Día del Señor 5 (12)

 

LA NECESIDAD DE UNA SATISFACCIÓN COMPLETA

 

Rev. Valentín Alpuche

 

 

Pregunta 12: Entonces, si por el justo juicio de Dios merecemos castigos temporales y eternos, ¿cómo podemos escaparnos de este castigo y ser recibidos otra vez en el favor de Dios?

 

Respuesta: Dios quiere que se satisfaga su justicia; por lo tanto, tenemos que satisfacer completamente su justicia, ya sea por nosotros mismos o por alguien más.

 

El día del Señor 5, que contiene 4 preguntas y respuestas, comienza la segunda parte del Catecismo de Heidelberg. En la primera parte titulada “De la miseria del hombre”, el Catecismo (fundamentando completamente en la Biblia) ha dejado bien claro que el ser humano, hombre y mujer, está condenado por sus propios pecados. Todo ser humano en la tierra se encuentra en la misma condición delante de Dios. Pablo, citando el Salmo 14 y el 53, dice en Romanos 3:10: Como está escrito: No hay justo, ni siquiera uno. Pero ahora inicia la segunda parte, y la más larga, del Catecismo: “La redención del hombre”. Así que después de considerar la más hondo de la miseria del hombre, ahora el Catecismo inicia la más prometedora materia de la redención del pecador, la redención o salvación que es la más preciosa de las promesas para una humanidad sumergida en sus pecados y delitos. Una humanidad sumida en su miseria, una humanidad que vive, por así decirlo, en arenas movedizas, en las que cuanto más se esfuerza por salir a flote, más se hunde. Pero el evangelio es la cuerda que Dios nos arroja para que, agarrados de ella, en efecto podamos ser sacados del lodo cenagoso del pecado.

 

Pero Dios es tres veces santo y el hombre es completo pecador. Esto significa que Dios no dejará que el pecador se salga con la suya, como también se asegurará que si el pecador se salva, que se salve haciendo plena satisfacción a la justicia divina. Esto es lo que aprendemos, en primer lugar, de la primera parte de la pregunta 12 que dice: Entonces, si por el justo juicio de Dios merecemos castigos temporales y eternos. Dios, dice el Catecismo, no sería injusto si castigará a toda la humanidad. Es más, el castigo de Dios debido a nuestros pecados no solo es temporal, sino también eterno. No hay nadie que alegue que puede escaparse de este doble castigo de Dios. Todos, dice Pablo en Efesios 2:3: éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Es decir, el destino que nos deparaba a cada de uno de nosotros (aparte de la misericordia de Dios) era la ira de Dios, o sea, que Dios descargara todo su enojo contra nosotros. Dios castiga a los pecadores en esta vida (castigos temporales) y en la otra (castigo eterno). No hay remedio para el pecador aparte de Cristo, nuestro Señor.

 

¿Cómo podemos escaparnos de este castigo? Esta es la pregunta más importante que el ser humano se puede hacer. Pero el Catecismo que fue escrito para el pueblo de Dios, para los creyentes en Cristo, al hacer esta pregunta no la hace desde una condición sin esperanza, sino que la pregunta es una de fe y esperanza, ya que el verdadero creyente sabe que Dios ha prometido una vía de escape. El cristiano hace esta pregunta postrado ante Dios. Ya no para demostrar su terquedad o indignación ante el castigo de Dios, sino con humildad reconociendo que si se va a salvar, tiene que buscar la salvación fuera de sí mismo.

 

Pero aunque el creyente sabe que Dios le ha concedido la solución a su condenación, el Catecismo (como una herramienta de instrucción doctrinal) no quiere que nosotros olvidemos nuestra miseria, como también que seamos agradecidos por la salvación que solamente Dios puede otorgar al pecador. Es una pregunta de fe, no de desesperanza; una pregunta que anticipa el gran gozo del creyente. Pero para el no creyente esta pregunta se torna en su propia tortura espiritual, ya que él no tiene ninguna posibilidad de escaparse de este castigo. Pero la otra pregunta que está presente en el Catecismo es: ¿Cómo podemos ser recibidos otra vez en el favor de Dios? ¿Ya vieron? Esta pregunta presupone que el verdadero creyente conoce su condición sin Cristo: una condición de miseria que lo condena eternamente y que merece el castigo de Dios; pero al mismo tiempo él conoce que tiene una vía de escape, que Dios mismo ha proveído ese camino que lo puede llevar a la salvación y que lo puede reconciliar con Dios otra vez. Es decir, que Dios lo vuelve a recibir en su favor, que lo restablece a esa relación donde puede disfrutar de todos los favores de Dios.

 

Esto que estamos diciendo es muy importante para el entendimiento de la salvación, especialmente en nuestros días en que los púlpitos de las iglesias ya no enseñan con claridad la condición pecaminosa del hombre que merece el castigo de Dios. Por ganar a mucha gente en las iglesias, los predicadores, los atalayas que deben prevenir a la humanidad del futuro castigo eterno que se avecina, prefieren anunciarles que todo está bien con ellos, o que tal vez las cosas no están tan mal con ellos; por esa razón a mucha gente que se llama cristiana y que dice creer en la Biblia hasta les molesta cuando un cristiano bíblico les dice, en base a la Biblia, que todos estamos muertos en nuestros delitos y pecados; que no hay justo ni siquiera uno; y que todos vamos tras los malvados deseos de nuestros corazones. Pero si no se enseña esta materia del pecado, si la gente en las iglesias no comprende la gravedad de su pecaminosidad, ni del odio de Dios en contra del pecado y del pecador que no se arrepiente, ¿saben qué? Tampoco podrán comprender ni maravillarse ante la gracia de Dios manifestada en la persona y la obra del Señor Jesucristo; no podrán desear ser redimidos por el Hijo de Dios; no podrán ver por qué Dios amó tanto al mundo que entregó a su único Hijo para que todos los que crean en Él no se pierdan, mas tengan vida eterna (Juan 3:16). Este versículo, como muchísimos más que nos hablan del amor de Dios, quedarían vacíos de contenido. Si la gente no ve su pecado, no pueden ver el amor de Dios; si la gente no comprende su miseria, no puede ver ni apreciar el remedio salvador de Dios; si la gente no sabe que está enferma, no buscará la medicina curativa y salvífica que Dios ha prometida dar a todos los que se arrepienten de sus pecados y abren sus corazones (por medio de la obra del Espíritu Santo) para aceptar y recibir al Salvador del mundo, como dijeron los samaritanos en Juan 4:42.

 

Así pues, ante estas dos preguntas de cómo escaparnos del castigo justo de Dios y de ser recibidos otra vez en el favor de Dios, esperaríamos encontrar la respuesta consoladora de la salvación; esperaríamos que el Catecismo respondiera directamente a la pregunta y nos llevara directo a la solución. Pero la respuesta del Catecismo es algo indirecta, como parece a primera vista, ya que responde: Dios quiere que se satisfaga su justicia. ¿Cómo? ¿Por qué mejor no decirnos cómo ser salvos de una vez, sin rodeos? Así pensamos cada uno de nosotros debido a nuestro pecado. Queremos la solución rápida, instantánea. Aunque sabemos que las soluciones rápidas no siempre son verdaderas; aunque sabemos que lo que rápido viene, rápido se va, aun así queremos que Dios nos diga simplemente: ya eres salvo, y no te preocupes por nada más. Pero Dios no responde así. El Catecismo, cimentado firmemente en la Palabra de Dios, nos habla primero de la justicia de Dios. ¿Qué significa la justicia de Dios?

 

Significa que tenemos que pagar a Dios completamente por todos nuestros pecados, ya que hemos desobedecido su santa ley en muchas partes y de muchas maneras. Así como un ladrón tiene que restituir lo robado y ser castigado por su delito, nosotros también tenemos que pagar a Dios por todos nuestros pecados para que de esa manera su justicia quede completamente satisfecha. Aquí el Catecismo nos habla de la necesidad de satisfacer la justicia de Dios, de la necesidad de la satisfacción de la justicia divina. Y lo hace en base a la Palabra de Dios. Por ejemplo, leemos en Éxodo 20:5, en el segundo mandamiento, que Dios no va a dejar sin castigar la maldad de la idolatría. Los idólatras que no se arrepienten tienen que pagar completamente por su pecado. También en Éxodo 23:7 leemos que Dios no va a justificar al impío, es decir, no lo va a exonerar o librar de su delito sin castigarlo como se lo merece.

 

El Catecismo dice: por lo tanto, tenemos que satisfacer completamente su justicia, ya sea por nosotros mismos o por alguien más. Se presentan dos opciones: o satisfacemos por nosotros mismos o alguien más tiene que hacerlo. Pero observen cuidadosamente que ya sea nosotros mismos o alguien más, la condición indispensable es que se satisfaga, se pague completamente. Debe ser una satisfacción perfecta, completa; no a medias o imperfecta. En relación a nosotros mismos, sabemos que no podemos hacer eso. Somos pecadores que tendemos por naturaleza a quebrantar la ley santa de Dios, ¿cómo podríamos pagar a Dios por todos nuestros pecados? Muchos piensan que con un buen porcentaje de obediencia es suficiente para pagar a Dios por todos nuestros pecados, pero la Biblia dice otra cosa. Por ejemplo, Gálatas 3:10 dice: Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley para hacerlas. ¿Ya vieron? Somos malditos si solamente obedecemos algunos mandamientos o muchos mandamientos, pero no todos. Pablo claramente dice: Maldito todo aquel (sin excepción) que no permaneciere en todas las cosas escritas (no solo en algunas o muchas, sino en todas) en el libro de la ley para hacerlas. ¿Acaso algún ser humano, común y corriente, se atrevería a decir que sí ha cumplido al pie de la letra con todos los mandamientos de Dios? Santiago 2:10-11 confirma esta idea al decir: Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. ¿Quién puede decir que va a satisfacer completamente la justicia de Dios cuando la Biblia nos enseña que todos somos pecadores?

 

Pero Dios no nos dejó a nosotros la solución a nuestro gran problema porque sabe que nosotros no podemos solucionarlo. En vez de ello introduce la solución cuando dice: o por alguien más. Así es, alguien más tiene que venir a nuestro socorro. Este alguien más, por las razones que ya explicamos, no puede ser otro ser humano pecador. Tiene que ser alguien muy especial. Para el creyente postrado a los pies de Cristo estas palabras son las más preciosas de todas, porque sabe que Dios mismo es quien ha abierto el camino por donde el hombre puede escaparse de su condenación para ser perdonado y salvado para siempre. Dios abre la puerta por donde el pecador puede salir de la cárcel del pecado y del infierno. La expresión alguien más significa que la salvación de ninguna manera es obra del hombre, sino de Dios solamente. La salvación no proviene del hombre mismo, sino de Dios al hombre. Dice Romanos 8:3-4 que lo que era imposible que el hombre hiciera, es decir, obedecer perfectamente la santa ley de Dios, Dios lo hizo por nosotros al enviar a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, para condenar al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros. Fue mediante esa perfecta obediencia de Cristo que nosotros podemos escaparnos del justo juicio de Dios, y además ser reconciliados con Dios.

 

El Catecismo de Heidelberg, debido a que todo su mensaje lo recoge de la Biblia, tiene un mensaje teocéntrico y Cristo céntrico, es decir, centrado en Dios y en Cristo. No hace descansar la salvación del hombre en el hombre mismo, sino en Dios. Quiere que alcemos nuestra mirada para mirar a ese alguien más que Dios nos ha dado en su Hijo Jesucristo. Dios nos invita a venir y refugiarnos en Cristo, en su completa satisfacción de la justicia de Dios porque Cristo sí satisfizo completamente, sí pagó completamente obedeciendo cada uno de los mandamientos de Dios a la perfección. De Él no se puede decir que obedeció casi todos los mandamientos o que solamente le faltó obedecer uno o dos, pero que en general lo hizo bien. No. De Jesús solo podemos decir que su obediencia fue completa y perfecta, que permaneció en todas las cosas escritas en el libro de la ley.

 

Por eso el apóstol Pablo dice en 1 Corintios 1:30-31: Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está en Cristo: El que se gloría, gloríese en el Señor.

 

Alguien más nos recuerda que nada de lo que nosotros hagamos nos podrá salvar, y al mismo tiempo que ese alguien más lo ha hecho todo por nosotros. Ese alguien más es el único en quien podemos y debemos buscar la salvación. Cuando no tenemos este entendimiento de la salvación, o cuando no lo queremos aceptar aunque lo sepamos, entonces nos olvidaremos de ese alguien más, para centrarnos en nosotros mismos.

 

Que Dios nos ayude a levantar, a alzar los ojos para mirar a Jesucristo, de donde viene nuestro único camino de escape para ser librados del justo juicio de Dios. Amén.