perfecta de Cristo? La respuesta es: por la fe de Cristo, es decir, cuando por la obra del Espíritu Santo llegamos a tener fe verdadera en Cristo, cuando llegamos a confiar plenamente en Él para ser salvos, entonces, y solo por medio de la fe, Cristo nos regala su obediencia perfecta. ¿O sea que Cristo es como si hubiera obedecido en mi lugar, como mi sustituto? Exactamente. Lo que tú no pudiste hacer, Cristo lo hizo. Lo que nosotros no pudimos, Cristo lo hizo en nuestro lugar, por eso cuando creemos en Él, Dios nos acepta. No nos acepta por nuestra obediencia o buena conducta, sino por medio de Cristo. Y todo esto solamente por la fe.

Por eso Pablo repite esa idea en esta frase dos veces cuando dice: sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. Así es, por la fe, por la fe.

Cristo nuestra mejor ganancia, y Cristo el mejor lugar de todos para quedarnos allí para siempre. Gracias Señor Jesús por tu perfecta obediencia, ya que a través de ella solamente es que podemos ser salvos. Al creer en ti de todo corazón, nos regalas tu santísima y perfecta obediencia.