Autor: Dr. Cornelis P. Venema

Traductor: Valentín Alpuche

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:1-2).

Cuando leen los Cánones de Dort, inmediatamente notarán que el tercer y cuarto puntos principales de doctrina son tratados juntos (el cuarto punto principal trata con la doctrina del “llamamiento eficaz” por el ministerio regenerador y transformador del Espíritu Santo). Esto es así por una obvia razón. La manera en que entienden la grave situación de los pecadores caídos es crucial para la manera en que entienden la obra salvífica de Dios. Si los pecadores están simplemente heridos o espiritualmente enfermos, pero no completamente muertos, ellos no requerirán una obra asombrosa de la gracia interviniente de Dios en Cristo. Nada menos que el renacimiento espiritual, la resurrección de la muerte a la vida, y una nueva creación son necesarios. No requiere la misma clase de trabajo resucitar a alguien cuyo pulso está débil y cuyo aliento es poco, como lo requiere conceder nueva vida a un cuerpo muerto.

En conformidad con el lenguaje que el apóstol Pablo usa en Efesios 2:1-3, el tercer punto principal de los Cánones claramente representa la desesperante condición de los pecadores caídos.

“Todas las personas son concebidas en pecado y nacen hijos de ira, incapaces de hacer algún bien salvífico, inclinados al mal, muertos en sus pecados y esclavizados al pecado; sin la gracia del Espíritu Santo regenerador no están ni dispuestos ni son capaces de regresar a Dios, para reformar su naturaleza distorsionada, o incluso disponerse ellos mismos para tal reforma” (Art. 3).

En este artículo, los Cánones hacen eco del diagnóstico de la Escritura acerca de la depravación de todos los pecadores caídos en Adán. En virtud del pecado original de Adán, como también de su propia y actual pecaminosidad, los pecadores están espiritualmente sin vida o muertos, incapaces de discernir la verdad de la Palabra de Dios, indispuestos a buscar a Dios y abrazar las promesas del evangelio, son hostiles o están en enemistad hacia Dios, y están sujetos a la tiranía del diablo, el mundo y su propia carne pecaminosa (Efesios 2:1-3; Colosenses 2:13; Juan 3:19; Romanos 6:22; 8:7-8; 1 Corintios 2:14; Efesios 4:17-19).

El tema principal de los Cánones en este tercer punto es mostrar que los pecadores caídos son incapaces de hacer algún bien salvífico. Aunque algunos pecadores puedan estar más depravados que otros, todos ellos son incapaces de contribuir algo para su salvación por lo que saben a través de “la luz de la naturaleza” (Art. 4) o por lo ellos hacen en obediencia a la ley de Dios (Art. 5). Solamente la gracia de Dios en Cristo, la cual llega a ser de beneficio para nuestra salvación a través de la obra invencible del Espíritu Santo, puede salvar a cualquier pecador perdido.

Mientras que la enseñanza Arminiana o Remonstrante con respecto a la condición perdida de los pecadores caídos era semejante a la de los Cánones (ambos partidos se oponían al Pelagianismo o la enseñanza de que los pecadores pueden hacer lo que les es requerido para ser salvos sin un obra previa de la gracia de Dios), veremos en un próximo artículo que la diferencia entre ellos llegó a ser muy obvia en la manera que concebían la obra de la gracia de Dios de conceder a los pecadores la fe y arrepentimiento en respuesta al llamado del evangelio. Para nuestro propósito aquí, solamente necesitamos reconocer que si los pecadores perdidos están verdaderamente muertos en sus delitos y pecados, ellos requieren una obra misericordiosa (de la gracia) de Dios que sea verdadera y eficazmente salvífica.

J. I. Packer expresa este punto bien:

“Para el calvinismo hay realmente sólo un punto a explicarse en el campo de la soteriología (la doctrina de la salvación): el punto de que Dios salva a pecadores. Dios –El Jehová Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres Personas trabajando juntas con soberana sabiduría, poder y amor para obtener la salvación de un pueblo escogido: el Padre eligiendo, el Hijo cumpliendo la voluntad del Padre cuando redime, el Espíritu Santo ejecutando el propósito del Padre y del Hijo cuando renueva. Salva –hace todo lo que, de principio a fin, está involucrado en llevar al hombre de la muerte a la vida en gloria; planea, obtiene y comunica redención, llama y preserva, justifica y santifica, glorifica. Pecadores –hombres como Dios los encuentra: culpables, viles, impotentes, débiles, incapaces de levantar un dedo para hacer la voluntad de Dios o mejorar su situación espiritual”. El punto también se explica en un himno familiar: “¡Sublime Gracia, cuán dulce el sonido, que salvó a un miserable como yo! Estaba una vez perdido, pero ahora he sido hallado, estaba ciego, mas ahora veo”. No importa cuán grande sea el pecado, la gracia de Dios es aún más grande hacia los suyos en Cristo.

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Vea el documento que comenta este artículo, Los Canónes de Dort.