Hechos 9:1-9
Introducción
Amados hermanos, en nuestra serie de predicaciones sobre el libro de Hechos, hoy empezamos un capítulo muy importante porque describe la conversión del instrumento humano que Dios escogió para llevar el evangelio de salvación fuera de Jerusalén, a los gentiles. Debemos recordar también que desde Hechos 1 hasta el 8, se puede decir que se han narrado los preparativos para emprender la misión mundial de la iglesia, es decir, predicar el evangelio a todo el mundo. Felipe, uno de los diáconos de la iglesia de Jerusalén, predicó el evangelio a un etíope. Y Esteban, el primer mártir de la iglesia, también predicó el evangelio a los samaritanos que eran mitad judíos y mitad gentiles. ¿Cómo se llevaría a cabo, entonces, la completa misión mundial de la iglesia? Pues en nuestro pasaje (Hechos 9:1-9) tenemos la respuesta. Meditemos en este pasaje en tres partes: (a) 9:1-2, (b) 9:3-6) y (c) 9:7-9).
El odio de Saulo hacia los discípulos del Señor (9:1-2)
Una de las cosas que siempre nos sorprenden y nos dejan con la boca abierta es la manera extraña en que Dios actúa para llevar a cabo sus planes. Nosotros siempre planeamos buscando, según nuestra propia sabiduría humana, los mejores lugares, las mejores personas y las mejores circunstancias para lograr nuestros objetivos. Y, como es de esperarse de nosotros, esperamos que Dios también actúe así. Pero no, hermanos, los planes de Dios son muy diferentes a los nuestros; son mucho mejores que los nuestros, aunque al principio parezca que no. Este es el caso con la conversión de Saulo, que después se conocería mejor como Pablo.
Hechos 9:1-2 nos describe, en realidad, a la peor persona para llevar a cabo el plan de Dios de predicar el amor, la gracia y la misericordia de Dios a un mundo perdido en pecado. Lucas, el escritor, nos dice en el versículo 1 que Saulo seguía respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor. Saulo es descrito así porque desde antes ya odiaba a los cristianos. Así lo dice 8:3: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel”. El odio de Saulo desde entonces no había disminuido, sino que más bien, había aumentado. La forma en que se describe el odio de Saulo se parece al de una bestia salvaje enojada que respira fuertemente por la nariz, golpea el suelo con las patas y se prepara para matar. Así era Saulo. Vivía con ese odio intenso cada día, planeando cómo destruir a los seguidores de Jesús. ¿Era este hombre el instrumento más adecuado para que Dios lo escogiera como apóstol a los gentiles? Tal vez nos sintamos tentados a decirle a Dios: “Señor, creo que te equivocaste de persona. Mejor escoge a Ananías “varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos” (22:12). Recapacita Señor, por favor”. Pero, hermanos, aunque sintamos esa tentación de corregir a Dios, debemos refrenarla y aprender a someternos al actuar sabio, aunque extraño de Dios.
Bueno, ¿cómo llevaba a cabo Saulo su odio? Dice Lucas, regresando a 9:1-2, que fue al sumo sacerdote de Jerusalén para pedirle cartas para las sinagogas de Damasco. El sumo sacerdote en ese tiempo se llamaba Caifás. Esta acción de Saulo es una indicación del rango social y religioso de Pablo en Jerusalén, es decir, Saulo era alguien importante que tenía conexiones muy cercanas con el sumo sacerdote y con la clase gobernante de Israel. Incluso algunos suponen que Saulo mismo era un miembro de la clase gobernante de Israel.
Estas cartas eran para entregar a las sinagogas de Damasco, lo cual significa que había muchos judíos allí, y se habían construido muchos templos judíos que se llamaban sinagogas. Algunos piensan que había miles de judíos en Damasco. La corte judicial de los judíos tenía su cede en Jerusalén, pero tenía mucho poder, al grado que podía enjuiciar a los judíos que vivían fuera de Israel, como en este caso, los que vivían en Damasco. Esto nos da a entender que el odio de Saulo no se limitó a Jerusalén o al país de Israel, sino que lo expandió hasta el extranjero. Saulo en realidad quería destruir a todos los cristianos, dondequiera que se encontraran. Era como un animal que rastrea su presa, la olfatea a kilómetros o millas de distancia, y se dispone a encontrarla para matarla.
La crueldad de Saulo queda resaltada porque Lucas nos dice que su intención era arrestar, apresar y encarcelar a hombres y mujeres. No tenía piedad de las mujeres, sino que las trataba por igual. No importaba el sexo de los seguidores de Jesús. No importaba que los hijos quedaran sin padres, que quedaran expuestos al hambre, al dolor, al sufrimiento, al abandono. Nada de eso le importaba. Una vez más pudiéramos pensar y decir a Dios: “Señor, ¿en verdad es este el hombre escogido para predicar un evangelio de amor, compasión y misericordia?”
Por otro lado, a Saulo no le importaba la distancia que tenía que recorrer para llegar a Damasco. Damasco estaba como a 140 millas de Jerusalén, y se requería como una semana de viaje para llegar. Además, Saulo no podía hacer toda esa maldad por sí solo, sino que necesitaba toda una comitiva de hombres que lo acompañaran. Saulo había recibido cartas de extradición, y su intención era cumplir con esa comisión que él mismo había planeado, y que ahora tenía aprobación oficial de todo el poder judicial de Jerusalén.
Lucas dice que los seguidores de Jesús se les conocía como los que pertenecían al “camino”, una designación que denotaba la manera en que ellos vivían, una manera de vida que reflejaba la enseñanza de Jesús, el camino de salvación. Es muy probable que se les hubiera dado este nombre porque Jesús mismo declaró ser el camino de salvación. Este nombre es importante porque la gente podía identificar a los cristianos y distinguirlos de los que no eran. Su testimonio eran tan visible que la gente decía: esos son del Camino. ¡Qué ejemplo tenemos aquí de la vida cristiana! Oremos a Dios para que nosotros también seamos identificados y distinguidos por seguir el camino de salvación, y no el camino de condenación.
Ante este personaje embravecido y lleno de odio, pareciera que no había ninguna esperanza de sobrevivencia para los seguidores de Jesús, los cuales eran pobres, débiles, sin ninguna importancia para el mundo. Eran despreciados y aborrecidos por muchos. Pero es aquí donde sobresale y se perfecciona el poder de Dios, porque el poder de Dios se perfecciona en la debilidad de su pueblo (1 Corintios 12:9), para mostrar a su pueblo que solo el poder de Dios los puede salvar y para mostrar a los enemigos del pueblo de Dios que no hay poder humano que pueda destruir al pueblo de Dios. Y con esto llegamos al segundo punto.
El Señor Jesús confronta y convierte a Saulo (9:3-6)
Saulo salió con su caravana hacia Damasco. Dice 9:2 que iba por el camino. Esta expresión nos indica que iba completamente comprometido en su misión, iba en el camino sin distraerse. Espiritualmente Saulo también iba por el camino del odio, de la persecución, de la condenación, por el camino que lleva a la condenación eterna. Pero los planes de Saulo quedaron completamente frustrados, más bien, destruidos. Dice Lucas que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor del cielo. Hechos 22:6 nos dice que era como el mediodía cuando el resplandor del sol está en toda su fuerza. Recordemos también que esa parte era desierto, así que el sol brillaba en todo su esplendor. Saulo iba orgulloso y poderoso en su viaje. Y casi llegaba a su destino, y tal vez se frotaba las manos pensando que esos seguidores de Jesús finalmente recibirían su merecido, y así el evangelio sería erradicado del mundo para siempre.
¿Quién podía cambiar de parecer a este hombre? Ningún poder humano pudo haberlo hecho, lo cual nos indica que se requería que Dios mismo interviniera en el curso de vida para cambiarlo radicalmente. Al decir esto, debemos recordar que Saulo no merecía ni una gota de la gracia salvadora de Dios. Todo lo contrario, Saulo merecía completamente la ira de Dios, la condenación eterna por perseguir al pueblo de Dios. Pero la gloria de Dios brilló en su vida. La gracia salvadora y compasiva de Dios resplandeció en su vida. Fue algo repentino, algo que Saulo no se esperaba. Pero Dios ya lo había escogido desde antes de la fundación del mundo. La gracia salvadora de Dios dada a un indigno pecador, un pecador que él mismo declaró posteriormente que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales él era el peor. Esa luz resplandeciente era la gloria de Dios que derribó a Saulo en tierra.
¿Quién puede permanecer de pie ante el resplandor de la gloria de Dios? Nadie. Por eso 9:4 dice que Saulo cayó en tierra. El orgulloso Saulo fue derribado por la gracia de Dios. El soberbio y poderoso Saulo ahora es humillado por la gloria de Dios. Y es que eso es lo que Dios hace cuando su gracia salvadora llega a la vida del pecador: lo derriba a tierra, lo humilla, para después levantarlo y usarlo como quiere. Como veremos más adelante, todos los demás que acompañaban a Saulo, cayeron en tierra también. Pero la manifestación del Cristo resucitado era especialmente para Saulo. Dice Lucas que estando caído en el suelo, Saulo oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Pablo iba con toda la autoridad del tribunal supremo de Jerusalén, ¿quién se atrevía ahora a detenerlo y cuestionarlo en su misión? ¿Quién se atrevía a impedirle que cumpliera su propósito?
Esa una pregunta directa y personal. Lo llama dos veces por su nombre, lo cual significa que la llamada era completamente seria e intencionada. Y es que, hermanos, cuando Dios llama a alguien no vacila, no titubea, sino que su llamamiento es poderoso y eficaz. El Señor Jesús le pregunta: “¿Por qué me persigues?” Noten cómo el Señor Jesús se identifica con sus discípulos. Saulo estaba seguro de que estaba persiguiendo a muchas personas, no una sola. Pero esta voz le dice: ¿Por qué me persigues? Perseguir a los discípulos de Jesús es perseguir a Jesús mismo. Hay una unión tan fuerte e inseparable entre Jesús y su pueblo. Quien toca a su pueblo, toca a la niña de sus ojos (Zacarías 2:8), y Dios se vengará de sus enemigos. ¿Y quién puede permanecer de pie ante la indignación del Señor? Esto nos sugiere, hermanos, que el odio del mundo hacia los cristianos, en realidad es odio hacia el Señor Jesucristo. Uno puede afirmar ser religioso o espiritual, uno puede decir que cree en tal o cual líder espiritual, en tal o cual ídolo o deidad. Uno puede decir que sigue las enseñanzas de un individuo que vive en otro país, o que sigue las enseñanzas de un líder espiritual que vivió hace mucho tiempo, y la gente podrá burlarse, podrá reírse, pero te dejarán vivir en tu locura religiosa. Pero no te atrevas a decir que crees en el Señor Jesucristo, en el Hijo eterno de Dios, en el único que puede perdonarnos y darnos vida eterna, porque entonces el odio del mundo se manifiesta. El odio hacia los cristianos es odio hacia el Señor Jesucristo.
Saulo ya no podía más; él sabía que ese resplandor, que era más fuerte que la luz del sol (26:13), no podía ser más que la manifestación alguien muy superior a él; de hecho, que el que se le estaba manifestando era Dios mismo. Saulo preguntó: “¿Quién eres Señor?” La palabra Señor denota que Saulo estaba consciente de estar ante uno con autoridad, con una autoridad suprema e infinitamente mayor que la autoridad del sumo sacerdote y de los gobernantes de Israel. Estaba siendo confrontado por Aquel que había recibido toda autoridad en los cielos y en la tierra. Y la respuesta es majestuosa, directa, clara (9:5): “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Esta no era la respuesta que Saulo esperaba. Definitivamente no esperaba ser arrestado y derribado a tierra por Jesús de Nazaret. Saulo estaba persiguiendo a Jesús. Su odio era contra Jesús. Punto.
Saulo seguramente quedó completamente impactado. Estaba escuchando la voz de una persona viva. Jesús que fue crucificado y sepultado estaba vivo. Era el Cristo resucitado, el Cristo vivo quien lo estaba confrontando. Jesús no estaba muerto, sino vivo. Los cristianos no seguían a un Cristo muerto, hermanos. Ellos creían y seguían a un Cristo vivo. ¿Cuántas cosas habrán pasado por la mente de Saulo? No lo sé, pero una cosa era segura: el que pensé que estaba muerto, en verdad está vivo. La resurrección de Jesús es la base de nuestra fe; si Él no resucitó, toda nuestra predicación es en vano; pero no, hermanos, Jesús está vivo.
Jesús le dijo a Saulo también: “dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Esta es una expresión tomada del mundo de la agricultura, específicamente de arar la tierra con bueyes. Los aradores llevaban una vara larga con punta en la mano y con ella pinchaban a los bueyes para caminar. Si los bueyes no querían avanzar, eran golpeados con esa vara puntiaguda en las patas traseras. El buey a veces enojado, pateaba la vara, pero al patear golpeaba la punta, el aguijón de la vara, y el buey se lastimaba. Mientras más lo hacía, más se lastimaba. Saulo pensaba que estaba haciendo algo loable, pensaba que estaba sirviendo a Dios, pensaba que estaba ganando y asegurando su salvación pateando contra Jesús al patear a los cristianos. Pero, de hecho, era lo contrario. Saulo se estaba lastimando. Se estaba hiriendo, y su herida era de muerte, muerte eterna. La vida sin Jesús es una vida de dolor, de sufrimiento, aunque los placeres de este mundo nos hagan pensar que no es así. El pecado es como una anestesia temporal ante el dolor, ante la miseria del mismo pecado. No lo vemos, pero si seguimos odiando a Jesús, si seguimos rechazándolo, nuestra herida es mortal y nada ni nadie nos podrá rescatar a menos que sea Dios mismo en la persona de su Hijo Jesucristo quien nos rescate.
Saulo ante la confrontación de Jesús, no pudo hacer más que temblar y temer (9:6). El valentón y bravucón ahora estaba temblando lleno de miedo. Pero por la gracia de Dios, esta manifestación de Jesús a Saulo no era para destrucción sino para salvación. Sí hermanos, Dios usa a los peores pecadores del mundo para sus propósitos; usa lo vil y despreciado del mundo para su gloria. Saulo preguntó rendido completamente: ¿qué quieres que yo haga? Ante la presencia del Cristo resucitado, el hombre no puede sino ponerse, rendirse a su servicio. Esta es una característica de una verdadera conversión: ponerse al servicio de Jesús. Eso fue lo que hizo Saulo. Servir a Jesús iba a ser muy pronto su nuevo llamado, su vocación, su vida, su salvación. Un cambio radical sucedió en su vida. Y es que eso es la verdadera conversión. La vida cambia radicalmente. Nuestro plan humano es destruido para seguir el plan de Dios. Nuestras metas llegan a ser ahora las metas de Dios. Dejamos atrás el pecado para consagrarnos completamente al Señor Jesús.
Luego leemos que Jesús le dio instrucciones específicas. El Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Servir a Jesús es con base en los mismos términos de Jesús. No lo debemos servir según nuestro antojo. Y sabemos que Dios usó a Ananías para indicarle a Saulo cuál sería su nueva misión. Esto es importante porque el Señor Jesús no le permitió a Saulo servirle según sus propias imaginaciones o preferencias, sino que tenía que hacerlo de acuerdo a Jesús mismo. Saulo tenía planes, pero Jesús tenía planes mayores para él. Y con esto llegamos al tercer punto.
El nuevo Saulo entra a Damasco (9:7-9)
¿Qué pasó con los hombres que iban con Saulo? Dice el 9:7 que ellos se pararon atónitos, es decir, junto con Saulo cayeron a tierra, oyeron el ruido de la voz, aunque sin entender el mensaje (22:9), y después de la aparición gloriosa de Cristo, ellos se pusieron de pie, pero estaban atónitos, asombrados y desconcertados. Lucas también es muy claro al decir que ellos no vieron a nadie. Todo esto, hermanos, es para darnos a entender que Jesús se apareció específicamente a Saulo, no a esos hombres. Dios escoge a quien Él quiere. El plan de Dios era salvar a Saulo y usarlo para una nueva misión. Al mismo tiempo, los compañeros de Saulo no podían dudar de la manifestación divina a Saulo. Ellos podían testificar que algo glorioso y asombroso sucedió, y no fue algo que Saulo inventó.
El que se levantó de último fue Saulo (9:8). Dice Lucas que Saulo abrió los ojos, pero no veía a nadie; estaba ciego. El resplandor de la gloria de Jesús lo dejó ciego. Su ceguera era señal del poder del Cristo resucitado, como también un medio que Él usó para que Saulo meditara en su ceguera espiritual que tenía antes y en la nueva misión que se le había encargado. El Saulo valentón y lleno de odio, quien pensaba derrotar a cualquiera que se pusiera frente a él, ahora es llevado de la mano a la ciudad de Damasco. Saulo resultó ser el derribado, arrestado y apresado. ¡Qué gran contraste hermanos! El Saulo erguido y orgulloso, ahora tembloroso, temeroso y ciego. Completamente derribado. Derribado pero para ser nuevamente levantado por la gracia de Dios, recibiendo poderes y en comisión del Cristo resucitado. Pensaba arrestar a hombres y mujeres, pero ahora estaba derribado y arrestado por la gracia del Cristo vivo. Sí hermanos, así actúa Dios, y su actuación es misteriosa y extraña, pero perfecta.
Su ceguera duró tres días en los cuales tampoco comió ni bebió (9:9). Esta ceguera fue la ocasión para que el nuevo Saulo reflexionara en el poder de Jesús, en su gracia salvadora y restauradora. El impacto de la presencia de Jesús en su vida fue tal que quedó completamente incapacitado y dependiente de los demás. El Saulo independiente y autosuficiente es ahora el dependiente y necesitado de ayuda. Esta completa incapacidad de Saulo le hizo meditar también en su incompleta incapacidad para salvarse. Él pensaba que con su odio y persecución estaba ganando su salvación, pero era todo lo contrario. Seguramente reflexionó en que nadie, pero absolutamente nadie puede salvarse mediante su obediencia externa y perfeccionista de la ley de Dios. La ley de Dios no puede salvar a nadie simplemente porque nadie puede cumplir la ley perfectamente. El único que la cumplió perfectamente es el Señor Jesucristo, y es a Él a quien Saulo necesitaba para ser salvo. Todos dependemos de la gracia del Señor Jesucristo para ser salvos. De otra manera, quedamos atrapados en la ceguera espiritual que nos impide ver la gloria resplandeciente de Jesús.
Conclusión
Amados hermanos, ¿cómo se llevaría a cabo la misión mundial de la iglesia, la misión de llevar el evangelio a todas las naciones? El plan de Dios era rescatar al peor de los pecadores y convertirlo en el instrumento escogido para llevar el nombre de Jesús en presencia de los gentiles. Un gran pecador rescatado por la gracia de Cristo. Un gran pecador convertido que se rindió completamente al servicio de Cristo. Un gran pecador que experimentó la gracia salvadora. Pablo, como dice él mismo, fue recibido a misericordia; en él, Cristo mostró toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en Cristo para vida eterna (1 Timoteo 1:16). Amén.
(Este estudio se puede escuchar también: https://www.sermonaudio.com/sermoninfo.asp?SID=2102056152331)
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