LA CONVERSIÓNDE RUT

Rut 1:14-18

 

Rev. Valentín Alpuche

1/21/2018

 

Introducción

 

Amada congregación del Señor Jesucristo, ¿qué es una verdadera conversión? ¿Cómo podemos saber que una persona se ha convertido o arrepentido verdaderamente? En los tiempos que vivimos, se acentúa demasiado el elemento de la emoción dramática o sentimiento exagerado como la señal irrefutable de la verdadera conversión. Mientras más emotiva o sentimental sea tu conversión más genuina es, piensa la gente. En otras palabras, si lloras más, si gritas más, si sufres más, entonces eres un verdadero creyente. Pero, ¿es eso lo que la Biblia enseña acerca de la verdadera conversión? Como cristianos debemos medir todas las cosas de acuerdo a la Palabra de Dios, y eso es lo que haremos hoy con la ayuda de Dios, de un bello pasaje del Antiguo Testamento: Rut 1:14-18.

 

La decisión de Rut de quedarse con su suegra Noemí (v. 14).

 

El v. 14 dice: “Y ellas alzaron otra vez su voz y lloraron; y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella”, es decir, con Noemí. Este versículo presupone la historia anterior e introduce el resto de la misma. Esta historia se trata de Elemilec, su esposa Noemí, y sus dos hijos, que emigraron al país de Moab porque en su país, Israel, particularmente en su ciudad de Belén, estaban pasando por un tiempo de sequía y hambre. Sus dos hijos eran solteros al emigrar a Moab y allí se casaron con dos mujeres moabitas, Orfa y Rut. Después de 10 años, Elimelec, el esposo de Noemí murió, y también sus dos hijos, al grado que estas tres mujeres quedaron viudas. Y, hermanos, ser viudas en ese tiempo y en esa cultura, era realmente un desafío monumental. En todo tiempo, quedar viuda es un reto, pero particularmente en ese tiempo lo era todavía más.

 

Noemí, la viuda y suegra, trata de convencer a sus nueras que regresen a su país, a sus familias, a su religión y a sus dioses. Ella ya no tenía nada que ofrecerles. En el v. 12 les dice que ella ya era vieja; pero en el v. 13 presenta un argumento tan fuerte que hizo que Orfa regresara a su país. Allí les dice que estaba llena de amargura porque “la mano de Jehová ha salido contra mí”. Noemí estaba amargada y triste porque Jehová Dios había hecho que su esposo y dos hijos murieran en Moab. Este argumento fue tan fuerte que una de sus nueras, Orfa, decidió regresar a su pueblo y a su dios. Tal vez Orfa, al oír a Noemí decir que Dios la estaba castigando de esa manera, pensó que le iría mejor sirviendo a su dios que tenía en Moab. Los moabitas adoraban a un ídolo que se llamaba Quemós (Nm 21:29; Juec. 11:24; 1 Rey. 11:7; 2 Rey. 2313, etc.). El sacrificio de niños formaba parte del culto a este dios (2 R. 3:27). El v. 14 nos dice que “ellas alzaron otra vez su voz y lloraron; y Orfa besó a su suegra…”

 

Ahora Noemí se quedó con Rut solamente. Pero si había sido difícil para ella convencer a Orfa de que regresara a su familia, a su país y a su dios, ahora tenía que enfrentarse con un caso mucho más complicado, que se llamaba Rut. Orfa empieza a alejarse de ellas para regresar a la ciudad donde vivía. Mientras se aleja, ahora Noemí tiene que convencer a Rut de que haga lo mismo. Pero el v. 14 termina con una decisión que Rut ya había tomado, una decisión firme e inflexible. Dice: “mas Rut se quedó con ella”. Esta pequeña frase contiene una idea muy fuerte, contiene la firme resolución de Rut de quedarse con su suegra para bien o para mal. La fuerza de la expresión radica en el hecho de que el verbo quedarse tiene la idea de que decidió aferrarse a su suegra, decidió que, por encima de todo, quedaría atada para siempre a su suegra. Como veremos en seguida, esta decisión tan resuelta era el resultado de la obra de Dios en el corazón de Rut. Se aferró a su suegra porque en realidad se estaba aferrando al Dios de su suegra. Había resuelto abandonar a su dios, a su familia, a su religión, a su pueblo, para aferrarse a Noemí, su suegra, y a su Dios. Con esta fuerte y sólida decisión, en realidad Noemí se estaba enfrentando a un caso imposible de convencer. ¿Quién podrá convencer a una persona verdaderamente convertida de abandonar al Dios de su salvación? ¿Quién podrá hacernos cambiar de parecer cuando el mismo Dios todopoderoso ya nos ha regenerado y convertido para adorarle y servirle? Es un caso perdido; nada ni nadie nos podrá hacer cambiar de parecer porque ya hemos sido transformados por el Dios de nuestra salvación. Esto es lo que había pasado con Rut. Y así llegamos al segundo punto.

 

Noemí intenta convencer a Rut para que regrese a su pueblo y a su dios (v. 15).

 

Ahora Noemí al ver que Orfa se va alejando y perdiendo de vista a la distancia, se prepara para disuadir también a Rut. Aquí hermanos debemos hacer una pausa. Noemí no quería forzar a su nuera a seguirla y a aceptar su religión. La fe cristiana no puede imponerse, sino que tiene que ser el resultado de la obra de regeneración y conversión en el corazón de la persona. Tiene que ser la obra de Dios y no del hombre. Y cuando esto sucede, como ya dijimos, nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Rom. 8:39).  Y a esto se enfrentó Noemí.

 

El v. 15 dice: “Y Noemí dijo: He aquí tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses; vuélvete tú tras ella”. Además de todas las razones que Noemí ha dado para que sus nueras dejen de seguirla, ahora añade una más para convencer a Rut. Apela a Orfa, a su concuñada, para que ella también haga lo mismo. Es la presión de hacer lo que los demás hacen. Muchas veces somos así. No actuamos por convicción sino por la presión de hacer lo que los demás hacen. Pero un verdadero cristiano no debe actuar así. Noemí le dice: mira, tu cuñada ya se ha ido. Orfa pensó seriamente en todas las implicaciones que ella podía imaginar de seguir a su suegra y aceptar su religión, y dijo: no, esto no es para mí. Tomar una decisión así implicaba dejar absolutamente todo lo más querido para uno: familia, religión, país, amigos y amigas, etc. Pero, hermanos, esto es lo que demanda la fe cristiana: cortar de raíz con el pecado, con la vida pecaminosa de la vieja naturaleza. Pero para Orfa significaba que una vez que saliera de Moab y entrara a la tierra de Israel, ya no había punto de retorno para ella.

 

Por eso Noemí le dice a Rut: mira a Orfa ya se fue, vete tú también. No tienes ningún futuro conmigo. Esta orden de Noemí se reforzó al agregar que Orfa había regresado a su pueblo y a sus dioses. Es decir, a su familia, a su religión. Y es que en ese tiempo hermanos, no era como ahora, sino que la religión de uno definía donde vivías, y donde vivías definía tu religión. Todo estaba entretejido. Era una decisión radical que había que tomar. Sigue a tu cuñada, vuélvete tú tras ella, le dice Noemí a Rut con firmeza.

 

Hermanos, mucha gente cuando comprende que seguir a Cristo es una decisión radical y completa, deciden regresar a su vida anterior. Sopesan los pros y los contras, y concluyen que es mejor vivir sin Cristo que con Cristo. Pero el Señor Jesús hace la misma demanda cuando dice: No puedes servir a Dios y al mundo al mismo tiempo (Mt 6:24; Lc 16:13). Y también dice: cualquiera que me quiera seguir tiene que negarse a sí mismo y cargar su cruz (Mt 16:24). Era, realmente, un caso muy serio para Rut: dejar su país, su familia, su religión, su dios, todo. Pero, ¿la persuadió su suegra Noemí?

 

La confesión de fe de Rut (v 16-17)

 

Hermanos, grande fue la sorpresa de Noemí porque grande fue la respuesta de Rut. Dicen los vv. 16-17: “Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que viviereis, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos”. Estas palabras son tan hermosas y profundas que merecen que las expliquemos detalladamente para comprender la verdadera conversión y convicción de Rut.

 

Primero, Rut le responde a su suegra contradiciéndole por así decirlo, aunque de una manera muy respetuosa cuando le dice: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti”. Noemí le había dicho: “vuélvete tú tras ella”, es decir, tras Orfa. Ahora Rut le dice: no me ruegues eso, no me pidas que te deje y me aparte de ti. Segundo, Rut estaba muy apegada a su suegra, ya que le dice: no te quiero dejar, no quiero apartarme de ti. Esto sugiere, hermanos, que Noemí era una suegra amable con Rut, al grado que Rut no quiere estar lejos de ella. Pero podemos preguntar: ¿por qué Rut quiere estar siempre con su suegra? ¿Por qué es tan fiel y dedicada a Noemí? La respuesta parece ser porque Noemí le había enseñado acerca del Dios de Israel, el Dios del pacto que permanece siempre fiel, aun a pesar de las pruebas que envía a nuestras vidas. ¡Qué gran ejemplo hay aquí para las madres y suegras cristianas! Ellas deben inculcar en sus hijas y en sus nueras el amor a Dios.  

 

Pero la lealtad de Rut no termina allí, sino que dice: “porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que viviereis, viviré”. No solo desea estar temporalmente con Noemí, sino que quiere vivir permanentemente con ella. Su lealtad y devoción eran tales, que está dispuesta a dejar a sus padres, su casa, su país, su religión, todo, para estar con su suegra permanentemente. Hermanos, vivir en Israel en ese tiempo implicaba que Rut podría padecer desprecios por parte de los israelitas, que podría ser tratada como una persona de segunda clase e inferior a los demás. Pero, a pesar de todo ello, ella quiere ir y vivir con Noemí para siempre.

 

Ahora Rut en su respuesta, nos revela la verdadera razón de seguir y vivir permanentemente con su suegra: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”. Esta forma de hablar revela el gran cambio que había sucedido en esta mujer extranjera de Moab. Y al decir que era extranjera comunica una gran enseñanza acerca del Dios de Israel, en el sentido de que este Dios no era Dios solamente de los judíos, sino también de los gentiles que se refugiaban en el Dios de Israel. Dios nunca ha sido un Dios nacional o tribal, sino el Dios de todas las naciones. Ya en el Antiguo Testamento, entonces, la salvación no estaba confinada solamente al pueblo de Israel, sino estaba abierta a todos los que verdaderamente depositaran su fe en el Dios de Israel. Por eso es que Rut, la moabita, puede decir que el pueblo de Israel será su pueblo y el Dios de Israel su Dios.

 

Por otro lado, estas bellas palabras de Rut se parecen mucho a las mismas palabras de Dios cuando le dice al pueblo de Israel en Éxodo 6:7: “y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios”. Dios promete hacer del pueblo de Israel su pueblo y se compromete a ser su Dios. Lo mismo leemos en Jeremías 32:38, y también en Levíticos 26:12. Son palabras del pacto de gracia que Dios estableció con Israel; es más, estas palabras contienen la esencia del pacto de Dios por las que él se compromete a ser nuestro Dios y a convertirnos en su pueblo. Rut, por la obra del Espíritu Santo, había entendido en esencia la naturaleza de Dios, y sabía que al depositar toda su fe y confianza en él, ella pasaba a ser miembro del pueblo de Dios y Dios llegaba a ser su Dios. Rut con esta confesión de fe pasaba a ser miembro del pacto de gracia de Dios. El compromiso de Rut, en último análisis, era compromiso con Jehová, el Dios del pacto, y ese compromiso se expresaba externamente por medio de unirse a su suegra y al pueblo de Dios.

 

Finalmente, las palabras de Rut en el v. 17 corroboran que ella había sido del todo regenerada y convertida, al grado que deja atrás su pasado, su fe pagana, su dios falso, e incluso deja atrás a todos sus queridos para encontrar en Dios a su Dios y en Israel a su nuevo pueblo, a su nueva familia. Dice así el v. 17: “Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos”. Rut prefiere ser sepultada en el pueblo de Dios, y no con sus padres ni en su país de origen. Una vez más, deja toda su vida anterior para identificarse de manera permanente con el Dios de Israel y con su pueblo. Y para confirmar que todo esto era veraz, Rut pronuncia un juramento de maldición sobre ella al decir: “Así me haga Jehová, y aun me añada”. Esta era fórmula de juramento por el cual se invocaba el nombre santo de Dios como también su maldición si se violaba su pacto. Rut está diciendo: invoco sobre mí la maldición de Dios si no cumplo con mis palabras, si no cumplo con unirme a mi suegra para unirme asimismo a su Dios y a su pueblo. Pasó a formar parte del pueblo redimido de Dios.

 

Conclusión

 

Para terminar, hermanos, la conversión de Rut nos enseña que una persona verdaderamente convertida es la que abandona toda su vida anterior sin Dios para dedicarse enteramente a Dios. De hecho, hacer eso es humanamente imposible; por eso la conversión es una obra de Dios en la vida de uno. Aprendemos también que la verdadera conversión implica unirse a otros cristianos como lo hizo Rut al unirse a su suegra Noemí, y por medio de ella al pueblo de Dios. Por lo tanto, en la actualidad una persona verdaderamente convertida deseará con todo el corazón unirse al pueblo de Dios, a una iglesia donde se enseñe y predique el evangelio con fidelidad. De Rut también aprendemos que al ser convertidos pasamos a formar parte del pacto de gracia, de la santa alianza de Dios para vivir conforme a los términos o reglas del pacto de gracia de Dios. Pero especialmente aprendemos que el Dios del pacto, llega a ser nuestro Dios.

 

¿Cómo nosotros podemos pasar a formar parte del pueblo de Dios, del pacto de gracia, y cómo Dios llega a ser nuestro Dios? Únicamente por medio del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, quien siendo en forma de Dios, se despojó a sí mismo haciéndose hombre para rescatarnos a nosotros pecadores de nuestra miseria y condenación, y solamente a través de él podemos ver el amor de Dios, la gracia de Dios y llegar a comprometernos completamente con el pueblo de Dios y con Dios mismo. Agradezcamos, pues, al Dios del pacto que con el poder del Espíritu Santo hemos sido regenerados y convertidos para pertenecer a nuestro Señor Jesucristo. Amén.