Señor, Señor

 

Rev. Valentín Alpuche

 

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

Mateo 7:21-23

 

 

Nuestro Señor Jesús está por concluir lo que se ha llamado el Sermón del Monte, o la instrucción que impartió a sus discípulos en una de las montañas de Galilea, al norte de Israel. Pero antes de concluir, lanza una seria advertencia. Es una advertencia que no debe ignorarse. Pero no por ser una advertencia debe infundir temor o miedo a los verdaderos cristianos. Es más, los verdaderos cristianos al leer esta advertencia recobran esperanza y confianza en su relación con Dios porque saben que por la gracia de Dios han sido transformados tanto interna como externamente. Pero para los falsos cristianos, aquellos que son solo cristianos de nombre (cristianos nominales) esta advertencia los debería atemorizar e impulsar a buscar una relación verdadera con Dios.

 

Así pues cada vez que leemos esta advertencia, debemos darle gracias al Señor Jesús, ya que por medio de ella nos impulsa a amarle más y a confiar completamente en Él para nuestra salvación, y para vivir conforme a la voluntad de nuestro Padre celestial. Pero al mismo tiempo nos debe recordar y animar a orar con más fervor por aquellos que solo de labio confiesan la fe cristiana, pero que en la práctica la niegan. Dios puede hacer grandes cambios en la vida de muchos cristianos tibios cuando su pueblo ora fervientemente por ellos. No los queremos ver en el día del juicio siendo desconocidos por Jesús por ser hacedores de maldad; todo lo contrario, queremos que tanto ellos como nosotros, seamos despertados a una relación vigorizada con Dios y gobernada por el Espíritu Santo.

 

Pero la realidad de la existencia de falsos cristianos dentro del pueblo de Dios es innegable. Por esa razón Jesús dice en Mateo 7:21: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. El Señor Jesús es Dios y hombre al mismo tiempo. Él puede ver lo que nosotros no podemos. Su visión penetrante y discernidora de la condición espiritual real de muchas personas en la iglesia puede incluso consternarnos porque muchos que conviven con nosotros, muchos que parecen fieles cristianos, en realidad no lo son. Ante nosotros tales personas pueden parecer celosos de la Palabra de Dios, diligentes en sus responsabilidades cristianas tanto en casa, fuera de casa y en la iglesia. Podemos ser fácilmente engañados y creer con convicción que alguien es verdaderamente cristiano. Claro que nosotros podemos notar que ciertas personas en realidad no son cristianos, podemos detectar que muchos solo son cristianos de nombre, ya que su vida denota lo contrario de su profesión.

 

Pero Jesús, aunque incluye en su declaración omnisciente a tales personas, no se limita a ellos, sino que abarca a esos de los que tal vez nunca dudaríamos de su fe cristiana. Jesús nos alerta a que no veamos solamente la apariencia sino que veamos si tales personas realmente creen y viven conforme a la fe como está depositada en la Escritura. Pero incluso si hacemos un juicio, nuestro juicio no es perfecto y podemos ser engañados. Pero a Jesús nadie lo engaña y nos dice: hay muchos que de labios me llaman Señor, pero no son salvos, y por esa razón, no entrarán al disfrute pleno de la vida eterna. Ciertamente es triste que esas personas existan en la iglesia. Nuevamente, a muchos de ellos los podemos detectar, pero a muchos de ellos no podemos.

 

Y cuando Jesús dice que lo llaman Señor, lo dice de una manera que tales personas en verdad dejan ver que su confesión es genuina, ya que Jesús dice que lo llaman: “Señor, Señor”. Es decir, son personas sinceras en su confesión verbal, que repetidamente invocan su nombre, son personas que se emocionan, que participan, que aportan a la obra de Dios, y que externamente pueden superar a muchos que sí son cristianos. Pero tristemente solamente lo hacen de labios porque su corazón está lejos de Dios (Mateo 15:8).

 

Ahora bien, el punto de nuestro Señor Jesús en este pasaje no es, en primer lugar, subrayar su omnisciencia, el hecho de que Él conoce todas las cosas y puede ver lo que nosotros no podemos. No; su mensaje central es que está señalando y advirtiendo a aquellos dentro del pueblo de Dios que creen que una mera confesión verbal y un estilo de vida cristiana meramente externo los meterá al reino de los cielos. Jesús está atacando un cristianismo meramente verbal, externo y moralista, en el que la gente cree que por decir o hacer ciertas cosas externamente, por ello tienen su boleto asegurado para la vida eterna, sin que en verdad acepten y abracen con todo el corazón el verdadero evangelio. Muchos vivían así entre el pueblo judío de su tiempo. Muchos judíos daban por sentado que eran el pueblo de Dios y que eso automáticamente les aseguraba su salvación, sin importar cómo vivían en su vida diaria. Confesaban con su boca, pero no ponían en práctica los mandamientos de Dios. O vivían conforme a ciertos mandamientos, pero descuidaban otros aspectos de la ley de Dios, al grado que no vivían siendo gobernados en su totalidad por la voluntad del Padre celestial.

 

El cristianismo de boca, el cristianismo meramente externo, el cristianismo meramente confesional y doctrinal no lleva a nadie al cielo. Sino que tiene que haber una correlación entre la confesión y la práctica de la misma. Entre creer y hacer, o como dice Santiago: no seamos meramente oidores, sino hacedores de la Palabra de Dios (Santiago 1:22). Por eso Jesús dice: “Sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Nuevamente, Jesús está atacando ese estilo de vida meramente doctrinal, verbal, de labios. Una vida cristiana nominal: nací en un hogar cristiano, voy a la iglesia cada vez que hay servicios de adoración o estudios bíblicos; participo en el coro o banda de mi iglesia; mi familia aporta mucho dinero a la iglesia; etc. Jesús dice que ese cristianismo es falso, es hipócrita, ya que el verdadero creyente, el verdadero hijo-a de Dios es alguien que cree y hace, que confiesa y actúa conforme a la voluntad del Padre celestial.

 

La pregunta que surge aquí es: ¿qué o cuál es la voluntad del Padre celestial? Es riesgoso aventurarse a buscar una respuesta específica a esta pregunta. Algunos piensan que Jesús aquí se refiere a la voluntad del Padre en cuanto a cómo ser salvos: creyendo solamente en Jesús como el único Señor y Salvador. Eso es verdad, pero creo que abarca más que eso. Otros afirman que la voluntad del Padre se refiere a todo lo que Jesús enseñó en el sermón del monte. Eso también es verdad, pero creo que incluye más que eso. Todo esto es cierto, pero la voluntad del Padre celestial es muy probable que se refiere a toda su voluntad tal y como la tenemos en la Escritura, en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Allí tenemos toda la voluntad del Padre celestial. Es muy tentador empezar a seleccionar nuestros mandamientos favoritos de la Biblia para vivir a nuestra conveniencia; y eso era lo que, entre otras cosas, hacían los religiosos de Israel. Practicaban ciertos mandamientos y dejaban de lado otros. Eso no es hacer la voluntad del Padre celestial. Y nosotros sabemos que eso no ha cambiado en nuestro tiempo. Mucha gente canta bonito, toca bonito, estudia mucho, pero se olvidan del servicio, de orar, de apoyar a los necesitados, de defender la fe, de hacer trabajos sencillos que otros no quieren hacer, de ayudar a la esposa, de jugar con sus hijos, etc., lo cual también es parte de la voluntad de Dios. Muchos hablan de ser misioneros, de llevar el evangelio a los perdidos, de vivir la fe, pero cuando les dices que hay que apoyar con nuestros diezmos y ofrendas, se indignan. Es muy fácil seleccionar nuestros mandamientos favoritos para descuidar otros. La voluntad de Dios implica que toda nuestra vida, cualquier aspecto o área de la misma, sean dirigidos por la Palabra de Dios.

 

El tema de la voluntad de Dios es un tema muy interesante. Involucra los diez mandamientos, pero no solo ellos. Los diez mandamientos se conocen como la ley moral de Dios. Su ley es santa, justa y buena, pero la ley de Dios implica más que los diez mandamientos. La voluntad de Dios significa que debemos leer constantemente la Palabra de Dios, orar siempre a nuestro Padre, asistir a la iglesia para escuchar la predicación y enseñanza de la Palabra, interactuar con otros cristianos maduros en la fe para saber cómo debemos vivir o actuar en circunstancias particulares, como cuando me ofrecen un empleo que me puede alejar de mi iglesia. ¿Qué debo hacer en tal caso? ¿Debo casarme con un cristiano o cristiana que cree que no se deben bautizar a los niños? ¿Debo casarme con una chica que cree que el único bautismo válido es por inmersión? La voluntad de Dios es un tema fascinante, pero profundo.

 

La expresión de Jesús es muy interesante: “sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. No todos los que van a la iglesia ven al Padre de Jesús como su Padre. No todos lo han aceptado como su Padre celestial. Lo dirán de labios, pero su corazón no es del Padre celestial. Recuerdo una vez a un hermano de nuestra iglesia reformada que nos confesó que él no era cristiano. Su confesión fue como un balde de agua fría porque él y su esposa nunca faltaban a la iglesia; siempre llegaban puntuales; siempre apoyaban; como estudiante de seminario, recuerdo que a menudo me enviaban tarjetas donde me recordaban que siempre oraban por mis estudios; nos apoyaban económicamente. Es más, a este hermano el consistorio lo nominó como anciano gobernante en varias ocasiones, y fungió como tal en dos ocasiones durante tres años cada vez. Un oficial líder de la iglesia. Pero después de problemas matrimoniales nos confesó que nunca había recibido el evangelio. Le decía a Jesús: Señor, Señor, pero no era cristiano. El Padre de Jesús no era su Padre.

 

Cuando dice: “mi Padre que está en los cielos”, Jesús está usando una expresión parecida o igual a la que usa en su oración modelo en Mateo 6:9 que dice: “Padre nuestro que estás en los cielos”. Cada vez que leo un comentario sobre esta expresión en el Padre nuestro, se afirma que es una expresión que nos recuerda la transcendencia de Dios Padre, que Él está en el cielo y nosotros en la tierra, y que por ello debemos acercarnos a Él con sumo respeto. Eso es muy cierto. Y creo que lo mismo podemos decir de Mateo 7:21. Hacer la voluntad del Padre de Jesús que está en los cielos significa que debemos ser humildes y sumisos a este Padre grande, omnisciente, transcendente y todopoderoso. Debemos recordar que siempre tendemos a hacer nuestra voluntad, y no la de Él, pero que si somos verdaderos cristianos, nuestra meta será complacerlo, agradarlo con nuestras acciones. Es un Padre transcendente pero inmanente al mismo tiempo, de otro modo no sería nuestro Padre también. Hacer la voluntad del Padre que está en los cielos entonces sugiere que debemos rogarle al Padre, a través de Jesús, que nos llene con su Espíritu Santo para entender su Palabra y, de ese modo, hacer su voluntad.

 

Los falsos cristianos (que parecen verdaderos cristianos en apariencia) no van a cambiar de pensar hasta el día final cuando Jesús regrese por segunda vez. Por eso Jesús dice en Mateo 7:22: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Si se dan cuenta, Jesús ha cambiado de tiempo. En el versículo 21 habla del tiempo presente en que muchos le llaman Señor, Señor. Pero el 22 habla del futuro, específicamente “en aquel día”. Este día se refiere al día del juicio, a la segunda venida de Jesús cuando regresará como Juez, el Juez que juzgará a todas las naciones, y especialmente a los que claman ser cristianos, pero no lo son. No debemos olvidar este hecho: Jesús en aquel día, el día del juicio, será el Juez supremo a quien nadie podrá engañar. Digo esto porque los falsos cristianos no van a cambiar de pensar, seguirán pensando que por sus obras, por su conducta, por todo lo que hacen con celo por la iglesia, eso les va a dar un pase automático a la vida eterna. Esto es evidente por el hecho de que ellos nuevamente, ante la presencia del Juez que todo lo sabe, seguirán diciéndole Señor, Señor. Y no crean que son ‘cristianos’ apáticos, o aburridos; no para nada, son ‘cristianos’ entusiastas, emotivos, alegres, apasionados, ya que con convicción le dicen Señor.

 

Mencionamos antes que estos falsos cristianos no lo son porque tengan una doctrina incorrecta de la persona y la obra de Jesús; no, ellos saben quién es Jesús, saben que es el Hijo eterno de Dios, que es el Mesías, el Salvador del mundo. Su error, dijimos, consiste en que no viven conforme a la voluntad del Padre. Su cristianismo es de palabras, no de hechos. Pura doctrina, nada de práctica. No viven el evangelio. Pero aquí en el versículo 22 se revela otro error de estos falsos cristianos. Antes de eso, debemos tomar nota del hecho de que estos falsos cristianos siempre existirán en la iglesia, y lo digo, porque desde que Jesús enseñó esto hasta el día del juicio, siempre habrá falsos creyentes en la iglesia. La presencia de falsos cristianos en la iglesia no es un asunto pasajero, sino permanente. Por eso es tan importante que los pastores continúen sin tregua enseñando y predicando con toda claridad el verdadero evangelio, porque muchos de esos cristianos confundidos pueden ser convencidos con el poder del verdadero evangelio para salvación. Hay muchas razones, por así decirlo, para que los oficiales de la iglesia estén siempre pendientes de que lo que se enseña desde el púlpito sea la doctrina sana de la Palabra de Dios. Una de ellas es la que tenemos aquí: la presencia perdurable de falsos cristianos en la iglesia, y no solo por ellos sino por lo que ellos pueden hacer a otros cristianos dentro de la congregación. El falso evangelio se dispersa, corre, se propaga y difunde rápidamente como una plaga en la iglesia, y por eso es que el día de hoy (y como siempre) no solo hay cristianos falsos sino congregaciones falsas, iglesias falsas, iglesias que en su totalidad se han desviado del evangelio que salva.

 

Pero, regresando al segundo error de los falsos cristianos, tenemos que decir que ellos confían más en sus obras que en la obra de Cristo para ser salvos. Por eso es que ellos le insistirán a Jesús que todo lo que “ellos hicieron”, lo hicieron en el nombre de Cristo. Véanlo bien, ellos no llegarán ante el tribunal de Cristo con un corazón humilde y sumiso, sino que llegarán ante Él reclamándole que hicieron muchas cosas por las cuales, según ellos, deben tener entrada directa al reino de los cielos. Primeramente tratemos de entender la triple repetición de “y en tu nombre”. Tres veces le dicen a Jesús que todo lo que ellos hicieron, lo hicieron en su nombre. Cuando alguien hace algo en nombre de otra persona, significa que lo hace con el permiso, con la venia, con la autoridad y autorización de esa otra persona. La otra persona le ha dado la autoridad para que alguien más actúe en su nombre. En el caso de los falsos cristianos, ellos le pretenderán decir a Cristo en el día del juicio que Cristo mismo los autorizó, que Jesús mismo les dio la autoridad y la aprobación para hacer todas esas cosas. Ellos, aparentemente, piensan que Jesús se gozaba en ver todas sus obras, y por esas obras que Él había autorizado, entonces tenía que meterlos al reino de los cielos.

 

Por otro lado, es importante tomar nota de las obras mismas que ellos hicieron. En primer lugar, debemos decir que estas obras que Jesús menciona son solamente una muestra de las muchas obras que los falsos cristianos le recordarán a Jesús, por así decirlo, para que los salve. No son las únicas obras que los falsos cristianos mencionarán, sino que las tres que se mencionan aquí son de muestra, son representativas. Veamos cuáles son esas cosas que ellos hacían porque son muy importantes debido a que muchísimos cristianos durante toda la historia de la iglesia han malentendido por qué razón Cristo las menciona aquí. Irónicamente muchos piensan que Cristo está avalando o aprobando esas obras como si tuvieran valor para nuestra salvación aparte de la obra de Cristo. Pero eso es, de verdad, distorsionar completamente lo que Jesús enseñó.

 

Jesús dice que esos falsos cristianos, que parecen verdaderos cristianos, le dirán en el día del juicio: ‘en tu nombre profetizamos’. Esto es lo primero que dicen. Primero déjenme decir que tanto profetizar, echar fuera demonios y hacer milagros eran obras que hacían Jesús mismo, los apóstoles, y los 70 que Jesús envió a predicar, como también otros líderes dentro del cuerpo de Cristo. Esto es relevante porque Jesús parece que se está refiriendo en primer lugar, aunque no únicamente, a falsos profetas y apóstoles y maestros (y diríamos ahora, falsos pastores y líderes de iglesias) que pensaban que por ser eso y por lo que hacían, ya tenían el boleto asegurado para el reino de los cielos. Los falsos cristianos de los cuales estamos hablando, entonces incluyen en primer lugar a oficiales de la iglesia, a los que tienen el cargo de pastorear y gobernar a la iglesia de Dios. De allí es que es sumamente importante que los ancianos y diáconos, y toda la congregación, estén siempre pendientes de que la predicación y la enseñanza oficial en la iglesia sean impartidas por hombres que conozcan y vivan el evangelio en su vida diaria.

 

Profetizar en la Biblia tiene dos sentidos básicos: predecir lo que va a suceder en el futuro, como cuando los profetas anunciaban una y otra vez al pueblo de Israel que si no arrepentían de sus pecados, iban a ser destruidos por sus enemigos y llevados cautivos. El otro sentido, y es el más importante en la Biblia, es comunicar con fidelidad el mensaje de la Palabra de Dios. Eso era lo que hacían los verdaderos profetas de Israel, no se dejaban sobornar por los reyes de Israel, ni intimidar, y a costo de su vida comunicaban con fidelidad el mensaje que Dios les había dado. Esto tiene también conexión íntima con enseñar y predicar fielmente la Palabra de Dios. A la gente de hoy les gusta pensar que los profetas sólo se dedicaban a predecir el futuro, a predecir que algo iba a pasar, y nada más. No les gusta pensar (por ignorancia o negligencia, o las dos cosas) que los profetas eran maestros de la Palabra, que había escuelas de profetas bajo el mando de Samuel, Elías, Eliseo y otros grandes profetas que instruían a los hijos de los profetas para que ellos a su vez instruyeran al pueblo de Dios. Por supuesto es más fácil sentarse o pararse como en trance y empezar a predecir el futuro como si uno fuera brujo o chamán, que vivir la fe a diario y estudiar con esmero y dedicación la Palabra de Dios. Cuando Pablo dice en Efesios 2:20: “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas…” se refiere a la instrucción que Dios le dio a ellos y que dejaron por escrito en toda la Palabra de Dios. Y cuando Pedro en 2 Pedro 1:19 dice: “Tenemos también la palabra profética más segura…” se refiere a la Palabra de Dios puesta por escrita en el Antiguo Testamento, ya que todavía no se había escrito el Nuevo Testamento en su totalidad. No se refieren a un libro de puras predicciones como a la gente le gusta pensar, o no se refieren a que los profetas fuesen como brujos o adivinos que todo el tiempo estaban en trance, y a los que la gente iba a consultar para saber qué iba a pasar en el futuro.

 

Entonces, especialmente entre los que le dirán a Jesús: ‘en tu nombre profetizamos’, se encontrarán muchos falsos predicadores y maestros de la Palabra. Pero claro que la enseñanza de los tales infecta a la congregación donde instruyen, y muchísimos seguidores son engañados por ellos, y por eso hace sentido cuando Jesús dice que en el día del juicio “muchos me dirán”. Así pues, la advertencia de Jesús va dirigida a todos los cristianos en general. No solo para los líderes de iglesias.

 

Después estos falsos cristianos, dice Jesús, le dirán: ‘en tu nombre echamos fuera demonios’. Nuevamente, el exorcismo o la expulsión de demonios era una tarea encomendada primeramente a los oficiales de la iglesia. Jesús echó demonios, sus apóstoles echaron demonios, y la regla parece apuntar a eso: que Jesús en primer lugar se refiere a hombres puestos en autoridad dentro del pueblo de Dios. Claro que Dios también ha usado a otros creyentes que no son oficiales en la iglesia para echar demonios, como muchos pueden testificar en muchas partes del mundo. Echar fuera demonios implica una derrota del reino de Satanás. Implica que el poder de Dios es mayor que el de Satanás, y que es mejor confiar en Dios quien ha pisado a Satanás en la cabeza. Pero, como en el caso de profetizar, a mucha gente le gusta pensar que por hacer eso, entonces y solo por eso, ya tienen el cielo asegurado. Así pensaban los 70 que Jesús envió a predicar el evangelio. En Lucas 10:17 le dijeron a Jesús muy emocionados y con un buen grado de arrogancia: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Pero Jesús los reprende y les corrige que su gloria y esperanza y júbilo no debe colocarse en eso sino “de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. Es decir, no por echar fuera demonios ellos se habían ganado el cielo, sino que por la gracia, misericordia y compasión de Dios quien decidió que sus nombres fuesen registrados en los cielos. Es que todos y cada uno de nosotros tendemos a creer que por algo que yo hago y que los demás no, por eso Dios me salva. Y se nos olvida fácilmente que es por lo que Cristo hizo que somos salvos. Nos encanta a todos, sin distinción alguna, la salvación por obras.

Finalmente los falsos cristianos le dirán a Jesús en el día del juicio: ‘en tu nombre hicimos muchos milagros’. De la misma manera, Jesús hizo muchos milagros, sus apóstoles, y otros oficiales de la iglesia. Y claro está que también Dios ha usado a muchos miembros de iglesias para que, por medio de ellos, Dios haga milagros. Hermanos no sabemos por qué Dios dentro de su voluntad secreta permite que tales falsos cristianos realicen esas obras. Pretender buscar una respuesta es caer en la especulación; simplemente Dios permite que así suceda. Pero algo bueno y encomiable que Dios les concede realizar como muestra de su poder, ellos lo tergiversan para imaginarse que por eso Dios los va a salvar. ¡Cuánta gente no piensa y vive de esa manera también el día de hoy! Muchos son descarados y piensan que son más santos y puros porque hacen esto o lo otro. Se jactan de los milagros que hacen por la ayuda y poder de Dios, no se jactan de tener un Dios grande, sino de ellos mismos, como si Dios los escogiera porque se lo merecen, como si Dios solamente por medio de ellos pudiera actuar milagrosamente. Ustedes pueden ver a esas personas en cualquier iglesia de diferentes modos, especialmente en la televisión. Falsos predicadores que cuando llegan a un lugar, anuncian orgullosamente que ahora sí Dios se va a manifestar como nunca lo había hecho antes. Y si llega otro falsario dice lo mismo, y la gente corre a ellos para satisfacer su comezón de oír y ver a un hombre. Se jactan de que en su iglesia se hacen muchos milagros, usted puede ver la arrogancia en sus rostros y en sus palabras. Pero se les olvida la reprensión de Jesús en Lucas 10 y la seria, pero muy seria advertencia de Jesús en nuestro pasaje.

 

Finalmente llegamos a Mateo 7:23. La gente de hoy que no es cristiana, aun cuando dicen que lo son, habla mucho. Hacen “declaraciones de fe”. Declaran todo tipo de cosas, y creen que por declarar va a suceder. Creen que su palabra es como la Palabra de Dios. Declaran y declaran, y son tan descarados que incluso lo declararán ante la presencia misma de Jesús. Por eso no debemos entrar en discusión con gente así, o tratar de evitar la confrontación innecesaria, ya que tales personas no crean que van a cambiar, sino que van a ir de mal en peor. En mi ministerio pastoral he conocido a gente que va a la iglesia por mucho tiempo, los instruimos en el evangelio, les hablamos repetidamente de oír y obedecer la Palabra de Dios, de vivir conforme a la Palabra de Dios y no conforme a nuestros gustos o disgustos, o preferencias, o ideas u opiniones, pero nomás se dan la vuelta y ya se les olvidó todo, o lo ignoran adrede. Hay muchos cristianos bien intencionados pero que confían mucho en su conocimiento y capacidad, que piensan que sí pueden hacer cambiar de pensar a tales personas. Es una quimera; es mejor hablarles con la Palabra de Dios, con el puro evangelio de la salvación, y dejar el resultado a Dios.

 

Si usted alguna vez se siente indignado por tales personas porque piensa que no deberían hablarle así o enseñar así a la congregación, no piense que eso solamente le pasa a usted. Esas personas lo hacen a cualquiera que se le ponga en frente. Recuerdo muy bien el caso de un joven esposo que se casó con una chica que no era reformada, pero que decía ser cristiana. El pastor de la iglesia se lo advirtió seriamente, los ancianos también, pero con todas las advertencias del mundo, no escuchó y se casó. Como sucede en casi todos los casos como este, al poco tiempo dejaron de ir a la iglesia porque a la esposa no le gustaba nuestra adoración ‘aburrida y poco atractiva’, y prefirieron irse a una iglesia donde sí había música y se aceptaba a cualquiera que entrara por la puerta sin importar lo que era ni lo que creía. En fin, después de casi seis meses de ausencia en la iglesia, le enviamos una carta para informarle que si habían decidido que su esposa se haría miembro de la iglesia reformada o no. Y si no, pues que tenían la libertad de irse y buscar otra iglesia sana en la Palabra. Claro que este caso presupone todo un proceso de consejería y disciplina que no viene al caso aquí. Lo que sí viene al caso es que después de estar ausente durante seis meses, el joven esposo llegó con una carta redactada donde nos iba a dar cátedra de qué significaba ser cristiano. Todos nos quedamos con la boca abierta. ¿Usted cree que solo se lo han hecho a usted o su consistorio? No se engañe, esas personas se lo harán a quien se le pare enfrente.

 

Lo más terrible es que se lo harán a Jesús en el día del juicio. Pero Mateo 7:23 nos dice que Jesús como Juez omnisciente les dará su declaración, su veredicto, su sentencia, ante la cual (ahora sí) no podrán alegar. Y lo que cuenta en última instancia es la declaración de Jesús, no la nuestra. Todas nuestras declaraciones de fe de nada servirán ante la declaración de Jesús si no confiamos únicamente en Él y en su obra perfecta para ser salvos. ¿Qué les dirá Jesús? Tres cosas.

 

La primera es: “Nunca os conocí”. Conocer en la Biblia es diferente a nuestro conocer actual, especialmente al hecho de conocer alguien superficialmente, de verlo en la calle, en el barrio o en la iglesia, y decir: ‘ah, sí lo conozco’. Tampoco se refiere a conocer algún tema como cuando vamos a la escuela y aprendemos biología, ética, o cuando aprendemos sobre plantar árboles o cómo cuidar a nuestra mascota. Conocer en la Biblia implica eso, pero mucho más. Se refiere especialmente a tener una relación de comunión íntima y personal con alguien. Se refiere a que existe armonía, aceptación y aprobación entre dos personas. Como cuando hay una amistad profunda y genuina entre dos personas que se apoyan, se ayudan, se animan, y están juntos en las buenas y en las malas. Con respecto a la relación con Dios, conocer significa que Dios es nuestro Dios, nuestro creador y redentor, que nos ha lavado y limpiado con la sangre de Cristo, que nos ha aceptado en su Hijo amado, y que nosotros por la obra del Espíritu Santo hemos cambiado de vida para abandonar y odiar el pecado, y estar convencidos de que Cristo con su obra perfecta nos ha perdonado y salvado, y así confiar en Él para siempre.

 

Cuando Jesús les diga: ‘nunca los conocí’ no significa que Él nunca los conoció en vida, que no sabía quiénes eran, ya que Jesús es Dios y conoce todas las cosas. Se refiere más bien a que Jesús nunca los aceptó como verdaderos hijos de Dios, que nunca los amó hasta lo sumo como sus escogidos por quienes murió y resucitó, que nunca los consideró verdaderos cristianos. Puede semejarse a la expresión “te desconozco” que usamos entre seres humanos, ya que esa expresión no significa que no conocemos a tales personas, sino que ya no queremos tener ningún trato con ella por algo desagradable que hizo. Jesús los desconocerá porque ellos pensaron que para ser salvos debían confiar en sus obras, en su buena conducta, en sus buenas acciones, y no en la obra perfecta de Jesús. Los desconocerá porque ellos nunca vivieron confiando plenamente en el sacrificio y resurrección de Cristo como la seguridad de su salvación.

 

Tales personas nunca fueron cristianas. Jesús les dirá: ustedes nunca entregaron su vida a mí de todo corazón. Lo fingieron, lo dieron por sentado, pero nunca lo fueron. Ellos no van a perder su salvación porque, en realidad, nunca fueron salvos. La salvación no se pierde ni se gana por las obras de uno. Aquellos que así piensan es que nunca han experimentado la gracia salvadora de Dios. ¡Qué gran desilusión se llevarán cuando escuchen de los labios de Jesús: nunca los conocí! Pero así será. Ellos nunca tuvieron una relación de salvación íntima y personal con Jesús.

 

Después les dirá: “apartaos de mí”. Cuando desconoces a alguien, ya no quieres que esté junto a ti; lo quieres lo más lejos posible de ti. Mientras más lejos, mejor. ¿Han escuchado ustedes a muchas personas hablar de Jesús como puro amor y ternura, como si Jesús fuese un sentimentalista ingenuo y de ánimo débil que nunca, pero que nunca te podrá rechazar? Ese jesús no es el Jesús de la Biblia, es la invención de hombres y mujeres que se han desviado del verdadero Jesús. El verdadero Jesús en ese día les dirá: ‘apártense de mí, no los quiero cerca de mí, mientras más lejos estén de mí, mejor’. Estar lejos de Jesús, estar apartado de la presencia de Jesús es lo mismo que quedar destituido de toda bendición de Dios en tu vida, y en el contexto en que se encuentra la declaración significa prácticamente estar en el mismo infierno, en la condenación final donde nunca experimentarás la presencia benevolente de Jesús. Dios quiera que nosotros nunca escuchemos de los labios de Jesús: apártate de mí.

 

Por último Jesús remata su veredicto como Juez supremo que todo lo sabe al decirles a esos falsos cristianos: “hacedores de maldad”. Es decir, eran personas dentro de la iglesia que, aunque pensaban que estaban haciendo el bien o la voluntad del Padre que está en los cielos, en realidad estaban haciendo el mal. Y la palabra hacedores denota no que de vez en cuando hacían el mal, sino que esa era su naturaleza, su carácter, el de hacer constantemente el mal. Eran inicuos, malvados que en todo lo que hacían solo estaban haciendo el mal. Por eso es que Jesús les ha dicho antes que nunca los conoció y les ordena que se aparten de Él, ya que Jesús siendo santísimo no puede tolerar el mal delante de su presencia, especialmente de personas hipócritas que se dedicaron a hacer el mal toda su vida. Y cuando ellos apelan a Jesús de que todo lo que hacían lo hacían en su nombre, eso solamente refuerza su impiedad ya que en el nombre de Jesús estaban haciendo el mal. Pensaban que porque invocaban a Jesús entonces estaban haciendo el bien, pero Jesús les dice: no, todo lo contrario, su maldad incrementa por el hecho de que todas sus fechorías las realizaron en mi nombre, eso duplica su maldad.

 

Recuerden que ellos en el día del juicio apelan no a la obra perfecta y todo-suficiente de Jesús para ser salvos, sino a sus obras; pensaban que las obras que realizaban eran buenas y que ellas los meterían en el reino de los cielos. Pero aquí el Señor Jesús los fulmina diciéndoles que sus obras, que las obras que realizaban, son y siempre serán insuficientes para introducirlos en el reino de los cielos. La salvación, hermanos, no es por obras, y quien pretenda que así es, lo único que escuchará en el día del juicio de los labios del Juez santo y justo es: en realidad tú eres un hacedor de maldad, siempre te dedicaste a hacer el mal. Todas las cosas que ellos hacían, en sí mismas no eran malas, como profetizar, echar fuera demonios y hacer milagros. Pero se tornan malas cuando la gente las usa para justificar su vida impía de pecado, para usarlas para su propia reputación y fama y gloria, cuando el fin principal de hacerlas no es la gloria de Dios sino su propia gloria.

 

Cuando alguien que se llama cristiano piensa de esa manera con respecto a las obras, que son para su salvación y gloria misma, entonces sus obras revierten su propósito y sentido convirtiéndose en malas, y a ellos en hacedores de maldad. Nunca fueron cristianos, y las palabras de Jesús lo recalcan, ya que ellos siempre fueron gente que se dedicaba a hacer el mal.

 

Ante la advertencia de Jesús, ¿quién puede entrar al reino de los cielos? ¿Quién puede salvarse? ¿Quién puede hacer toda la voluntad del Padre celestial perfectamente? ¿Quién puede ser salvo a través de sus obras? ¿Quién puede decir: mis obras son tan perfectas que eso me da entrada automática al reino de los cielos?  Hermanos, nadie puede entrar al reino de los cielos por hacer la voluntad de Dios simplemente porque nadie hace la voluntad de Dios de una manera perfecta, sino que todos flaqueamos y caemos, nos rendimos ante las tentaciones, al grado que nuestra obediencia es débil, imperfecta y pecaminosa. Aquí debemos dejar bien claro que Jesús está reprendiendo a aquellos cristianos confundidos que creen que tan solo por conocer bien la doctrina o hacer ciertas obras de piedad, ya por eso entrarán al reino de los cielos, mientras que los demás aspectos de su vida no concuerdan con su confesión ni con la voluntad perfecta del Padre celestial. Jesús no está diciendo que por obedecer la voluntad del Padre, eso nos llevará a la vida eterna, porque simplemente nadie puede obedecer perfectamente al Padre.

 

Los verdaderos cristianos son aquellos que han comprendido la gravedad de su pecado, que por lo mismo han visto su necesidad de un redentor que los perdone y salve por pura gracia y misericordia. Y saben que si son verdaderos hijos de Dios, entonces no pueden poner ninguna excusa para desobedecer los mandamientos de Dios, sino que saben que su confesión tiene que concordar con su estilo de vida, que su doctrina tiene que practicarse, que no solo deben ser oidores sino hacedores de la Palabra de Dios. Obedecen no para ganar su salvación porque la salvación no se puede ganar ni comprar, saben que nadie es salvo por obras, pero obedecen para demostrar que son hijos de Dios, que han recibido el perdón de todos sus pecados y que tienen vida eterna por medio de la obediencia perfecta del Hijo de Dios, quien sí obedeció en todo tiempo la voluntad de su Padre celestial perfectamente. Es solo a través de la obediencia perfecta de Cristo, es solamente a través de confiar completamente en Él para nuestra salvación que podemos entrar al reino de los cielos, a la vida eterna en toda su plenitud. Saben que su Salvador les manda creer y hacer, conocer y poner en práctica, confesar y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. No es solo creer, o confesar, conocer la doctrina, sino vivir, practicar, hacer la voluntad de Dios.

 

Solamente en unión con Cristo, nuestro Señor y Redentor, es que nunca oiremos de sus labios: nunca los conocí, apártense de mí, hacedores de maldad. Gloria a Cristo, nuestro Salvador y Juez perfecto, que murió por nosotros en la cruz para perdonarnos de todos nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. Amén.