EL ÚNICO DIOS VERDADERO

Dentro de las fronteras del universo que la humanidad inhabita hay dos tipos de
seres. Hay aquellos seres que son dependientes de otros. Esta categoría abarca
todas las cosas desde los elefantes hasta los caracoles, desde los ángeles hasta los
demonios, desde los seres humanos hasta los virus. Así pues, existe aquel ser de
quien todo esto depende. Solamente él es auto-existente – el grandioso Yahweh
(Jehová), quien dijo a Moisés que su nombre es “YO SOY EL QUE SOY” (Éx. 3:14;
ver también Ap. 1:4). Todos los otros seres extraen su sostenimiento y existencia
de Él. Él es completamente único en que no necesita nada fuera de sí mismo.
Solamente Él posee lo que los estudiantes de teología llaman “aseidad”, el
atributo de la auto-existencia” (Juan 1:4; 5:26). Debido a que Él da vida a toda la
creación, desde el objeto más grande hasta la partícula más pequeña, Él debe ser
confesado como el solo y único Creador y Dios (1 Cor. 8:6).
La confesión de la Biblia acerca del carácter único o singularidad de Dios también
se encuentra en la declaración de que Él es santo (Isa. 6:3; Ap. 4:8). La santidad de
Dios significa primero que Él es completamente diferente a su creación. Él es el
Creador, único y en total control de todo lo que ha hecho. Los seres humanos son
limitados en lo que podemos hacer. Nuestro conocimiento es finito, nunca es
exhaustivo. Y nuestras vidas en esta tierra son relativamente cortas en duración y
a menudo diezmadas por las experiencias dolorosas – “ruines, salvajes y breves”,
como una vez las describió el filósofo Thomas Hobbes. No es así con Dios. Él es
inmortal, puede hacer lo que su beneplácito desea, y no tiene absolutamente
ninguna limitación. Decir que Dios es santo, entonces, es hablar de su carácter
único, su otredad en relación a su creación.
Los hombres y mujeres adoran a muchos dioses. Siendo hechos a la imagen del
Dios verdadero, los seres humanos tienen un deseo inagotable de adorar. Pero
siendo seres caídos en pecado, ellos inevitablemente adoran dioses de su propia
invención. Juan Calvino, el reformador francés, señaló atinadamente que la
mente humana es “una fábrica perpetua de ídolos” (Institución de la Religión
Cristiana, 1.11.8; cf. Rom. 1:18-25). El único remedio es el don de Dios de la vista
espiritual, por la cual, cuando es dada como un rayo de luz desde los cielos, la
gente despierta para conocer al Dios verdadero y para conocerse a sí mismos
como criaturas de Dios.

2

Dios, de este modo, es soberano sobre su creación. Da la vida y la quita, levanta
naciones y montañas y las abate, y hacer brillar el sol y lo extingue. Y nadie puede
detenerlo. Lo que Él ha decidido acontecerá con toda seguridad, y en este
ejercicio de su soberanía se manifiesta su gloria.
Los seres humanos tienen el privilegio y la responsabilidad de reconocer esta
soberanía de Dios. Sin embargo, solamente pueden hacerlo cuando Dios inclina
sus corazones. Por naturaleza ellos son rebeldes, desprecian su autoridad,
algunos yendo en contra de lo que instintivamente conocen, y afirman que Dios
no existe.
¡Pero Dios sí existe! De ese hecho el cristiano está más seguro que de ninguna
otra cosa que él o ella sabe. Y es la “dulce delicia” del cristiano – para tomar
prestada una frase de Jonathan Edwards, el predicador evangelista del siglo
dieciocho – someterse a este grandioso Dios, reconocer su total dependencia de
Él y vivir para Él y para su gloria. Como tal, el discurso cristiano acerca de Dios es
mucho más que una discusión filosófica acerca de su existencia. Es el gozo mismo,
ya que el cristiano ha llegado a conocer al solo y único verdadero Dios, y al
conocerlo ha encontrado el significado de la vida y, por supuesto, también la vida
eterna (1 Juan 5:20) – en la cual para siempre disfrutará conocer, amar y tener
comunión con el Dios trino, complaciéndose en su sonrisa y deleitándose en su
presencia.

(Artículo traducido de: The Reformation Heritage KJV Study Bible, pág. 544).
Traductor: Valentín Alpuche