Autor: Dr. Cornelis P. Venema

Traductor: Valentín Alpuche

“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre…Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1:23, 25).

El cuarto punto principal en los Cánones de Dort se enfoca en la obra del Espíritu Santo en la regeneración y conversión. En la opinión de B.B. Warfield, el corazón del evangelio de la obra invencible de la gracia de Dios reside en este punto: Dios el Padre infaliblemente llevará a cabo su propósito de gracia de salvar a aquellos a quienes Él eligió en Cristo, y lo hace en el tiempo por medio del ministerio del Espíritu de Cristo.

Los Cánones comienzan su tratamiento de la obra del Espíritu en la aplicación de la redención cuando enfatizan que el evangelio tiene que publicarse a todas las naciones. En esta publicación del evangelio, Dios “seriamente y de la manera más genuina…da a conocer en su Palabra lo que le place: que aquellos que son llamados vengan a Él. Con toda seriedad también promete descanso para sus almas y vida eterna a todos aquellos que vienen a Él y creen” (Art. 8). La culpa no es de Cristo o del evangelio cuando los pecadores rehúsan creer y arrepentirse al ser llamados a hacer esto a través del evangelio. Dios sinceramente llama a todos a través de la Palabra del evangelio a creer, prometiendo salvación a todos sin distinción a quienes responden a este llamado a través de la fe y arrepentimiento. La culpa de la incredulidad y la impenitencia de muchos es, por lo tanto, completamente suya.

Pero, ¿qué de aquellos que creen y se arrepienten, que son convertidos, ante la predicación del evangelio? ¿Se les debe dar crédito por su fe y arrepentimiento, como si éstos fueran sus propias obras? Los autores de los Cánones responden esta pregunta, primero, cuando niegan que tal fe y arrepentimiento sean obras humanas que merezcan salvación, y segundo, cuando afirman que son el fruto de la obra del Espíritu a través del evangelio.

La conversión de aquellos que son llamados a través del ministerio del evangelio no tiene que ser acreditada al que cree “como si uno se distinguiera a sí mismo por una elección libre de los otros que son proveídos con igual o suficiente gracia para la fe y conversión (como la arrogante herejía de Pelagio mantiene)” (Art. 10). De ninguna manera. Porque así como Dios desde la eternidad escogió a los suyos en Cristo, “así también dentro del tiempo Él los llama eficazmente, les concede fe y arrepentimiento…a fin de que declaren los hechos maravillosos del que los llamó de las tinieblas a esta luz admirable, y para que no se gloríen en sí mismos, sino en el Señor, como las palabras apostólicas frecuentemente testifican en la Escritura”.

En varios artículos de este cuarto punto, los Cánones proporcionan un relato bíblico de la manera de la obra del Espíritu en el corazón y vida del creyente. Hablando de la obra del Espíritu con la Palabra del evangelio, los Cánones afirman que Dios por el Espíritu poderosamente ilumina la mente de los creyentes “para que entiendan correctamente y disciernan las cosas del Espíritu de Dios” (Art. 11). Además, por “la operación eficaz del mismo Espíritu regenerador”, Dios también “penetra en lo más profundo del ser del hombre, abre el corazón cerrado, y circuncida el corazón que es incircunciso”.

Esta obra del Espíritu incluye: darle a la voluntad del pecador, de otra manera cautiva al pecado, la disposición de hacer lo bueno; haciendo que la voluntad, de otra manera muerta y sin vida para las cosas de Dios, empiece a desear lo correcto; y activando y vivificando la voluntad, de otra manera indispuesta por ser incapaz, para producir los buenos frutos que provienen de un árbol que ha sido hecho bueno. Y al hacerlo así, el Espíritu de Dios eficazmente mueve a los pecadores, quienes por naturaleza está espiritualmente muertos y esclavizados al pecado, para volverse voluntariamente en arrepentimiento y fe a Dios: “Como resultado, todos aquellos en cuyos corazones Dios obra de esta manera maravillosa son ciertamente, infaliblemente y eficazmente renacidos y en realidad creen. Y después la voluntad, ahora renovada, no es solamente activada y motivada por Dios sino al ser activada por Dios es también ella misma activa. Por esta razón, del hombre mismo, por aquella gracia que ha recibido, se dice también correctamente que cree y se arrepiente” (Art. 12).

¡Qué gran aliento es esto para todos los proclamadores del gozoso mensaje del evangelio! Pueden ir con confianza al campo de cosecha, seria y compasivamente deseosos de que todos respondan con fe al llamado del evangelio. Y ellos lo pueden hacer, esperando que el Espíritu haga lo que ningún predicador puede hacer –eficazmente persuadir a los incrédulos para creer y venir libre y gozosamente a Cristo.

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