LAS BASES BÍBLICAS DEL BAUTISMO DE INFANTES

James W. Scott

Traductor: Valentín Alpuche

Muchos cristianos evangélicos que creen en la Biblia creen que el bautismo debe reservarse para los que hacen una profesión de fe. Dirigen la atención a la enseñanza clara de la Biblia de que los convertidos deben ser bautizados (ver, por ejemplo, Mt. 28:19; Hch. 2:37-38; 8:12; 18:8). Ellos afirman que el bautismo autorizado en la Biblia por precepto y ejemplo es el bautismo de creyentes, es decir, de las personas que son capaces de creer, no los infantes.

Pero, ¡esperen un minuto! La práctica común en las iglesias bautistas no tiene un apoyo bíblico más claro que la práctica en las iglesias que bautizan infantes. En ambos grupos de iglesias los que se convierten fuera de la iglesia son bautizados como nuevos creyentes. Esa clase de “bautismo de creyentes” no está en discusión. Lo que está en juego es qué debemos hacer con los que nacen y crecen dentro de la iglesia. ¿Deben ser bautizados en su infancia, o su bautismo debe ser retrasado hasta que hagan su propia profesión de fe?

Ni una de estas prácticas tiene un apoyo bíblico explícito. No hay ningún ejemplo de alguien que naciera de padres cristianos y que fuera bautizado en el Nuevo Testamento a ninguna edad, y ningún precepto o mandamiento trata con esta situación específica. El tiempo y las circunstancias apropiados para bautizar a tales niños tienen que inferirse de la enseñanza bíblica general con respecto al bautismo.

De una vez por todas desengañémonos de la noción de que lo que se hace en las iglesias bautistas tiene una autorización directamente bíblica. Solamente se infiere de la Escritura, como se hace en la práctica de nuestras iglesias presbiterianas y reformadas. La pregunta del bautismo por inmersión (el “modo” del bautismo) se ha tratado en un artículo anterior y no se discutirá aquí, aunque este bautismo por inmersión es igual de importante en el razonamiento bautista.

La concepción bautista del bautismo

Los que apoyan el bautismo de creyentes insisten en que el bautismo de infantes en realidad no es bautismo, incluso si el infante es sumergido. Esto se debe al hecho de que ellos tienen un entendimiento diferente del bautismo. De acuerdo a su concepción, el bautismo es principalmente un testimonio que la persona bautizada da, un testimonio primero en palabra y después simbólicamente por medio del agua. Debido a que un infante no puede dar un testimonio, un verdadero bautismo de infantes es imposible.

Sin embargo, la Biblia en ninguna parte presenta al bautismo como el testimonio de la persona que se bautiza. Los pasajes que vinculan la fe con el bautismo (como Hch. 8:12; 18:8) simplemente muestran que la fe, públicamente profesada, es una condición necesaria del bautismo. Ciertamente, es apropiado incluir una declaración de fe en la ceremonia del bautismo. Sin embargo, el bautismo en sí mismo (la aplicación del agua con las palabras que le acompañan) es una declaración de Dios que hace (a través de la iglesia) a y acerca de la persona que es bautizada, no una declaración hecha por esa persona. La persona bautizada es el recipiente del bautismo que se efectúa por parte de un ministro de Jesucristo que actúa en su nombre (Mt. 28:18-20; cf. Hch. 2:37-42; 8:16, 35-38).

Una vez que reconocemos que la fe es una condición del bautismo, y que ese bautismo en sí mismo no es una demostración de la fe que hace la persona que se bautiza, se puede hacer la siguiente pregunta: ¿la fe de quién se requiere? Al analizar la enseñanza bíblica pertinente, veremos que la fe de los padres es completamente suficiente para el bautismo de sus hijos.

El bautismo y el discipulado

Cuando Jesús instituyó el bautismo cristiano, instruyó a sus discípulos a “haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos…y enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado” (Mt. 28:19-20). Entonces, el bautismo empieza el proceso del discipulado, el cual continúa a través de toda la vida de uno. Todos reconocen que a los hijos de los creyentes se les debe enseñar a observar los mandamientos de Jesús (ver Ef. 6:1-4). Pero este pasaje indica que se les debe bautizar primero.

En el día de pentecostés, los que se convirtieron por la predicación de Pedro “fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hch. 2:41). Después ellos fueron instruidos “en la doctrina de los apóstoles” y participaban completamente en la vida de la iglesia (v. 42). Otra vez vemos que el bautismo marca la entrada de uno a la iglesia, a la comunión de los santos. Pero, ¿qué pasó con los hijos de estos que se convirtieron? ¿Fueron bautizados e incluidos en el compañerismo de la iglesia? Los bautistas no quieren que se bautice a los niños, pero sí los quieren incluir en la vida de la iglesia, aunque ese no es el modelo bíblico.

Los hijos de Abraham

A fin de entender el lugar correcto de los niños en la iglesia, es necesario entender que la iglesia está formada por los que han recibido la promesa de la bendición espiritual que se le dio originalmente a Abraham. Gálatas 3 explica esto cuidadosamente cuando concluye diciendo: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gál. 3:29).

Esto significa que el pacto que Dios hizo con Abraham sigue vigente hoy (en su “nueva forma del pacto”, por supuesto). Si así no fuese, no podríamos ser la descendencia de Abraham ni recibir lo que se le prometió a él y a sus descendientes. El pacto abrahámico (Gn. 12:1-3; 15:1-7; 17:1-14) le fue confirmado a su hijo Isaac (Gn. 26:1-5, 23-24) y a su nieto Jacob (Gn. 28:10-15; cf. 48:15-16; 50:24). Continuó con la nación de Israel (Ex. 2:24; 6:2-8), para quien la Ley de Moisés se añadió (como el pacto mosaico o “viejo pacto”) hasta el tiempo de Cristo (Gál. 3:17-19), en quien se cumplieron las promesas que se le dieron a Abraham (Gál. 3:16, 22-28).

Después que Abraham tuvo fe en las promesas del pacto de Dios (Gn. 15:6), el Señor añadió el rito de la circuncisión al arreglo del pacto (Gn. 17:9-14). Abraham recibió “la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso” (Rom. 4:11). Debido a que Abraham era justo (sus pecados le fueron perdonados) como resultado de su fe, fue circuncidado como la señal dada por Dios que sellaba esa justicia. La circuncisión física y externa significaba la purificación espiritual e interna del corazón (Ez. 44:7; Rom. 2:28-29), una realidad espiritual para Abraham y para todos sus descendientes creyentes verdaderos.

No solamente Abraham sino todos los varones en su casa tenían que circuncidarse. Por eso todos los varones debían circuncidarse a los ocho días de nacido por todas las generaciones de la comunidad del pacto (Gn. 17:12-13). La circuncisión marcaba la entrada de uno a la comunidad del pacto; sin ella uno era “cortado de su pueblo” (v. 14).

Esta era la manera en que Dios daba a entender que las promesas dadas al fiel Abraham se extendían también a sus hijos (y a cualquiera que venía y aceptaba su autoridad). Algunos de ellos, como su hijo Ismael, abandonaron la comunidad del pacto y renunciaron a la fe de Abraham. Otros en la triste historia de Israel permanecieron externamente en la comunidad del pacto, pero no compartían la fe verdadera de Abraham. Sin embargo, un remanente permaneció fiel por la gracia de Dios.  

Una nueva señal del pacto

Jesús nació en la comunidad de la circuncisión y en él se iba a cumplir la promesa de la bendición espiritual para todas las naciones del mundo (Gál. 3:8-9, 14). La línea física que empezó con Abraham alcanzó su clímax en la persona de Jesús (Gál. 3:16 y 19). Después de él, solamente importa la descendencia espiritual (Gál. 3:7-9, 25-26). Los convertidos ya no tienen que incorporarse más a la nación de Israel.

Consecuentemente, ya no era apropiada una señal que se enfocara en la descendencia física a través de la línea del varón. Se necesitaba una nueva señal: una señal que pudieran recibir todas las personas, ya sean judíos o gentiles, hombre o mujer. Como hemos visto, Jesús instituyó el bautismo en agua como la nueva señal de entrada a la comunidad de la fe. Esencialmente, pues, el bautismo reemplazó a la circuncisión.

La circuncisión espiritual

En la iglesia había judaizantes que querían que los gentiles convertidos se circuncidaran y siguieran toda la ley mosaica. Pero en varias epístolas, ¡Pablo insistía que los cristianos no solamente no tenían nada que ganar de la circuncisión y el judaísmo, sino que de hecho tenían todo que perder! Al escribir a los colosenses, declaró que los cristianos estaban completos en Cristo y no debían mirar al judaísmo o a ninguna otra religión para suplementar su fe (Col. 2:8-23). Sus declaraciones específicamente acerca de la circuncisión y el bautismo (Col. 2:11-12) merecen mucha atención.

Los cristianos no necesitan una circuncisión física, indica Pablo, porque “en él” (es decir, como parte de su unión espiritual con Cristo) ya han sido “circuncidados con una circuncisión no hecha a mano” (Col. 2:11). Es decir, ellos ya han recibido la circuncisión interna, la purificación espiritual del corazón, la que efectúa el Espíritu Santo. En Romanos 2:28-29, Pablo se refiere a esto como la circuncisión interna, “la del corazón, por el Espíritu”.

Esta circuncisión espiritual, Pablo continúa, consiste “en echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal” (Col. 2:11). Pero, ¿qué es el “cuerpo pecaminoso carnal”? Nuevamente aquí tenemos otro contraste con la circuncisión. La circuncisión física remueve una pequeña parte del cuerpo, pero la circuncisión espiritual, figuradamente hablando, remueve o echa de uno todo el cuerpo pecaminoso carnal, es decir, “nuestra vieja naturaleza”, “nuestro cuerpo de pecado” ha sido destruido (Rom. 6:6). Cuando el Espíritu limpia el corazón, todo el peso del pecado queda removido y se abandona la carne pecaminosa.

Esta purificación espiritual, Pablo continúa, se efectúa por “la circuncisión de Cristo” (Col. 2:11). Ya que este versículo ha estado hablando de la experiencia espiritual del pecador, “la circuncisión de Cristo” también tiene que ser algo en la experiencia cristiana, no algo en la vida de Jesús (es decir, su muerte, como suponen los escritores bautistas). Es la circuncisión espiritual que pertenece a Cristo, “la circuncisión hecha por Cristo” o simplemente “la circuncisión cristiana”. Los judaizantes insistían en la circuncisión física establecida por la Ley de Moisés; Pablo estaba defendiendo la circuncisión espiritual de Cristo.

Los oponentes de Pablo pudieron estar de acuerdo en que se necesitaba una purificación interna. Sim embargo, ellos insistían que esto quedaba significado por la circuncisión física. Pero Pablo indica que no es necesaria, porque el cristiano ha sido “sepultado con Cristo en el bautismo” (Col. 2:12; cf. Rom. 6:4-5). La circuncisión física no tiene nada que añadir. Se ha recibido una nueva señal que es el bautismo.

Finalmente los cristianos han “resucitado con Cristo, mediante la fe en el poder de Dios” (Col. 2:12). “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:4). En comparación con esto, ¿qué tienen que ofrecer los judaizantes?

Entonces, es parte de la enseñanza de Colosenses 2:11-12 que el bautismo ha reemplazado a la circuncisión para ser aplicado a la comunidad del pacto. El pacto abrahámico se cumple en el nuevo pacto, y la circuncisión ha sido reemplazada por el bautismo como la señal y el sello de la justicia.

Los niños en la iglesia

Bajo el pacto abrahámico, los que nacían dentro de la comunidad del pacto recibían la señal del pacto como infantes. Debido a que el pacto abrahámico sigue vigente (pero habiéndose cambiado la señal del mismo), se sigue que los que nacen dentro de la comunidad del pacto deben bautizarse como infantes, tal y como se circuncidaban antes como infantes. Deben bautizarse al principio del proceso de discipulado, como lo enseña Jesús.

Si hay dudas en cuanto a la “aptitud” de los infantes para que sean criados como discípulos de Jesús, Jesús mismo despeja esas dudas. Cuando los padres llevaron a sus niños a Jesús para que los bendijera, los discípulos trataron de impedirlo (Mc. 10:13-16), pero Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”. Estos niños incluían a los bebés (Lucas 18:15); Jesús “tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía” (Mc. 10:16).

Algunos dirían que Jesús los recibió solamente para enseñar a los adultos una lección (ver Lc. 18:17). Pero si los infantes no cualifican para el reino de Dios, entonces, ¿cómo pueden calificar los adultos que deben ser como los niños? No hay ninguna lección que aprendan los adultos aquí a menos que Jesús reciba a los infantes de los creyentes en su reino. Ese reino hoy es esencialmente la iglesia (Mt. 16:18-19). Ya que por el bautismo a la gente se le recibe en la iglesia, se sigue que los infantes deben ser recibidos también al reino de Dios por medio del bautismo.

La fe y el bautismo

Como hemos visto, la circuncisión bajo el pacto abrahámico se aplicaba a los infantes en base a la fe de los padres (Gn. 17; Rom. 4:11). Ya que hoy somos parte de ese pacto a través de la fe en Cristo, la nueva señal del pacto, el bautismo en agua, también debe aplicarse a los infantes en base a la fe de los padres.

Esa conclusión teológica se confirma por los relatos en el libro de Hechos que revelan que casas completas se bautizaban regularmente en base a la fe del jefe de familia. Estos relatos se examinan detalladamente en el artículo “Fe salvadora y bautismo de infantes”, pero aquí daremos un resumen solamente.

El relato más detallado e informativo es el del carcelero de Filipos (Hch. 16:30-34). “Cree en el Señor Jesucristo”, se le dijo, “y serás salvo tú y tu casa” (v. 31; cf. 11:14). Por consiguiente, “le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa” (v. 32). En respuesta, él “se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (v. 34), por lo cual “y en seguida se bautizó él con todos los suyos” (v. 33).

La palabra clave en este pasaje es “con”. Significa acompañamiento. Cuando Lucas dice que el carcelero oyó el evangelio y creyó con toda su casa, la implicación es que cada uno en su casa hizo lo mismo que él. Todos los miembros adultos de la casa, como su esposa, se hicieron creyentes también. Pero todos los niños pequeños hicieron lo mismo que su padre, siguiendo el ejemplo del padre sin importar su limitado entendimiento del evangelio que tenían.

Esta distinción crucial entre “con” y “y” (desgraciadamente oscurecida en algunas traducciones) es clara en pasajes semejantes en Hechos: 1:14; 3:4; 4:27; 5:1; 10:2; 14:13; 15:22; 21:5. En cada caso, “con” introduce a los que siguen el ejemplo de los demás y se unen a ellos en lo que hacen, ya sea de manera pasiva o activa. En Hechos 2:15, por ejemplo, Pablo es escoltado al puerto por todos los hombres en la iglesia de Tiro “con sus mujeres e hijos”, lo cual sin duda incluía un número de infantes pequeños.

En los pasajes del bautismo de casas, el jefe de la casa siempre cree “con” su familia, pero él y su familia son bautizados. Tal y como los jefes de familia escoltaron a Pablo al puerto “con” los infantes que eran solamente participantes pasivos, así también los jefes de familia eran bautizados “con” los infantes que hubieran en sus familias.

Algunos replicarían que era posible que no hubiera infantes en estas casas que se mencionan en Hechos. Sin embargo, el bautismo de familias era una práctica muy conocida en la iglesia apostólica (ver también 1 Cor. 1:16). Tuvo que haber sucedido miles de veces, con frecuencia incluyendo a los infantes.

Tú y tus hijos

La promesa de Pablo al carcelero de Filipos de que la salvación llegaría a toda su casa si creía en Jesús, no era diferente de lo que Pedro dijo a los tres mil adultos convertidos en el día de pentecostés. La promesa del Espíritu Santo, dijo Pedro, “es para vosotros, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:39). Estos conversos habían sido llamados por el Señor para entrar en comunión con él mismo, y muchos otros adultos (“los que estaban lejos” en ese tiempo) serían llamados en el futuro, pero los hijos de estos conversos formaban una tercera categoría: fueron llamados a la comunión con Cristo junto con sus padres (o con uno de sus padres incluso: ver 1 Cor. 7:14). ¡Tal es la gracia de Dios para los hijos de los creyentes! Solamente podemos inferir que los hijos de los primeros conversos cristianos eran bautizados, criados en la fe cristiana (ver Ef. 6:1-4; Col. 3:20-21), y, cada vez que le placía al Señor, se les daba el Espíritu Santo que se les había prometido.

Conclusión

Cuando analizamos cuidadosamente la enseñanza de la Escritura, vemos que la señal del pacto se aplicaba a los infantes antes de la venida de Cristo, y bien podemos dar por sentado que se les aplicaba cuando Jesús cambió la señal al bautismo. Y al estudiar detalladamente los bautismos de familias que se describen en Hechos, se despejan las dudas de que generalmente se bautizaba a los infantes en la iglesia apostólica. Se les bautizaba en ese tiempo y se les debe bautizar ahora en base a la promesa de Dios de bendecir a los hijos de los creyentes. La fe de un padre hace que un niño califique para ser bautizado y criado como un discípulo de Jesús. El Señor los recibe en su reino, y nosotros también lo debemos hacer.