Pongamos en práctica lo que ya somos en Cristo
Efesios 4:25-32
Rev. Valentín Alpuche


Una de las críticas más corrosivas del pueblo de Dios realizada por los inconversos es que los cristianos no ponen en práctica lo que creen. Es decir, no vivimos de una manera digna del evangelio como Pablo dice en Filipenses 1:27. Esta crítica tiene mucho más peso en el presente porque muchas iglesias y líderes ya no están interesados en una instrucción precisa y clara de lo que Dios nos manda creer y hacer como verdaderos creyentes. Pero la cuestión no es tan difícil de captar: vive lo que crees. La realidad es que ninguna persona puede vivir de una manera digna del evangelio si el Espíritu Santo no lo ha regenerado y hecho una nueva creación como dice 2 Corintios 5:17.  Para practicar el evangelio primero necesitamos ser regenerados por el Espíritu Santo; para vivir como cristianos primero necesitamos ser cristianos, y nadie puede ser cristiano, nadie puede convertirse en cristiano por sus obras, sino por la obra del Espíritu Santo en su corazón. Solo cuando el Espíritu Santo nos transforma, entonces con su ayuda constante es que empezaremos a practicar los mandamientos de Dios.

Ya Pablo explicó esto en Efesios 4:1-25. Ya dejó en claro que Dios llamó a los efesios a la salvación, que los efesios han sido enseñados por Cristo a través de sus pastores, y que ahora ellos por la obra del Espíritu Santo son nuevas criaturas en unión con Cristo. Nuevas criaturas que han dejado el antiguo estilo de vida pecaminoso para ponerse el nuevo estilo de vida en unión con Cristo, para ser hijos de Dios en quienes el Espíritu Santo habita como dice Romanos 8:16. Al entender este orden de la salvación, al comprender y aceptar que solo el Espíritu Santo nos hace cristianos (y no nuestra conducta), es que entonces empezaremos a vivir como lo que somos, como cristianos, como hijos de Dios. No vamos a vivir el evangelio para ser cristianos, sino porque ya somos cristianos. Si cambiamos el orden, entonces estaremos cayendo en el error de pensar que la salvación es por obras, lo cual Efesios 2:8-10 lo condena de tajo. Entonces el apóstol en base a esta enseñanza de la salvación, empieza a darles imperativos, órdenes, leyes, mandamientos a los cristianos de Éfeso.

Empieza diciéndoles en Efesios 2:25: Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. El viejo hombre, la vieja naturaleza, el viejo estilo de vida sin el temor de Dios se caracterizaba, entre otras cosas, por vivir diciendo mentiras constantemente. Y sabemos que decir mentiras es una característica de los que no temen a Dios porque el diablo, dijo Jesús en Juan 8:44, es el padre de la mentira, y el padre de todos los que odian el evangelio. Pero no solamente deben los efesios dejar de decir mentiras, sino que deben empezar a decir siempre la verdad. ¿Y por qué los cristianos siempre deben hablar con la verdad? Porque creen en Jesús quien dijo en Juan 14:6: “Yo soy la verdad”. Otra razón clara que Pablo da aquí para hablar siempre la verdad es: porque somos miembros los unos de los otros. Porque somos una familia, somos hermanos y hermanas en Cristo. Para que un cuerpo funcione, debemos cuidar cada uno de sus miembros. Nadie con una mente cuerda lastimará su propio cuerpo pensando que así funcionará mejor. Bueno, pues cuando como cristianos decimos mentiras, estamos dañando al prójimo, al cuerpo de Cristo. Y así la iglesia no puede funcionar bien.

Los creyentes en Cristo Jesús también deben dejar de enojarse. No quiere decir que un cristiano nunca deba enojarse. Pero debe enojarse por las razones correctas. Pero aquí Pablo está atacando ese estilo de vida de la vieja naturaleza sin Dios en la que explotábamos en ira por cualquier razón injustificada. Cuando dice: airaos, pero no pequéis, quiere decir que uno debe ser muy cuidadoso en enojarse, porque el enojo si no es vigilado, rápidamente nos lleva al pecado. ¿Y cómo podemos controlar el enojo? La razón que Pablo da aquí es: no se ponga el sol sobre su enojo, es decir, que no tarde mucho, que no nos vayamos a dormir con el enojo, porque un enojo prolongado con seguridad nos llevará a pecar. Que esto es verdad, queda confirmado por lo que dice en Efesios 4:27: ni deis lugar al diablo. El diablo sabe muy bien que cada uno de los efesios, y cada uno de nosotros, tendemos a prolongar nuestro coraje, y aprovecha eso para meternos malas ideas en la cabeza y empezar a fabricar maneras de ahondar más el odio y empezar a ingeniárnoslas para hacer daño al prójimo. Hacer eso, es dejar que el diablo controle nuestro enojo, lo cual es condenado por Dios.

Dejen de decir mentiras, hablen la verdad; dejen de enojarse por razones pecaminosas, y no dejen que el diablo controle su enoje. Ahora dice en Efesios 4:28: el que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. ¿Cierto o no que la vida sin el temor de Dios es una vida de robar? Robamos el tiempo cuando en el trabajo nos dedicamos a chatear en vez de trabajar; cuando en vez pasar tiempo con nuestros hijos, se lo robamos para sentarnos frente a la TV, cuando mentimos en nuestras declaraciones de impuestos, y muchas cosas más. Pablo condena eso también, pero aquí tiene en mente a aquellos que no trabajaban para nada sino que se dedicaban a robar. En vez de ello, dice, si ya son nuevas criaturas, hijos de Dios, entonces pónganse a trabajar. El trabajo no es una maldición, como dice mucha gente, sino una bendición. El trabajo honrado, cualquiera que sea, glorifica a Dios y ayuda al prójimo. Los cristianos debemos ser los mejores trabajadores; debemos ser los más responsables; los que mejor debemos cuidar de nuestro dinero. ¿Para qué? ¿Sólo para beneficiarnos a nosotros mismos? ¿Solo para mi propia familia? Hacer solamente eso es también pecado. El pueblo de Dios debe suplir sus propias necesidades, pero Pablo dice aquí que también debemos compartir con los que padecen necesidad. Dice Gálatas 6:10: Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. No solo trabajar como esclavos para amontonar riquezas para mí y mi familia, sino para compartir. En Hechos 20:35 Pablo les recordó a los efesios que esta era la enseñanza de Jesús cuando les dijo: En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.

Ahora Pablo en Efesios 4:29 nos da otro imperativo, otro mandamiento, otra ley. Dice: Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. El imperativo es tajante: ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca. Las palabras corrompidas, podridas, sucias y obscenas son el pan diario de los que no temen a Dios. Pero los cristianos no están libres de este pecado; cada uno de nosotros ha caído en este pecado. ¿Cierto o no? Esto era la verdad también de los hijos de Dios en el AT, por esa razón el rey David escribió en el Salmo 34:13-14 así: Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal, y haz el bien; busca la paz y síguela. Y luego 1 Pedro 3:10 confirma la misma enseñanza al citar precisamente este salmo diciendo: Porque: el que quiera amar la vida y ver buenos días, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño. Y Santiago 1:26 nos recuerda: Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. ¿Y quién no ha ofendido de palabra alguna vez? El que diga que no es un mentiroso porque Santiago 3:2 dice: Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. ¿Pero quién es varón perfecto?

¿Pero solo debemos dejar de decir mentiras, y de decir palabra sucias? No. Sino que además debemos hablar palabras buenas, útiles, aceptables delante de Dios para edificar a los que nos oyen. Para ayudarlos a crecer también en cultivar un vocabulario honroso y puro, y con la ayuda del Espíritu Santo, acercarlos a Dios.

Ahora, observe cuidadosamente que todo lo anterior sirve como contexto, como el fundamento, como la información necesaria para entender Efesios 4:30 que dice: Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Muchas veces los cristianos se preguntan: ¿qué significa entristecer o hacer enojar al Espíritu Santo? Bueno, la respuesta es que cuando decimos mentiras, cuando nos enojamos pecaminosamente, cuando robamos, cuando usamos un vocabulario grosero, entonces estamos contristando o entristeciendo al Espíritu Santo. Note bien también que el Espíritu Santo se entristece, lo cual significa que Él es una persona, y no una fuerza o energía. Por eso creemos en la persona del Espíritu Santo, es decir, en Dios Espíritu Santo. ¿Por qué se entristece el Espíritu Santo? Porque Dios nos ha sellado con Él, nos ha marcado con Él para separarnos de la vida de pecado para ser santos, y cada vez que actuamos como los inconversos estamos ofendiendo al Espíritu Santo. Además porque nos ha sellado para el día de la redención, es decir, ha asegurado nuestra salvación para el gran día final en que seremos completamente redimidos y recibiremos la corona de la vida eterna. Además, el Espíritu Santo vive en nosotros.

Por esta razón, porque ya somos cristianos, porque los efesios ya eran hijos de Dios, ya eran salvos, es que Pablo dice en Efesios 4:31: Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. En otras palabras, todo aquello que sea pecaminoso y ofensivo al Espíritu Santo, debe erradicarse de las vidas de los cristianos. Y en vez de ese estilo de vida pecaminoso del viejo hombre o de la vieja naturaleza, debemos cultivar un estilo de vida que caracteriza al nuevo hombre, a la nueva naturaleza en Cristo. Es decir, lo que dice Efesios 4:32: Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Todo lo que el cristiano es y hace es por la obra de Dios. Particularmente Pablo dice aquí que debemos ser buenos, misericordiosos y perdonarnos unos a otros porque Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Los efesios, quienes eran pecadores condenados al infierno, y que no merecían la salvación, tenían que ser buenos, misericordiosos y perdonadores porque Dios los había perdonado a ellos en Cristo. Es decir, Dios, para perdonarlos, mató a su único Hijo en la cruz y lo resucitó para asegurar la salvación de los efesios.

¿Podemos ser todo lo anterior? ¿Podemos dejar todos esos pecados? Ningún verdadero creyente se atreverá a decir que ya logró todo eso. Todos somos pecadores aun cuando al mismo tiempo somos cristianos. El pecado ya no nos domina como lo hacía antes, pero eso no quiere decir que no queden restos de pecado de la vida anterior. Todos sabemos que así es. ¿Entonces cómo es que podemos seguir siendo cristianos? Porque creemos en uno que sí hizo todo eso que manda Pablo aquí, en uno que siempre habló con la verdad, en uno que nunca se enojó pecaminosamente ni mucho menos le dio lugar al diablo, en uno que nunca robó, en uno que siempre compartió, es más, en uno que dio su propia vida por nosotros, en uno que nunca dijo una mala palabra, sino que siempre habló palabras de edificación, quien nunca contristó al Espíritu Santo, que fue siempre bueno, misericordioso y que perdonó todos nuestros pecados para librarnos de todo el poder del diablo. Es uno es nuestro fiel Salvador Jesucristo. Solo en Él, por su perfecta santidad, rectitud y obediencia es que podemos ser salvos. Solo cuando por la obra del Espíritu Santo vemos la miseria de nuestro pecado pero también la gloria de Cristo, es que podemos caer a los pies de Cristo para que nos cambie, nos perdone y nos salve para siempre, con el fin de vivir cada día dejando de hacer el mal para hacer el bien. Así pues, no hacemos el bien para ser cristianos porque la salvación no es por obras; sino porque ya hemos sido lavados y redimidos con la sangre de Cristo es que ahora vivimos en obediencia constante a todos los mandamientos de Dios. Y si fallamos, nos dolemos, odiamos el pecado, y nos arrepentimos porque sabemos que en Cristo hay abundante perdón y redención. Amén.