Filipenses 1:9-11
Hermanos en Cristo, ayer en nuestro devocional familiar, leímos en Marcos 14:37 que Jesús le preguntó a Simón: «¿No has podido velar una hora?» Y Jesús exhortó a sus discípulos diciendo: «Velad y orad para que no entrés en tentación». Los niños quedaron sorprendidos de que Pedro, Jacobo y Juan no hubieran podido orar ni siquiera una hora, especialmente cuando se dieron cuenta que por tres veces Jesús les hizo la misma pregunta. Es decir, Jesús al menos oró por tres horas esa noche en el huerto de Getsemaní. Nuestro pasaje nos habla también de la oración. El apóstol Pablo aprendió del Señor Jesús a orar. Si Jesús oraba regularmente, quiere decir que siempre hay razones para orar. Nuestro pasaje nos enseña mucho sobre la oración. A veces pensamos que en realidad no hay muchas cosas para orar, especialmente cuando no hemos cultivado la oración de una manera constante en nuestras vidas. Pero hoy el apóstol Pablo nos da varias razones para orar. Veamos cómo lo hace.
Primeramente, dice: «Y esto pido en oración». Es sobresaliente que después decir en los vv. 3-4 que siempre oraba por los filipenses y que lo hacía con mucho gozo, ahora vuelve a decir que ora por ellos. Debemos recordar que el apóstol Pablo era el misionero a los gentiles, y en cada ciudad que visitaba terminaba por establecer una congregación. Como pastor misionero amaba las congregaciones nuevas y oraba por todos ellos. Me imagino que su lista de oraciones era muy larga. Pero Filipenses 1:9-11 nos revela que no solamente oraba por ellos de manera general, sino también de una manera muy particular; incluía aspectos del carácter cristiano que raramente incluimos en nuestras oraciones por nosotros mismos y por otros. Él dice que oraba para «que vuestro amor abunde más y más en ciencia y en todo conocimiento». La expresión «vuestro amor» es general, lo cual significa que no debemos limitar el amor del creyente a ciertas cosas solamente. El amor de los filipenses era el amor de Cristo que habían experimentado cuando conocieron el evangelio y aceptaron al Señor Jesús como su Salvador. Ese amor los había llenado, de manera que cada uno de ellos lo experimentaba cada día y, al mismo tiempo, ese amor era mostrado entre todos ellos; ellos se amaban mutuamente. El amor es el cimiento de todo lo demás. Si no tenemos el amor de Cristo y no lo expresamos a nuestros hermanos en Cristo, no somos más que címbalo que solamente hace ruido. El amor de Dios derramado en el corazón de los creyentes es un amor completo y perfecto porque viene de Dios, pero ese amor experimentado y entendido y practicado por el creyente tiene que crecer; tenemos que cultivar siempre el amor de Dios. Por eso Pablo ora por los filipenses para que “su amor abunde aun más y más». El Señor Jesucristo dijo en San Juan 13:35: «En esto conocerán que todos sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros».
Ahora bien, el amor a veces puede entenderse incorrectamente como un mero sentimiento o emoción; o a veces la persona que dice que ama, no demuestra su amor de una manera visible. Es más, muchos cristianos dicen que aman a Dios, pero no conocen nada de Dios; es como un amor vacío o muy general, sin un contenido específico. Pero el apóstol Pablo nos ayuda a entender en qué consiste el amor de los cristianos filipenses y de qué manera debe crecer. Él dice: «que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento». El amor, como la fe, nunca está solo. El amor cristiano va acompañado de conocer más de Dios, de su voluntad, de conocer la verdad; de leer, estudiar y meditar en la Palabra de Dios para conocer más a Dios y las maneras de servirle a Él y su iglesia y a nuestros vecinos. Tan importante es el amor de Dios que es lo más importante en la vida de la iglesia de Cristo. Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15), pero ¿cómo podemos amar a Jesús si no conocemos su enseñanza sobre Él mismo y sobre lo que nos manda? Que el amor es lo más importante, Pablo lo dice también más adelante en Filipenses 3:7-8: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo». Cuando conocemos más a Dios, a nuestro Señor Jesucristo, sus mandamientos, entonces adquirimos «todo conocimiento». Una mejor traducción de la frase final que dice: «y en todo conocimiento» es: «y en todo discernimiento», o «y en todo buen juicio». Es decir, mientras más conocemos a nuestro Señor Jesús y su voluntad, estaremos mejor capacitados para discernir entre una cosa u otra, para tomar una buena decisión y desechar malas decisiones. Así pues, el amor de los filipenses debía ir siempre acompañado de conocimiento y discernimiento, de conocimiento y buen juicio.
En siguiente lugar, vemos que el apóstol sigue orando por sus amados filipenses para que llenos del amor de Cristo, un amor bien informado y discernidor, ahora puedan «aprobar lo mejor». Sí hermanos, los cristianos filipenses tenían que aprender a valorar las cosas que se les presentaban en la vida y discriminar unas y aceptar otras; tenían que ser sabios para dejar lo malo y seguir lo bueno. En el mundo antiguo esa palabra «aprobar», «discernir» o «discriminar» se usaba para determinar si las monedas eran verdaderas o falsas. Actualmente diríamos para determinar si los billetes son verdaderos o falsos. Esto requiere sabiduría, requiere conocimiento; y un creyente flojo, que no lee su Biblia y que no se esfuerza por distinguir entre lo bueno y lo malo, caerá en grandes errores que afectarán su persona, su matrimonio y toda su familia. Adultos y jóvenes tenemos que orar siempre por buen discernimiento, por un buen juicio, para que así podamos escoger lo mejor. Pero, a la luz de Filipenses ¿qué es lo mejor? La respuesta es el conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor. Leámoslo otra vez en Filipenses 3:7-8: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo». Sí, hermanos, no hay nada mejor que conocer más y más a nuestro Señor Jesucristo. Si lo conocemos más y más, conoceremos mejor la voluntad de Dios para todos los aspectos de nuestra vida, quedaremos mejor capacitados para tomar buenas decisiones. Recuerden que Pablo también dice en Colosenses 2:3 que en Cristo «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento». La perfecta y verdadera sabiduría se encuentra en Cristo. Si conoces más a Cristo, más sabio serás. Pablo sabía que los filipenses necesitaban que su amor creciera de esta manera, porque sólo así soportarían las aflicciones de la vida, las persecuciones de sus enemigos, y los problemas que habían surgido dentro de la congregación. ¿Será que nosotros necesitamos que alguien ore por nosotros de esa manera?
Otro resultado más de abundar en el amor de Cristo es lo que dice Pablo a la mitad del v. 10: «para que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo». La palabra sinceros también se puede traducir «puros», y es una palabra que hace referencia a ser probados por el fuego. Es decir, si un metal no es consumido o desfigurado por el fuego, entonces es un metal puro. Nosotros, aunque hemos sido perdonados y limpiados de todo pecado, por otro lado, mientras vivimos en este mundo de pecado experimentamos los efectos del pecado, todavía tenemos muchos pecados que hay que sacar de nuestro carácter porque nos hacen impuros, nos manchan. Y esa es la idea de la siguiente palabra que es «irreprensibles» que también significa irreprochable. Es decir, una persona irreprochable es aquella vive una vida íntegra, recta, que no vive una vida escandalosa y vergonzosa; no es una persona perfecta, porque nadie lo es, pero una persona sincera e irreprochable es la que por su amor a Dios se esfuerza en vivir de una manera que agrade a Dios. De esta manera, el apóstol Pablo ora por los filipenses para que desarrollen una conducta que en todo agrade a Dios. Y nosotros hermanos, también necesitamos cultivar una conducta que agrade a Dios. Vivimos en un tiempo y en una sociedad en que todo se ve bien, en que la gente quiere aceptar cualquier comportamiento, cualquier forma de vida; pero Dios es más sabio que nosotros, y nos dice que el creyente no tiene que vivir como los demás, sino que lleno del amor de Dios e informado por su Palabra debe vivir de una manera digna del evangelio.
Todo esto desemboca en el v. 11: para que «llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios».
El amor que motiva la vida cristiana es un amor lleno de conocimiento, de buen juicio y discernimiento que conduce a una conducta recta delante de Dios. Pero Pablo dice a los filipenses que ese conocimiento, juicio y discernimiento es dado con el fin de ser productivos, de dar frutos de justicia para glorificar a Dios. Hemos sido creados para dar mucho fruto. Pero la única manera en que los filipenses podían dar mucho fruto era estar injertados en Cristo, en comunión con Cristo y dependiendo siempre de Cristo. El Señor Jesús dice en Juan 15:5: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer». Así pues, Pablo en cada oración por los filipenses los hace depender siempre de Cristo. Y él quiere que nosotros también dependamos de Cristo. Sólo en unión con Cristo, podremos desarrollar una vida cristiana agradable a Dios; sólo dependiendo de Cristo, podremos ser verdaderamente sabios; sólo unidos a Cristo, llevaremos mucho fruto. Y la meta final de todo esto es la «gloria y alabanza de Dios». Así lo dijo Jesús en Mateo 5:16: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Hermanos, el apóstol Pablo nos ha enseñado a orar de una manera muy importante por uno mismo y por los demás. En nuestro devocional familiar, surgió la pregunta: ¿No se nos van a terminar las palabras al orar una hora? En realidad, no. Cuando la oración, como Pablo nos enseña aquí, abarca todos los aspectos de nuestra vida, de la vida de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de mis hijos e hijas con sus respectivas necesidades, de la vida de la iglesia, entonces nos damos cuenta de que, lo que va a faltar es el tiempo, no las palabras. Pablo amaba a los filipenses y, aunque la iglesia de Filipos era como la iglesia favorita de Pablo, era como una iglesia modelo, ellos necesitaban siempre de muchas oraciones. Bueno, nosotros también necesitamos muchas oraciones. Oremos unos por nosotros, porque cuando lo hacemos, estamos abundando en nuestro amor por cada uno de los hermanos. Amén.
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