Autor: Dr. J. Mark Beach
Traductor: Valentín Alpuche
(artículo tomado de la revista “Messenger” de Mid-America Reformed Seminary con el debido permiso)
Pregúntale a alguien: “¿Qué es un buen sermón?” “¿Qué consideras como una ‘buena’ predicación?” Probablemente vas a recibir una variedad de respuestas muy desconectadas entre sí. Puede que encuentres algunas respuestas más o menos correctas, pero más allá de eso, no tendrán mucho en común.
Lo que los asistentes a la iglesia consideran como un buen sermón o una buena predicación también varía mucho. El sermón de un pastor versus el sermón de otro pastor (basados en el mismo pasaje) pueden variar ampliamente. Ambos son tomados “de la Biblia”. Ambos son bien recibidos (o tal vez rechazados) por sus feligreses; y ciertamente ambos son exposiciones (o intentos de exposiciones) de un texto bíblico. Pero más allá de eso, no tienen mucho en común.
Decidir qué es un buen sermón o qué es una buena predicación probablemente no encontrará un acuerdo inmediato en la mayoría de las iglesias. Hay muchísimos factores en juego que lo que una persona considera como un fantástico sermón, otra la considera como un fiasco. ¿Qué debemos decir al respecto? ¿Todo es un asunto de gusto?
No, no lo es. Pero tenemos que admitir que esta es una pregunta difícil. Es un asunto que todo feligrés inteligente considera, que cada anciano gobernante tiene que considerar cuando oye quejas o cumplidos acerca de los sermones del pastor, y algo con que los predicadores mismos batallan domingo tras domingo.
Así que, ¿qué hace que un sermón sea “bueno”? ¿Qué es una “buena” predicación? Para responder a tales preguntas, requiere que apliquemos las normas correctas para encontrar una respuesta correcta.
Empecemos con la exposición de un texto bíblico, es decir, entendiendo correctamente el texto.
Entendiendo el texto correctamente
La exégesis correcta del texto bíblico es, obviamente, esencial para un buen sermón. Una buena predicación comienza con “entender el texto correctamente”. Un pasaje entendido incorrectamente es un sermón fuera de lugar desde el mismo comienzo. Sin embargo, incluso estos tipos de sermones, de la clase de sermones que interpretan mal el pasaje, con frecuencia dicen muchas cosas válidas según la Escritura y están al servicio de la verdad teológica. Los que no tienen mucho discernimiento tal vez no puedan discernir que la explicación que el pastor hace del texto está fuera de lugar, que “no ha entendido” el pasaje, o que está exagerando un asunto pequeño mientras que ignora el asunto principal. Sin embargo, su oratoria fue espléndida; su ortodoxia teológica estuvo impecable; y su sensibilidad de cómo la verdad bíblica se aplica a los congregantes reunidos es encomiable. Tal sermón es usado por Dios para bendecir al pueblo a pesar de su fracaso exegético –el sermón fue rescatable porque fue bíblicamente verdadero y teológicamente estuvo en la dirección correcta. Pero, ¿es eso un buen sermón? En realidad no. ¿Es eso una buena predicación? No; requiere algo de atención pero no necesitamos una dieta regular de proclamaciones como esa.
La exégesis correcta es una materia muy complicada, además de muy larga y enredada para tratar aquí, pero basta decir que implica un entendimiento de lo que el texto está diciendo, en el contexto de su argumento o mensaje inmediato, y eso también dentro del contexto de la narrativa bíblica misma más amplia –es decir, dónde nos encontramos en la línea de tiempo o marco temporal de la historia de redención. Es más, la exégesis correcta discierne el evangelio siempre dentro de ese contexto. Un fallo aquí, un fallo en discernir la aplicación del evangelio relativo a un texto bíblico dado tiene que descalificar a un sermón como predicación cristiana. Aquí está la razón.
Si el evangelio no se discierne en un sermón, los congregantes probablemente no lo van a discernir y nunca lo harán los perdidos. Los buenos sermones y la buena predicación predican a Cristo crucificado (1 Corintios 1:24). Esto es crítico. Sin esto, los sermones llegan a ser algo más. Apuntarán en una de dos direcciones (aunque se reducen a la misma cosa). Por un lado, será un sermón de “discurso motivacional” o uno que “levanta el ánimo”, el sermón de “ten esperanza”, el sermón de “el futuro es brillante”; todo está bien, solamente ¡cree más y mejor! Tal predicación, donde Cristo y su cruz están ausentes, es honestamente optimista, instándonos a tener un poco más de esperanza, confiar un poco mejor, creer un poco más fuerte. Eso te hará pasar el bache de la duda o desesperación o desánimo o desilusión (o llena tú la lista). Cuando haces estas cosas en el sermón, entonces tienes derecho a darte palmaditas de felicitaciones. Podemos creer y ver que Dios nos satisface.
Por el otro lado, se encuentra el sermón del sermoneo, el sermón del “regaño moral”, el sermón de “hazlo mejor, inténtalo con más fuerza”, el sermón de “supéralo ya”; sermones que instan a más urgencia, llamándonos a ser más auténticos, más fieles, más obediencia, más devoción, más de lo “que una vez éramos” y “que necesitamos ser otra vez”. Pero los sermones que no contienen o excluyen a Cristo y su cruz (el evangelio) inevitablemente hacen que pongamos nuestra fe en nuestra fe (¿cuál es la alternativa?). Una vez que estás centrado en ti mismo, en tu propia fe, solamente hay dos sendas: eres impulsado al orgullo o eres impulsado a la desesperación. Esta predicación de “la ley” (legalista) o envía a los congregantes (y a los perdidos) a los pisos más elevados del orgullo espiritual, el auto-engaño, incluso apatía (una forma de engreimiento espiritual) o los hunde al sótano de la desesperación espiritual (una auto-aversión). Noten, sin embargo, que en ambas formas de este tipo de predicación, tu fe está en ti mismo. En ambos (el sermón “de levantar el ánimo” y el sermón de “reprensión”) el consuelo sólo se encuentra en ti. Esto no es el evangelio.
Los que no tienen discernimiento cuentan a ambos tipos de predicación como “buena” predicación; pero no lo es. Tales sermones son juzgados como “buenos” sermones; pero no lo son porque ambos tipos enfocan nuestra fe en nuestra fe –no en Cristo o su cruz. Esto no es predicación que esté centrada en el evangelio.
La exposición requiere un discernimiento correcto del texto bíblico, sin duda alguna; pero también requiere discernimiento del evangelio mismo. Sin eso, el mensaje bíblico del evangelio se pierde en medio de muchas exhortaciones morales –ya sea el de motivación personal o el de reprensión.
Diciéndolo correctamente
Claro que cuando hablamos de “buena” predicación, también estamos hablando de “decirlo correctamente”. De este modo, la buena predicación es más que una “verdadera” predicación. Tenemos que admitir que mucha de la predicación verdadera no se comunica de una manera particularmente agradable. A veces oímos sermones que no pueden ser culpados por su exposición escritural o precisión teológica, pero no son precisamente agradables al oído o apetecibles al alma. “Decirlo correctamente” también cuenta, por lo general, como un ingrediente en la buena predicación.
Es notable que los buenos sermones nos hablen, a nosotros los oyentes, desde el principio. Es decir, nos introducen al texto bíblico desde el comienzo, tal vez en la oración de inicio. En vez de ser conferencias teológicas o discursos expositivos, traen a Cristo ante nosotros, llamándonos a ir a Él. Tales sermones no son meramente asuntos emotivos o ejercicios cerebrales. Más bien, hacen que el texto escritural sea un evento vivo, dirigiéndose a nuestras dudas, a nuestras fallas, a nuestras necesidades y a nuestros gozos.
Un buen sermón, entonces, entiende a los oyentes –de manera instintiva y deliberada aplica la Palabra de Dios, de este pasaje de la Escritura, a sus circunstancias. Discierne el conocimiento y las experiencias que tienen los congregantes; anticipa preguntas que tenemos y las objeciones que escondemos. Elige como blanco las resistencias silenciosas o dudas, preocupaciones o temores que abrigamos en nuestros corazones. La buena predicación, los buenos predicadores conocen el corazón humano y aplican a él la Palabra de Dios; y los mejores predicadores conocen la cultura de la iglesia de la cual ellos son parte –con sus fortalezas y compromisos. Los buenos predicadores también disciernen la cultura en que vivimos –“entienden el mundo” en que habitan muchos de sus feligreses; entienden cómo piensan los perdidos. La predicación “verdadera”, aunque no exactamente la “buena” predicación, pierde esto de vista, mientras que los buenos sermones no; van dirigidos a lo que ronda en las cabezas de los feligreses, las tentaciones que acechan en sus corazones, las dudas que atormentan su fe, las heridas que afligen sus vidas, o lo dolores que cargan todos los días.
La buena predicación entiende mejor a la audiencia, haciendo exégesis del texto de la Escritura y del texto del corazón humano. La buena predicación tiene como propósito decir lo que la Biblia dice (lo que dice un texto específico) de una manera profética para nuestro tiempo, lugar y ambiente cultural. Los sermones de la clase “decirlo correctamente” se enfocan en la audiencia como un rifle de alcance. El blanco es el punto de mira del texto bíblico. Los sermones más pobres carecen de un claro objetivo; son más como una escopeta que apunta en una dirección general, reventando en el cielo, esperando golpear algo.
¡“Decirlo correctamente” recibe ayuda, obviamente, cuando el predicador va al punto y explica el punto! Muchas palabras no mejoran los sermones porque “decirlo correctamente” significa “hablarme” de un pasaje bíblico, no “dar una conferencia sobre un pasaje” para que se enciendan mis ánimos. La predicación no es una conferencia.
“Decirlo correctamente” tiene un aspecto adicional. Sabemos que parte de la predicación es la oratoria. Sí, la oratoria importa; pero no es lo decisivo. Los sermones malos pueden ser comunicados con una tremenda oratoria. Los predicadores deben esforzarse en mejorar en esta área, pero algunos predicadores nunca serán grandes oradores. Pero eso la oratoria no es el ingrediente más importante en una buena predicación.
Aplicándolo correctamente
Lo anterior (decirlo correctamente) nos conduce a “aplicarlo correctamente”. Un sermón sin una aplicación perceptiva o inteligente apenas califica como un buen sermón por si acaso. En realidad, algunos sermones son apropiadamente didácticos (imparten enseñanza e información) en orientación, e incluso esos sermones (sermones doctrinalmente informativos) necesitan mostrar la recompensa práctica de tal verdad teológica.
Sin embargo, en la aplicación es donde muchos sermones se salen del camino. Con la exposición, el sermón estaba desarrollándose bien; el pastor proporcionó algunas ilustraciones adecuadas, como señales útiles a lo largo del camino, para hacer clara la exposición; el paisaje y el panorama del texto son fáciles de ver; luego, el sermón toma una curva al llegar a la aplicación, pero la curva deja ver que es, más bien, una rampa de salida; y repentinamente el sermón se detiene. El sermón ha terminado. El resultado: el predicador nos ha pedido salir de nuestro carro antes de que hayamos llegado a nuestro destino. La “buena” predicación no hace eso, sino que aplica el texto bíblico cuidadosamente, de acuerdo a la batalla espiritual que tenemos a la vista, y textualmente en conformidad con el texto mismo (usualmente haciendo lo que el texto está haciendo). El predicador tiene en mente a los cristianos sencillos y endurecidos, a los desesperanzados y escépticos, a los avergonzados y orgullosos. La buena predicación tiene como objetivo “aplicarlo correctamente” escudriñando las almas. La predicación más pobre no hace una buena exégesis de la gente.
Muy a menudo, un fracaso en “aplicarlo correctamente” es resultado del predicador por pasar mucho tiempo en la exposición y muy poquito tiempo en considerar quiénes son las diversas almas que oyen el mensaje. “Aplicarlo correctamente” y “decirlo correctamente” usualmente van de la mano. La aplicación puede empezar en la introducción y no meramente concluir como la conclusión. De hecho, la aplicación puede introducirse a través de todo el sermón. Los buenos sermones hacen eso. “Aplicarlo correctamente” no es simplemente agregando algunas preguntas retóricas al final, pidiendo a la congregación que se pregunte si son lo suficientemente buenos, suficientemente fieles, suficientemente obedientes, etc. El regaño retórico es usualmente su disfraz: “¿Son así?” “¿Hacen esto o aquello?” En cuyo caso depende de la gente en las bancas decidir si la aplicación al estilo de la zapatilla de la Cenicienta les queda a su pie espiritual. “Aplicarlo correctamente” es más atrayente, más directo y más personal. No se esconde detrás de un velo de preguntas retóricas, sino que invita: “Fallaste, busca la misericordia de Dios”.
La aplicación penetra en el mundo de nuestros corazones y aplica la Palabra de Dios a nuestros corazones para que los creyentes e incrédulos escudriñen sus corazones. La predicación que falla en hacer esto –escudriñar nuestros corazones con el evangelio– es frecuentemente un fracaso. “Los buenos sermones” están calculados para “aplicarlos correctamente”.
El Espíritu Santo entendido correctamente
Sin embargo, a todo eso tenemos que añadir fuerte y claramente que la buena predicación, un buen sermón, no es a final de cuentas un asunto humano. El Espíritu Santo es el Señor y Dador de la vida, y de la predicación también. Hace que nuestros sermones defectuosos sean eficaces. Porque Él es la fuente de “la unción” –aquella bendición por la que el predicador y el sermón llegan a ser, en el evento de la predicación, la voz de Dios para nosotros en el aquí y ahora. Esto no puede ser exigido ni obligado. El Espíritu Santo bendice la predicación como lo considera adecuado; y de esta manera las palabras del predicador llegan a ser la obra del Espíritu. Esto es un don por el que solamente debemos orar.
Finalmente, todos los predicadores tienen que admitir que sus esfuerzos sermónicos son herramientas desafiladas, inadecuadas para la tarea. Sin embargo, el Espíritu Santo esgrime su espada y convierte el sermón en una espada afilada que atraviesa los corazones, que parte el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12). ¡Tales sermones, por la obra del Espíritu Santo, son suficientes para cambiarnos y salvarnos!
Necesitamos permanecer humildes delante de Dios en que no merecemos buena predicación o buenos sermones. Como predicadores, confesamos que necesitamos la bendición de Dios en nuestros sermones, incluso con sus fallas, para que Él sea glorificado y nuestros oyentes salvados.
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