Autor: Dr. Cornelis P. Venema
Traductor: Valentín Alpuche
“Porque era el plan totalmente libre y la muy misericordiosa voluntad e intención de Dios el Padre que la vivificación y la eficacia salvífica de la costosa muerte de su Hijo debiera realizarse en todos sus escogidos, a fin de que les concediera solamente a ellos la fe justificante y de esta manera conducirlos infaliblemente a la salvación. En otras palabras, era la voluntad de Dios que Cristo a través de la sangre de la cruz (por la cual confirmó el nuevo pacto) redimiera eficazmente de todo pueblo, tribu, nación y lengua a todos aquellos y solamente aquellos que fueron escogidos desde la eternidad para salvación y que les fueran dados a Él por el Padre; que les concediera la fe (la cual, al igual que los otros dones salvíficos del Espíritu Santo, Él adquirió para ellos por medio de su muerte); que los purificara por su sangre de todos sus pecados, tanto del pecado original como de los actuales… (Cánones de Dort, 2/8).
Indudablemente, el más controversial de los cinco puntos de doctrina afirmado por el Sínodo de Dort fue el segundo. En este punto, los Cánones enseñan que la obra de expiación de Cristo fue misericordiosamente (por gracia) diseñada por Dios el Padre para proveer la salvación de aquellos a quienes ha escogido salvar. De acuerdo a la “misericordiosa voluntad e intención de Dios el Padre”, la muerte expiatoria de Cristo fue realizada específica y particularmente para procurar y asegurar la salvación de todos aquellos por quienes puso su vida. En las palabras de Juan 10, Jesús es el Buen Pastor que puso su vida por sus ovejas. Estas ovejas no son una multitud sin nombre. Son ovejas a quienes Jesús conoce y que asimismo ellas lo conocen a Él (Juan 10:14).
A menudo se plantean dos objeciones contra la enseñanza de la expiación definida. Entre aquellos que plantean estas objeciones, algunos se llaman a sí mismos “calvinistas de cuatro puntos” para expresar su acuerdo con los otros puntos afirmados en los Cánones mientras rechazan este.
La primera objeción es que la enseñanza de la expiación definida “limita” o disminuye el alcance de la muerte expiatoria de Cristo. Si Cristo murió solamente por los elegidos, el alcance y la extensión de la gracia son indebidamente restringidos. La doctrina de “la expiación limitada” es incompatible con la bien conocida afirmación de Juan 3:16: “Porque de tal amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
En respuesta a esta primera objeción, debe notarse que los Cánones explícitamente afirman el valor y mérito infinitos de la satisfacción de Cristo. El sacrificio expiatorio de Cristo “es el único y totalmente completo sacrificio y satisfacción por los pecados”, y “es de valor y mérito infinitos, más que suficiente para expiar los pecados de todo el mundo”. Por esta razón, la iglesia tiene que proclamar el evangelio de la salvación por medio de Cristo a “todas las naciones y pueblos, a quienes Dios en su beneplácito envía el evangelio”. La iglesia está llamada a proclamar “indiscriminadamente” que todos los que creen en Cristo crucificado y se alejan de sus pecados, no perecerán sino que tendrán vida eterna. También debe notarse que los Cánones afirman la eficacia ilimitada de la expiación de Cristo. A través de la sangre de Cristo, Dios quiere “eficazmente redimir de todo pueblo, tribu, nación y lengua a todos aquellos y solamente aquellos que fueron escogidos desde la eternidad para salvación y que les fueron dados a Él por el Padre”.
Lejos de limitar la obra de expiación de Cristo, los Cánones insisten en que la expiación de Cristo asegura la salvación de un gran número de pecadores caídos. Al contrario, la posición arminiana limita la eficacia de la expiación de Cristo cuando enseña que su beneficio planeado puede siempre ser frustrado por cualquier pecador perdido que libremente escoge no creer hasta el fin. De acuerdo a la concepción arminiana de la expiación indefinida, la muerte de Cristo no asegura la salvación real de una sola persona. Cristo solamente hace posible que algunos se salven, con la condición de que respondan apropiadamente al llamado del evangelio a la fe.
La segunda objeción que a menudo se plantea contra la expiación definida es que socava el llamado del evangelio a la fe con la promesa de que aquellos que respondan serán salvos. A esta objeción, no puedo ofrecer una mejor respuesta que la de John Murray: “Él [Cristo] no pudo ser ofrecido como Salvador y como el único que encarna en sí mismo la salvación de una manera completa y libre si simplemente hubiera hecho posible la salvación de los hombres o meramente hubiera hecho provisión para la salvación de todos. Es la misma doctrina que Cristo adquirió y aseguró la redención la que enviste a la libre oferta del evangelio de riqueza y poder. Es esa doctrina solamente la que permite una presentación de Cristo que será digna de la gloria de su realización y de su persona. Es debido a que Cristo obtuvo y aseguró la redención que Él es un Salvador todo suficiente y apropiado” (Redención Realizada y Aplicada). Al igual que todos los puntos afirmados por los Cánones, el segundo punto subraya la simple verdad de que “Dios salva a pecadores”. Dios no hace posible la salvación para que algunos se salven, dependiendo de su decisión independiente de perseverar en la fe. No, Dios de hecho salva a aquellos a quienes por gracia quiere salvar y a quienes su Hijo eficazmente redime.
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Vea el documento que comenta este artículo, Los Canónes de Dort.
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